Tomamos un café en la cafetería de la esquina y pasamos un buen rato, pero me atrevo a preguntar otra vez.

Tomo su mano.

—Vas a decirme ¿Por qué estabas llorando? Nadie se cree el cuento de la basurita en el ojo.

Su sonrisa se borra.

—Nada importante... me pelee con Crista —vuelve a sonreír —ser su asistente personal no es tan fácil.

—¿Eres su asistente personal? —me sorprendo —eso quiere decir...

—Sé todos sus gustos —rueda los ojos —sus recados son molestos y su agenda está llena de estupidez.

Me río.

—Veo que no soy el único que tiene problemas con ella.

—Sí, así parece —dice pensativa.

—¿Cómo es que llegaste a ser su asistente personal? —me entra la curiosidad.

Se forma un silencio y luego sonríe.

—No quieres saberlo.

—Yo...

—Hablemos de otra cosa —me interrumpe estando nerviosa —¿Qué tal Katty? ¿Cómo está?

—Bien, ya no ha hecho caprichos —me río.

Vuelve a sonreír y me tranquiliza que su humor haya vuelto.

—Qué bueno, ¿Iras a buscarla ahora?

—Está con mi hermana, así que tengo tiempo ¿Me estás echando? —la provoco.

—Para nada, me encanta estar contigo.

Si en este momento, no tendría la mesa en medio, me tiraría directo a sus labios ¡Maldito mueble! Mejor se lo digo.

—Quiero besarte.

—Que directo —sonríe.

—¿Te molesta?

—No, para nada, me encanta —se ríe.

—¿Entonces?

Se levanta de la silla.

—Te debo un beso —me guiña el ojo y se retira.

Yo suspiro. Que mujer. Me voy a volver loco... pero de amor.