Epílogo II

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Inder

Siento el viento en mi cara y el pasto tocar mi mejilla, así que abro los ojos. No sé ni cuando me desmayé, pero este no es el internado, ni siquiera el bosque. ¿Es acaso una pradera? Hay mucho pasto y no veo el final del camino. Me inclino para observar mejor, entonces me sorprendo al visualizar al hombre que tiene mi rostro. Se mantiene sentado a mi lado y me sonríe.

Trago saliva

—¿Quién eres? —pregunto, nervioso.

—Tú.

—Mentira —reniego, molesto.

Se carcajea.

—Cierto, soy el señor Crawford.

—¿Cómo el nombre del internado? —Observo para todas partes, intentando entender en dónde me encuentro.

—Antes tenía otro nombre. —Hace una pausa—. O eso creo. —Se ríe—. Capaz ni existió o era una fábrica abandonada.

—¿Una fábrica?

—Nada, hablo de una cosa que recordé.

—No te comprendo, aunque eso no explica por qué tienes mi rostro. —Mis labios tiemblan.

—Tu rostro me gusta, eso es todo.

—¿Te gusta? —expreso, confundido.

—Sí, es que... —Se ríe—. No tengo rostro.

—Pero yo... veo mi rostro en ti.

—Ah, deseas que te muestre. Está bien, pero quiero que quede claro que tú lo pediste, así que no te vayas a asustar.

Mi gesto empalidece y retrocedo un poco, cuando su cara se comienza a desfigurar como una masa que se moldea, preparando una forma, como si la mismísima piel estuviera más viva que nunca. Es desagradable y confuso, pero más miedo me da en el momento que se detiene. Es firme, sin una nariz, sin ojos y sin boca, pero puede oírme, pues sigue teniendo mis orejas, además de mi cabello corto de color negro.

—Puedo sentir tu miedo —se burla y lo oigo en mi cabeza, como si tuviera un eco, el cual se oye fuera también—. Déjame expresar mi regocijo.

Saca un cuchillo del bolsillo de su traje, se corta la cara para crearse una boca y así poder reír a carcajadas.

—Qué asco, ¿no? —me cuestiona mientras su cortada sangra y yo me mantengo callado, entonces él continúa—: Responderé la pregunta que no me hiciste, pero que pensaste.

No puedo mirarlo, me genera incomodidad.

—¿Cu...? ¿Cuál? —Mantengo la cara en dirección a otra parte y mis ojos entrecerrados porque no puedo con tanta incomprensión de mi parte.

—¿Dónde estás? —pregunta.

—Eso me lo tienes que decir tú.

—Mírame —pide.

Trago saliva y alzo la vista, me sobresalto cuando veo mi rostro otra vez, así que vuelve a reír. No sé lo que prefiero tener en frente de mí.

—Yo...

—Este es el lugar donde me llevo a todo el que necesito, y te preciso, Inder, eres importante, para conquistar el virixverso.

—¿Qué? —exclamo, confundido—. ¿Qué es eso? ¿Y por qué? No tengo ninguna habilidad especial como tú.

—Por eso estás aquí, me urge entrar a Por culpa de un Ricoy y para eso requiero de un personaje común y real, sin tanta fantasía a su alrededor, así que sí, te necesito, eres muy especial para mí. 

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