Oscuridad.

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Ed, Edd y Eddy son propiedad de Danny Antonucci.

Nathan Goldberg es propiedad de Candy Acid.

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Notas sobre el fic: Debido a que es un one-shot, algunas situaciones no son muy detalladas y tal vez son algo rápidas. Por favor disfruten cada palabra, tanto como yo disfruté al escribirlas. Puse todo mi corazón en este escrito, y me siento muy feliz de poder compartirlo con ustedes. 

•Hechos del pasado. Letra cursiva.

•Hechos del presente. Letra normal.

~•*○*•~

OSCURIDAD

El verano se despidió del mar, dejando su lugar a la siguiente estación, trayendo consigo un aumento del oleaje y de las corrientes marinas. La playa estaba solitaria, pues eran muchos los turistas que creían que, con la llegada del otoño, disfrutar del paraíso marítimo era un impedimento. Sin embargo, el otoño tenía su encanto, con sus días cortos y fríos, especiales para pasear, para pensar, para enamorarse y para recordar. Sin bañistas en la costa, era cuando más bellas se encontraban las playas.

Un hombre adulto, caminaba por la orilla, recibiendo la brisa marina que acariciaba sus pálidas mejillas, y despeinaba sus rojos cabellos. Si las personas se pudiesen describir, en una palabra, ese hombre sería nostalgia. La playa era, el lugar más especial para él. El lugar donde pasó los mejores momentos de su vida hasta ese momento. El cielo lucía hermoso con sus matices rojizos en el horizonte. La noche estaba a punto de caer, las primeras estrellas se hicieron presentes, destellando con potencia la una junto a la otra.

—Tan similares a tus ojos. – Musitó en casi un susurro, a la nada. Giró su vista hacia un lado, justo en una enorme casa, muy cerca de la orilla del mar. Abandonada ahora, lucía vieja y descuidada. Su mente recreó con vivida imaginación, el día que lo conoció, claro que, en el pasado, dicha casa era muy distinta. Sonrió de forma casi imperceptible.

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El juez, dio su veredicto. Culpable. Su sentencia: 200 horas de servicio comunitario. 5 horas diarias, por 40 días. En la casa que estaba a la orilla de la playa. Una escuela de música.

Kevin ni siquiera se inmutó cuando escuchó el veredicto. Lo merecía. Después de haber conducido en estado de ebriedad, y chocar con un poste de luz, que afectó directamente esa escuela. Al ser estudiante universitario, y no tener antecedentes a sus 21 años, el juez fue bastante suave con él.

Iría todos los días saliendo de clases, excepto los fines de semana. Y ahí estaba, el primer día, parado frente a la puerta, dudando si debía entrar. Pero si no cumplía, su sentencia sería peor. Sacudió su cabeza y entró al fin.

Una chica de cabello azul, con ropa oscura, ojos delineados y labios rojos, leía una revista, apenas levantó la mirada al escucharlo entrar.

—Buen día. – lo saludó sin mirarlo.

—Buen día. Yo... vengo por lo del servicio. – Le dijo apenado. La chica ahora sí lo miró.

—¿Eres el que chocó con nuestro poste de luz?

—¿Por qué otra razón haría servicio? – Preguntó con sarcasmo.

—Aquí vienen muchos a hacer servicio social cuando van a graduarse. Estudiantes de las artes. Así que, te lo preguntaré de nuevo. ¿Eres el que chocó con nuestro poste de luz?

—Sí. Sí lo soy. – Respondió de mala gana.

—Genial. – La chica sacó de su escritorio unas hojas y las leyó. —No te molestes, solo juego. Te agradezco mucho que te hayas hecho responsable.

—No es como que me sienta orgulloso.

—No tienes que avergonzarte... Kevin. – Le dijo al leer su nombre. —Me llamo Marie, soy la recepcionista.

—No, descuida. Mucho gusto.

—Igualmente.

—Entonces, ¿Cuál será mi trabajo aquí?

—Pues, el lugar está en malas condiciones, así que serás el encargado de mantenimiento. Son cosas muy sencillas, normalmente yo las hago, pero ya que estás aquí, me ayudarás. No sabes lo bien que me caerá tu compañía. – Le dijo sonriendo. —Te mostraré el lugar. – La chica se dirigió hacia el pasillo, Kevin la siguió un poco más tranquilo.

La escuela era enorme. Era un lugar donde impartían clases de música y danza. Kevin no tenía idea de eso, nunca prestó atención a la mansión. Marie le fue mostrando los salones y los desperfectos que tenían. Serían trabajos sencillos, pero bastantes.

El teléfono resonó por el pasillo, Marie corrió para contestar. Kevin siguió recorriendo el lugar para conocerlo. Las clases de danza estaban repletas de niños, algunas mujeres mayores bailaban en otro salón, melodías antiguas, y Kevin sonrió. De repente, dentro de todo el ruido, una hermosa melodía captó su atención. Se escuchaba lejos. Fue avanzando, hasta que la escuchó con claridad al final del pasillo.

Escuchen esta melodía: 

https://www.youtube.com/watch?v=9d0nEp_Fmys

Kevin avanzó hipnotizado, buscando el origen de tan melifluo sonido. Llegó hasta un solitario y oscuro salón, la puerta no estaba cerrada por completo, así que la abrió con cuidado de no ser descubierto. Había una persona tocando el piano en la oscuridad. El salón lucía en penumbras, pues las ventanas estaban cubiertas y la luz estaba apagada. La persona dejó de tocar de repente.

—¿Quién está ahí? – Preguntó al sentirse espiado. Kevin no respondió, se asustó un poco.

Fue a donde Marie ignorando lo que acababa de pasar. Algo extraño, pero sin saberlo, importante.

—Bien Kevin, disculpa por dejarte solo.

—No importa, eché un vistazo.

—Y ¿Qué te parece?

—La verdad no tenía idea de que este lugar era lo que es. Estoy impresionado.

—Esta escuela no tiene mucho tiempo, al principio era solo para los niños, pero había muchas abuelitas que amaban bailar con sus nietos, así que abrimos una clase para ellas.

—¿Y tú como terminaste aquí?

—Amo la música, y todo lo que se relaciona a ella. Cuando supe de esta escuela, hice todo lo posible para trabajar aquí.

—¿Qué hiciste?

—En realidad solo vine a preguntar, y me contrataron. – Dijo riendo. Kevin sonrió, aunque no le hizo gracia, Marie no parecía tan desagradable, pero no confiaba en las personas tan pronto. Esperaba que su trabajo tampoco lo fuera. Kevin odiaba hacer trabajos domésticos.

Cuatro días después, Kevin estaba reemplazando una tubería del lavabo del baño de los varones. Marie no le había dicho nada de tuberías, y eso no le causó ninguna gracia. Un chico entró, a pesar de que Kevin colocó un letrero en la puerta. Eso lo molestó.

—¿Qué acaso no sabes leer? Estoy ocupado aquí.

—¿Pe... perdón? – Preguntó el chico.

—El baño está cerrado por reparación. Largo. – Le dijo cortante y sin mirarlo.

—Lo siento. No... no lo sabía. Perdón. – Se disculpó. Kevin rodó los ojos. Era sumamente odioso que los niños hicieran lo que querían. Apenas llevaba una semana y ya quería salir corriendo.

Cuando terminó, ya era hora de irse. Marie debía firmarle sus horas trabajadas, pero la chica no estaba en la recepción. Kevin volvió a enfurecerse, lanzó maldiciones y se puso a buscarla. Salón por salón, ¿Dónde podría estar esa loca? Las clases ya habían terminado, y la escuela ya estaba cerrada. ¿Se habrá ido? ¿Lo dejó encerrado? Se preguntaba Kevin, y ya comenzaba a enfurecerse.

Volvió a escuchar la melodía que le llamó la atención el primer día que estuvo ahí, y por alguna razón, se tranquilizó por completo. Llegó al final del pasillo de nuevo, abrió la puerta, ahora con mucho cuidado y, la persona que de nuevo se encontraba en penumbra, volvió a dejar de tocar al notar su presencia. Kevin fue muy cuidadoso, pero fue descubierto, cosa que lo impresionó mucho. Dio la vuelta antes de que le llamaran la atención. Era extraño que la persona tocara en la oscuridad, como si se estuviese escondiendo. No sabía quién demonios era. Escuchó el teléfono, y la voz de Marie contestando. Se apresuró a alcanzarla.

—Kevin ¿terminaste? – Preguntó después de colgar.

—Sí, hace como una hora. ¿Dónde estabas? Te estaba buscando.

—Sí claro, una hora. Aunque hubiera sido así, no puedes irte hasta las 7:00 pm. – Marie sonrió con malicia, y Kevin la miró con odio. —Fui al baño. Eres un desesperado.

—Como sea. Firma mi salida por favor.

—Claro, claro. – Marie firmó en una hoja y luego lo hizo Kevin. —Bien, nos vemos el lunes Kevin. Espero que no vengas tan amargado. Ya no te pondré a reparar el baño.

—Muy graciosa.

—En serio. Probablemente solo cambiemos algunos focos.

—Oye... hablando de eso, ¿Por qué usan el salón de piano si no funcionan las luces? – Preguntó al no aguantarse la curiosidad.

—Oh, pues, no las necesita.

—¿Quién?

—Él. Es el mejor pianista del mundo. – Esa respuesta no lo convenció, pero quiso dejar el tema y largarse. Se despidió y se fue.

El lunes llegó pronto para fastidio de Kevin. Ya no podía salir de fiesta con sus amigos, pues obviamente sus padres lo habían castigado. Tuvo que despedirse de su vida social, y del poco dinero que ganaba, para reparar el auto de su padre. Y por supuesto, tenía prohibido conducir, por lo que utilizaba su antigua bicicleta.

La escuela estaba muy cerca de la costa, el camino era largo, pues la casa de Kevin se encontraba en el centro. Le resultaba tan molesto tener que pedalear tanto, ya que el autobús no pasaba por ahí.

Apenas entró supo que sería un día largo. Él y Marie tenían que limpiar la bodega de los instrumentos. Era un desastre. Lo harían poco a poco, la semana que les esperaba, sería de mucho cansancio.

Comenzaron sacando todo el mobiliario viejo, los instrumentos rotos, y basura. Terminaron por ese día, estaban exhaustos, y ese tiempo que pasaron, ayudó a Kevin a darse cuenta de que, la chica no era tan odiosa. Gustaban de la misma música, las motocicletas, las fiestas y los videojuegos. Supo que serían buenos amigos. Marie sabía mucho de mecánica, y Kevin sintió que la juzgó sin conocerla, por lo que decidió tratarla mejor, y confiar en ella.

—¡Estás mintiendo!

—Te lo juro. Estaba muy ebrio, y jamás encontré mis pantalones.

—En toda mi vida, jamás había oído sobre alguien que se quitara los pantalones y se fuera conduciendo así. – Le dijo la chica muerta de risa.

—Mis amigos estaban igual o peor que yo, o no me hubieran dejado irme.

—Ya lo creo, afortunadamente solo chocaste con un poste y no te hiciste daño. Pero no puedo dejar de imaginarte en calzones mientras te esposaban. – Marie reía sin parar, y Kevin sonrió sonrojado.

—Imagínate, incluso los policías se tomaron fotos conmigo. Malditos.

—¡Ay Kevin! – Marie miró su celular, marcaba las 5:00 pm. Basta de limpiar por hoy Kev, ordenaré comida. ¿Me acompañas?

—Claro que sí, muchas gracias Marie.

—Bien. Puedes tomar un descanso Kevin. La verdad ya no quiero hacer nada. Pediré una pizza.

—Genial. – Kevin no lo pensó dos veces. Fue al baño a lavar sus manos y su rostro, después de comer se iría a su casa, estaba muy cansado.

Esa melodía de nuevo. Esta vez era más clara. No dejaría pasar esa vez, la curiosidad lo estaba matando. Salió del baño y fue directamente hasta el lugar exacto de donde provenía. Abrió la puerta con cuidado, y muy poco, apenas pudo asomar medio rostro. Esa ocasión, la persona no dejó de tocar, permitiéndole a Kevin escucharla completa. Esa melodía le causaba muchas emociones, su piel se erizó y sintió tranquilidad. Algo muy parecido a la felicidad, cosa que nunca había experimentado por escuchar música. Kevin estaba en silencio posesivo, no quería siquiera respirar fuerte; quebrar el silencio era imposible, además de innecesario. Lo era en ese momento. De pronto la música también murió, quedando ahora sí, el silencio absoluto. La persona ahora preguntó:

—¿Te ha parecido buena? – Kevin al verse descubierto, abrió la puerta completamente, entró al oscuro salón y encendió el interruptor de luz.

—Creí que las luces no funcionaban. – Dijo más para sí mismo que para la persona. —¿Por qué tocas en la oscuridad?

—Bien yo... no necesito la luz. – Le dijo el chico sin voltear. Kevin imaginó que era un presumido. —No me has dicho que te pareció. – Antes que Kevin pudiera contestar, el chico se puso de pie, con ayuda de un bastón, se dirigió hacia él. —Por fin pude terminarla. – Le dijo con una sonrisa. Kevin ahora se dio cuenta de la razón de que el sujeto tocara en la oscuridad. Era ciego.

—¿Terminarla? – Preguntó saliendo de su sorpresa.

—Sí. Al fin logré quedar satisfecho con ella, no pude tocarla antes para ti, pero ya le di un final.

—¿Para... mí?

—Eres la persona que me ha escuchado antes ¿no es así?

—Sí. Yo... no quería interrumpir, no creas que espiaba, es solo que, en verdad me parecía linda. En verdad lo es.

—Gracias. Es bueno que haya una persona que lo aprecie, por eso quise tocarla completa, fuiste un lindo público. Pero no te conozco, ¿puedes decirme tu nombre?

—Me llamo Kevin, vine a...

—¡Sí! – Interrumpió el muchacho. —Eres el sujeto que repara la escuela. Reconocí tu voz.

—¿Ah? – Kevin no entendía como sabía eso, no habían hablado antes. —¿Cómo lo...?

—Te molestaste mucho el otro día. Perdón por entrar cuando estabas ocupado, es solo que como podrás notar, no pude leer tu anuncio. – Ahora sí, Kevin moría de pena y culpa. ¿Cómo pudo ser tan patán con un pobre niño ciego?

—Demonios, discúlpame, ehh...

Eddward.

Eddward. Lo siento mucho, perdón por ser grosero... no tenía idea.

—Tranquilo Kevin no es para tanto. – Le dijo con una sonrisa enorme. —Mejor dime, ¿te gusta trabajar en este lugar?

—La verdad sí, al principio me pareció de lo más aburrido, pero, no es tan malo.

—Supe que no estabas muy contento, Marie no es muy amigable, además.

—Marie solo es difícil de tratar. Más bien, yo soy difícil de tratar. Pero ahora nos llevamos bien.

—Eso me da gusto. – Eddward sonreía de forma endemoniadamente tierna. Sus mejillas rosadas formaban un par de hoyuelos, y sus ojos, brillaban como las estrellas. Kevin estaba embelesado con él, nunca había visto un ser tan hermoso en su vida. —Cuando yo llegué aquí, ella me sobreprotegía, pero ahora soy el blanco de sus bromas.

—¿Trabajas aquí?

—Algo así. Doy clases de piano a los niños, pero la temporada terminó. Creo que comenzaré una clase nueva el próximo mes.

—El mejor pianista del mundo...

—¿Disculpa?

—N-nada, es que Marie te dijo así.

—Esa Marie. Parece mi hermana mayor.

—¿Cuántos años tienes Eddward?

—Tengo 16.

—Eres un bebé todavía. – Le dijo sin pensarlo. Eddward se sonrojó y rio nervioso. Rio de forma melodiosa, dulce. Kevin estaba cautivado. —No sé porque no nos habíamos encontrado antes.

—Como te dije, la temporada terminó, pero a veces vengo a tocar, yo no tengo piano en mi casa, y en verdad es mi pasión. – Eddward tenía las mejillas sonrosadas, Kevin le transmitía confianza, y notaba lo nervioso que estaba. Era una sensación agradable.

—¡Kevin! ¡Llegó la pizza! – Lo llamó Marie.

—¡Ya voy! – Contestó. —Bueno Eddward, ¿quieres acompañarnos?

—Claro que sí. Muchas gracias Kevin. – Eddward avanzó hacia la recepción. Kevin quiso guiarlo, pero Eddward caminaba tan seguro, era obvio que ya sabía el camino a la perfección.

La tarde entera, Kevin se quedó en la escuela. Era fascinante hablar con ese niño. Pensaba de forma muy madura, y a pesar de su discapacidad, sentía mucha satisfacción al ayudar a otros. Dar clases a los niños, por ejemplo, acto que derritió de ternura a Kevin. El pelirrojo se fue a su casa por la noche, y el camino entero, se la pasó sonriendo. Definitivamente, no era el mismo Kevin al salir de la escuela. Algo le pasó esa tarde, algo tan especial, que cambió su persona.

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Una imperceptible sonrisa surco sus labios al recordar el día en que habló con él por primera vez, percibiendo aún a esas alturas el mar de sensaciones que lo embargaron cuando descubrió la verdad detrás de sus palabras melancólicas y ocultas en dolor. Esa tarde soleada entendió el porqué de su recelo en defenderse continuamente, por qué su cuerpo estaba herido con tanta frecuencia, y por qué a partir de ese día deseó nunca más alejarse de él.

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Seis semanas después, Kevin ya se había acostumbrado a Eddward. Su sentencia ya había sido cumplida, pero consiguió un empleo fijo con ayuda de Marie, y ahora era también un empleado. Ese lugar se había ganado su corazón, y por supuesto, el niño con ojos de mar. Adoraba pasar tiempo con él, y hablar de todo. Ese pequeño niño, tan tímido y tan increíblemente sabio, le transmitía mucha felicidad. Ir a la escuela de música, era la parte favorita del día de Kevin.

Eddward, le contó que había perdido la vista a los diez años, en un accidente automovilístico. Perdió a sus padres, y su vista. (Vivía con su abuela desde entonces). Y a pesar de eso, su sonrisa era preciosa. Su amor por la vida era admirable. Kevin se sentía tan poca cosa a su lado, y al mismo tiempo el ser más pleno, pues Eddward lo complementaba en todos los aspectos.

Su carácter había cambiado drásticamente, y su lado dulce, nació con Edd, como le decía de cariño. Disfrutaba su paseo en bicicleta antes de llegar a la escuela. La playa le parecía hermosa, ¿Cómo es que nunca se tomó la molestia en apreciarla? Hasta el cielo parecía más brillante, el canto de las gaviotas más melódico, y el aire más fresco.

Llegaba a la escuela, y Eddward estaba ahí para recibirlo. Marie sabía la atracción que había entre ese par, por lo que siempre que podía, los dejaba a solas.

De vez en vez, daban un paseo por la playa. Eddward amaba sentir la arena bajo sus pies, escuchar las olas, y oler el agua salada. No necesitaba sus ojos para disfrutar tan bello paisaje. Siempre, de la mano de Kevin.

Fue en uno de esos paseos, que Kevin supo que lo amaba y, que iba a amarlo por el resto de su vida.

Cayó un ocaso precioso, y la brisa acarició sus mejillas. Kevin lamentó internamente, que Eddward no pudiese apreciar tan bellos colores.

—¿Puedo preguntarte algo Edd? – Kevin y Eddward descansaban en el muelle de la playa.

—Por supuesto Kevin.

—¿Extrañas ver? – Preguntó algo avergonzado por lo estúpido que sonaba. Antes de contestar, Eddward sonrió, suspiró y pensó unos segundos.

—A veces lo hago. Casi siempre. Pero no reniego de mi situación. ¿Sabes? Cualquier persona que haya perdido la vista, desearía recuperarla. Yo desearía volver a ver, pero al mismo tiempo me siento feliz de ser así.

—¿Cómo es eso?

—Pues, tengo muchos recuerdos, que aún conservo a la perfección, pero a veces las mejores situaciones de la vida no necesitan mirarse, si no, sentirse. – Kevin lo miró de forma devota, tomó su mano y entrelazó sus dedos. Eddward se sonrojó, pero no la movió.

—Me fascina tu forma de pensar Edd.

—Me avergüenzas Kevin.

Es que en serio, me haces darme cuenta de tanto... de lo poco agradecido que soy.

—¿De verdad?

—Vaya que sí. Nunca había notado de lo hermosa que es la playa, por ejemplo. Y eso que he vivido aquí toda mi vida.

—Sí, es hermosa. Uno de mis mejores recuerdos, es cuando, cada otoño, mis padres me traían a esta misma playa, al atardecer. Caminábamos un rato, y luego encendíamos juntos una linterna, de esas que sueltas y se elevan al cielo. Al anochecer, la soltaba. Me emocionaba mucho ver como volaba. Yo imaginaba, que se elevaba tan alto, que se convertía en una estrella, la más pequeña del universo. – Eddward apretó la mano de Kevin. —¿Crees que eso sea posible? – Kevin, enternecido como nunca, limpió una lágrima de su propia mejilla.

—Imaginemos que sí. – Contestó tratando de disimular la tristeza que ese relato le había provocado. Eddward sonrió. Recargó su cabeza en el hombro de Kevin, quien besó su frente con ternura, y lo abrazó. Independientemente del tiempo, o la edad, ese par ya se amaba con locura.

—Kevin, tengo algo que decirte.

—Dime.

—Mi abuela y yo nos iremos de la ciudad en una semana. Vamos a mi pueblo.

—¿Qué? ¿Por qué? – Preguntó sobresaltado.

—Tengo unos asuntos con las propiedades de mis padres, y como yo soy menor de edad, mi tutor, en este caso mi abuela, tiene que acompañarme.

—Entiendo. – Kevin suspiro y se atrevió a preguntar. —¿Regresarás? – Después de un eterno minuto, Eddward habló.

—No lo sé. – Dijo con calma. Kevin sintió su corazón estrujarse, y lo abrazó con fuerza. —Sé que es un proceso tardado, pero la casa de mis padres está allá. Aunque, mi nueva vida está aquí. No sé que vaya a pasar. Ni cuánto vaya a tardar.

—¿Por qué me lo dices hasta ahora?

—Quería estar seguro, pero aún no lo sé. Siento no poder darte una respuesta Kevin.

Prométemelo Edd.

—Kevin...

—Prométeme que volveré a verte. Por favor. – Kevin abrazó a Edd con más fuerza, su corazón latía de forma agitada. —Prométeme que voy a volver a tenerte entre mis brazos. – Eddward se sorprendió de tales palabras, y su corazón dio un vuelco. Él tampoco quería separarse de Kevin. Lo abrazó y besó su mejilla, por exactos cinco segundos.

—Te lo prometo.

—¿Sabes que pasará si no cumples tu promesa? – Amenazó guturalmente mientras se aproximaba a él y susurraba sutilmente a su oído lo que haría si rompía con su promesa de regresar. –Te buscaré hasta el fin del mundo si es necesario, y cuando te encuentre te hare pagar muy caro. – Edd hundió su rostro en el pecho de Kevin.

—¿Prometes esperarme? – Preguntó de forma tan triste, que Kevin no pudo evitar llorar.

—Te esperaría toda mi vida.

—No será tanto tiempo Kevin, lo juro. – Quien sabe cuánto tiempo se estuvieron abrazados, en silencio. La playa nunca estuvo más melancólica.

Una semana después, Eddward dejaba la playa, llevándose consigo, sin saberlo, el corazón de Kevin.

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Kevin recordó con nostalgia esa tarde que lo vio por última vez, y no pudo expresarle sus sentimientos debidamente. Eddward se fue sin saber que Kevin estaba enamorado profundamente de él. Le demostró cariño, sí, pero nunca hubo una confesión directa.

La brisa le golpeó el rostro ahora con más fuerza. Al parecer, el efecto agotador y nostálgico de la estación pasada, comenzaba a disiparse, sin embargo, aún permanecía ese aire extraño, solitario y tranquilo, ese que acostumbra a viajar de un lado para otro durante el otoño que cada vez se tornaba más y más profundo. Ese día, después de un soleado domingo, había permanecido el cielo inmutablemente cubierto de gruesas nubes que anunciaban las próximas nevadas y que habían enfriado bastante el ambiente y provocando que la gente anhelara esos cálidos y brillantes veranos que se acompañaban con enormes y resplandecientes rayos solares adornando el cielo y el canto de las gaviotas recorriendo la playa.

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Tres años después, Kevin ya había terminado su carrera de ingeniería automotriz. Tres años donde estudió mucho, como se lo había prometido a Eddward.

Su diploma adornaba la pared de la sala en su pequeño apartamento. Colgado junto a una fotografía de su mejor amigo Nathan, algunos compañeros, sus padres y una donde estaba con Eddward. A pesar de ser ciego, sus ojos miraban la cámara fijamente y brillaban de forma preciosa.

—Me haces falta Eddward. – Musitó con tristeza.

Tocaron la puerta y se sobresaltó. Su amigo Nathan entró con una tonta sonrisa, como si hubiese hecho alguna travesura.

—Misión cumplida Kev. Marie aceptó acompañarme a la boda de Ed y May.

—¿De verdad? Creí que te había dicho que no.

—Así fue, pero después de pedírselo 50 veces más, accedió.

—Eres muy obstinado ¿Eh?

—No me doy por vencido.

—Eres un acosador, me sorprende que no te haya metido una buena golpiza.

—Es que siempre me tomó como un payaso, así que decidí invitarla a salir, y le expresé mis sentimientos adecuadamente. Se impresionó, terminó besándome. Nadie se resiste al Capitán más guapo de la costa. – Dijo con galanería.

—Tal vez no encontró otra pareja, Marie no es popular con los chicos.

—¡Oye! Eso fue cruel. Pero ella sí es popular, la que no consigue a nadie es esa pobre de Lee. Me parece raro, porque es bastante linda, tal vez está loca. – Dijo riendo. —Te invitó a ti ¿no es cierto?

—Sí. Pero la rechacé. No es para nada mi tipo. – Kevin se tumbó en el sofá, lucía cansado.

—Claro. – Nathan se sentó junto a su amigo. Miró las fotografías de la pared, antes no estaban ahí, sonrió al verlas. Pero la foto de Eddward, le provocó tristeza. Kevin no lo había olvidado. —¿Aún piensas en él? – Kevin no contestó. Solo atinó a mirar la fotografía de la pared, con mucho pesar. —Kevin, yo sé que tus sentimientos fueron muy reales, pero debes dejar el pasado atrás. Entiendo que lo extrañes, pero debes seguir con tu vida, no puedes seguir atado a un recuerdo.

—Eso no va a pasar Nat. Edd no es un recuerdo, me prometió que lo volvería a ver. Y yo le prometí que iba a esperarlo.

—Sí es un recuerdo, tienes pasado con él, pero este es el presente. Y no lo estás viviendo por estar cargando el peso de ese pasado.

—No puede ser pasado algo que todavía siento Nat.

—Solo lo extrañas, pero lo conociste que, ¿dos meses? ¿Cómo puedes sentir amor por alguien en tan poco tiempo?

—No sabes nada del amor ¿verdad? El tiempo es relativo Nat, no tienes que pasar años junto a una persona para sentir amor, una persona te puede hacer sentir en dos meses, lo que no sentiste en dos años con otra.

—Esta bien, tienes razón. Nunca te había escuchado decir algo tan... gay.

—Idiota. – Kevin sonrió divertido. —Soy gay por un chico al que no he podido ni siquiera besar. Pero, ya habrá un primer beso con él, espero ese momento con ansias.

—Ay Kevin. Espero que no se te vaya la vida esperando. – Le dio una palmada en la espalda. —Ojalá un día yo encuentre a alguien que me ame de la misma forma que tú lo amas a él. – Kevin le sonrió. Nathan a veces tenía razón, pero cuando se trataba de Eddward, no podía escucharlo, se negaba rotundamente a olvidarse de él.

Del otro lado de la ciudad, en el aeropuerto, específicamente, un muchacho de 19 años bajaba de un avión. Caminaba muy seguro, y sonriente. Con una mano, cargaba una maleta azul, y en la otra, su inseparable bastón, ese que le mostraba el camino pese a su nula visión. Uno de sus mejores amigos, Ed, iba a casarse. No podía faltar a la boda, y por supuesto, anhelaba volver a ver a quien fue, su primer amor: Kevin Graells.

Cuando lo conoció, tenía 16, se sentía un niño a su lado, por eso no tuvo el valor de confesar sus sentimientos antes de irse. Pero como lo prometió, había regresado. No sabía si Kevin lo esperaba, o si había olvidado la promesa que le hizo, pero Eddward iba a cumplirla. Un enorme vigor invadió sus sentidos, al sentirse en casa de nuevo. Cada vez más cerca de Kevin. Recordaba su voz ronca, su risa, la suavidad de sus manos, su aroma. Ansiaba volver a tenerlo cerca.

—¡Doble D! – Lo llamó una voz muy conocida.

—¿Eddy? – Preguntó girando su cabeza hacia donde venía la voz. Sonrió ampliamente.

—¡Demonios! ¿Cómo lo sabes?

—No podría olvidar tu voz, amigo. – Contestó con alegría.

—¿Cómo estas Doble D? – Le preguntó otra voz.

—¡Ed! ¡También viniste a recogerme! – Extendió su mano y sus amigos lo abrazaron.

—Por supuesto.

—¿Cómo estuvo tu viaje? – Quiso saber Eddy.

—Muy bien, gracias. Estoy muy feliz de regresar. Muchas felicidades amigo.

—Muchas gracias Doble D.

—Siempre supe que te casarías con May.

—Y siempre me lo dijiste. Me diste buena suerte amigo.

—Y Eddy terminará casado con Lee. – Dijo riendo.

—Eso nunca va a suceder Doble D.

—No digas nunca.

—Las cosas han cambiado un poco Doble D. ¿Te quedarás? – Preguntó Ed.

—Es el plan. Mi abuela me alcanzará en un par de días, les manda muchos saludos chicos, se disculpa por no poder venir a tu boda Ed.

—No importa. Espero verla pronto de todos modos.

—Lo harás.

—Genial, vayamos a casa de Ed, tienes mucho que contarnos, déjame ayudarte con esto. – Le dijo Eddy mientras cargaba su maleta.

—Gracias, pero ¿podemos ir antes a un lugar? – Ed y Eddy lo miraron con curiosidad...

—Creo que sé perfectamente a donde quieres ir. – Dijo Eddy sonriendo.

Los Eds, se conocieron cuando Eddward se mudó al vecindario. Tenía diez, y acababa de perder su vista. Ed y Eddy tenían quince y trece, respectivamente, y lo cuidaron desde entonces. La abuela de Eddward estaba agradecida con ellos, y siempre los trató como sus propios nietos.

Eddward había recibido su herencia, y de vez en cuando los contactaba por teléfono, fue una de esas ocasiones, en que lo invitaron a la boda de Ed. Se sintió muy feliz, y aceptó encantado.

Si nunca se puso en contacto con Kevin, fue por miedo, además de que no quería mantenerlo atado, lo dejó vivir su vida, creyendo que se olvidaría de él.

Por otro lado, Kevin caminaba por la playa, como casi cada día, pensando en las palabras de su amigo. Tal vez, solo tal vez, pudiera tener razón. Probablemente, Eddward ya se había olvidado de él. Cada uno tenía su vida ahora.

Ambos creyeron que el otro había seguido su camino, y trataron de hacer lo mismo. Pero el corazón quiere lo que el corazón quiere.

Llegó hasta la veja escuela de música, no había entrado desde que Eddward se fue, pues le traía tantos recuerdos y no podía evitar deprimirse. Esa vez fue distinto, entró al lugar, que ahora estaba en desuso, pues se mudaron a un lugar más grande y dejaron mucho mobiliario en mal estado.

Lleno de polvo, oscuro y con un ambiente tétrico, parecía una casa encantada. Kevin caminó por el pasillo, recordado la melodía que Eddward tocaba, y para su sorpresa, el viejo piano, estaba ahí.

Se sentó, levantó la tapa que cubría las teclas y estornudó por el polvo que se elevó por el aire. Tocó un par de teclas, el piano estaba muy desafinado. Cerró sus ojos, tratando de recordar algunos acordes, y así lo hizo. Tocó con torpeza la melodía de Eddward, pero no se escuchaba bien por el mal estado del instrumento.

Eddward caminaba por la playa acompañado de sus amigos, quiso dar un paseo antes de dormir. Sentía mucha paz, extrañaba el olor de la sal, y sentir la arena bajo sus pies descalzos. A pesar del ruido de las olas y el relajo de la gente, pudo escuchar a lo lejos, un piano, pues su oído estaba más desarrollado que sus otros sentidos, por obvia razón. Supo por sus amigos, que la escuela estaba abandonada, por lo que su curiosidad aumentó al escuchar una melodía, que reconoció de inmediato. Se alejó despacio.

—¿Doble D? – Lo llamó Eddy, pero fue ignorado. —Oye ¿A dónde vas? – Quiso seguirlo, pero fue detenido por Ed.

—No te preocupes por él. Lo esperaremos aquí. – Ed y Eddy lo vieron alejarse, hasta la vieja escuela.

Kevin siguió tocando, cada vez mejor, incluso el piano comenzaba a escucharse un poco más suave. Tocó esa canción de memoria, con algunos errores, pero se sintió feliz de recordarla. Pudo tocarla completa, al fin y al cabo, estaba en sus recuerdos.

Unos aplausos lo sorprendieron. Fue tal su impresión que se cayó del banco asustadísimo. Sus ojos se fijaron en una silueta en la puerta, era claramente un muchacho, que había dejado de aplaudir cuando escuchó la estrepitosa caída.

—Discúlpame, no quise asustarte. – Le dijo con amabilidad.

—¿E... Eddward? – Preguntó Kevin mientras se levantaba del suelo.

—Kevin. – Contestó con la voz quebrada. —Sí eres tú.

—¡Eddward! – Kevin corrió y se abalanzó sobre Edd. Lo abrazó con fuerza, y su llanto salió. Se reencontraron sin esperarlo, no podían creerlo, ahí estaban de nuevo, en el mismo lugar que se conocieron. —Mi Eddward... mi niño, no puedo creer que estés aquí. – Le dijo al oído mientras acariciaba su cabello.

—Kevin... – Edd comenzó a llorar de felicidad. Su corazón se sentía cálido, y muy tranquilo, estaba en los brazos de Kevin, sin poder asimilarlo. —Estabas pensando en mí.

—Todo el tiempo estoy pensando en ti. – Kevin tomó su rostro entre sus manos, limpió las lágrimas de Edd con sus pulgares. —Siempre. Desde que te fuiste. Te he esperado cada día.

—¿De verdad? – Edd posó sus manos sobre las de Kevin. Mirando a la nada...

—Por supuesto.

—Perdóname por tardar tanto Kevin... yo quise que fuera lo más pronto posible, pero el proceso fue tardado. Perdón.

—No importa. Sabía que regresarías, lo sabía mi amor... —Antes que Edd pudiera decir algo, Kevin acortó la poca distancia entre sus rostros.

Fue esa necesidad de ser, juntos, el mismo ser, el imán que los atrajo. Sus bocas, sin que los ojos parpadearan más, se atrajeron con la naturalidad misma de la esencia de lo que eran los dos. Los labios, en la quietud de la oscuridad, en la empatía del dolor por la ausencia, en esa habitación que fue cuna del calor más abrasador, se rozaron. Sí, se rozaron, y las respiraciones se suscitaron, a partir del roce, con dificultad. Un punto de quiebre, así lo sintieron, así no fueron capaces de pensarlo, porque los corazones no quisieron hacerlo. El roce se extendió; no quisieron ni pudieron evitarlo.

Mas un obvio instante de duda, culpable la contaminación moral de la influenciable mente del ser, detuvo los cuerpos. Al segundo, Kevin, subyugado por la necesidad, estrechó más a Eddward, y el último, contagiado por el calor, por la boca hacía unos momentos rozada, sobre todo contagiado por el aroma de la suave piel que tiembla por sentirlo, se dejó hacer.

Los labios comenzaron una danza lenta, mitad dulce, mitad erótica (la vida misma lo es). La razón los dejó solos en la intimidad de sus roces, que, aunque llamados amor, eran mucho, mucho más.

Kevin y Eddward, respiraciones desordenadas, labios rojos e hinchados, lenguas entusiastas, con vida propia, se besaron, los dos igualmente salvados, jamás perdidos, en el milagro de su unión. Kevin, desde siempre portador de más carácter que el otro, dominó y demandó todo. Sus labios, quizá más expertos, bailaron con pasión sobre los de Edd, quien, unos roces más adelante, logró hacer suyo el ritmo demarcado por el mayor.

Sin cesar ni por un momento, en sus gargantas resonaron especies de jadeos, de gemidos, que parecían serlo, pero, a lo mejor, no lo fueron. Al fin estaban descubriendo la raíz de su nexo: se amaban más allá de la razón, incluso más allá de sus corazones. Se amaban porque compartían el alma.

No tuvieron que decir una sola palabra después de tan mágico momento. Las palabras sobraban. Por eso resultó natural, porque el amor es necesidad, compromiso, la más vehemente honestidad. Ese fue el lazo que los ató, empezaron a entenderlo: el lazo de la armonía que les inspiró su unión.

Kevin y Eddward, estaban destinados a ser, uno mismo, a pesar del tiempo, a pesar de la distancia.

La boda de Edward Hill, y May Kanker, llegó. Algunos invitados en un enorme jardín, esperaban ansiosos la llegada de la novia.

Edd era mejor amigo de Ed, y Eddy. Kevin era mejor amigo de Marie, y conocía a May y Lee. Que los amigos de los novios fueran ellos mismos, los hizo reír, el destino funciona de forma misteriosamente bella.

Kevin no se separó en toda la noche de Edd, si había alguien que irradiaba más luz que los mismos novios, eran ellos.

Nathan se dio cuenta que ese amor, era real. Se alegró demasiado por Kevin, lo miraba con mucho orgullo. Su vista hizo contacto con los ojos de un chico que miraba a Edd. Eddy, el amigo del novio, a quien no había notado. Ambos giraron la cabeza avergonzados, quien sabe por qué.

Fue una linda noche para todos.

Días después, Kevin llevó a Eddward a conocer a sus padres. Fueron muy atentos con él, y le dieron la bienvenida a la familia. Mientras Kevin siguiera así de feliz, los apoyarían incondicionalmente.

Cenaron juntos, tenían tres años sin verse, y querían aprovechar el tiempo juntos. Eddward le había contado a Kevin lo que pasó en esos tres años. Heredó la pequeña casa de campo de sus padres, y vivió con su abuela ese tiempo. Estudió música, tocaba varios instrumentos y cantaba como los ángeles. Quiso regresar a esa playa, por supuesto, y ahora que era más independiente, quiso rehacer su vida, o mejor dicho, retomarla.

Eddward se estaba quedando en el apartamento de Kevin, después de mucha insistencia por parte de este. Cocinaban, escuchaban música y retomaron sus paseos por la playa.

Una tarde, estaban sentados cerca del muelle, disfrutando de la brisa marina, comían helados y hablaban animadamente.

—Kevin, tengo algo que decirte.

—Si me dices que te vas, olvídalo. No pienso darte permiso, niño tonto.

—No podría dejarte otra vez Kevin. – Dijo sonriendo. —¿Y a que te refieres con darme permiso?

—Pues eso. Eres mío Edd.

—Completamente. ¿Y tu eres mío?

—Siempre he sido tuyo bebé. Y siempre lo seré.

—Supongo que es un trato justo. Entonces yo tampoco te doy permiso de irte.

—Lo que tú, ordenes. – Dijo al momento de besar sus labios. —Entonces, ¿Qué ibas a decirme?

—¡Ah si! Tengo una cita con un oftalmólogo. También por eso estoy aquí.

—¿Oftalmólogo?

—Es el médico de los ojos tonto.

—¿Vas a operarte? – Preguntó Kevin exaltado.

—Así es. Estoy en lista de espera aún, primero van a hacerme un examen para saber si soy candidato.

—¿Estás seguro?

—Noto miedo en tu voz ¿Qué ocurre Kevin?

—Nada, es solo que me sorprendiste.

—También tengo miedo. – Le dijo tomando su mano, al parecer sabía a la perfección el sentir de Kevin. —Pero al mismo tiempo, estoy ansioso de volver a ver. Espero ser apto para la operación, no sabes lo mucho que me emociona el solo pensarlo.

—Espero que así sea mi niño, si eso te hace feliz yo por supuesto que te apoyo.

—Muchas gracias Kevin. Te amo. – Eddward le sonrió apenado, y Kevin casi se atraganta por la inocente confesión. Dos simples palabras que causaron un enorme impacto en sus emociones.

—Yo te amo mucho más. – Ambos felices, llenos, almas unidas. No pudieron evitar sentir miedo, pues un camino difícil les esperaba. Pero su amor, podría con cualquier batalla.

Así fue. Eddward resultó apto para la cirugía. Le realizarían un trasplante de córneas, y eso lo alegró mucho. Kevin estaba muy feliz también, no dejaba de hablar sobre las cosas que le mostraría apenas salieran del hospital.

Edd le explicó, que pasarían meses antes de que pudiera ver con claridad, tendrían que tener paciencia.

Una semana antes de la cirugía, y ya estaban muy nerviosos. Eddward estaba demasiado consentido por Kevin, quien lo cuidaba con devoción propia hacia un mismísimo ser superior. Esa noche, ambos en la cama, hablaban sobre el gran día.

—Tengo algo de miedo Kevin.

—No temas. Todo va a salir bien.

—¿Y que tal si mi cuerpo no acepta las córneas?

—No seas pesimista bebé. Es natural que estés nervioso, pero piensa en la nueva vida que tendrás.

—Lo hago, siempre imagino lo mucho que cambiarán las cosas, pero será un poco difícil.

—Yo estaré a tu lado siempre, para apoyarte en todo. Muero de ganas de mostrarte el mundo mi amor. – Besó su mano.

—Yo muero de ganas de conocer tu rostro. – Besó la de él.

—Ok, ahora yo tengo miedo.

—¿Por qué?

—¿Qué tal si no te gusto? – Preguntó con timidez. Eddward apretó su mano y le sonrió.

—Eres un tonto. Yo estoy enamorado de tu alma. ¿Crees que el físico es importante?

—Bien, tú eres el niño más hermoso del mundo. Por eso lo dices.

—Tonto. – Le dijo Eddward completamente sonrojado. —No sé como luzco, tengo mi recuerdo de un niño de diez años con dientes separados. Algo escuálido y pálido. Todo un galán. – Le dijo con sarcasmo, y Kevin no pudo evitar reír.

—Déjame describirte. – Kevin se incorporó y giró su torso hacia Edd, que yacía boca arriba sobre la cama. —Tienes los ojos azules más hermosos que haya visto, brillan como un universo en el cuál me quisiera perder.

—Kevin...

—Tu carita tan blanca y tersa, tan suave. – Dijo mientras delineaba su rostro con el dedo índice. —Tus labios róseos, tan apetecibles. – Kevin lo besó, lentamente. —Tu cuello... soy adicto a su olor. – Kevin rozó sus labios causando un escalofrío en el menor. —Tu piel. – Introdujo una mano bajo su camisa, levantándola poco a poco sin dejar de susurrar en su oído. —Todo tu ser. Me encantas niño. —Eddward tuvo que contenerse para no gemir, al sentir los labios de Kevin recorriendo sus clavículas. —Demonios... – Kevin se detuvo de golpe, y se incorporó. Edd sintió que se alejaba, y se extrañó.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—¿Seguro? ¿Estás bien?

—Lo estoy. Disculpa que me haya emocionado. – Dijo con notable culpa. Edd entonces, supo que su amado se estaba conteniendo. Se sentó, y abrazó sus rodillas.

—¿Sabes? – Le dijo Edd. —Yo siempre me he imaginado contigo.

—¿Cómo? – Indagó.

—Pues... eso, siempre me he imaginado contigo. De ESA forma. ¿Está mal que lo haga? – Preguntó de forma inocente, casi infantil. Kevin no daba crédito a lo que acaba de escuchar, Eddward, ¿también lo deseaba? Increíblemente, no se había puesto a pensar en esa posibilidad. Creía que estaba enamorado, sí, pero no imaginaba que lo deseara de forma física. Le encantó.

—No está mal Edd. Es solo que, no pensé que querías hacerlo.

—¿Por qué no?

—No lo sé, es que eres tan inocente... creí que solo harías por amor.

—Claro que es por amor Kevin. Pero también es por... tú sabes.

—¿Deseo? – Eddward asintió, sonrojado hasta la raíz de los cabellos. Kevin tosió avergonzado. —Siempre que pensaba en el momento, solo imaginaba dándote amor, expresándolo. Solo amor, pensar en lo otro me hacía sentir mal.

—Kevin tú, ¿me deseas? – preguntó con un intenso rubor, el cual, enloqueció a Kevin.

—Sí. – confesó. —Tanto, de una manera tan loca, que siento que te ensucio con solo mirarte.

—Pero ¿Por qué?

—Porque temo hacerte daño, asustarte. Porque eres tan puro y perfecto, que no quiero corromperte. Siento que, si te toco, si te lo hago, lo arruinaría. Temo ensuciarte.

—¿A qué te refieres?

—Siento que no te merezco Eddward.

—Vaya que eres tonto. – Le dijo con burla. Kevin lo miró confundido. —Me consideras perfecto, pero no lo soy, al hacerlo me prejuzgas. Es tanto tu miedo de no ser suficiente para mí, que, al tratar de ser perfecto, dejarías de ser tú. Y yo te amo a ti, quiero estar contigo, Kevin Graellls. – Edd gateó hasta la orilla de la cama, y tomó las manos de Kevin, que se encontraba de pie frente a él. —No quiero que me visualices por encima de ti, no me idealices así.

—¡Pero si eres perfecto! – Exclamó con total sinceridad. —¿Cómo podría verte como un igual? ¡No puedo! Me vuelves loco Eddward, me fascinas ¿Cómo hago para no idealizarte más?

—Kevin no hay nadie mejor que tú, para mí. ¿Preferirías que alguien más me lo hiciera?

—¡Eso nunca! – Lo besó, lo abrazó. —Eres mío Edd. Mío.

—¿Kevin?

—Dime.

—Aún no soy completamente tuyo. ¿Podrías hacerlo? Por favor. – Pidió en susurros, y Kevin se volvió loco de felicidad.

Besos lentos pero muy apasionados. Se recostaron en la cama, Kevin sobre Edd, acariciando por debajo de la ropa, su suave piel. Lentamente, esa estorbosa camisa, fue retirada, para terminar tirada en el suelo. Lo mismo pasó con la de Kevin.

Los besos se convirtieron en roces que aumentaron de intensidad, respiraciones agitadas intermedias. Kevin ni siquiera empezaba, y ya sabía que Eddward sería su más bella experiencia. No estaba dentro de él; se sentía dentro de él. Lo embestía sin hacerlo, con la ropa de por medio, y tocarlo era como penetrar al mismísimo infierno.

Kevin tuvo que detenerse un momento, para poder admirarlo, para asegurarse que no estaba soñando. Al contemplarlo, Kevin vio al cielo de cristal. Era la criatura más espléndida, una tan imponente como frágil, tan majestuosa e infinita. Tan dañina para la razón de él por la belleza que ostentaba. Era todo cuanto siempre había soñado.

—Eres hermoso. —aseguró atravesado por la emoción, como un pintor ante su obra maestra. Y él no era suyo, pero quería imaginarse que, por un instante, lo era—. ¿Cómo hago para soportarlo?

—Únete a mí, amor. – Era tiempo. Estaban listos. Estaban deseándolo.

Ni estando frente a frente, Kevin pudo dar crédito a lo que veía. No pudo dar crédito, a lo que sentía. Su piel, sus ojos, su cabello, su pecho, su sexo, sus piernas. Edd era una droga y quería inyectársela. Era un vicio en el cual ansiaba caer y no salir jamás. Sin más palabras para continuar halagándolo en lo profundo de sus emociones, lo hizo con besos. Al estrecharlo contra su cuerpo, los dos igualmente desnudos, iguales en las carencias que delataban y en nada más, supo que esta vez tenía que salir bien, que tenía que amarlo, que tenía que ser más maduro, que tenía que luchar. Nunca en su vida, había sentido tan genuina felicidad y plenitud.

El amor lleva al idealismo; el idealismo, a la perpetuidad. Se besaron, se apretaron y la cama los recibió. Los labios de Kevin viajaron, viajaron, hasta alcanzar lo más recóndito. Gruñó al aventurar besos entre las piernas de Edd, incapaz de hablar, de pensar; sabiendo que la única manera de rendir tributo a su majestuosidad era haciéndolo delirar. Y lo besó con los labios, con los dientes, con la lengua, todo entre las dos piernas, escuchando los suspiros como si éstos formaran la más imponente melodía, una verdadera obra maestra. Los besos prepararon el camino que quería recorrer sin causarle dolor a él. Estaba listo, al fin. Kevin deliró, a causa de la felicidad.

Una luz azul parecía iluminarlos, aun cuando era la oscuridad, la penumbra que les impedía mirarse, la protagonista de su encuentro. ¿Qué simbolizaba esa oscuridad? Para Edd, que nunca lo miraba, era el simple sentir, como cada día, excepto que ahora, esas sensaciones eran completamente nuevas. Se sentía unido a él. Para Kevin, el no saber qué gesto protagonizaba el goce del otro, el necesario recordatorio: mirarlo sería como aceptar que estaban separados en dos cuerpos. Sería aceptar que no eran uno, cuando bien sabía que lo eran. Eran uno solo. ¿Para qué mirar, si los sentimientos son cuerpos abstractos a en el alma? ¿Para qué mirar, si aquello que es fundamental y transcendental no existe sino en nuestro interior?

Edd, al sentir cómo Kevin tomó su cadera con las manos, para subirla, para posicionarla adecuadamente, tiritó de miedo. Y la confianza ciega (vaya la redundancia) en él lo calmó, en realidad. Esa confianza abrazó su alma y ya nada fue igual. Cerró fuertemente su boca, aguardando. Escuchó el cajón de la mesa de luz, escuchó un sonido, como de plástico, como de una tapa. Escuchó el respirar entrecortado de Kevin. Fue ese hipnótico respirar aquella musa erótica que provocó que sus caderas se levantaran más. Entendió que no sabía lo que estaba haciendo, que el deseo lo subyugaba, lo abusó de todas las formas posibles; ya no tenía forma de que eso le importara. No le interesaba, porque al carajo todo. Quería que Kevin le hiciese cuanto deseaba. Lo imploraba.

—Hazlo, Kevin. — Pidió suplicante. Quería llegar al límite de lo que los dos eran. Quería aceptar que era esa la cúspide de las sendas clases de amor que los unían tan profundamente. Quería hacerlo con Kevin. Quería pertenecerle. Quería ser lo más esencial e irremplazable para él. Y lo era.

Kevin lo invadió, sacándolo de sus pensamientos. Embistió, temblando en su interior. Humedeciendo todo a su paso. Un quejido de Edd detuvo el trabajo del deleitado Kevin.

—¿Duele...?

—U-Un poco...

—Tranquilo, ya pasará... —Estrujó las sábanas; sentía que penetraba al cielo, no al infierno, y que era el cielo aquello que lo engullía. Cerró los ojos y se mordió el labio al moverse dentro y fuera. Contuvo un insulto de salvaje regocijo y gruñó para compensar. Vio al sol al final del cielo y supo que allí debía llegar. Se apuró, aceleró. —¿Duele...?

—No...

—¿Te gusta...?

—S-Sí.

Apretó los dientes, estrujó más las sábanas; se moría, se desintegraba. Aceleró con miedo no de dañarlo, pues él era imbatible, sino por él, por la cercanía de la muerte. Unas manos empujaron sus caderas, entonces, tan temblorosas como su dueño y como él, que terminó mirando la pared lateral del cuarto, la ventana, el esbozo de un reflejo. Era Edd, con su calor, con su belleza, con su hermoso cuerpo, quien se lo hacía a él.

—¿Duele...?

—No. Ya no...

—¿Puedo hacerlo más fuerte...?

—Por... favor.

A la velocidad la acompañó la fuerza, así. Las caderas chocaban, vehementes; colisionaban la una contra la otra ávidas del vicio monstruoso, hermoso por ser sincero y compartido, de la unión que se suscitaba entre sus cuerpos. Kevin lo veía a los ojos: las lágrimas lo surcaban completo.

—Lloras...

—Tú también... —Dijo Edd, al acariciar la mejilla de Kevin. Apretaron sus frentes, se besaron, sollozaron. Sonreían.

—¿Te duele...?

—Estoy feliz... — Rieron. Él también lo estaba. Aferrados con una mano al rostro del otro, no hubo más por decir en la opacidad que las lágrimas sentenciaron.

La playa escuchó gritos, súplicas, la melodía de dos amantes hechos a la medida del otro, equilibrados en la misma clase de pasión, descubriéndose en la plenitud de lo que juntos podían desatar. Al mirarlo a los ojos, Kevin perdió el control. Lloró al ver, en las lágrimas de Edd, la aprobación. Serían lo que quisieran. Harían lo que quisieran. Disfrutarían su intimidad como quisieran, pues desear al otro no era monstruoso; era una forma más cruda, más desgarradora, de amar.

Al terminar entre gritos, yacieron unidos todo cuanto pudieron.

—¿Estás bien?

—Sí, Kevin... —Lloraron juntos una vez más, tan satisfechos como emocionados por tan plena consumación. Al mirarlo en total fijeza, Kevin ya no recordaba a nada, a nadie; sólo en el presente podía y deseaba yacer. Sobre él. Debajo de él. Dentro de él. Siempre.

El día de la cirugía llegó. En la sala de espera, Kevin, acompañado de Eddy y Nathan, (que por cierto no dejaban de mirarse) no podía dejar de temblar de los nervios.

—¿Podrías calmarte? – Pidió Eddy exaltado. —Me pones nervioso también.

—No puedo evitarlo. ¿Cómo podría tomarlo con calma?

—Kev, no tengas miedo, tu bebé va a salir bien de la cirugía. – Le dijo Nathan con total tranquilidad.

—Eso lo sé, pero me siento ansioso. Este es el momento más importante en la vida de mi Eddward.

—Y que lo digas. Doble D no ha dejado de hablar sobre lo que hará cuando recupere la vista. – Dijo Eddy. —Me siento muy feliz por mi amigo, en verdad espero que todo salga bien.

—Gracias por preocuparte por él, Eddy. Gracias por estar aquí.

—Ni lo menciones. Es mi mejor amigo, yo siempre lo he protegido.

—Ya no será necesario.

— Ed lamenta no estar presente, pero está de luna de miel aún. Y por cierto, el que sea tu novio no significa que voy a dejar de cuidarlo. Hazle algo y te juro que te mato.

—¡Vaya! Es obstinado el chiquitín ¿eh? – Se burló Nathan, sonrojando a Eddy.

—Yo nunca le haría nada idiota. Moriría por él, sin pensarlo. – Nathan y Eddy lo miraron conmovidos. Estaba clarísimo, lo amaba profundamente.

—Tampoco creo que eso sea necesario. – Habló Nathan. —Pero, debo decir que me dan algo de envidia.

—¿A que te refieres?

—Se aman Kev. Lo esperaste tres años, y él nunca se olvidó de ti. Me gustaría encontrar a alguien que me quiera la mitad que Doble D te quiere a ti. – Nathan sonrió con melancolía. Miró a Eddy, que se sonrojó aún más y cortó el contacto visual.

—Tal vez esté más cerca de lo que crees, Nat. – Dijo Kevin.

El cirujano llegó a la sala de espera, y los tres lo miraron nerviosos.

—¿Cómo salió todo? – Indagó Kevin.

—Fue un éxito total. Todo salió muy bien. – Dijo sonriente. Kevin juntó sus manos agradecido, exhalando con tranquilidad. —Eddward está descansando ahora, mañana le quitaremos los vendajes, y podrá irse a casa.

—No sabe como se lo agradezco. Gracias... gracias. – Exclamó Kevin con tranquilidad, estrechando la mano del doctor.

—Solo hice mi trabajo.

—¿Podemos verlo? – Preguntó Nathan.

—Está dormido aún.

—Creo que mejor lo dejamos descansar. – Dijo Eddy. —Podremos verlo mañana que le quiten los vendajes. ¡Y él podrá vernos a nosotros!

—Yo me quedaré. – Dijo Kevin con firmeza. —Quiero estar al pendiente de todo.

—¿Seguro? No le pasará nada, hay enfermeras a su disposición...

—Olvídalo Eddy. Cuando se trata de su nene, Kevin no entiende de razones. – Habló Nathan, sonrojando a Kevin. —Mantennos al tanto.

—Lo haré. Gracias por venir chicos.

—Cuídalo Kevin. – Se despidió Eddy. Nathan lo miró alejarse, y Kevin le dio un leve empujón.

—¡E-espera! ¡Eddy! – Lo llamó mientras avanzaba corriendo hacia él. —¿Vamos juntos a casa? – Pidió con una enorme y galante sonrisa.

—¿Ah? Sí... claro, ¿Por qué no? – Contestó tratando de fingir indiferencia. Pero un ligero rubor adornó sus mejillas. Caminaron juntos...

Kevin por su parte, pidió quedarse en la habitación de Edd. Durmió ahí, en un sofá, admirando a su pequeño ángel, ansioso por mirarlo a los ojos, y no solo reflejarse en ellos, si no, ser visto por éstos.

La noche pasó muy lenta para Kevin. El reloj marcaba las 10:00 am, y el corazón de Kevin palpitaba más fuerte que nunca. Eddward estaba sentado en la orilla de su cama, relajado, pero al mismo tiempo nervioso. El doctor quitaba las vendas alrededor de su cráneo, con calma. Cuando por fin las quito todas, dos parches cubrían los ojos de Edd, le hizo señas a Kevin para que tomara su mano. Kevin obedeció, brindándole apoyo.

—Escucha Eddward. – Lo llamó el doctor. —Voy a quitarte los parches, y tú vas a abrir tus párpados ¿de acuerdo?

—De a-acuerdo. – Contestó con la voz temblorosa. Kevin apretó su mano con suavidad.

—Si sientes dolor, o alguna incomodidad, no dudes en decirlo. ¿Listo?

—No.

—Todo va a salir bien mi amor. Aquí estoy.

—Gracias Kevin. – Eddward inhaló profundamente. —Prosiga por favor doctor.

Los parches fueron lentamente desprendidos. Los párpados de Edd temblaban, y con mucho esfuerzo, los abrió, con miedo, muy lentamente. Por primera vez, en mucho tiempo, Edd vio la luz. Una figura muy borrosa, tomó forma frente a él. Era una persona.... un hombre, joven. No apreciaba sus facciones, no enfocaba en realidad, era como ver una imagen bajo el agua. Pero Edd, no había visto más que oscuridad en nueve años, por lo que su emoción y su felicidad, no pudieron contenerse. Sus lágrimas brotaron.

—Hola Eddward. – Lo saludó Kevin. No podía creerlo. Edd respiraba agitadamente y sonreía, al mismo tiempo que lloraba.

—¿Kevin? ¿Eres tú?

—¿Puedes verme?

—Sí... yo, veo, veo los colores. —Susurró emocionado, extendiendo sus manos hacia los hombros de Kevin. Ambos lloraron, extasiados de felicidad. El doctor no quiso interrumpir su momento, ¿Cómo hacerlo? El pequeño estaba conociendo al amor de su vida, era un momento sumamente especial en la vida de ambos. Conmovido, por ser testigo de tan hermoso momento, sonrió más que satisfecho. —Puedo verte... ¡puedo verte! – Exclamó con lágrimas de felicidad. Kevin lo abrazó, susurrando en su oído lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo admiraba e idolatraba. —Muchas gracias Doctor... es usted un ángel.

Eddward, para mí es un placer poder cambiar la vida de las personas. Este es el inicio de tu nueva vida.

—Gracias totales. – Le dijo Kevin.

Fue cuestión de un par de meses, para que Edd pudiera ver con claridad. Aunque al principio fue algo difícil la perspectiva de las cosas, la profundidad de los espacios, las dimensiones y las distancias, lo pudo recordar poco a poco.

Kevin tuvo toda la paciencia del mundo para mostrarle de nuevo el mundo. Vio por fin a sus seres queridos, a quienes solo conocía por la textura de la piel y la geografía táctil de sus rostros. Pudo deleitarse contemplando el atardecer; disfrutando de los paisajes montañosos, de las nubes, del inmenso mar y veía por fin el Sol, la Luna y las estrellas, otra vez. A veces cerraba sus ojos, para hacer las cosas como, por ejemplo, tocar el piano.

Sus amigos, le parecieron tan diferentes a como los imaginaba; Eddy era adorable, y siempre lo imaginó con facciones toscas, Y Ed, era muy masculino, y siempre lo imaginó como un sujeto inofensivo. Su amiga Marie era aun mas linda de lo que imaginaba, pues por su actitud, siempre la visualizó como una chica varonil y hasta algo fea, pero nada de eso. Se conoció a sí mismo, no era muy distinto a cuando era niño, su rostro era infantil, su sonrisa era pareja, y su piel, tenía algunos lunares. Estaba aprendiendo a quererse.

Y Kevin... que decir de su amado. Era el ser más atractivo a sus ojos. Amaba su sonrisa, y los hoyuelos que se formaban en sus mejillas. Sus ojos verdes que brillaban cuando lo contemplaba directamente y esas cejas y pestañas rojizas. Tenía pecas, 127. Edd las contó con devoción, pues quería conocer su rostro a la perfección. Amaba su cabello pelirrojo, lo hacía lucir tan especial. Sus labios, delgados, adornaban su sonrisa. Y su cuerpo... para él, era tan perfecto. Había dicho que el físico no era importante, y no había cambiado de opinión, pero quedó perplejo al conocerlo. Para Edd, no había hombre más atractivo que su Kevin.

Eddward vivía con él desde entonces. Estudiaba música, matemáticas y astronomía. Su gusto por los números y las estrellas, le quitaban su tiempo. Kevin trabajaba, no quería que Edd dejara de disfrutar su nueva vida, se aseguraba de que fuera buena, plena.

Una tarde, ambos paseaban por la playa, contemplando las últimas luces que diáfanamente se perdían por el cielo, resplandores lejanos que viajaban al horizonte y daban paso a pequeños destellos de apartadas estrellas, siendo solamente superadas por la luz reflejada en el astro lunar, aparentemente inmóvil pero siempre cambiante. Era una típica noche otoñal, donde embravecidas olas rompían con fuerza contra las rocas. La luna resplandecía con visos lechosos, bailando sobre las ondas e iluminando la blanca arena que cubría sus pies descalzos.

Eddward, sujetaba una linterna de papel, igual que cuando era un niño. Kevin lo miró a los ojos, y le sonrió embelesado, tocando sus mejillas con la yema de sus dedos. Lo amaba mucho. Mucho.

—¿Listo?

—¡Estoy ansioso! – Exclamó Edd, dando saltitos, como un niño pequeño. Kevin encendió la parafina, y los ojos de ambos brillaron ante la pequeña llama. Sus rostros resplandecieron.

Algo, una especie de magia pareció envolverlos: fue el dejarse llevar, la confianza que habían ganado el uno con el otro, la comodidad que sentían al estar juntos.

Eddward elevó sus brazos, soltando la linterna. Lo descubrió en su corazón; era feliz. Él y él, entendiéndose perfectamente, aprendiendo juntos cuántas posibilidades existían para sus corazones, almas y cuerpos. La unión de los dos sería siempre, la verdadera felicidad.

—Recuerdo que dijiste, que te gustaba imaginar que se convertían en estrellas. – Dijo Kevin a sus espaldas.

—Tenía imaginación. Ahora sé que no es posible. – Contestó sin perder de vista la linterna.

—Imaginemos que sí. – Susurró con la voz temblorosa.

Una melodía comenzó. Una caja musical, que tocaba la canción de Edd quién giró sonriente y curioso, buscando a Kevin, bajó su mirada y ahí estaba; arrodillado. A sus pies, estaba la caja.

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Kevin sostenía una sortija, era el significado del propio amor que se tenían. No pudo evitar llorar.

Eddward, ¿Quieres casarte conmigo? – Aguardó en la misma posición por varios minutos sin hacer un solo movimiento, sencillamente permanecía estático, esperando algo que aún no comprendía pero que, aun luchando contra toda lógica, estaba ahí, tan presente como irracional.

—Si... ¡Si quiero Kevin! – Gritó extasiado de felicidad.

Kevin se puso de pie, recordando con vivida ilusión, el día que Edd le prometió regresar. Al igual que en aquel entonces, juró por ese día y siempre, el intenso amor que sentía por él.

—Me haces el hombre más feliz del mundo Edd. – Kevin sonreía con el rostro iluminado.

—No. Yo soy el más feliz del mundo mi amor. – Se besaron con ternura, lloraban y reían.

—Te prometo que siempre estaremos juntos. – Juró con firmeza mientras le colocaba la sortija que portaba en sus temblorosas manos, y las que, a partir de ese instante, jamás volverían a estar separadas una de la otra.

El resonar de las olas anunciaba que la hora se había cumplido. En la playa, un pequeño grupo de personas, esperaban ansiosamente, la unión de dos almas enamoradas. El largo pasillo estaba decorado por rosas blancas que combinaban a la perfección con la arena que pronto recibirían al hermoso ángel una vez hiciera acto de presencia para su recorrido hasta el altar.

Kevin desfiló su mirada verde entre los invitados ahí presentes. Observó a sus padres y esos semblantes tan llenos de aprobación y deseos de ver en lo que se convertiría su vida de ahora en adelante... cerró sus ojos con notorio miedo. Continuó hasta ver a su mejor amigo. Los dos eran físicamente semejantes con excepción de ese color de cabello tan peculiar. Su apoyo, le brindaba calma. Su amiga Marie, quien indirectamente fue causante de que naciera la amistad entre él y su ahora prometido.

Ed no dejaba de limpiar sus lágrimas, sabía que no había sentimiento más hermoso que el amor. Eddy sonreía con gusto, sabía que Eddward estaba en manos del amor de su vida. Absolutamente todos, se sentían contagiados de la felicidad de la pareja.

Eddward, llegó, sonriente, al fin. Todo el mundo lo miró, Kevin lo contemplaba con total devoción. Su caminar era torpe e inestable, no estaba seguro de cuanto tiempo sus piernas soportarían el peso de su cuerpo, antes de colapsarse. Sentía tanta felicidad e ilusión, que contagiaba a todo aquel que lo miraba. Su corazón enloqueció con solo mirar a Kevin, lo amaba, lo necesitaba tanto como el aire que se requería para la vida.

Ante los ojos de un grupo de personas, Kevin y Eddward, se unieron en sagrado matrimonio. La noche más feliz en la vida de ambos...

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El sonido de las olas lo trajo a la realidad. Eran ya las siete de la tarde y la oscuridad no se había hecho esperar, el crepúsculo había caído hacía 30 minutos, y el cielo estaba cubierto por un manto de pequeños destellos de luz, era el espectáculo más hermoso que la naturaleza podía brindar.

Le recordaba aquellos ojos celestemente cándidos, que denotaban una inocencia incuestionable en el chico que los poseía, con facilidad podían desvelar secretos profundos con solo clavárselos en la persona, no era posible sentirse invulnerable ante aquella mirada juguetona, pero a la vez enigmática.

En el cielo divisó las constelaciones que brillaban, algunas más que otras; particularmente le fascinaba el Cinturón de Orión, con sus tres estrellas eternamente alineadas, emitiendo su luz hacia todos los rincones del Universo. Difícilmente existiría persona que no gustara contemplarlas, asombrado ante la inmensidad del espacio y consciente del pequeño espacio que ocupa en el mundo.

Pero también en esas alejadas estrellas había algo que le recordaba a su amado, ese resplandor que tenía en los orbes cuando conversaba, reía, y en casos más extremos, lloraba.

Un jaloneo lo distrajo, bajó su vista, un pequeño de 6 años, cabello negro y ojos tan azules como el mar lo miraba fijamente, sonriendo. En sus manitas sujetaba una linterna de papel.

—Ayúdame con la linterna papá. – pidió el pequeño. El hombre sonrió.

—Sujétala bien Jim. – Kevin encendió la parafina. Los ojos del niño se iluminaron. En la linterna se leía Eddward Graells. (1986-2014).

Edd se había ido hacía 5 años, por una enfermedad del corazón, sufrió varios infartos, hasta que una mañana, no despertó. Kevin le lloró, todos los días. Pero tuvo que mantenerse fuerte, Jim, lo necesitaba.

Adoraba a Jim con toda su alma. Decidieron tener un hijo biológico, pero por obvia naturaleza, solo uno pudo utilizar su muestra, Edd cumplió su sueño de ser padre, antes de irse. Era su vivo retrato.

Dejaron ir la linterna. Kevin suspiró, Jim le traía felicidad, era la persona que más amaba. Muchas veces tuvo que afrentar duros reveses en su vida, pero siempre salió triunfante, con el alma purificada por la catarsis. Dio la vuelta. La sonrisa del niño, lo hizo sentir, de golpe, una indescriptible emoción de felicidad.

—Hay que irnos Jim. – Le dijo Kevin mientras caminaba.

—¿No recogeremos la linterna?

—¿Sabes que sería lindo? – Preguntó mientras se arrodillaba, para hablar frente a frente. —Dejar que la linterna vuele tan alto, hasta llegar al universo, y que se convierta en una estrella, la más pequeña.

—¿Crees que eso sea posible papá? – Preguntó con su mirada llena de ilusión.

—Imaginemos que sí. – Contestó Kevin sonriendo. Con mucha felicidad, Jim dio la vuelta, hacia el auto de su padre. Kevin suspiró profundamente, miró al cielo unos momentos, perdiendo de vista la linterna. —Nos veremos luego, Eddward. – Se despidió como cada vez que visitaba aquella playa, que poseía su más pura esencia. La vida los juntaría nuevamente, solo era cuestión de tener paciencia.

Ese pequeño ciego, había traído la luz a su vida, como un rayo de esperanza que lo motivaba a seguir adelante. El ser que amó con toda su alma, y que esperaba volver a ver algún día.

La linterna se elevó lo más que la atmósfera le permitió. Justo antes de incendiarse, fue por un momento, la estrella más pequeña del universo.

FIN.

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Este es sin duda, el final que más me ha gustado. Definitivamente, lo es.

Espero que les haya gustado mucho, les agradezco muchísimo su apoyo, no saben lo mucho que aprecio que se tomen la molestia de leer lo que escribo.

Quiero agradecer a Tzudeiru por las increíbles imágenes que fueron utilizadas para esta historia. Niña, tienes un talento enorme, gracias infinitas hermosa. Esta historia, está más que dedicada a ti. 

Aquí les dejo su fan page para que la sigan. Escríbanle un mensaje, hizo un estupendo trabajo.

https :// www. facebook. com/ tzudeiru/ (solo junten los espacios).

La musiquita es parte de la película de Casper. Me parece preciosa, es una pieza muy melancólica. 

Les mando muchos besos, abrazos y saludos, yo estaré como siempre, esperando sus comentarios.

Nos leemos a la próxima.

Bunny.

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