Capítulo N°16 : La muerte es un nuevo comienzo(II)

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Estaciono el automóvil en las afueras, desciendo con lentitud no queriendo levantar sospechas. Solo hay un vecino, con una bata morada y en pantuflas, que saca la basura, se queda mirando y luego me saluda sonriendo. Le devuelvo el saludo y me enciendo un cigarrillo haciendo tiempo hasta que él vuelva a su hogar.

Mis manos tiemblan a ser invadido por las imágenes del asesinato que cometí, acaricio mi frente con las yemas de mis dedos, intentando relajarme, sé que imposible que eso suceda. A mi lado pasa una mujer corriendo con un perro y me saluda moviendo su cabeza, el animal me gruñe. Creo que sabe que no hice algo bueno y quiere gritarlo al mundo. Arrojo el cigarrillo en una canaleta con agua, sabiendo que eso destruiría el ADN, dejo la puerta trasera del automóvil abierta e ingreso a la casa donde comenzó el fin. En la puerta se encuentra Frykt vestido de traje negro, camisa blanca y corbata roja. Lentes oscuros, peinado hacia atrás, al mejor estilo de un mafioso italiano. Con un puro en la mano y una gran sonrisa.

Pensé que me ibas a dejar olvidado aquí con nuestra obra de arte —hace una reverencia.

—No sea perverso ¿sí? —lo increpo—, todo lo que hice fue para defender a mi familia, las obras de artes no son sinónimos de muerte.

Ethan, fue una obra de un gran artista —larga una gran carcajada siniestra que retumba en mis tímpanos—. El asesinato a sangre fría, el disparo en el centro de la cabeza, es digno para un museo. —Choca las palmas de sus manos, con el puro en su boca—. Deja de llorisquear y admite que mataste a Cristina porque así lo deseabas.

—No era Cristina, era su otra personalidad y amenazó a mi familia; no había otro camino que terminar con su vida —afirmo con desconfianza.

Tus ojos expresaron lealtad a la muerte, el brillo de los disparos iluminaron tu mirada. Parecías un amante de la muerte, un sicario profesional —larga el humo con lentitud.

—No tengo tiempo para la poesía ni para el psicoanálisis —abro la puerta y me dirijo al sótano, quiero terminar lo antes posible, quiero volver a mi hogar y borrar cada uno de los recuerdos.

El olor a perfume que me invade al ingresar, me da cierta tranquilidad, es como que aquí no sucedió nada. Llego al sótano, busco el arma escondida, me la coloco en la parte trasera de mi cintura, la cubro con mi ropa y me quedo quieto. No logro, aunque desee, dejar de mirar el cuerpo de Cristina, tan pálido y con los ojos abiertos, su ropa agujereada y con el color de la muerte. Su sonrisa, o lo que en algún momento me atrajo de ella, ya no existía.

Tengo que idear la forma de descartar el cuerpo, mi idea principal era imitar el modus operandi del Dragón, sin embargo estoy seguro que la policía no caerá es mi trampa. Podría descartarlo en la vera de alguna ruta o en un basurero rogando que algún animal carroñero se encargue del cuerpo. Camino de aquí para allá presumiendo que estoy pensando, pero no lo hago. Frykt susurra las formas más perversa para descuartizar el cuerpo y arrojarlo en diferentes lugares de Coverwall. En su mano derecha aparece una sierra eléctrica, el ruido que hace al encenderla hace que me tape los oídos, Frykt por su lado con un overol transparente y un mascara comienza a cortar el brazo a la altura del hombro riendo a carcajadas y salpicándome con la sangre. Me arrojo hacía atrás golpeando contra la pared asustado, no comprendiendo lo que sucede. Ahora, Frykt, continúa con la cabeza y solo atino a cubrirme los ojos, no quiero ver más lo que está haciendo. Solo mis oídos puede percibir lo que sucede hasta, que luego de varios minutos, el silencio envuelve de nuevo la soledad del sótano. Retiro mis manos de mis ojos y el cuerpo de Cristina está intacto, Frykt desapareció pero no su risa malvada.

Me doy varias cachetadas en mi cabeza buscando centrarme en lo que tengo que hacer, en sumarle una víctima más al Dragón de Coverwall. Levanto el cuerpo, es pesado, sin embargo mi adrenalina es más que suficiente para poder subirlo por las escaleras hasta el automóvil. Lo dejo cerca de la puerta de entrada, y salgo a ver si hay algún posible testigo, para mi suerte no hay nadie, libero un suspiro y sigo con mi trabajo. La levanto, camino con velocidad y la dejo acostada en el asiento trasero tapada con una sábana oscura, para mi suerte la sangre de Oliver cubrirá todos los rastros de Cristina, o eso espero por si algún investigador curioso quiera investigar. Cierro la puerta y vuelvo a la casa, hay mucho por hacer aún.

Me dirijo a la cocina en primera instancia, buscando desesperado elementos de limpieza, y logro encontrar un bidón de cinco litros, aún sin abrir, de lejía. Agarro algunos trapos sucios, una escoba y un balde lleno de agua y voy apresurado al sótano, tengo que eliminar todos los rastros posibles por si llegar a rociar luminol. Igual no creo que no hagan dado que fue un lugar alejado del lugar del ataque a Oliver. Bajo cada peldaño apurado, casi me resbalo y caigo, logro hacer equilibrio llegando a la gran mancha de sangre. Baldeo el lugar con agua combinada con lejía, con la escoba despego la sangre más rebelde, la que no se quiere ir. Subo una vez más, a buscar más agua y luego la arrojo para observar que todo se ha ido por el resumidero. Seco los trapos y guardo uno seco en mi bolsillo. El olor a lejía comienza a descomponerme pero no me detengo, nadie tiene que saber que algo sucedió aquí. Abro la pequeña ventana oxidada dejando ingresar el aire que va a terminar con el secado y eliminar todos los malditos olores. Me seco la transpiración con mi antebrazo, sonrío victorioso y agarro todas las herramientas. Subo los escalones, me detengo en el último, en el que me arrojé buscando sobrevivir, veo que quedó todo perfecto sin embargo, el alma perdida de Cristina sobrevuela buscando la redención para ir a lugar mejor.

Miro el reloj y pasaron dos horas desde que lo dejé en el hospital, agarró el trapo seco, lo empapo de lejía y limpio todo el camino que recorrí con el cuerpo en alzas. No hay sangre, sin embargo no puedo dejar nada a la deriva. Guardo cada cosa en su lugar, excepto los trapos que me los llevo para descartarlo en algún lugar. Busco en el guardarropa de Oliver, esquivando el charco de sangre, algo que me sirva para esconder mi identidad, para mi suerte tiene una campera negra lisa con capucha y un pañuelo del mismo color con una calavera blanca. Me las pongo, me miro en el espejo y con el trapo comienzo a limpiar todas las pisadas hasta la puerta. Cierro la misma, me subo al automóvil y, con Frykt a mi lado, nos dirigimos a la zona donde siempre ataca El Dragón.

Llego a la vera del río Rojo, estaciono en un lugar bastante escondido. Bajo el cuerpo, lo llevo a varios metros del auto. Del baúl, saco un tarro con nafta que compré en el camino. Rocío el cuerpo, me enciendo un cigarrillo y observo todo a mí alrededor. El señor Frykt desaparece un momento, ayuda a conectarme con mis pensamientos, ahora puedo comprender lo que siente El Dragón. Ese poder de quitar una vida y poder jugar con el cuerpo. Es un poder tan grande que brota por cada poro de mi cuerpo, levanto la cabeza, miro el cielo y sonrío. Me siento bien, defendí a mi familia y sé que ahora ellas están fuera de peligro. Pero no estoy apático con la idea de haber acabado con Cristina, se desquició, no me quedó otra alternativa. Antes de terminar el cigarrillo, me coloco la capucha de la campera y me llevo el pañuelo hasta la nariz. Lo arrojo y se vuelve una bola de fuego con rapidez. Los ruidos de la tela quemándose, sumado al olor a carne asándose, me generan un torrente de emociones. El señor Frykt aparece y baila alrededor del fuego repitiendo: «Eres un asesino, eres un asesino», doy media vuelta, subo al automóvil y me dirijo al hospital.

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