I: Piloto 2

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En este mundo, donde habitan los usuarios, existen infinidad de clases: Aquellos que obtuvieron increíbles habilidades y poderes sacados de los mitos e historietas de ciencia ficción más descabelladas, pero también aquellos condenados a todo lo contrario.

A estos últimos se les conoce como "bugs". Individuos cuyas peculiaridades son completamente dañinas. Algunos quedan incapacitados, otros incluso mueren a causa de esta. No hay cura posible para este síndrome y nadie está interesado en buscarla ya que sólo el 0,00000001% de la población la padece.

Además, intentar encontrar una cura sería en vano, la enfermedad tiene efectos y síntomas completamente aleatorios e imposibles de predecir, haciendo que el solo intento fuera inabarcable en una sola vida. Lo que, en consecuencia, significaba que personas como esta joven de 19 años deben apañárselas como puedan.

—Muy bien, descuida, ya estoy aquí. Levántate el doblez del pantalón y deja que me encargue —pronunció muy suavemente el anciano y sin esperar más comenzó a aplicar aquel aceite removedor que guardaban para estas ocasiones —Eso es. Quédate quieta, en un minuto estarás libre.

La chica tenía la cara contraída y sin mucho éxito trataba de esconder el dolor y la lástima que sentía.

—Sí. En verdad lamento haberte despertado —dijo tratando de ocultar inútilmente las lágrimas en su rostro.

—Olivia, ¿te duele mucho? —preguntó el viejo con preocupación.

—Sí, duele como el infierno, pero no es eso —responde con vergüenza, mientras su madre le señalaba el lenguaje —Solo me da pena lo dependiente que soy de ti.

—Tranquila —dice mientras limpia sus lágrimas con sus resecos y endurecidos dedos —Es mi deber como padre y abuelo asegurarme de que ambas estén a salvo. Además, sin ustedes, mi taller sería de nuevo un lugar silencioso y aburrido.

—Gracias. Creo que ya está —titubea la joven, liberando su pierna —Quizás ya podamos volver a ver... ah, no. Sigue en comerciales.

La vida de un "bug" es difícil, algunos permanecen en cama toda su vida, incapaces de valerse por sí mismos si es que tuvieron la suerte de no morir al nacer. Pero Olivia Ortega era un caso bastante único.

Su cuerpo tenía la peculiaridad de generar un óxido negro de manera aleatoria. Los doctores llamaron a este síndrome "Rustwork'' debido a la semejanza al fenómeno químico del mismo nombre.

La chica nació en Houston y vivió con sus dos padres y su hermano hasta que a la edad de 11 años sus padres se separaron. Sin un padre y con su madre parapléjica no tuvieron otra opción que irse a vivir con su abuelo en Washington, quien trabajaba en un taller de autopartes. Era una vida modesta, simple, y también todo cuanto conocía.

A causa de su extraña condición no salía mucho, por miedo a que en cualquier momento su Bug se activase. Por esto mismo se abstuvo de hacer actividades fuera, no conocía la playa o el cine, lo último debido a que apestaba a removedor de óxido.

En consecuencia, tampoco tuvo la oportunidad de conocer a nadie, nunca tuvo citas y por su bug la rechazaban en todos los trabajos.

Pero luego de un largo periodo de selección y la petición de algunos favores, Olivia estaba a punto de iniciarse en un nuevo trabajo que, para su conveniencia, solo quedaba a pocos kilómetros de su casa.

Los primeros rayos de luz del nuevo día la despertaron; revolviéndose entre sus frazadas de superhéroes, estiró las piernas para deshacerse de los cobertores Al intentar levantarse había pisado por accidente una figurita de acción de las guerras galácticas, soltó un suspiro antes de volver a dejarlo en su estantería llena de comics y mercancías de películas.

Se paró en medio de su habitación y se llevó los puños a la cintura, pensando en su nuevo trabajo. Lo normal sería estar emocionado, un lugar nuevo, con gente nueva, incluso podía jugar a resistirse a la idea de fantasear con hacer amigos, pero era demasiado para ella, se sentía indispuesta.

La verdad es que siempre le había entusiasmado la idea de independizarse y ganar su propio dinero, pero la idea llevada a la realidad cambiaba rotundamente. El mero esfuerzo de levantarse de la cama para asistir al trabajo era 100 veces más duro que levantarse cualquier otro.

Puesto que su corazón ahora palpitaba bajo la amenaza de la posibilidad de hacer algo mal y arruinarlo todo. La mejor opción que tenía era presentarse y mostrar una buena actitud, aunque fuera externa, porque por dentro los nervios se la comían viva.

Subió al auto con su abuelo luego de despedirse de su madre y tras el esfuerzo del motor partieron rumbo a su nuevo trabajo.

Olivia llevó su cabeza hacia la ventana, jugando nerviosamente con sus dedos. Desviaba la mirada para perder sus ansias en el camino, pero sentía que no podía más, no quería ser obvia, pero tampoco quería quedarse sin saber.

—Abuelo —preguntó tímidamente —ya veo que estás muy emocionado, pero me preguntaba... Bueno... Quería hacerte una pregunta...

La chica optó por ser más directa.

—Claro cariño, pregúntame lo que quieras —respondió sin desviar la mirada del camino.

—Pues... —bufó la chica haciendo estallar sus nervios —¡No me has dicho en qué consiste mi trabajo!

El anciano esbozó una leve sonrisa disimulada y respondió con amabilidad el tono hostil de su nieta.

—Ah, creo que tienes razón. La verdad es que yo tampoco sé —confiesa, riendo un poco —Pero descuida, no creo que sea algo muy peligroso. El trabajo me lo consiguió una amiga. Ella sabe de tu condición, está dispuesta a aceptarte.

—Así que una ferretería, ¿no? —dijo soltando el cuerpo hacia el asiento un poco más tranquila. Pero de pronto pensó —«Espera, ¿una ferretería no podría ser peligroso? Está repleto de cosas que cortan, queman y aplastan» —Un chispazo de peligro inminente reptó por su espalda como un escalofrío —¿Y no dijo nada más? Digo, por si acaso.

—Descuida, cariño, dudo que te ponga frente a una máquina peligrosa —le dijo, adelantándose a los pensamientos de Olivia —Además, en un almacén la cabina de la grúa es el lugar más seguro, debido a las cosas que pueden caer de los estantes. Justo así perdí el dedo gordo del pie.

La chica abrió los ojos preocupada, no podía ocultar su horror a pesar de que ya conocía el accidente de cocina del abuelo, quiso reír, pero dentro suyo la idea de que algo malo le pasara la acosaba.

No pasó mucho tiempo hasta que finalmente arribaron. Delante de ellos había un gigantesco almacén y ferretería con el letrero que decía "Black Tools".

—Bueno. Ya llegamos —declaró amablemente su abuelo pero se sobresaltó al ver a Olivia agarrada de las uñas al asiento.

—¿Sabes, abuelo? —tartamudeó de los nervios —Creo que cambié de opinión. Quizás no estoy lista y...

El hombre frunció el ceño, pero se calmó rápidamente sin decir nada. Puso la mirada hacia el frente aun sin apagar el auto y dijo en tono profundo.

—Entonces, ¿quieres volver a casa?

Su voz era diferente, cargaban decepción y tristeza. Olivia tragó saliva sin saber qué contestar.

A base de Chantaje emocional la chica salió del auto y se encontraba mirándolo hacia dentro del vehículo con una sonrisa nerviosa y forzada.

El abuelo le devolvió una sonrisa cálida y confiada, la chica apartó la cara de la ventana para dejar marchar el auto, el cual partió rápidamente para desaparecer antes de que quisiera arrepentirse de nuevo.

Sin otra alternativa, la joven ingresó en el enorme complejo aún nerviosa, lo único que quería era ingresar al área de empleados y no dejar que la vieran, pero para su infortunio la primera persona con quien se cruzó le llamó por su nombre, alterándola.

—Tú debes ser Olivia —le espeta la voz de una mujer. La chica busca rápidamente a quien le habla y se encuentra con una señora de baja estatura, pero de gran temple, quien la examina —Te vi bajar de la camioneta de Rogelio, además apestas a aceite, en definitiva no te pareces en nada a tu madre.

—Oh, hola, digo, sí, me lo dicen seguido. Habré heredado los genes de mi padre...

—No sigas —le frena en seco —Hombre que abandona a su familia no merece ni ser mencionado en su casa. Y bien, ¿Rogelio ya te dijo en qué consiste tu trabajo?

—No realmente, esperaba que...

—Pss, con lo despreocupado que es no me sorprende —la interrumpe nuevamente —Ven, yo me encargo de ti.

Quiso agradecer, pero la señora ya se había puesto en marcha. Se tragó sus palabras y siguió sin rechistar. La mujer la llevó a su puesto de trabajo, sería cajera, un trabajo simple y tranquilo que hasta ella podía hacer.

Tiempo después...

Así pasaron los meses y fue adaptándose muy bien a su nuevo empleo. Disfrutó salir en las mañanas y ver a la gente pasar de camino a la tienda, tanto como disfrutaba charlar con sus colegas y su personalidad tímida e impresionable iba quedando atrás a medida que ganaba experiencia.

Pero lamentablemente no duraría mucho, el destino tenía otros planes en mente.

Con la llegada del invierno, tenía que atender un turno de noche. Tranquilamente se dedicó a pasar factura a los artículos de navidad sin ser interrumpida, tal parecía que no vendrían más clientes.

Pero, vio una sombra pasar por uno de los pasillos, trato de disimular, pero la silueta se manifestó frente a ella. Se acercó con lentitud, le cubría un gran abrigo negro, alzo la mirada, bajo una capucha un joven de ojos color esmeralda la observaba con detenimiento.

—¿Efectivo o tarjeta? —Preguntó por instinto, pero se sorprendió al descubrir que el tipo compraba una gran cantidad de soda cáustica.

—Efectivo —responde el extraño joven. Olivia se voltea hacia la registradora y posa una de sus manos en el botón de emergencia.

—Muy bien, serían $420 dólares.

—No hay problema —dijo sutilmente, sacando un billete de sus pertenencias, el cual tenía leves manchas de lo que parecía sangre.

Intentó hacer un poco de tiempo y controlar sus expresiones para que no sospechara nada, pero la mirada del chico no se lo permitió. Se acercó para tomar el dinero, pero en una fracción de segundo sus manos, por muy ligeramente que sea, alcanzaron a tocarse.

Reventó un chispazo entre ambas manos y de pronto una extraña corriente recorrió todo su cuerpo. El chispazo apagó inmediatamente las luces del almacén. Luego de quedar enceguecida sus ojos comenzaron a ver todo en color rojo, Olivia perdía el conocimiento, sufriendo un terrible dolor de cabeza y una rara sensación por todo el cuerpo.

Extrañas imágenes cruzaban la oscuridad de su mente. Disparos, garras que rebanaban el aire, vendajes que pesaban lo mismo que un bloque de concreto y la boca de un cañón enorme que jamás fallaba un tiro.

Pero sin previo aviso algo consumió su mente. Frente a ella, un espiral rojo se dibujó en el cielo. El miedo se impuso sobre ella y envuelta en pánico, despierta.

Abrió los ojos aún aturdida. Además de sentir todas las extremidades adoloridas, sobre todo la espalda y las piernas. Trató de moverse aguantando el dolor, pero no pudo mover sus manos, parecían estar encadenadas a la pared.

Se agitó asustada y se limpió la vista para enfocar, fue entonces que se descubrió a mitad de un baño estrecho, con las manos esposadas al tubo de metal donde reposan las toallas.

Con pánico observa a todos lados para reconocer dónde se encontraba se miró a sí misma, sus ropas estaban todas desgarradas y cubiertas de lo que parecía ser sangre, intentó gritar o pedir ayuda pero tenía la boca sellada con cinta y una bola de papel metida en la garganta.

El pánico la inundó, hasta el punto que ignoraba el sonido del motor de una casa rodante, conduciendo rumbo a la nada.

Continuará...

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