Capítulo 10

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—¡Si vuelves a reírte otra vez te parto la cara, idiota! —escuchó gritar a (TN) justo antes de poner un pie en la calle—. ¿Por qué tengo que compartir el aire con un adulto que no sabe ni freír un huevo? Espero que Katakuri vuelva pronto.

—¡Oh, vamos! Cualquier chica moriría por estar en tu lugar —comentó Raiden, orgulloso.

—Si te refieres a que cualquiera se moriría al estar a tu lado, tienes toda la razón —gruñó ella. El peligranate se quitó, los zapatos para entrar de nuevo a la casa y se dirigió hacia la cocina.

—Ya estoy de vuelta —anunció. La joven se giró, emocionada, al escuchar aquella voz tan profunda y reconocible.

—¡Katakuri! —exclamó, emocionada, mientras corría hacía él para abrazarle. Este le dio unos suaves golpecitos en la cabeza, a modo de caricia.

—Llegas justo a tiempo. La comida está prácticamente lista y (TN) estaba a punto de poner la mesa —comentó el rubio.

—No pienso poner la mesa. ¡Haz algo de una maldita vez! —gruñó la chica. Pegó la cara contra el abdomen del demonio para ahogar su grito de desesperación.

—Yo la pondré. (TN) ha hecho más que suficiente —intervino el peligranate, manteniendo su tono de voz neutro. Siempre hablaba de manera seria y correcta. Era difícil descifrar cualquier atisbo de emoción en él. Pocas cosas le hacían perder los nervios. Apartó a la joven con cuidado—. Id sentándoos. Enseguida llevo las cosas.

Los dos hicieron caso a sus palabras y se dirigieron a la mesa del comedor, aunque ella lo hizo a regañadientes. Deseaba con todas sus fuerzas perder de vista al estúpido de Raiden. Esa estúpida sonrisa de superioridad que siempre tenía dibujada en su rostro le daba ganas de vomitar. Katakuri no solo fue trayendo los platos, los palillos y los vasos, sino que también trajo las piezas de sushi y los onigiris que su compañera había preparado.

—No entiendo por qué has insistido en esto —comentó el anfitrión—. Poner la mesa es tarea de mujeres, igual que cocinar. Que haya hecho la comida no quita que tenga que poner la mesa.

—Y se supone que pelear es tarea de hombres y yo la hago igual —aclaró (TN), rápidamente—. No creo que se te caigan las manos por hacer cosas de la casa.

—Tú madre tendría que haberte educado mejor. No sé qué clase de valores te han dado... Pensar que un hombre debe cocinar y poner la mesa. Es una estupidez —dijo Raiden.

—Lávate la boca antes de hablar de mi madre —gruñó ella, mientras apretaba los palillos con fuerza. De no ser por la intervención de su compañero, podría haber llegado a partirlos.

—Es cierto que, según las normas de vuestra sociedad, las mujeres son las únicas que deben encargarse del hogar. Sin embargo, pienso que es una tontería —explicó Katakuri—. A lo largo de mi existencia, he observado a mujeres que serían perfectamente capaces de desempeñar tareas que hacen los hombres. Y, algunas, incluso mejor que ellos. En cambio, un hombre que no se capaz de cocinar o encargarse de la casa... Me parece un ser que no sabe valerse por sí mismo.

—Bueno, visto así... Pero la sociedad funciona perfectamente de esta manera. Por algo será —siguió insistiendo el rubio—. Supongo que no todos los solteros cuentan con la suerte de tener un club de fans como el mío. Tienes suerte de no ser un humano, Katakuri. Las mujeres se aprovecharían mucho de tu debilidad.

—¿Debilidad? —preguntó la joven, incrédula—. Tener esos valores no son ningún signo de debilidad. Katakuri sería el marido perfecto. Trataría a su mujer con respeto, compartirían tareas y reconocería su valía. Sería mejor que cualquiera de vosotros.

—Bueno, puede que yo no sea perfecto... Pero mira esta carita. —Se sujetó la barbilla con los dedos e intentó poner una expresión seductora—. Esto perdona cualquier cosa.

—Perdona, pero yo he visto a Katakuri sin bufanda y es el triple de guapo que tú —aclaró (TN). El peligranate se escondió lo máximo posible tras su bufanda. Estaba completamente seguro de que se había sonrojado. No solo había dicho que sería un marido perfecto, sino que era guapo.

—Creo que es uno de los peores sushis que he probado en la vida... —Raiden había pasado de las palabras de la chica y había sido el primero en probar una de las piezas que había en la bandeja—. Es soso y simple.

—Pues cocina tú. A ver si hay suerte y te envenenas —dijo ella, poniendo los ojos en blanco.

—No sé cómo estará el sushi, pero las rosquillas le salen perfectas y deliciosas. —Ese comentario le robó una sonrisa a la joven. El peligranate se sintió orgulloso de haberle hecho sonreír.

El resto de la comida no mejoró. Estaba claro que esos dos humanos no se llevarían bien en la vida. Katakuri se dedicó de intervenir de vez en cuando para calmar las situaciones que iban surgiendo. Al acabar de comer, la mesa se quedó tal y como estaba. (TN) se negó a recoger y también le indicó a su compañero que ni se le ocurriera hacerlo. ¡Que Raiden se ahogara en su mierda!

La peli(t/c) estaba agotada mentalmente. Las conversaciones con ese cretino le habían provocado un gran dolor de cabeza. Por ese motivo, decidió irse a la habitación de invitados y tumbarse sobre el futón. Necesitaba cerrar los ojos, aunque solo fuera unos minutos. Cayó dormida en cuestión de segundos.

Se despertó casi dos horas después, algo sobresaltada. Debía haber tenido un mal sueño, ya que su respiración era irregular y estaba algo sudada. Después de estar unos minutos mirando al infinito, se frotó los ojos y se levantó. Iría al baño a lavarse la cara, a ver si así se despejaba un poco. ¡Qué raro! No había nadie en el salón. Tan solo se escuchaban algunos ruidos de la calle. Cruzó el pasillo hasta llegar a la puerta del baño. Estaba a punto de abrirla cuando escuchó la voz de Raiden a sus espaldas.

—¡Espera! —exclamó.

No hizo caso de sus palabras. De hecho, quiso meterse cuanto antes en el baño para no tener que hablar con él. Se quedó boquiabierta al observar tal imagen cuando la puerta se abrió. Katakuri estaba allí mismo. De pie y sin ropa. No solo le dio tiempo de observar su perfecto y perfilado torso, sino que también pudo llegar a ver aquella monstruosidad que tenía entre las piernas justo antes de que unas manos taparan sus ojos.

—Te he dicho que esperaras... —murmuró el rubio, mientras le arrastraba para que saliera del baño. (TN) ni si quiera tenía voz para contestarle—. Resulta que eres una pervertida a la que le gusta espiar en los baños.

—N-no, es verdad —farfulló ella. Notaba que sus mejillas estaban ardiendo—. Yo no sabía que había alguien dentro.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó Raiden, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro—. Seguro que te has imaginado todo tipo de escenas en tu mente.

—No digas tonterías —contestó ella, apartando la mirada.

—A no ser... Que no tengas ni idea de sexo. ¿Me equivoco?

—Sé alguna cosa... Pero no mucho —admitió la joven—. Tú... ¿Sabes si a las chicas les duele mucho?

—¿Quieres una clase práctica? —insistió él, dando un paso hacia delante.

—No, idiota. Solo quiero que me contestes —gruñó ella, poniéndose en posición de defensa.

—No estoy completamente seguro, pero creo que si no tienes experiencia duele un poco al principio... Pero te aseguro que no hay ninguna mujer que no haya acabado gritando mi nombre entre gemidos de placer —comentó, orgulloso.

—Bien. Suficiente —le cortó ella, arrugando la nariz. ¿Así que dolía un poco? ¿Solo un poco? Aquello que había visto era enorme y, si se suponía que debía entrar dentro de ella... ¡Pero bueno! ¿Por qué se imaginaba su primera vez con Katakuri?

—Ahora sí estas imaginado algo, ¿verdad? —Esa estúpida voz y unos golpecitos en la cabeza le sacaron de sus pensamientos.

—¡Cállate! —exclamó, poniéndose todavía más roja. Se sobresaltaron al escuchar el ruido de la puerta abrirse. Katakuri salió disparado y caminó hasta su habitación si ni si quiera mirarles.

—Bueno, estará avergonzado. Es mejor dejarle solo un rato. Podrías preparar algo de té y tomarlo en la terraza mientras observamos el atardecer —propuso Raiden.

—Sí... —murmuró (TN), mientras emprendía su camino a la cocina.

Pasaron un buen rato en el patio interior de la casa. Estaban sentados sobre el suelo de madera que daba a aquel pequeño jardín. La joven tenía la mirada perdida en el estanque donde nadaban unos pececillos de colores. Oía la voz del rubio, pero no prestaba atención a lo que estaba diciendo. Ya estaba a punto de anochecer y Katakuri todavía no había salido de su habitación. ¿Estaría molesto con ella? ¿Y si a partir de ahora se sentía incómodo estando a su lado? ¡Maldición! ¿Por qué había tenido que pasar eso?

Poco después, un grito desgarrador hizo que (TN) saliera de sus pensamientos y que Raiden dejara de hablar solo. Se miraron el uno al otro durante unos segundos. La luz de los farolillos que decoraban la terraza iluminaba sus rostros. Había anochecido. Ese grito podía significar que... Un demonio había aparecido.

Se levantaron rápidamente para ir a por sus armas. No había tiempo que perder. Cuanto más tardaran, más gente podía ser atacada. Raiden consiguió adelantarse. A la chica le costaba seguir su ritmo. Era sorprendentemente rápido. Los gritos de pánico hicieron todavía más fácil seguir el rastro. Cuando (TN) giró la esquina de una de las calles se quedó boquiabierta. Las farolas que iluminaban la zona estaba cubiertas de sangre. Se acercó a un grupo de personas que había agachadas en el suelo.

—¡Se está desangrando! —exclamaba una mujer, que sostenía a otra más joven en el suelo—. ¡Mi hermana se está desangrando!
—El médico está en camino, ya han le han dado el aviso —anunció uno de los hombres que había junto a ellas—. Debes aguantar un poco más.

La peli(t/c) escuchó el sonido del acero chocar contra las garras de un demonio. Era un sonido al que se había acostumbrado y era fácil de reconocer. Raiden debía estar encargándose de él. De pronto, una sensación de peligro se despertó en su interior. Notó una presencia detrás de ella. Se giró rápidamente empuñando su lanza con fuerza. En tan solo unos segundos garras del demonio chocaron contra su arma. Había logrado parar su ataque y defender a aquellas personas que estaban en medio de la calle, desprotegidas.

¿Eran dos demonios? ¿Habría más de ellos en el pueblo? La joven lograba parar todos los golpes que ese ser le estaba intentando propinar, pero era complicado concentrarse cuando tenías gente al lado a la que proteger. En cualquier momento podía atacarles a ellos. Debía deshacerse de él cuanto antes.

—¡Rápido! ¡Entrad en mi casa! —se escuchó exclamar a una señora, que había abierto las puertas de su vivienda.

Los dos hombres del grupo cargaron con la mujer herida, mientras la mayor caminaba junto a ellos. La mirada del demonio se dirigió hacia la puerta de la casa. Dio un salto para dirigirse hasta allí, pero (TN) también fue rápida y logró desgarrarle la pierna antes de que llegara a tocar a nadie. El demonio soltó un grito desgarrador al notar aquella sustancia que Katakuri siempre iba renovando en el filo de la lanza. Sin embargo, la herida se fue regenerando rápidamente.

—Esto es entre tú y yo —recalcó la chica, mirando aquellos ojos medios derretidos y carcomidos.

Ese ser se abalanzó sobre ella, emitiendo un gruñido de odio. El combate no duró mucho. Se notaba que era un demonio novato y, tal vez no llevaba mucho tiempo convertido. Mientras su cuerpo se desvanecía después de haber logrado atravesar su nuca y su garganta, pudo observar como unas lágrimas caían por sus mejillas. Incluso le pareció leer en sus labios la palabra "gracias". Unos aplausos la sacaron de sí trance.

—Vaya, vaya. Buen trabajo señorita —le felicitó el rubio—. Mientras tardabas tanto en deshacerte de él he dado una vuelta de reconocimiento. No hay rastro de más demonios en la zona.

—No he tardado tanto —gruñó ella, por lo bajo. A pesar de todo, se alegraba de que un tipo como él estuviera a cargo del pueblo. Era muy bueno peleando y estaba segura de que podía proteger a su gente sin problemas.

—¿Dónde está la mujer herida? —El médico y sus ayudantes aparecieron por una de las esquinas de la calle.

—Se ha resguardado dentro de esa casa —contestó (TN), rápidamente, mientras indicaba la puerta señalando con el dedo.

—Necesitaréis estas hierbas. —La inconfundible voz de Katakuri se escuchó. El médico tendió la mano y examinó minuciosamente—. Servirán para adormecer las zonas afectadas.

—¡Es cierto! Conozco estas hierbas, pero no crecen cerca del pueblo... —comentó el médico, algo sorprendido.

—Después te daré el resto que he conseguido para que las guardes en el almacén —dijo—. Ahora encárgate de la chica, por favor.

—¡Por supuesto! —El hombre entró rápidamente a la casa, seguido por los dos jóvenes que iban con él.

—Buen trabajo, (TN) —le felicitó el peligranate, poniendo una mano sobre su hombro—. Cada vez eres más rápida.

—La verdad es que no ha estado nada mal, para ser una chica —añadió Raiden, sonriendo con descaro.

—No es momento de peleas —intervino Katakuri, antes de que ella pudiera decir algo—. Es momento de cenar algo y descansar. Mañana partiremos pronto hacia nuestro siguiente destino.

—Lástima que os vayáis tan pronto —se lamentó el rubio, mientras comenzaban a caminar rumbo a casa.

—Menos mal que ha sido una visita corta... —murmuró (TN), para sí misma.

Cuando llegaron a la casa, el demonio y la chica se sorprendieron al ver tanta gente del pueblo esperándoles. Estuvieron un buen rato agradeciéndoles por haberles salvado y les ofrecieron montones y montones de obsequios. Sobre todo comida. Así que, aquella noche, los dos humanos cenaron hasta reventar.

Tal y como Katakuri había indicado, al día siguiente se levantaron pronto para partir. Prepararon todas sus cosas e incluso metieron en la bolsa de tela algo de comida para el camino, ya que estaban algo bajos de reservas. ¡Y eso que la chica era la única que comía!

Después de una breve despedida, se pusieron en marcha. Debían llegar a las  afueras de Kioto antes de la noche de luna llena. Los demonios no solían atacar en ciudades, ya que podían ser vistos por mucha gente y les gustaba mantener las habladurías sobre su existencia. No obstante, después del fracaso en la anterior cacería, el peligranate estaba seguro de que su madre prefería que sus hijos cazaran en una zona todavía más poblada. Debían evitarlo a cualquier precio.

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