Capítulo 13

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Una llamada rápida a Neiman Marcus y en menos de una hora tengo aquí lo que solicité. No es un gran pedido, solo lo suficiente para que mi invitada esté cómoda.

Una bata de seda, un camisón de seda, sostén y bragas de encaje, todo en tonalidades gris. Otra llamada al restaurante del Fairmont Olympic y también la cena está servida.

— ¿No te aburre vivir solo?

Pregunta Ana tomando un bocado de filete con su tenedor. Estoy sirviendo las copas de vino para nosotros, en el pequeño comedor de mi ático.

— No. Me gusta el silencio.

Hace una mueca con la boca y sigue pinchando su cena, pero sus ojos aún recorren con curiosidad la decoración.

— ¿Y ese piano de ahí? ¿Ya estaba aquí cuando compraste el lugar?

— No, lo compré porque me gusta tocar el piano.

— ¿De verdad? ¿Y eres bueno?

El cosquilleo de irritación en mi ceja me hace cerrar los ojos un momento antes de lidiar con la señorita Curiosidad.

— Si, muy bueno. Ahora cierra la boca, no me gusta la charla con mi cena.

— Qué amargado... — Dice bajito pero la escucho.

No puedo evitar compararlas. Camille siempre prepara la cena y la sirve en silencio, habla cuando se le permite y sobre temas que yo elijo. O sexo.

— ¿Has tenido sexo sobre una mesa? — Arqueo la ceja en espera de su reacción.

— ¿Hola? ¡Soy virgen! — Dice con burla — Bueno, lo era ayer.

— Cierto.

Una sonrisa arrogante se estira en mis labios cuando pienso que soy el único que ha estado ahí entre sus piernas. Y en su pequeña boca caliente.

Con ese pensamiento en mente, la lanzo sobre la mesa cuando hemos terminado la cena. El camisón de seda sin bragas facilita mi camino hasta la humedad de su centro.

Antes de penetrarla, meto la mano al bolsillo de mi pantalón y puedo tocar el empaque metálico del condón. ¿Son dos? ¿Pero qué mierdas...?

— Maldición.

Gruño cuando la comprensión aleja la excitación que nubla mi mente. Cuando estuve con ella en mi estudio, no me acordé del puto condón.

— Espera — La dejo sobre la mesa para ir por el móvil — Consígueme las malditas pastillas de emergencia. Ahora.

Cuelgo la llamada sin esperar respuesta de Taylor, pero más le vale mover ese culo viejo en este jodido instante. Lo último que necesito a estás alturas de mi vida es un costal de popó llamándome papi.

— ¿Christian? — Ana me mira aún sobre la mesa.

¿Por qué está tan tranquila? ¿Ella quería esto? ¿Quiere que yo la embarace?

— ¡Siéntate! — señalo la silla junto a ella — Olvidamos el puto condón, ¿O es que quieres quedar preñada?

— ¿Qué? — Se levanta de un brinco con el ceño fruncido — ¡Por supuesto que no!

— ¿Segura? ¿No será tu estrategia para sacarme más dinero? Pequeña estafadora...

— ¡Oye! — Apoya las manos sobre su cadera — Yo jamás pedí tu dinero, tú lo ofreciste a cambio de sexo así que no digas ahora que es parte de mi plan.

¿Por qué mierdas me está gritando?

— Además, eres la última persona en el mundo con la cual quisiera tener un hijo. ¿No quieres tenerlos? Haz que te corten la maldita cosa.

Insolente.

— Te prohibo que me hables así, Ana. Soy Señor Grey para ti, tu amo y señor.

Ella suelta una risa de burla.

— Solo por menos de 24 horas más, luego de eso, se acabó esta extraña situación entre nosotros.

Se ajusta el camisón con las manos para cubrirse los muslos y pasa junto a mí hecha una furia.

— ¿A dónde mierdas vas? No dije que podías irte.

Intento detenerla, pero ella misma lo hace cuando el ascensor timbra y Taylor sale de él con una bolsa de papel. Traigo un vaso con agua de la cocina y tomo la bolsa de las manos de Taylor.

— Tómalas ahora, son...

— Se lo que son — me interrumpe — Soy virgen, no estúpida.

Y quiero rebatir su argumento, pero yo también fui muy estúpido al olvidar el jodido condón. Por suerte, mi capricho con Ana será satisfecho y podré volver a la normalidad con mi sumisa.

— ¿Ana? — Pregunto cuando ella camina directo a las escaleras — ¡Ana! ¡Ven aquí!

— ¡Jodete, Christian! ¡Eres un idiota!

Maldita chiquilla caprichosa, ¿Qué rayos le pasa ahora? ¿Es tan difícil seguir una jodida orden sin rechistar? El enojo hierve mi sangre, pero sé que si voy tras ella podría ponerme violento.

Y ella no es una sumisa... Aún.

En lugar de ir a buscarla, me siento frente al piano con mi copa de vino para tocar alguna melodía. Lo hago casi cada noche, pero ayer lo olvidé por meterme en las piernas de la señorita Steele.

— Y esta noche lo hago porque no puedo estar entre sus piernas — Gruño fastidiado.

No puedo solo ir a la habitación y someterla aunque es lo que realmente quiero hacer con ella. Quiero dejar marcas en todo su cuerpo pálido y que el lunes todos los que la vean sepan que estuvo con alguien.

Con esa idea en mente, voy a su habitación. Giro la perilla pero la puerta no abre porque obviamente está haciendo un jodido berrinche y cerró con seguro.

— Abre la puerta.

— No.

— Ana, abre la maldita puerta o voy a tirarla.

— ¡Largo!

Estoy a punto de golpear la puerta con el hombro cuando Ana se asoma por la abertura de la puerta. Sus ojos azules brillan con intensidad, pero no sé si de enojo o a causa de las lágrimas.

— No tienes por qué ser un imbécil conmigo.

Dice y presiono mis labios con fuerza. No voy a disculparme, si eso es lo que quiere. Lo que ve es lo que soy y no le he prometido flores y corazones para que piense que la voy a tratar de forma diferente.

Camino hacia ella para sujetarla de la cintura y lanzarla a la cama. Lo único que lleva aún es el camisón gris que rápidamente retiro de su cuerpo para tocarla.

Voy primero por sus labios y los muerdo con fuerza, luego desciendo por su cuello dejando pequeños mordiscos y chupando su piel para dejar mi marca. Su piel pálida se sonroja al instante.

Esta vez, el condón es lo primero que pongo una vez que mi miembro está libre y sigue su camino hacia su cuerpo. Ana me observa con las pupilas dilatadas, pero presiona sus labios para no gemir como las otras veces.

Y así, disfrutando el silencio de nuestras voces y escuchando solo el sonido de nuestros cuerpos es como la tomo una vez más.

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