2.

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2-

No podía creérmelo, pero así era: Yo, Lana Silday, estaba vestida como una vulgar prostituta.
Llevaba una camiseta negra completamente rota, aunque gracias a Dios me podía tapar un poco gracias a la cazadora de cuero. Pero de cintura para abajo todo era mucho peor: unos pantalones vaqueros y cortos que no dejaban prácticamente nada  a la imaginación y unas botas altas de tacón.
Ridícula.

Aunque Kevin no parecía pensar eso, puesto que me había estado mirando las piernas desde que habíamos salido de la comisaría un par de horas antes.

Oficialmente ese día había comenzado la misión, Kevin me llevaría a su club de moteros y mafiosos: “Los Tigres de L.A.”.
Yo me reí la primera vez que me dijeron ese nombre, ¡parecía un equipo de fútbol americano hortera!
Kevin aparcó su furgoneta negra fuera del bar que se encontraba en mitad de la carretera. Un gran cartel en la puerta rezaba “Tigres, nosotros atacamos primero”. Un escalofrío recorrió mi espalda y, por primera vez en varios minutos, fui  capaz de mirar hacia Kevin.

—¿Preocupado? —pregunté, mi voz se quebró y tuve que carraspear levemente.

—Sólo me preocupa que te pongas nerviosa.

Yo respiré hondo. No, ese no iba a ser el caso.

Ambos nos bajamos de la furgoneta lentamente. Frente al bar había varias motos aparcadas, algunas eran enormes y negras, con letras brillantes y detalles de cuero sobre ellas.

—Recuerda: nadie puede saber nada sobre esto. En caso de pánico o de riesgo acude a mí o a mi superior. Deberás informarme de cada nueva…

—Noticia relevante que se me confíe —siguió él, interrumpiéndome a mí—. Lo tengo muy claro, Lana. Yo soy el primer interesado en que nada se descubra, porque sería el peor parado en este asunto si saliera mal.

—Sólo estoy haciendo mi trabajo —me quejé.

Él miró alrededor y se acercó lentamente a mí. Hacía calor, el sol incidía justamente en nosotros. Su cercanía me puso algo nerviosa y retrocedí, hasta pegarme en una de las puertas de la camioneta negra, quemándome al contacto con esta.

—Pues hazlo bien —me advirtió—. Porque si te descubren a ti, no creas que vas a librarte fácilmente… tienes el pelo sedoso, la piel suave—. Me tocó el rostro con su dedo índice. —Para ellos no supondría ningún problema hacerte sufrir sin importarles que seas policía… ni siquiera tendrían en cuenta tus gritos…

La voz de Kevin era suave, casi me susurraba al oído. Sentí toda mi piel ponerse de gallina.

—Y quizás yo no pueda ayudarte en esos momentos, agente Silday.

Conseguí respirar como pude y logré apartarlo de mí antes de que el corazón se me saliera por el pecho. Por todos los cielos, ¡era mi primer trabajo serio! ¡Tan sólo tenía veinte años! ¿Cómo podía aceptar que me dijera esas cosas?

Para mi completa sorpresa, Kevin comenzó a reírse al ver mi reacción, y yo enarqué una ceja. Estaba alucinada.

¿Era todo una broma?

—¿Me estás tomando el pelo? —repliqué, molesta.

—¿No os enseñan humor en la escuela de policías?

—¿Y a vosotros no os enseñan modales en la escuela de traficantes?

Su sonrisa torcida volvió a aparecer en su rostro, poniéndome la piel de gallina.

—De hecho se intenta que los perdamos completamente. Tienes suerte de que no vaya a demostrártelo… ahora.

Opté por ignorarlo, no me gustaba que ese delincuente tuviera tantos aires. Veríamos cómo iba a arreglárselas después, cuando corriera peligro de verdad.

Llegamos hasta la puerta del club y yo tragué saliva.
Pensé en mi maleta, la había dejado en la furgoneta. Ahí llevaba mucha ropa, porque realmente no sabía cuándo volvería a ir a mi casa. Quizás pasaran días, o quizás semanas…

Tragué grueso cuando Kevin abrió la puerta, y me quedé sorprendida de que me dejara pasar a mí antes que él.
Por fin estaba en el club.

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