Capítulo 11

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6 de octubre de 1939.

Me acerqué temprano en la mañana a la cabaña donde atendían a los heridos más graves. Vacilé en si debía o no ingresar, pero le había prometido a aquel chico enamorado dejar mi orgullo de lado. Entré, sintiendo ese inmenso deseo de vomitar ante tantas personas agonizando. Todas parecían desesperadas, perdiendo ese pequeño hilo de esperanza que los mantenía cuerdos.

Un grito de rabia me hizo guiar toda mi atención hacia cierto muchacho que le reclamaba a una enfermera vestida de marrón. Era imposible no reconocerlo, aquellos ojos que denotaban enojo eran inolvidables.

Caminé hacia él, sosteniéndolo por el brazo antes que golpeara a la joven. Me observó y se soltó para después caer en la cama.

- ¿Qué haces aquí? -dijo sin mucha sorpresa.

-Conrad me contó lo sucedido, sólo quería ver si te encontrabas bien, pero, por lo que parece, ya recuperaste energía -dije con una mezcla de enfado y sarcasmo.

-Estás distinto. ¿Todo bien?

Me tomó de imprevisto el tono dulce de voz, pero, recordar aquellas palabras me hicieron regresar a la realidad donde él y yo no éramos amigos, sólo compañeros.

-Ya me tengo que ir. Dentro de una hora volveré al campo de batalla -antes de marcharme, sostuvo mi mano y dijo unas últimas palabras.

-Por favor, cuida a Koch... es... lo único que tengo...

(...)

No creí que me afectara tanto regresar a aquel lugar donde el suelo era sangre y el viento balas. Otra vez ese deseo de asco volvía, junto a un sabor ácido en mi paladar. Admiré a Conrad, quien mordía con miedo y desespero la piel de sus dedos.

-Debería dejar de hacer eso -comenté separando su mano de la boca.

-Es una costumbre que tengo... -murmuró.

No pudimos continuar, pues debíamos estar inmersos en la batalla. Como la vez pasada, permanecíamos en la trinchera, asomando la cabeza de vez cuando para disparar. Nuestra posición estaba llena de desventajas. Apenas podíamos avanzar sin morir en el intento.

Sólo quedaba esperar a que otras unidades tuvieran más suerte y pudieran entrar al perímetro desde el oeste.

Las horas pasaron sin mejoría. Muchos habían perecido y otros intentaban no hacerlo. Los polacos se mostraban firmes, avanzando ligeramente más que nosotros.

Llevaba 13 muertes hasta el momento y un desagrado en mi interior. Para nuestra fortuna, una noticia había llegado y, con ella, la última orden, la cual, si salía bien, podríamos festejar la victoria.

Según lo informado, las tropas de otras regiones lograron su cometido y avanzaban sin temor. Debíamos únicamente esperar y soportar los tiros.

Era un alivio oír aquello. Mi respiración volvía a la normalidad junto a los latidos que antes eran frenéticos. Resistir, sólo quedaba eso.

Alguien se aferró a mi camisa, era Koch. Le brindé una sonrisa de alivio y continuamos disparando.

No más de una hora pasó cuando sentimos a las tropas llegar. Ya estábamos cantando victoria al observar a los guerreros. Los polacos se encontraban rodeados y no transcurrió mucho para que empezaran a rendirse.

Salimos de nuestras trincheras para desarmar al enemigo. Conrad me siguió con alegría y a lo lejos pude ver a Helmut con Edel. Me saludaron levantando los pulgares, pero todo aquello quedó atrás.

Uno de los prisioneros no dudo en ir hacia mí con un cuchillo pequeño. Yo permanecí estático ante aquellos ojos que me recordaban a la primera persona que maté. Llenos de odio y repudio hacia mi o, más bien, hacia el emblema que mostraba en los hombros.

No me moví, no sabría decir si por el miedo o por busca del alivio eterno, pero aquel filoso objeto jamás atravesó mi cuerpo, en su lugar, profanó la piel blanca de aquel chico tímido. Mis vistas se abrían en horror mientras el líquido rojo salpicaba aún más mi ropa.

Unos disparos resonaron en el ambiente contra el agresor, quien cayó al suelo fallecido junto a la víctima. Mis compañeros fueron a auxiliar al herido, pero yo seguía de pie, intentando procesar lo sucedido, entonces me di cuenta una vez la sangre se deslizó hasta mis zapatos.

Me acerqué con paso lento al moribundo que, a pesar del dolor, aún mostraba ese semblante de bondad. Caí ante sus pies.

- ¿Por qué? Si era yo quien debía cuidarte.

No obtuve una respuesta, sólo me brindó una sonrisa leve antes de cerrar sus ojos miel para siempre.

No lo pude proteger... y, con esa última muerte, los nazis habían ganado...

(...)

El camión se detuvo frente a la pequeña base. Todos bajamos en silencio mientras en la parte trasera retiraban los cadáveres para sepultarlos. Alguien se acercó a mí y me tendió cierto objeto que apretó mi corazón.

Era la cadena de identificación de Conrad. ¿Qué se suponía que debía hacer con ella?

Sabía que no me pertenecía, ni tampoco podía hacerla mía, pero dársela a "él" no era algo agradable de vivir. A lo lejos pude divisar a Helmut, quien conversaba no muy alegre con sus compañeros.

Me acerqué.

-Lamento lo que pasó -dijo al verme.

Por algún motivo, me quedé sin palabras. Un nudo había acorralado mi garganta y apenas podía respira con normalidad. Tendí lel collar hacia su mirada y supo que intentaba expresar.

- ¿Quieres que yo se la entregue?

Hubiera sido muy fácil simplemente asentir, pero algo me lo impedía. Esto debía hacerlo yo, algo en mí me obligaba. Negué y, entonces, mis pies comenzaron a caminar solos.

Al darme cuenta, ya me encontraba en aquella tienducha donde yacían los enfermos. Mi mente no deseaba dar un paso más, pero mi cuerpo no respondía ante ella. Llegué hasta la camilla de Benno, quien me observó con duda y sorpresa. Le mostré guindando el medallón con aquel nombre.

-No lo pude proteger -apenas musité mientras el expandía sus ojos, como si se le fueran a salir.

Aún con el brazo que tenía sano, me comenzó a golpear. Sus nudillos se clavan con fuerza en mi rostro, marcándolo y llenándolo de sangre. No me defendí, no lo merecía. Cada puñetazo era un recuerdo de lo poco que era en la vida. Deseaba que no parara, que su ira no cesara y terminara manchando el suelo de aquel líquido escarlata de un cobarde como yo.

No merecía vivir, pero tampoco deseaba morir.

Mi mandíbula comenzaba a doler y mis mejillas a hincharse. La mirada se me volvía borrosa, pero aun podía distinguir el llanto de la luz. Solo pude aferrarme con fuerza al colgante que aún estaba en mi mano derecha.

-Lo siento... -murmuré cuando se detuvo.

Me levantó con ayuda del borde de mi camisa y pegó nuestras frentes con rabia.

-Acaso, ¿esto es venganza? ¿Todo esto es por lo que te dije? ¿Acaso su vida valía menos que una estúpida venganza? Te pedí que lo protegieras... que era lo único en mi vida...

-Pégame -supliqué mientras una lágrima se deslizaba traicioneramente.

Y, por primera vez, una súplica se había cumplido y el joven, tal como lo pedí, volvió a golpearme. 

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