La Oscuridad

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Parte 1 : El regreso

No hay libro escrito sobre cómo reaccionar ante
lo inesperado.

En ese momento, Cameron tuvo que decidir si permitirse mantener la cordura o reprimir todo instinto que gritaba por el uso de la lógica.

Cinco años de duelo directo e indirecto, plegados sobre sí mismos como una casa de naipes caída por un mover al azar. Un dolor de cabeza agonizante, producto del conflicto y el trauma y el galopar de su corazón tuvieron que ajustarse, dando paso a lo que podía ver por encima de lo que entendía, dejando que sus sentidos superaran la razón.

Tony-su hermano-,había regresado a casa tras haber desaparecido un otoño, cinco temporadas atrás.
No había cambiado para nada. Parecía congelado en sus doce años, sin el mínimo asomo del estirón de la adolescencia. Seguramente su crecimiento se había atrofiado por la experiencia. Cinco años desaparecido en los pasos montañosos entre Carolina del Norte y Tennessee. Psicológicamente el cuadro era de esperarse. El chico estaba aterrorizado, desnutrido, sin duda marcado por las circunstancias y las consecuencias de su desaparición.

Más, contra todo pronóstico y posibilidad, había regresado.

Cameron extendió su mano, invitándole a pasar. Su hermano parecía parte de un tapiz de pesadilla. Sus delicadas manos ardían al tacto.

—¿Estás bien? ¿Tienes fiebre?

Se sintió estúpido en cuanto hizo la pregunta, pero hubiese sido peor abrir con un ¿qué haces aquí? Cinco años y como un perrillo, encontró el camino a casa. Tiempo en el cual todo había cambiado, donde sus padres no le recibirán, porque su ausencia creó una brecha tan profunda y dolorosa en la familia, que les arrastró a la muerte.

Tony, ajeno de todo, sonrió levemente. Sus labios estaban agrietados, la comisura de los mismos besada de tinte púrpura.

—No, no fiebre. Creo que tengo frío. Quiero dormir y comer. Todo a la vez.

Cameron abrió la puerta y le permitió entrar. Los lazos de sangre pesaron más que la razón. El chiquillo se arrojó a sus brazos, anidando en su cuello. Era tan liviano que el mayor encontró inquietante la facilidad con la que pudo levantarlo del suelo.

—Hueles diferente, Cam. Hueles a papá.

Algo tan sencillo como esa observación inocente volvió a perturbar al mayor. Cómo explicar el tiempo de ausencia? ¿Qué tanto podía decir sin afectar lo que podía ser la frágil y fragmentada psiquis de su hermano?

Mientras Cam le cargaba en brazos, Tony se mostraba más desorientado. Reconocía uno que otro detalle en la casa, pero pareció aterrarle lo que consideró un cambio inesperado en el color de las paredes.

—Hace unos días eran verde menta— comentó.

—Sí, lo eran.

Un año atrás, Cameron había quitado todo rastro del verde, puliendo la superficie hasta borrar el recuerdo del doble suicidio de sus padres. Decidió entonces que la casa mantuviera el color natural de la madera, sin ningún tono artificial sobre el cual se acumularan alegrías, o desgracias.

Llevó a Tony hasta la habitación que una vez fuera de sus padres, la misma tenía una tina enorme de porcelana. Le despojó de sus harapos y talló su piel con jabón mientras su hermano se dejaba manejar cual marioneta. No fue sino hasta más tarde, después de que Cam limpiara la mugre y y el hielo de ventizca incrustados en su piel, que Tony reconoció que su hermano había crecido. Era un hombre. ¿Cuándo dejaron de tener poco más de un par de años de diferencia?

Fue la parte más difícil. Sus ojos sangrientos se enfocaron en la cara de un extraño en busca de respuestas. Acarició el rostro de su hermano, donde encontró el mentón de papá, los ojos de mamá, pero nada del Cameron que él recordaba.

—Todo está bien, Tony. Hablaremos más tarde sobre lo ocurrido. Por ahora, vamos a darte algo de comer y luego a dormir. Estás bien, estás en casa. Habrá tiempo para sanar, espacio para caer en cuenta con las cosas.

Habló para calmar a su hermano y regalarse un poco de paz a sí mismo.

No podía alejar el recuerdo que batallaba con la realidad ante sus ojos. Su madre siempre fue amante de los clichés, solía visitarlos uno por uno y ese otoño, rogó a los chicos que le regalaran el último año de perfección familiar...

—Llegado el invierno, ya Tony será un adolescente. Se acabaron mis bebés. De seguro ya no volverán a apreciar de la misma manera estos viajes. Solo les pido, por favor, regálenme este último recuerdo.

Ambos hicieron una mueca burlona, pendientes de que su padre no fuera a captarlos en el retrovisor. Durante el transcurso de sus vidas, la mayoría de sus vacaciones habían sido locales. Su madre tenía decenas de fotos repetidas con el paso de cada año. Pero, complacerla no era tan difícil. Siempre existía una ventaja en lo habitual. Conocían esos caminos, y los valles ocultos entre el azul humeante de las montañas como a sus propias manos. Tenían carta blanca para explorar a su gusto.

Nunca pasó por sus cabezas que para el final de esa semana, no habría foto en las escaleras de la cabaña, o excursión al río. Nada que atestiguar sobre la terrible pérdida de un hijo. Tony desapareció entre una arboleda que perdió el encanto de los colores de otoño y se volvió amenazante, burlona, aciaga y precursora de un invierno eterno para el alma.

Tratando de crear un punto de conciliación, Cameron abrió las cajas selladas en el ático mientras Tony terminaba de asearse. El ático era el lugar donde residían los verdaderos sentimientos de la casa. Por años los Clark se ajustaron a llevar sonrisas en el rostro y corazones sangrantes desde un apartado en el techo.

Las pertenencias de Tony habían sido guardadas de manera meticulosa, esperando su regreso. Cajas marcadas por fecha documentaban doce años de vida y esperaban la continuación de una historia interrumpida.

—Adivina qué T.— Cameron llamó dos veces a la puerta del baño, la que Tony había insistido en dejar entreabierta—.Encontré tu camisa favori...

La reacción de alegría por haber encontrado la camiseta de Mundo Oceánico de su hermano pronto desapareció. Tony se veía peor de lo que esperaba. Los signos de emaciación se hicieron aún más evidentes. La toalla con la que cubría su desnudez veces daba dos vueltas alrededor de su débil cuerpo y su respiración dificultosa era fácil de seguir, ya que el esternón y la caja torácica del chico sobresalían con cada sibilancia. Cam se abstuvo de tirar la prenda para que su hermano la atrapara, por temor a que algo se le quebrara con el esfuerzo.

Tony deslizó sus piernas en unos viejos jeans, los cuales no tuvo que desabrochar. Luego se detuvo, colocó la camisa en la parte superior del lavamanos pasó los dedos sobre la mascota, una prominente orca rompiendo una ola, a la avanzada entre un número de criaturas marinas. Ahora que sus manos ya no estaban enchapadas en tierra, Cameron notó que Tony había perdido un par de dedos en cada mano, sin duda por exposición a las temperaturas invernales.

¿Cómo sobrevivió? Su padre les había entrenado en los aspectos básicos, eran buenos incluso cazando con ballesta, pero aún con todo el tiempo pasado, reconoció la ropa de Tony, una playera glorificada de manga larga y un par de pantalones cargo, los cuales no soportarían un invierno en las Carolinas, mucho menos cinco.

—No quiero esto. Me trae recuerdos terribles.— Sus cejas se anudaron—. Las vi, Cam, cuando estaba perdido.

—¿De qué hablas? ¿Estuviste en Florida? ¿En el parque acuático?—Por improbable que todo sonara, estaba dispuesto a hablar y Cameron con gusto seguiría la corriente.

—No. Blanco fantasmal sobre negro. Sus espíritus nacen en las aguas del mar y se extienden sobre todas las corrientes. Las vi varias veces, resquebrajando el hielo en French Broad River.— Tony tenía la voz pesada, y la cadencia grave, lo único que le hacía parecer el chico de diecisiete que debió haber sido.— Se acercaban a la orilla de vez en cuando, parpadeando a través de lágrimas gruesas y saladas hacia el verde. Sus ojos parecen casi humanos, ¿sabes? Alguna vez protegieron la tierra, pero ahora están a salvo en el agua. Lejos de las sombras que se ocultan entre los árboles. Ofrecieron su ayuda, pero yo no tenía la voluntad para escapar. Supongo que no fui el único en desaparecer ese otoño. Hubo otros. Yo conocí a dos al menos, a Eddie y Reese. Ellos llevaban más tiempo que yo con ella. Uno de ellos pasó sobre las aguas, a los espíritus. El precio que pagó fue muy poco, sangre sobre la tierra, sangre que nunca tocó el agua. Se quitó la vida, lanzándose por el despeñadero.

Parpadeó, esperando algo. Cameron le abrazó una vez más. Era imposible saber qué barbaridades habrían hecho con él sus captores, para llevarle a conjurar un escape en un panorama tan delirante.

—Esperé y esperé durante horas, pero tenía frío y hambre. Estaba tan hambriento. Me rendí. Tengo hambre, Cam. ¿Dónde están mamá y papá? Debes decirles que he vuelto, que lo siento mucho. Deben haber perdido horas buscándome. Ella me mintió. ¿Puedes creerlo? Me dijo que habían pasado años desde que desaparecí hasta que probé bocado. Años. ¿Dónde están? ¿Les mintió a ellos también? ¿Ya no me esperan?

Cameron le dio largas al asunto.

—Tranquilo, ya los verás. Están fuera por el fin de semana. Ahora déjame ver. Estás tiritando me temo que te hayas hecho daño sin darte cuenta. Abre la boca.

Las encías de Tony estaban sangrantes e hinchadas. Su lengua estaba revestida de blanco, dando muestras de deshidratación. Tenía manchas amarillas en pliegues de piel bajo los ojos. El intento de parpadear no le ayudaría a crear lágrimas. Cameron solo había vidro ese tipo de piel en personas de edad muy avanzada.

—Ven a la cocina, voy a prepararte algo.

Tony tomó asiento justo donde Cam le indicó. Una vez más volvió a ser todo silencio, mirando los patrones de la porcelana, sosteniendo torpemente la cuchara entre tres dedos. Aunque no tocó el sándwich de queso, tomó gustoso de la sopa de tomate. En unos segundos, tiró la cuchara y comenzó a sorber directamente del plato. Cameron se animó a seguir indagando, tal vez con el estómago lleno, Tony estaría un poco más lúcido.

—Quisiera saber algo, solo si te sientes cómodo respondiendo. ¿Quiénes te secuestraron? En un momento estábamos bajando en bicicleta por el paso del campamento, en un área conocida. Dijiste vuelvo en un minuto, y te escapaste de mi vista. Pensé que habías ido a hacer agua tras un árbol. En un par de minutos ya te estaba buscando. En menos de una hora, la seguridad del parque estaba peinando la falda de la montaña y el valle. Nadie vio nada. Nadie reportó nada en cinco largos años.

—¿De qué estás hablando?— Por primera vez, había un destello de desafío en sus ojos. Estaba listo para corregir el error de su hermano. Levantó una mano carcomida por el frío.—Solo he estado fuera cinco días. Ella dijo que si podía sobrevivir sin probar bocado me dejaría ir. No llegué al final del quinto día, comí lo suficiente para poder escapar. Tu también lo hubieses hecho, Cam. El problema es que ahora la siento hasta en mis entrañas. Su voz es el gruñir de mi estómago. No hay lugar donde pueda esconderme que ella no me encuentre. Es tan alta como los árboles, y cabe en el grueso de un hilo, su cornamenta se confunde con las ramas de los árboles secos del invierno. Vendrá por mí, por nosotros.

—Nadie vendrá por ti. Estás a salvo. Te ha pasado algo terrible; traumático e inexplicable. No ha sido cuestión de días tampoco. Hay razones para la ausencia de papá y mamá esta semana, cosas que te explicaré luego, pero debes concentrarte. ¡Mírame!

Cam no quería ser fuerte con el muchacho, pero necesitaba traerle de nuevo a la realidad. Su delirio era contagioso. Por un momento Cam experimentó puro terror. Mientras Tony narraba, vio como un patrón oscuro se extendía sobre la mesa, al dar la vuelta, notó que varios venados se había acercado a la ventana. Los ojos de los animales habían quedado prendados con la fuerte luz que emanaba de la cocina.

—¡Demonios!— dijo entre dientes—.¡Esto es lo último. Escucha, Tony. Ha pasado el tiempo. Debes confiar en lo que te digo. Mientras más rápido te aclimates a la realidad, más fácil será tu recuperación.

Cameron tomó su mano entre las suyas. Las palmas de Tony eran ásperas. Los dedos que no eran tocones parecían quebradizos, escamosos y oscuros en los bordes. —Mira tus manos, este tipo de heridas solo se producen en invierno.

—Te equivocas, Cam. Ahí es donde ella me besó. A donde quiera que vaya, hace frío. Lo que sea que toque, muere. No importa la temporada.

Asaltado por el repentino recuerdo de La Oscuridad, se desenfrenó de manera total. El niño feral encontró sus lágrimas y su voz. El sonido gutural que salía de su garganta era más el llamado de un animal atrapado que un grito humano. Se retorció, vomitando de forma violenta, sacudiéndose como con estertores de muerte.

Su boca se abrió de par en par, jadeando en busca de aire tras de volver el contenido de su estómago. Trozos de hígado verdoso y grasa cruda se derramaron junto con la sopa que Cameron acaba de darle.

—¡Lo siento! No pude evitarlo. No quiero vomitar. Tengo hambre, mucha hambre, y la sopa estaba deliciosa. Pensé que podía sostenerme.

—No importa, ven, yo me encargo de limpiar. El tomate es ácido. Debí pensar en eso. Vamos a la habitación. Comenzamos de nuevo.

Cameron ya no encontraba que hacer. Los hospitales estaban fuera de opción, no hasta que pudiera armar una explicación convincente para la reaparición de su hermano. En esos pequeños pueblos de Appalachia, las sospechas son más grandes que las certezas y los Clarks no eran bien vistos. Muchos llegaron a pensar que el suicidio de los padres de Cameron, de alguna manera daba por comprobada su culpabilidad tras la desaparición de Tony. Necesitaba alguien en quien confiar.

Leslie Gagnon fue la respuesta. Se conocían desde siempre y él podía apelar a su amistad para guardar un secreto.

—No me dejes aquí. ¿Es esta mi habitación o la tuya? Mejor vamos al ático, Cam. Sus dedos caben en el espacio entre la ventana y el marco.

Las débiles preguntas de Tony hicieron eco en su cabeza. Cameron no contestó. Estaba ocupado llamando a Leslie

—¿Leslie?
Por un momento, Cameron temió que nadie contestara la línea.

—Cam, ¿eres tú? ¿Estás bien? Es pasada la medianoche, hombre.—Sonaba soñolienta y un poco molesta. De seguro la había despertado. Tendría que compensarla de alguna manera.

—Lo siento. No te llamaría si no fuera una emergencia. Tengo a alguien quedándose en casa y parece que se ha deshidratado. Necesito ayuda.

—¿Estás evitando decirme si es él o ella? ¡Dios mío! ¿Crees que soy lo suficientemente patética como para ayudar a mi ex cuando doña Whiskey o Centeno se ha dado un par de copas extra? ¡Llama una ambulancia!

—No es nada de eso— Intentó no sonreír. Ella seguro se daría cuenta. Su pequeña escena lo hizo feliz, solo por saber que todavía le importaba—.Es un niño. Debe estar perdido y dio con la cabaña. El hospital está a cuarenta minutos. Quiero ayudarlo a reponerse antes de llevarlo.

—¡Oh, Santo Cielo! Dame un minuto. Podemos hacer las llamadas pertinentes una vez que esté allí. Traeré algunas bebidas deportivas y yogur. Solo permite que el niño descanse y no le des nada pesado. Prueba agua azucarada con una pizca de sal. Leslie colgó antes de que Cam pudiera decir gracias.

—¿Estás hablando ... Leslie? La voz de Tony se interrumpía por un ataque de tos. Su saliva era pegajosa, pero clara y no había rastro de sangre. Cameron descartó la idea histérica de que el niño había vomitado sus propios órganos y comenzó a considerar lo que podría haber estado comiendo carne cruda en la intemperie.— ¿Por qué llamaste a Leslie? Es una niña estúpida.

—Leslie es ahora una asistente de laboratorio—,interrumpió Cameron. Tony se quedó dormido mientras intentaba tomar un sorbo de agua azucarada.


Parte 2: La Reunión

Los padres de Cameron mostraron un interés en la joven que la madre de Maggie consideró poco saludable. Antes de la desaparición de Tony, habían sido vecinos, pero no amigos muy íntimos. Después de un tiempo, la señora Gagnon llegó a resentir la atención brindada a su hija por parte de los Clark.

Por mucho que su madre intentara mantenerla alejada, Cameron pudo más que los consejos de la señora Gagnon. Maggie estaba fascinada con el hijo sobreviviente de los Clark. Hubo un sentido de identificación entre ellos que superó cualquier intento de los adultos.

Tal vez porque no necesitaban palabras. El recuerdo de un evento compartido los unió y finalmente, ambos fueron lo suficientemente tontos como para confundir esa necesidad de estar juntos con amor.

Rompieron tras la tensión de la vida universitaria, archivando su relación bajo prueba y error. Sin embargo, ninguno de ellos pensó en dejar su hogar en Sylva. Cameron continuaba sus estudios en South Western y ella apuró un grado asociado en flebotomía mientras decidía si continuar hasta recibirse de enfermera.

Mientras conducía, Leslie ponía sus pensamientos en orden, intentando hacer sentido de la reciente llamada. 

Cameron sonaba maltrecho al teléfono, incluso cuando se detuvo por lo que ella pensó fue el espacio de una sonrisa. Leslie sabía muy bien que la desaparición de Tony había dejado cicatrices en su alma. Cam tenía años de terapia para probarlo. Las circunstancias que su ex describía eran demasiado cercanas a lo acontecido para ser una broma. Se acercaba el aniversario de la muerte de sus padres. Tal vez Cam solo la necesitaba y no encontraba cómo decírselo. Pensar eso se le hizo reconfortante.

—¡Mierda!— Con las manos firmes en el volante, Leslie desvió del coche para evitar pasar sobre un bulto a mitad de camino.

Se trataba de un ciervo, cerca de unas cuarenta libras. Yacía de costado, destripado por algún depredador hambriento. Las mordidas eran pequeñas, pero salvajes, Leslie recordó que es tiempo de linces en las montañas.

Pensó en llamar a los patrulleros de vida silvestre, para evitar un accidente con otro conductor distraído y se encontró a sí misma maldiciendo nuevamente. En su salida apresurada, había dejado su móvil en la mesita de noche.

Al bajarse y caminar hacia portón delantero de la casa Clark, Maggie escuchó el tintineo de las llaves enganchadas en cinturón de sus jeans. Un par de pasos más y se dio cuenta de por qué algo tan trivial la desconcertaba. La noche estaba demasiado callada. Ni siquiera se escuchaba el silbido del viento bajando de las montañas.

Cameron abrió la puerta sin darle  oportunidad a llamar.

—¡Hey, Cam!— Lo saludó con un rápido beso en la mejilla.—No hay solo mercado abierto a estas horas. Tienes suerte de que soy una maniática de la proteína. Tengo probióticos, agua con electrolitos ... todas esas cosas buenas. Ahora echemos un vistazo al chico.

—Está en mi antigua habitación.—Cam trató de halarla por el brazo antes de que ella subiera.—Espera, tengo algo que decirte algo antes de que lo veas.

Leslie siempre hizo lo que quería y no tenía ganas de escuchar. Cameron la alcanzó en el umbral de la puerta.

—¿Qué significa esto, Cam?

Cuando ella se volvió, el brillo de las lágrimas le empañó los ojos. La habitación estaba vacía con las ventanas abiertas a la luna llena. En la parte superior de la cama, cuidadosamente doblada entre un lío de líquido oscuro y tierra, había un par de jeans y una camisa  de niño. Una de tantas que quedaron grabadas en su memoria, por haber pertenecido a Tony. Ella misma había ayudado a la señora Clark a empacar las pertenencias del menor.

—¿A dónde fue? ¿A dónde fue?

La voz de Cameron retrocedió a un tono ligeramente más alto, rastros de ese trauma compartido volvieron a asomarse, vengativos y transformadores. Leslie lo reconoció como el preludio de un ataque de pánico.

—Calma, hablemos sobres esto. 

Ella trató de consolarlo pero él la apartó, encendiendo la luz. Ambos quedaron petrificados al descubrir que la sangre se ve negra cual tinta bajo la luz de la luna. La cama doble estaba empapada. Lo que Maggie pensó que los pliegues en la ropa de cama eran piezas de carne amarillenta enrolladas entre las sábanas.

Leslie confiaba en Cameron más de lo que ella podría temerle. El grito murió en su garganta cuando él cubrió su boca, obligándola a recostarse contra él.  El temblor de su cuerpo se hizo perceptible mientras apuntaba con su mano libre hacia la ventana abierta. Tres dedos largos, torcidos como ramas de otoño proyectaban una sombra sobre la cama.

Corrieron escaleras abajo. La casa se sacudió hasta los cimientos mientras un olor a podredumbre se aferraba al aire. Leslie pareció perder la razón.

—¡Eso ahí fuera! Lo vi una vez, antes—los frenéticos gritos de Leslie ya no podían contenerse—Alto, delgado y feral, un horror como ninguno, con fauces abiertas que dejaron marcas en la corteza de los árboles más altos.

—¡Te necesito en una pieza, Leslie! Si hay algo o alguien allá afuera, podemos salir por la puerta de la cocina. Si te vio entrar, no es seguro salir por la puerta principal.

Cameron estaba tratando de mantenerla tranquila para conquistar su propio temor. Reconoció el frenético recuento de Leslie como una revisión de sus peores pesadillas.

Durante años había soñado con un cazador invisible en la oscuridad. Los psicólogos insistieron en que era su forma de sublimar aspectos de  la desaparición de su hermano. La pesadilla recurrente no era más que pedazos a la deriva a nivel inconsciente.

Estaba encorvado sobre el capó del coche, con sus largas piernas huesudas cubiertas de mechones de pelo castaño. Dos anchas pezuñas ocupaban el lugar de sus pies, que en un momento estuvieron hinchados y ennegrecidos por la congelación.

Brazos alargados, delgados, conectados a manos malformadas que ahora lucían garras letales donde antes había habido dedos. La cara seguía siendo la de Tony, a pesar de presentar protuberancias óseas que se estiraban y se abrían como cuernos. Sus ojos fluorescentes mostraban el amarillo de los impresionables ciervos. Las historias dicen que el alma del último ser vivo que su tipo consume, permanece bailando en sus ojos durante días.

—Se sintió atraída por el olor a carne.—
La voz continuó, manteniendo a la presa en su lugar con su hipnotizante melodía.— Cortes crudos en un fuego abierto. Ella siempre está hambrienta, pero estaba dispuesta a esperar hasta que todos se hubieran ido para lamer la sangre y roer los huesos asados. Fue entonces que vio a los niños y se acordó de los suyos. Los suyos habían muerto, hacía tanto tiempo, y ella sabía bien que sería fácil arrancar el corazón de un niño y llenarlo con escarcha. Nos tomó a los tres, uno en primavera, otro en verano y otro en otoño. Arrancó los corazones de nuestros pechos mientras gritábamos. Oramos. Primero a Dios, luego a los espíritus, gritamos, para ser oídos por cualquiera que estuviera dispuesto a escucharnos. Pretendieron ser sordid, porque le temen, y el invierno que la acompaña a donde quiera que va, incluso en medio del verano. Mis amigos, Eddie y Reese, nunca se ajustaron a la forma que ella deseaba. Se abstuvieron de probar carne cruda hasta morir, o se privaron de su propia vida. No recuerdo. Eso sí, cuando ella lloró, le prometí más hijos. Y por eso volví confiando en que la carne de mi carne será fuerte como soy fuerte. ¿Y quién lo diría?, inadvertidamente atraje hasta mi red a la chica que vio la Oscuridad y guardó silencio. No siento haberte mentido, Cameron. El año pasado traté de decir la verdad, y mamá y papá no pudieron soportarlo.

Una lengua resbaladiza y larga se deslizaba entre sus dientes. El wendigo no tenía nada que ofrecer, ni siquiera remordimiento. Todas las inclinaciones humanas, excepto el hambre, le son desconocidas. Alrededor de ellos la foresta comenzó a moverse, mientras algo tan alto como los árboles y más oscuro que la noche, se abría paso hacia ellos.

Cameron y Leslie no pudieron darle lucha. Estaban atrapados entre un monstruo recién nacido, saliendo de su capullo piel tras cinco años en el infierno, y uno viejo, que ni siquiera necesitaba un cuerpo. Su hambre lo encerraba todo; incluso les privó del amanecer. Frente a sus ojos, devoró las frescas tonalidades violetas del alba.

Nunca llegaron a ver la luz del día.

N/A: Los wendigo tienen origen en la mitología Algonquin de Canada, pero se extienden a cualquier lugar de norte América donde los inviernos son cruentos. Las Smoky Mountains de Carolina del Norte no son la excepción.

Estuve de vacaciones por allí esta semana pasada. Mis disculpas al encantador pueblo de Sylva, que no tiene nada de horroroso. Pero no pude evitarlo, un día me levanté a ver el amanecer y simplemente no llegó a la hora esperada. La foto mal sacada (¡el frío es de armas tomar!) es de Sylva, a las 6:45 am. No pude evitar pensar, ¡caray, se me comieron el alba! y largarme a escribir.

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