Capítulo 66

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Gruño mirando el puto piso de colores en mi sala de juntas, los cuadros de colores plastificados esparcidos por el piso delimitan el área de juego. Un corralito en el otro extremo y ninguna mesa o silla para mis jodidas reuniones.

— ¿A dónde mierda llevaron todo? — Le grito a Andrea.

— Intendencia los llevó al almacén, señor Grey. ¿Necesita que traiga algo de ahí?

— Llévenlo a la sala del tercer piso, que habiliten el espacio para las futuras reuniones y nadie, NADIE puede autorizar estos cambios más que yo, ¿Entendido?

— Por supuesto, Señor Grey. — Andrea baja la cabeza. — La señorita Steele dijo que usted estaba de acuerdo.

— ¡Por supuesto que lo hizo! ¡Esa jodida chiquilla voluntariosa!

Gruño todo el camino de vuelta a mi oficina, justo a tiempo para ver a Ana dejar algunas bolsas sobre los sillones y Eileen sosteniendo a un dormido Teddy.

— ¡Mira lo que compré! ¿No es bonito? ¡Todo tiene nubes y pequeños cachorros!

— Mierda. Voy a vomitar. — Presiono mi abdomen para enfatizar mis palabras, pero ella me ignora como de costumbre.

— ¡Y esto! ¿Puedes creer que lo hacen ahí mismo? ¡Es tan lindo!

Sostiene una madera decorada que dice "La oficina de Teddy" junto a un osito de peluche. Mierda, de verdad voy a vomitar.

— ¿Christian? Otra vez estás pálido, ¿Estás bien?

Le hago una seña para que me deje en paz mientras voy al baño de mi oficina para refrescarme con agua fría. Jamás imaginé esto. Y lo que es peor, no lo vi venir.

Salgo del baño y la encuentro sentada sobre la alfombra de la sala, algunos platillos de comida sobre la mesita y dos botellas de agua.

— ¿Ahora qué intentas?

— Creí que podíamos tomar un aperitivo.

— ¿A dónde fue la niñera?

— Llevó a Teddy a su oficina. — Señala con el tenedor antes de clavarlo en una hoja de lechuga. — ¿No te parece genial que podamos estar todos aquí juntos?

— Una maldita alegría. — Golpea mi brazo.

— Sé bueno. Sabes que Teddy querrá seguirte a todos lados tan pronto como pueda caminar, serás su héroe.

Fuerzo una sonrisa en los labios y me gano otro golpe en el brazo.

— Nena, sabes que no soy ningún modelo a seguir. Y estoy seguro que lo consentirás todo el tiempo hasta volverlo un chiquillo necio como tú.

— Aww, eso suena adorable. — Su sonrisa fingida es mejor que la mía. — No puedo esperar para verlo correr por aquí, sacándote de quicio.

Resoplo con fuerza, pero me siento a su lado sobre la alfombra.

— No entiendo. Dices que no vas a dejarme y me amas, ¿No deberías aceptar ya la jodida propuesta?

— Eres tán romántico, bebé. — Pone los ojos en blanco. — Ya te lo dije, me casaré cuando aceptes que me amas.

— ¿Y si nunca soy capaz de decirlo? — Pregunto con curiosidad.

— Míralo de está forma. — Me señala con el tenedor. — No me voy a ir y no puedes deshacerte de mi. No es cuestión de Si Puedes, recuerda que soy muy persistente, así que más bien se trata de cuándo.

— Mierda. ¿Tengo alguna jodida opción?

— No.

Tomo el platillo de ensalada frente a mi y me concentro en masticar adecuadamente los alimentos para evitar pensar en todas las jodidas cosas que esta chica cambia sin importarle mi opinión.

Mi ceño se frunce por la duda.

— ¿Cómo es que no tienes el más mínimo temor de mi?

Ella también hace una mueca confusa, piensa en mis palabras un momento antes de volver a hablar.

— ¿Por qué debería tenerte miedo? No eres una mala persona, Christian.

— Lo soy. He hecho cosas que escandaliza a la mayoría de las personas, he ordenado deshacerme de otro pocos y por si lo olvidaste... Te secuestré.

— Ah, si. Eso. Te considero un idiota, pero no creo que pudieras lastimarme.

Deja su plato vacío sobre la mesita y se recarga en mi hombro, como si estuviera cansada de un largo día de trabajo.

— No puedes dormir aquí.

— ¿Por qué no?

— Es mi oficina.

— ¿No puedo dormir aquí pero si podemos tener sexo?

— Si.

— ¿Por qué? — Chilla ofendida. — Entonces, ¿Cuáles son las ventajas de dormir con el jefe?

Giro para mirarla.

— Coger conmigo.

— ¿Y ya?

— Si fueras mi esposa... — Encojo los hombros, despreocupado. — Tendrías la mitad de todo.

— ¿Y podría tomar decisiones aquí?

— No.

— ¿Pero en la casa si?

— Puedes estar de acuerdo con lo que yo diga.

— ¡Eso no es justo! — Cruza los brazos. — Sabes que no me interesa tu dinero, pero si quiero ser tratada como una igual.

— Tendrás igualdad cuando sigas mis indicaciones.

— No soy obediente, lo sabes. Y creo que además te gusta, así que no. No voy a seguir tus órdenes si pienso que no tienes la razón.

— Eres exasperante.

— Así me amas.

¿Qué?

Intento no tensarme pero es imposible, giro la cabeza para mirarla aunque ella no lo haga.

— ¿Quieres decir que no me amas? — Ahora si me observa.

Presiono mis labios con más fuerza porque obviamente si tengo sentimientos por ella, aún no decido si son románticos o solo la vibrante adrenalina de ponerle una mordaza.

— Lo sabía, si me amas pero no sabes cómo decirlo. No te preocupes. — Palmea mi pierna. — Soy muy paciente también.

— ¿Podemos pretender que lo dije y seguimos con los planes?

— No, necesito las palabras. Altas y claras. — Golpea su barbilla con un dedo. — Tal vez debería grabarlo, así podríamos recordarlo en las reuniones familiares.

— Mierda.

— ¿Lo imaginas? ¡Lo contaré en el brindis de la boda!

— Doble mierda.

Toma mi rostro con sus manos y me atrae para un beso suave, un piquito y me aparta. Sus labios forman una enorme sonrisa y vuelve a besarme.

Antes de que lo note, me inclino sobre ella y suspiro sin romper el beso, mis ojos cerrándose para disfrutar de la agradable sensación de sus labios.

— Yo también te amo, Christian.

Ríe antes de volver a besarme. Mierda... ¿Lo dije?

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