El oleaje de la mar
me llamaba como si tu voz se inyectaste en mis venas después de despertar y ver que nada era real.
Me pudría en un estado de trance y vivacidad.
Los pequeños patógenos se alimentaban de los dulces que por vía intravenosa circulaban en mi interior.

El dulce aroma del sol en el amanecer
y sobre este, el fuego en mi piel.
Sabía que por aquella montaña
se asomaba la estrella más ardiente que nunca pude ver.
Así que me esperé,
esperé a tener esperanzas para que las raíces de mis glóbulos oculares
despertasen.
Porque no podía más,
la espera me carcomía
y el tiempo cada día me entristecía.

No te veía, ni tampoco te oía
pero dentro de mí
algo me decía que una presencia humana se encontraba allí.
Que tú...mi todo
me esperaba ansioso a mi despertar,
que aunque no pudiese más
debía de esperar.

Esperar a poder despertar,
de una profundo coma
del que una vez,
presa fui.

Presa seré
del delirio del ser
de saber que aquel amanecer
iba ser el último en el que tu reflejo
se me volviese a aparecer.