Estaba muerta
o al menos eso algunos decían.
Me susurraban cosas al oído
como si yo nunca los hubiese percibido.
Porque viva o muerta
yo lo entendía,
pero ellos no comprendían que desde el Más Aquí todo se percibía
como si me lo contases hoy mismo,
tal vez mañana o pasado,
tal vez despierta o soñando.

Estaba muerta
o al menos fue lo que dijo mi familia,  al encontrarme abatida por el suelo.
La sangre no cesaba, no dejaba de emanar
y yo sentía que mi día aún no había llegado a su fin.
Pero la sangre seguía emanando
y mi instinto me decía que sobreviviese,
que mi día no había concurrido.

Estaba muerta
o al menos eso era lo que sentía.
Una opresión en mi pecho
me indicaba que mi fin estaba más cerca de lo previsto,
que por mucho que hiciese
estaba condenada de por vida y por muerte.

Muerte de morir,
de sucumbir sin antes sentir.
De no vivir.
De coexistir en la vida de alguien
en un mismo sentido,
en un mismo cuerpo.
Sin anter pedir permiso,
fue culpa mía
yo lo admito.