Espero que te duela tanto o más de lo que dolió a mí tu traición

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Thay llega a mi casa justo cuando Angy y yo terminamos de desayunar. El condenado llega justo a las seis menos cinco, y encima viene impaciente y con prisa. Incluso me cuesta convencerle de que me dé cinco minutos para lavarme los dientes. Salimos al exterior, donde muy pocas personas comienzan a pulular por las calles. Bueno, personas... En realidad, intuyo que son soldados, porque todos llevan el mismo uniforme negro que yo. Aunque no todos caminan en la misma dirección. Los que vienen en la misma dirección que nosotros, saludan a Thay, el resto, o no lo hace, o simplemente le dedican una mirada de odio que, por gracia o desgracia, termina recayendo en mí también.

— ¿Esas no entrenan? — pregunto en un murmullo, mirando hacia el grupo de cinco chicas que camina en dirección contraria a nosotros.

— Sí. Aquí todos entrenan, pero justamente esas, son responsabilidad del comandante Klein. No mía ni de Damián.

— Ah... ¿Y las miradas de odio van con su entrenamiento, o es cosecha propia?

Thay ríe a mi lado, sacude la cabeza como si no diese crédito de mis palabras, y después me mira divertido.

— ¿Qué? — me siento un poco molesta — No soy ciega.

Thay alza las manos en sinónimo de paz. Llegamos a un edificio pequeño y grisáceo que desde lejos tiene aspecto de gimnasio, y abre la puerta. Efectivamente, ante mis ojos se presenta un gimnasio en toda regla. Tiene todo lo que uno pudiese imaginar: bancos de pesas; varias cuerdas para saltar colgadas ordenadamente de una pared; cintas para correr; un par de puertas en las que se presentan los vestuarios y.... Otras tres puertas en las que no pone nada.

— Tienes razón, no te explicamos nada así que no puedo reírme porque no entiendas nada — Thay me devuelve a la conversación que hemos dejado a medias.

— Qué observador — sonrío sarcástica — Explícame, anda.

— Verás, entre los comandantes y sus equipos no hay rivalidad. Pero cada año, hacemos una especie de prueba para saber quiénes son los mejores de cada equipo. Ya sabes, tonterías que algunos se toman muy en serio.

Me quedo mirándolo por unos segundos mientras analizo sus últimas palabras. ¿Acaso él no se lo toma en serio? Ni corta ni perezosa, se lo pregunto.

— Hace años me gustaba medir mi nivel con ellos, pero supongo que todos maduramos en algún momento, ¿no crees?

Asiento con la cabeza. Aunque no estoy muy segura de haber percibido la madurez en las miradas de odio que le han dedicado de camino al gimnasio.

— Bien, comencemos. Te explicaré algunas cosas antes de que lleguen los demás.

— ¿A qué hora llegan? — no me había dado cuenta, pero ahora que miro a mi alrededor, no veo a nadie por ningún lado — ¿Dónde están los que venían camino aquí?

— Entran a las siete, Petrova. Pero suelen desayunar en la cantina en lugar de hacerlo en casa. Los amigos suelen hacer cosas juntos, ya sabes — explica y lo miro extrañada — La mayoría viene de la dimensión de los humanos, así que aquí tenemos muchas costumbres que conoces.

— Me criaron en un internado, encarcelada. Así que créeme si te digo que no conozco muchas costumbres habituales de mi dimensión.

Thay rompe a reír como si acabase de contarle un chiste. Incluso se agacha y pone una mano en su barriga para calmar el dolor causado por la risa.

¡Pero bueno! ¿Qué le parece tan gracioso?

— Joder, colibrí. Menuda vida de mierda has tenido — artículo entre risas.

— ¡Capullo! — grito, intentado parecer molesta. Aunque la verdad es que a mí también me hace gracia. Le doy un manotazo en el hombro.

Cuando Thay consigue recuperar la compostura, se limpia un par de lágrimas furtivas que asoman de tanto reírse, y me hace seguirle por todo el gimnasio mientras explica lo que tendré que hacer en cada entrenamiento. Me entra cansancio de solo pensar en tener que estar varias horas ejercitando mi cuerpo. ¿Pero qué voy a hacer? Según Thay, lo primero que tengo que hacer es fortalecer mis músculos, y razón no le falta, vaya. Si gané a Kenia y Taylor, fue por pura suerte. No porque tuviese fuerza o sepa pelear.

— Dámela — dice Thay, casi descolgándome la espada de la espalda.

— ¡Oye! — protesto, aferrándome a la funda para que no pueda quitármela. No solo es mi espada, también es lo único que es verdaderamente mío en este lugar tan raro y me trasmite seguridad. No quiero perderla de vista ni un segundo.

Thay pone los ojos en blanco y suspira agotado.

— Petrova, nadie trae su espada a los entrenamientos. La guardaré para que no te moleste y después te la daré para que te la lleves a casa. ¿De acuerdo?

Dudo unos segundos. No me gusta la idea de no tenerla cerca, pero no puedo negar que entrenar con la espada a cuestas, sera incómodo y complicado. Me la quito de la espalda y se la doy dedicándole mi mirada más asesina.

— Si la pierdes, te mataré

— Tranquila, colibrí —se burla, mientras la coge entre sus manos — Sé que, quien te la regaló, también me mataría — hace danzar sus cejas con diversión.

Me sonrojo involuntariamente. Me alegra saber que Thay sepa que Damián me regaló esa espada y que, por esa misma razón, es algo importante. Pero me fastidia pensar que Thay piense que es importante solo por ser un regalo de Damián. Mi espada no es importante solo por eso. Es mía, lleva mi apellido grabado en su empuñadura, es lo único que me otorga seguridad, lo único que sigo conservando de mi antigua vida, y eso es lo que la hace importante. Sé que sigo colorada, pero aun así le dedico una mirada de odio y aclaro.

— Mi espada, mi vida. Mi vida, mi espada. Si le pasa algo, te destrozo con mis propias manos.

— Bien — sonríe y se encoge de hombros — Voy a guardarla. Empieza a correr en la cinta — me selala una de las máquinas, pero yo espero unos segundos para ver en qué lugar deja mi espada. Abre una de las tres puertas que estan sin señalizar, y veo un despacho. Me quedo más tranquila al ver que la deja sobre el escritorio y que al salir cierta la puerta con llave — ¿Tranquila? — pregunta al volverse y descubrirme mirándole. Asiento con seriedad — Pues venga: a entrenar

El entrenamiento es duro y agotador. Estoy echa una porquería, bañada en sudor, el cuerpo dolorido y la respiración demasiado agitada. En serio, ya no sé si inhalo o exhalo. Es horrendo no saber algo tan primordial.

— Petrova — me llama Thay desde el otro lado del gimnasio. Por desgracia para mí, todos los allí presentes se vuelven para mirarme.

Joder Thay... Refunfuño.

No es que haya pasado desapercibida hasta el momento, que va. De hecho, tanto chicos como chicas me han mirado como mínimo dos veces desde que han entrado al gimnasio y se han dado cuenta de que hay una cara nueva en el grupo. Pero vaya, ahora que Thay acaba de gritar mi nombre, todos me miran sin disimulo alguno. Hago un movimiento de cabeza para ver qué narices quiere. Lo veo dejar un par de pesas sobre la barra que sostiene un chico con demasiados músculos, y me mira con una sonrisa torcida.

— El comandante quiere ver a su protegida, ahora — sus palabras suenan pícaras, más de lo necesario.

Empiezo a escuchar ciertos murmullos a mi alrededor, silbidos tontos y hasta resoplidos de queja. Miro con todo mi disimulo y, efectivamente, a no más de cuatro metros de mí, hay un grupo de chicas y una de ellas esta mirándome con cara de asco.

No me hace falta oír lo que murmura la del pelo rubio, ni invadir su mente (porque no sé ni cómo hacerlo) para saber lo que dice. Su mirada ya dice y daña mucho más de lo que podría oír. Es más, me apostaría lo que fuera, a que ahora ya tengo la etiqueta de "la nueva que coquetea al comandante". Frunzo el ceño, ¡yo no coqueteo a nadie!

Siento una mano posarse en mi hombro izquierdo, y justo cuando giro la cara para ver quién es, el chico rubio de ojos azules habla.

— Es la admiradora de Damián — confiesa en un susurro — Es Kim, una petarda que busca su atención desde hace tiempo. Qué puedo decir... Le acabas de dar una bofetada sin darte cuenta, protegida — ríe.

Me molesta lo que acaba de insinuar, ¿acaso piensa él también que coqueteo a Damián?

Lo piensa todo el mundo, idiota. ¡Haz algo! Me reprocha mi conciencia.

Y claro que lo piensa todo el mundo. Damián supuestamente me protegió desde el principio, y eso lo sabe incluso Lucy. Mi destino era morir por haber matado a Kenia, y él lo evitó; y no solo eso, sino que gracias a esa oportunidad que él me brindó al hacerme luchar contra Taylor y quedarme con su puesto, ahora acabo de entrar en un equipo de soldados ya formados, siendo más frágil que nadie. ¿No son dos motivos suficientes para que la gente piense que ando coqueteando con él para que me ayude? ¡Pues no! No voy a permitir que piensen eso de mí. Entre Damián y yo no hay nada, ni agradecimiento si quiera. Porque por su culpa y sus mentiras he acabo metida en esta ciudad infernal.

Frunzo aún más el ceño y miro con rabia al idiota que aún tiene su mano sobre mi hombro. Me muevo arisca, para quitar su zarpa de mí y le escupo:

— Ni soy su protegida, ni tengo intención de serlo.

El condenado se encoge de hombros, restando importancia a mis palabras. Se acerca a mi oído y susurra:

— Pues más te vale que limpies tu reputación, porque ella no es la única que lo piensa. Y si alguien tiene algo que cobrarle a Damián, irá a por ti solo por pensar que eres su punto débil.

No estoy segura de si es un consejo, o una amenaza. Pero algo en mi interior, un instinto primitivo quizá, me grita que por mi bien tengo que aclarar todo este mal entendido antes de que me pase algo malo. Me dirijo hacia Thay.

Me acerco a él, y cuando Thay me mira entre divertido y extrañado por mi seriedad, directamente señala la puerta donde esta misma mañana ha guardado mi espada y dice:

— Está en su despacho.

Me dirijo al dichoso despacho de Damián. Ni siquiera pienso en qué voy a decir o qué voy a hacer. Solo quiero dejarle claro que no quiero que me proteja de nada ni de nadie. Ya bastante ha hecho con arrastrarme a este mundo con sus mentiras, como para que encima alguien quiera hacerme más daño por creer que soy importante para él. Abro la puerta sin llamar ni pedir permiso.

Damián esta de espaldas, ordenando algún papel quizá, pero deja de hacer lo que estaba haciendo y me mira ceñudo en cuanto cierro la puerta de un portazo que seguramente da mucho de qué hablar a los soldados que he dejado atrás.

— ¿Esas son formas de entrar? — pregunta con un enfado fingido. El cabrón casi parece divertido.

— ¿Qué coño quieres? — la impaciencia brota por cada poro de mi piel. Y Damián también lo nota, vaya que sí, se le desencaja la cara al escucharme.

— ¿Qué ocurre, florecilla?

— Petrova — corrijo.

Damián rodea el escritorio y se acerca a mí. Retrocedo un paso y cruzo los brazos sobre mi pecho acentuando mi ceño fruncido. Él se detien justo a un paso de mí, incómodo, como si no supiese qué hacer, pero no me ablando ni por un segundo.

— Solo quería saber cómo está siendo tu primer día de entrenamiento.

Río sarcástica.

— ¿Qué querías saber exactamente? ¿Qué tal me va? ¿O qué tal se han tomado tu equipo de soldados y tus seguidoras el hecho de que piensen que soy tu protegida? — mis últimas palabras salen impregnadas de ironía. Y sí que es una ironía. De las gordas, además.

Protegida por el caído que me engañó y sentenció mi vida. Qué cachondeo, oye.

— Lo piensan porque lo eres — asegura — Me esmeré en dejarlo claro. Eres tú la única que no parece aceptarlo aún.

¡¿Cómo?!

— Pues no quiero serlo.

Damián se tensa por completo. Cierra las manos en puños y se muerde el labio inferior como si estuviese reprimiendo un grito. Exhala sonoramente.

— Escúchame, — me señala con el dedo índice — me prometí que te recuperaría y que siempre estaría cerca de ti, aunque no me quisieras. Así que no pienses ni por un segundo que voy a dejar de protegerte nunca, ¿me oyes? Nunca.

Su voz suena autoritaria y amenazante. De no ser porque esta asegurando que va a protegerme, hubiera pensado que me esta amenazando de muerte. El celeste de sus ojos se acentua tanto que incluso me parece percibir la rabia mezclada con la impotencia y la culpa en el interior de sus pupilas. ¡¿Culpa de qué?! ¿De llevarme allí? Por eso me protege, claro que sí.

Aunque me repita que me quiere y parte de mi quiera creerle, la desconfianza que él me hizo sentir al engañarme, me grita que lo que realmente siente es culpabilidad por envolverme en esta mierda. ¡En su mierda! Avanzo un paso, quedándome frente a él. Alzo la cabeza y lo miro muy segura de mis palabras.

— Me arrastraste hasta este punto infierno. Me engañaste, y ahora quieres protegerme para enmendar tu error. Pero, ¿sabes qué? Que no te necesito. No quiero verte, ni tenerte cerca, y mucho menos tener que agradecerte algo. Así que hazme un favor y déjame en paz — lo empujo.

No sé en qué momento me siento valiente para hacerlo, pero... ¡Qué narices! Ya lo he hecho y me siento muy a gusto.

Damián me mira desafiante, pero no dice nada. Cierra los ojos y respira hondo.

— No podrías sobrevivir aquí sin mí — asegura abriendo los ojos y mirándome fijamente. — Me niego a arriesgarme a que te pase algo malo.

— ¿Algo malo? — el sarcasmo sale afilado — Tú fuiste ese algo malo. Y si quieres protegerme, ¡entonces trátame como a los demás y no me conviertas en una puta diana! — grito

Damián abrie los ojos como platos, atónito, pero antes de que pueda decir algo acerca de mis gritos o mis protestas, salgo de su despacho dando un portazo.

Portazo es lo que me da el Karma a mí cuando me percato de que todos mis supuestos compañeros me miran boquiabiertos. Incluidos Thay y la admiradora de Damián.

Joder... qué vergüenza.

¿No te falta algo? Ríe mi conciencia con diversión.

¡Mierda! Encima tengo que volver a entrar porque no he cogido mi espada. Me cago en la... Pongo los ojos en blanco, lanzo un suspiro al aire y giro sobre mis talones para volver a abrir la dichosa puerta y terminar con la poca dignidad que me queda.

Aún eres más Raysa que Petrova... ronronea divertido mi demonio interno.

Un momento... ¿Qué hace aquí? ¿Por qué esta despierto y no siento ira?

Sacudo la cabeza para evaporar esas tonterías que en otro momento tendré que resolver, y me centro en lo que tengo que hacer: recuperar mi espada. Alzo la mano para llamar con un ligero golpe de nudillos, pero lo pienso mejor y, sin más dilación, abro de nuevo sin llamar.

Me sorprende encontrarme con Damián de frente, tal y como lo he dejado segundos atrás. Lo único que tiene de diferente es que ya no tiene cara de atónito, si no de enfado. Miro hacia el escritorio, donde vi dejar a Thay mi espada, pero no esta. Así que hago un barrido rápido con la mirada, sin éxito.

— Quiero mi espada — exijo.

Damián arquea una ceja y me mira con una arrogancia insoportable. Gira sobre sus talones y abre un pequeño armario en el que ni siquiera había reparado hasta este momento. Coge mi espada y me la da sin más.

— Acostumbrarse a llamar antes de entrar, es una costumbre que ya debería saber, Petrova — lo miro extrañada. Parece estar hablándome como... Damián se acerca más a mí y se agacha hasta susurrar en mi oído: — Has pedido que te trate como a los demás, y si eso es lo que quieres, eso es lo que haré — intento coger mi espada, pero en cuanto mis manos se aferran a ella, Damián la sostiene impidiendo que me la lleve — Te dije que siempre me dolería más a mí que a ti, y créeme que es así.

Me hierve la sangre al escucharle decir eso. Más que por escucharle, por recordar cuándo me lo dijo: cuando morí. Y sí, claro que lo recuerdo, no hace tanto tiempo que lo dijo, pero no puede pretender que me crea nada salido de su boca de mentiroso cabrón. Lo fulmino con la mirada y doy un tirón de mi espada.

— No te creo una mierda. Pero si es verdad que te duele, entonces espero que te duela tanto o más de lo que dolió a mí tu traición — escupo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro