15.

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Siento si el formato del capítulo no es bueno, estoy de vacaciones y desde el móvil!  un beso a todas, volveré pronto :)




Cada voto y cada comentario cuentan :)   

15-

—¿Pinzas? —preguntó Nessie.
—Sí, unas pinzas de metal.
—¿Y de dónde…?
Nessie pareció pensar algo y salió corriendo del salón. Volvió apenas unos segundos después con su neceser, del que sacó rápidamente unas pinzas de depilación estética.
Casi pude ver cómo Santiago sentía ganas de echarse a llorar de desesperación. ¡Iba a extirparle la bala de su cuerpo con unas pinzas estéticas de adolescente!
Si yo fuera él habría salido corriendo en ese mismo instante, claro que eso no era muy fácil con una bala alojada en la pierna.
—Fuego —pedí.
Volqué la botella de vodka sobre las pinzas y Angus me tendió un mechero de metal, de los caros. Yo lo prendí unos segundos, pasando el fuego sobre las dos patillas de la pinza. Después mojé un poco con el alcohol uno de los paños y lo pasé suavemente por la herida.
Santiago volvió a revolverse entre gritos, y sus amigos lo sujetaron.
—¿Es muy grave, doctora? —me preguntó uno de ellos.
Yo tragué saliva, sin creerme que fuera a decir eso.
—No, ha tenido mucha suerte de que la bala no le impactara directamente —mi voz fue profesional.
—Ha tenido mucha suerte al tener con ustedes a un médico —dijo el otro muchacho.
Angus me miró fijamente, de una manera que me incomodó violentamente.
—Es verdad, casi como caída del cielo —comentó.
Un escalofrío me recorrió completamente, pero luego recordé de pronto que la bala de Santiago estaba esperando que en algún momento yo me decidiera a sacarla.
Tomé aire unos segundos y agarré firmemente la pinza, acercándome a la herida. Ignoré lo mejor que pude los gritos de Santiago al sacar la bala de su piel, y no pude evitar sonreír satisfecha cuando conseguí sacarla de su piel.
Estaba a punto de ponerme a gritar de felicidad cuando observé que la herida comenzó a sangrar profusamente de repente, como si hubiera destapado una botella de vino. Desesperada, agarré el resto de los paños y taponé la herida, haciendo presión.
Por un momento sentí que Santiago se desmayaba, pero al cabo de un minuto volvió a recuperar color en las mejillas y de nuevo abrió los ojos.
Tras de mí Nessie trajo un montón de vendas en la mano.
Las tomé con cuidado y dejé de presionar en la herida del muchacho, comprobando con alivio que la sangre dejaba de manar de la herida.
La limpié una última vez y después la vendé lo mejor que pude, teniendo en cuenta que lo máximo que había vendado en mi vida había sido la  pata a mi perro hacía cinco años.
—Deberíais ir a que alguien le vea —sugerí apartándome de Santiago y limpiándome el sudor de la frente—. Algún médico de confianza.
Los dos hombres asintieron y la respiración de Santiago comenzó a tornarse algo más tranquila.
—¿Tenéis somníferos o algo por el estilo? —pedí.
—Iré a ver si Tracy tiene —dijo Kevin.
Nessie cruzó una rápida mirada conmigo y se adelantó.
—No, mejor iré yo —dijo. Y salió corriendo hacia el jardín.
—Dadle un par de pastillas ahora. Esperemos que no se despierte en toda la noche —aconsejé a los amigos de Santiago. De pronto recordé algo esencial—. Ah, y no puede beber alcohol en la próxima semana. Tendrá que pasarla recuperándose.
—Vete, Lana —me recomendó Angus—. Necesitas descansar.
Yo asentí con la cabeza y comencé a caminar despacio, sabiendo que Angus quería quedarse a solas con los dos miembros del club de Los Santos. Iban a hablar sobre lo ocurrido.
—¿Quién ha sido? —preguntó fríamente la voz ronca de Angus.
—Los Red Dragons —respondió otro de los hombres.
¿Red Dragons? ¿Quiénes eran esos Red Dragons?
Traté de demorarme lo máximo posible, de fingir que me dolía un pie e incluso que la puerta estaba atascada y que no podía abrirla, pero finalmente tuve que salir de la habitación y me quedé en las escaleras.
La conversación prácticamente no se oía, sólo algunas palabras sueltas como: “pistola” “traidores” “negocio”.
Saqué mi móvil de la policía de Los Ángeles, imposible de rastrear por nadie.
Escribí un mensaje rápido con tres palabras: “Tiroteo Red Dragons” y lo envié rápidamente a Evan Red, uno de mis compañeros en el caso, también subordinado del inspector Williams.
Y justo en el preciso momento en el que pulsé la tecla “enviar”, la puerta de las escaleras se abrió.

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