24.

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24-

Me desperté de golpe. No de la manera tranquila y pausada que una debería despertarse la mañana de su cumpleaños.

Abrí los ojos rápidamente y la claridad que entraba por el gran ventanal frente a la cama me cegó durante unos segundos.

“Felices veintiún años, Lana” Me dije a mí misma. Mi imaginación era tan fructífera que llegué incluso a imaginarme que alguien soplaba un matasuegras al terminar mi frase.

Sí, era un poco patético pasar un día importante en mitad de la nada, con un montón de delincuentes y ninguno de mis familiares y amigos allí.

Pero así era la vida de una policía de servicio. Vendrían tiempos mejores, o eso esperaba.

Me removí en la cama, que estaba más cálida de lo normal. ¡Qué gusto! Podría volver a dormirme, ya que seguramente era muy pronto aún.

Volví a cerrar los ojos y me acurruqué en la almohada mientras respiraba profundamente. Era mi día: ese día no trabajaría duro, no discutiría con Kevin, es más, ni siquiera hablaría con Kevin. Y hasta aceptaría tomarme una copita con Nessie.

Gemí suavemente de aceptación. Qué bien olía mi cama, y qué cómoda me encontraba.
Volví a respirar profundamente. Dios, olía como a algo dulce, a la vez que oscuro… es difícil describir un olor, pero era algo profundo; masculino. Sí…

Un momento, ¿masculino?

—Feliz cumpleaños, Lana.

Me quedé completamente estática cuando ese grave susurro me hizo despertar repentinamente de mi estado de somnolencia.
Abrí los ojos de golpe y, tumbado a mi lado derecho, se encontraba él: tan rubio, fuerte y desnudo como un dios griego.

Me alejé rápidamente, separándome todo lo que pude de él.

—¿Qué haces aquí? ¡Estás desnudo!

Kevin se acercó un poco, rodando por el colchón, y con una mano tiró de sus bóxers negros hacia arriba, para que yo los viera.

—¿Ves? Me los he puesto, para que no me llames cerdo.

Me senté en la cama. Tenía un remolino de sensaciones brotando por cada poro de mi piel: sorpresa, enfado, ira, sonrojo…

—¿Pero qué haces aquí?

Él sonrió con suavidad.

—El sofá es demasiado pequeño para mí, ¡y tú tienes sitio de sobra aquí! —exclamó—. Vamos, no ha pasado nada…

Chasqueé la lengua y me levanté de la cama, caminando descalza por el suelo para dar la vuelta y situándome junto a él.

—No puedes hacer eso, yo… yo soy policía y exijo mi privacidad. ¡No podemos dormir juntos!

Estaba en mitad de un pequeño ataque de nervios y no pude más que pensar que si cualquiera de mis amigas me hubiera visto en ese momento me habría pegado una bofetada.

“¿Te estás quejando de despertarte la mañana de tu cumpleaños junto a un tío extremadamente sexy y semi desnudo?” Me dirían. Y yo tendría que cerrar la boca porque llevarían razón.

Como toda respuesta, Kevin volvió a dirigirme una de esas preciosas sonrisas.

Yo no sabía qué prefería ya, si al Kevin imbécil que me ignoraba y me ocultaba cosas o al Kevin imbécil y nudista cuyo egocentrismo era más grande que Los Ángeles. Cabe destacar que ambos eran imbéciles.

—Co… ¿Cómo sabes que hoy es mi cumpleaños?

Él se estiró en la cama, haciendo que sus músculos se tensaran y destensaran, en un hipnótico movimiento.

—Hago mi trabajo, Lana. Lo leí en tu historial el día que nos conocimos.

Una parte de mi mente se quedó muy sorprendida de que se acordara de algo así. Yo sabía perfectamente su fecha de nacimiento, estatura, talla de ropa y hasta su número de miembro de la biblioteca. Pero eso era mi deber, era una agente eficiente. No lo esperaba por su parte…

Decidí sonreír y tomarme toda esa situación con un poquito de buen humor.

—El inspector Williams me ha ordenado ahondar más en todo el asunto de los Red Dragons, sacar toda la información que me sea posible y, si es necesario, provocar yo misma la guerra entre las bandas para así detenerlos a todos de una puñetera vez. Pero, ¿sabes qué? —no esperé respuesta por parte de Kevin y di un alegre salto por la habitación—. Que como es mi cumpleaños no pienso hacer nada de eso. ¡Hoy no estoy trabajando!

Con renovadas energías sonreí alegremente y me dirigí al baño. ¡No todos los días se cumple veintiún años! Ahora podría incluso beber alcohol legalmente.

—¿Y qué vamos a hacer? —dijo Kevin sin aún levantarse de la cama.

Me asomé desde el servicio, apoyada en el quicio de la puerta y le dirigí una mirada.

—Absolutamente nada, Kevin.

Dictaminé.
Cerré la puerta, pero aun así su voz me llegó perfectamente clara.

—Algo haremos. Seguro.

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