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18 meses después.

—Ellos me cuidan. Me hacen sentir respetado y a la vez querido… Cuando estás en una banda tan grande nunca te sientes solo, es como tener una familia que sabes que nunca va a fallarte.

Suspiré audiblemente mientras me quedaba mirando al adolescente rubio que tenía sentado delante de mí. Sólo tenía catorce años.

—No todo es así, Adam —le dije—. Al principio piensas que nunca van a fallarte, pero con el paso del tiempo te darás cuenta de que te exigen más de lo que puedes darles.

Adam rió sarcásticamente.

—¿Y usted qué sabes de bandas, señorita Lana?

Durante unos segundos le sostuve la mirada al muchacho. Tenía los ojos azules y expresivos y, en su brazo, podía ver dibujado su primer tatuaje.
Ese podría haber sido Kevin diez años antes.

Finalmente rompí el contacto visual y repasé mi oficina unos segundos: mi despacho oficial.

—Algo sé, Adam —dije al cabo de un momento, poniéndome en pie.

Adam me imitó y lo acompañé hasta la puerta. Lo despeiné suavemente, en un gesto de camaradería que él me permitió. Llevábamos viéndonos casi dos meses y me había ganado al chico poco a poco.

—No vuelvas a juntarte con ellos —le aconsejé—, no te conviene, Adam. Tú puedes hacer cosas  muy grandes y no necesitas a una banda que te apoye.

Él asintió, seriamente.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —dijo de pronto.

Fruncí los labios un segundo. No me gustaban las preguntas que comenzaban con una pregunta. Asentí ligeramente con la cabeza.

—¿Es verdad que usted antes era policía?

Bajé la cabeza y me alejé unos pasos de él.

—Algo así, Adam —dije rápidamente—vamos, que es mi hora de comer y no me va a dar tiempo.

—Hasta luego, señorita Lana.

Adam cerró la puerta de mi despacho y yo di un par de vueltas por él.
¿Cómo se había enterado de que yo antes era policía?

Después de cerrar con éxito el caso de Los Tigres de L.A. y los Red Dragons, recibí todo tipo de condecoraciones y títulos. Los medios hacían cola por entrevistarme y, por supuesto, se suponía que yo seguiría trabajando correctamente. Mi jefe me había augurado un futuro brillante, diciéndome que llegaría a ser inspectora antes de los veinticinco años.

Nadie se esperaba que, tras completar con éxito el primer caso, yo, Lana Silday, me retirara rápidamente del cuerpo policial de Los Ángeles y me dedicara a trabajar con adolescentes problemáticos en un centro social de las afueras de la ciudad.

Algunos dijeron que me había quedado traumatizada después de más de un mes entre pandilleros. Seguramente tenían razón.

Miré mi reloj y vi que era tardísimo, así que cogí las llaves y salí corriendo hasta mi coche blanco aparcado en la puerta del centro. Era un día especial, de los que sólo se daban una vez al mes.

Conduje durante veinte minutos hasta llegar a un restaurante mexicano situado junto a la playa. Bajé del coche y entré al local, vestida con pantalones de raya diplomática y camisa blanca. Atrás habían quedado mis tiempos de minifaldas negras y botas de cuero y tacón hasta las rodillas.

La vi sentada en nuestra mesa de siempre y me acerqué aún más rápido, esperando que no estuviera enfadada.

—¡Llegas diez minutos tarde! ¡Me ha dado tiempo a beberme tres tequilas! —la chica alzó en la mano un chupito relleno de líquido amarillento—. Bueno, con este son cuatro.

Arrugué la nariz.

—Qué asco, Nessie —dije—. ¿Vas a ir borracha a clase?

La muchacha pelirroja sonrió ampliamente. Se había  cortado el cabello a la altura de los hombros y vestía una camiseta en la que aparecía un dibujo de una Harley. Había cosas que nunca cambiaban.

—Voy a ir a clase, que es lo importante.

Desde que el club de Los Tigres de L.A. quedara cerrado completamente, puesto que casi todos sus miembros estaban en la cárcel, Nessie había retomado con seriedad sus estudios de derecho. Ya casi estaba terminando la carrera y eso me hacía sentir muy orgullosa.

Ambas pedimos burritos, nachos y ensaladas, como todos los meses, cuando íbamos a comer a ese restaurante.

—Hoy es el día —dijo de pronto, mientras yo mordisqueaba un nacho.

La miré unos segundos y después volví a centrar la vista en el guacamole.

—¡No me ignores, Lana!

—No te ignoro. Estoy masticando.

Ella siguió clavando su mirada, curiosa, en mí.

—¿Vas a ir a verle?

Finalmente suspiré y enfrenté sus enormes ojos verdes.

—No quiere saber nada de mí, ya lo sabes.

Nessie mordió el burrito, esparciendo su contenido por todo el plato. Rió mientras intentaba limpiarse.

—Eso fue hace un año y medio, querías verle como “Lana Silday, policía y heroína”, pero hoy se abren las visitas libres para él, ahora puedes ir como “Lana Silday, trabajo con pequeños mafiosos y visto como una adulta”.

Kevin había sido encarcelado pocos días después de la última vez que lo vi, y, por estar demasiado implicada emocionalmente, no se me permitió visitarlo antes del juicio ni de que se dictara sentencia. Al ser colaborador con la policía, sólo había recibido dos años de condena, en una cárcel distinta a la de los demás miembros de Los Tigres, por supuesto.

—No quiso verme hace dieciocho meses y tampoco querrá verme ahora. Sigue creyendo que he matado a su padre.

—¡Pero eso es mentira! —exclamó Nessie—. Por cierto, Winston nos espera este verano en Alaska.

El padre de Kevin ahora vivía allí tranquilamente, esperando día a día a que su hijo saliera de la cárcel. Angus no había logrado encontrarlo y la policía había interceptado cada intento que Los Tigres habían tenido de contactar con algún miembro de fuera.

—¿Y qué importa que sea verano? ¡Va a hacer frío de todas maneras!

Nessie me golpeó suavemente el brazo.

—A ver, Lana. ¡Céntrate! ¿No sería precioso ir a visitar a Winston todos juntos y decirle que Kevin y tú vais a casaros? O mejor aún, ¡que vais a por el primer niño!

Sus comentarios me hicieron sentir muy triste de repente. Si ella hubiera visto la fiereza con la que Kevin se había negado a verme hacía un año y medio, no insistiría ahora en que volviera a intentarlo.

—Me odia, Nessie.

—¿Y qué? Tú sigues queriéndole, ¡inténtalo otra vez! Ha pasado muchísimo tiempo, estoy convencida de que Kevin te echa de menos y quiere verte ¡lo convertiste en un idiota romántico…! sólo lo he visto enamorarse una vez, y ha sido contigo. Y créeme, en esa familia se enamoran de la forma más fuerte y duradera posible, puedo jurarlo.

Supe que hablaba de Dylan, y la miré con ternura.

—¿Qué tal con ese chico de la facultad que me contaste? —dije, cambiando de tema.

Nessie puso los ojos en blanco.

—Horrible. Le huele el aliento a pollo frito.

No pude evitar soltar una enorme carcajada. Cuando volví a hablar, mi voz sonó más confidente.

—¿Entonces nada?

Negó enérgicamente con la cabeza.

—Los hombres no están a mi altura, lo siento por ellos —dijo, decidida.

Sonreí mientras suspiraba sutilmente. Nessie era de las que pensaba que sólo había un amor verdadero en esta vida, y ella ya había tenido el suyo.

—Prométeme que vas a ir a visitar a Kevin. Al menos inténtalo —me aconsejó—. Has sido capaz de infiltrarte en Los Tigres, esconder que realmente eras policía, has desafiado a todo el club junto a Kevin y a la policía al mantener una relación con él… te has atrevido a enamorarte de un motero y has hecho que él lo haga de ti… ¿Y ahora no te atreves a plantarte en la cárcel y decirle: “Vas a verme quieras o no”?

Su discurso me dejó atónita, así que decidí recurrir a la última excusa que me quedaba.

—Me da miedo… —musité, en voz baja.

—Esto siempre ayuda.

Y Nessie compuso una enorme sonrisa, mientras me tendía el chupito relleno de tequila.

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Hola hola ^^
Ay qué ilusionada estoy, ¡sólo quedan dos capítulos!
La semana que viene comenzaré a subir una historia nueva que, estoy segura, os va a encantar (o al menos eso espero, no me rompáis el corazón D: !)
De momento, resumamos mi vida en la palabra: "Exámenes", pero me las apañaré para subir los últimos capítulos muy pronto.
Mil besos :)

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