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La Rochelle, Francia

Campos Lemacks State

Finca

Su madre les deseó las buenas noches y a ella le besó la mejilla y la frente, ambas se miraron a los ojos y la mujer le sonrió a su hija en complicidad. Elizabeth salió hacia la parte trasera de la finca y se apoyó en una de las columnas de madera para mirar las estrellas. Se abrazó a sí misma sintiendo un poco de frío. Quedó llena de miedo de confesarle a él lo que en verdad sentía.

―He apagado la luz y cerrado todo ―comentó tapando los hombros y espalda de la joven con su chaqueta.

―De acuerdo, gracias ―dijo y bajó la vista para mirar su mano que estaba puesta sobre el hombro.

Patrick tenía unas ganas tremendas en abrazarla estando él a sus espaldas, pero sabía bien que ella iba a ponerse a la defensiva y prefirió quedarse como estaba.

«¿Por qué no me abrazas?», pensó ella.

―Vamos a dormir cuando quieras ―manifestó.

―Ahora si quieres.

Él asintió con la cabeza y tomó el farol de noche en una de sus manos. Caminaron hacia el granero, donde Elizabeth dormía desde siempre.


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Granero

Cuando él cerró el portón de madera y puso una tabla en horizontal para trabar dicho portón, Patrick levantó en farol de noche y ella lo tomó de la mano conduciéndolo casi hacia el final del granero.

―Elizabeth... ¿acaso me llevas a nuestro nido de amor? ―su voz sonó muy seductora.

―No seas tonto ―giró la cabeza para matarlo con la mirada.

―Me vuelves loco cuando te enojas conmigo ―replicó y avanzó sus pasos para ponerse al lado de ella―. Me gusta guiar... y dominar la situación ―la miró con fijeza y atrevido, regalándole una sonrisa perversa.

La joven tragó saliva con dificultad, se encontraba nerviosa y sentía que por momentos flaqueaba. La luz refleja del farol cuando lo acercaba a ellos, hacía cosas raras en los ojos del hombre y sus facciones, y a Elizabeth la estaba hipnotizando sin darse cuenta.

»Jamás será completamente tuyo, jamás tendrás su amor.

Las palabras de Roseanne volvieron a resonar en su mente como una pesadilla, recordándole cuán indigna era para él.

―¿Qué es ahora, Elizabeth? ¿En qué piensas? Acabas de fruncir apenas el ceño y sé que cuando lo haces es porque recordaste algo. Sé que te inquieta algo y me gustaría saber qué es ―comentó volviendo a frenar los pasos.

―No tengo nada, sigue avanzando, casi llegamos.

―Me lo dirás, aunque tenga que arrancártelo a besos.

―¡Ay...! ―exclamó furiosa.

Patrick rio por lo bajo dejándose llevar por ella de la mano hasta llegar a la cama. Mientras los dos se desvestían de cada lado del colchón ya que casi ni se veían por la tenue luz del farol que la muchacha había bajado. Cuando terminó de ponerse el camisón y lavarse las manos con agua y jabón de la palangana, ella se dio la vuelta para meterse dentro.

―Duermo desnudo ―admitió.

―¿Acaso no puedes taparte? ―cuestionó alterada y con la boca entreabierta, y sin poder apartar la vista de su cuerpo tonificado, sobre todo de la cintura para arriba.

―No vas a pretender que duerma con pantalones, son incómodos para dormir.

―¿Y por qué yo duermo con camisón de lino? ―apostilló con ironía en su voz.

―Bien puedes quitártelo, o si gustas, puedo quitártelo con lentitud yo ―respondió con seducción al tiempo que la miraba a los ojos.

―Madre mía, eres un atrevido ―dijo con ofendida falsedad.

―Desde que te vi en persona que no puedo evitar ser así contigo, Elizabeth. Dejas que el animal que llevo dentro se asome un poco más ―confesó con honestidad.

La francesa se puso de rodillas sobre el colchón y tratando de recomponerse con lo que había vuelto a recordar cuando le escuchó decir eso.

―Tú no eres un animal ―respondió negando con la cabeza.

―¿Acaso tú te consideras uno o te lo dicen en la ciudad?

Su voz fue tajante, seria y fría, y la miró con atención extrema.

―No, no me lo dicen ―tuvo que pestañear un par de veces porque sus ojos se le habían llenado de lágrimas y aunque no quiso su voz sonó trémula.

―Ya deja de mentirme, Elizabeth ―sonó enojado―. ¿Por qué no admites todo lo que te han dicho, Roseanne y los demás de la ciudad? ¿Por qué? ¿Por qué quieres darles el gusto a gente que no vale la pena, ni siquiera pensar en ellas? ¿Acaso vale más lo que los demás piensan y dicen de ti, que lo que yo pienso y digo de ti? ―Unió las cejas con molestia en su voz―. James me contó todo lo que te dijo la puta de Roseanne en la cara el día que irrumpió en el salón, y escuché hoy lo que tu madre y tú hablaban en la cocina ―dijo directo ya metido dentro de la cama pero sentado.

―Pa... Patrick... ¿por qué viniste? ―preguntó con voz nerviosa.

―No me cambies el tema ―emitió con seriedad absoluta―. Nunca pensé que serías tan prejuiciosa y que te irías a guiar por lo que dicen los demás, y no por lo que tú crees e intuyes, y por lo que yo te digo también ―repitió molesto.

―Soy una débil.

―Lo estás siendo porque quieres, tienes más agallas de las que crees, no te tiembla el pulso si debes cachetearme o incluso hacerme frente. Imponiendo la ley ―levantó una ceja con sorna.

―Tú me has dado libertad para hacer eso, opinar, enfrentarte si debo hacerlo y ser libre.

―Pero también quiero que me ames ―fue tan directo que a Elizabeth de inmediato se le aguaron los ojos de nuevo.

―Estás diciendo una locura, Patrick... ¿tú te escuchas lo que dices? ―interpeló con perplejidad absoluta.

―Es lo que estaba intentando decirte desde que entraste a mi despacho la primera vez. Vine hasta aquí porque te seguí, porque fue un error el haberte dejado ir. Sé que extrañabas a tu familia pero yo también te necesitaba ―confesó con melancolía.

―¿Qué fue lo que has visto en mí que las demás no tenían? No tengo nada Patrick, solo mis sentimientos.

―Niña tonta, desde que te vi en la foto que estoy enamorado de ti, eres mucho mejor que todas las frívolas del círculo aristocrático londinense, eres mucho mejor de lo que tú crees de ti misma, ¿por qué no olvidas lo que te dijo esa furcia y comienzas a ser feliz? ―cuestionó uniendo las cejas y luego levantándolas sin dejar de mirarla a los ojos―, ¿por qué no comienzas a ser feliz conmigo, Elizabeth? Es lo único que necesito y quiero de ti, tus sentimientos, con ellos me es suficiente.

―Te amo y lo he mantenido en secreto porque una joven de mi procedencia no debería tener esa clase de sentimientos por alguien como tú ―expresó casi con desesperación mientras lloraba.

―Hay una pequeña diferencia, te hice mi esposa y eres mi mujer aunque todavía no hayamos consumado el matrimonio. Y no tienes idea de lo mucho que anhelo que me recibas entre tus piernas, Elizabeth ―mencionó con ansias en su voz.

―Ahora mismo estoy donde quiero estar, y lo que quiero es lo mismo que lo tuyo, es lo mismo que tú anhelas ―replicó por fin sin titubeos.

El duque la tomó de las mejillas y la besó con pasión desmedida. La mano de Elizabeth con timidez tocó el abdomen masculino, subiendo con lentitud mientras sentía que las yemas de los dedos le quemaban al contacto con su piel.

―Tócame ―susurró en sus labios―, explórame, haz lo que quieras conmigo ―volvió a confesar en su boca sin dejar de besarla.

Los dedos de la joven llegaron al cuello del hombre, donde la vena palpitaba desbocada, estaba perdido en el momento y ella sentía que se estaba perdiendo también. La mano terminó posándose en la nuca de él, tratando de absorberlo todo, por entero. Patrick abrazó su cintura con un brazo y la otra mano quedó sobre la nuca de la joven, sin hacerle presión pero sí dejándole saber que estaba allí, posesiva.

La muchacha no podía mantenerse sobre sus rodillas, y sujetándose del hombro de él con la mano que apoyaba en el colchón se aferró contra su cuerpo queriendo que el beso que su marido le estaba dando fuera más íntimo.

El duque mordisqueó la barbilla femenina y aspiró su aroma a rosas, quedándose embriagado de placer. Pasó con lentitud extrema la punta de su lengua desde el hueco que se le formaba a la joven en la garganta ascendiendo mientras mordisqueaba y daba besos en aquella zona. Elizabeth estaba sumergida en un encanto placentero, las sensaciones la estaban devorando y apretó el cabello de él sin darse cuenta. El gesto de ella, hizo sonreír al hombre en el medio de los besos que le estaba dando de nuevo sobre su boca.

―Lo siento... te apreté sin darme cuenta ―admitió entre sus besos.

―No me pidas disculpas por algo que en verdad quieres hacerme, sé que no lo haces con maldad ―se separó un poco de su rostro para mirarla a los ojos―. Estoy desesperado por estar contigo, Eliza... te quiero y quiero que estemos juntos hoy y siempre.

La duquesita volvió a besarlo sin decirle más nada, solo esperaba que con haberlo besado supiera que quería continuar con lo que estaban haciendo. Patrick avanzó con su lengua para enterrarla en la boca de su esposa, ella ante la intromisión se tensó pero de inmediato se relajó en sus brazos.

―¿Qué quieres que haga? ―cuestionó mirándolo a los ojos―, no sé nada... ―dijo sintiendo sus mejillas arder de la vergüenza―. No tengo experiencia.

―Desde que te conocí que lo supe... en cada vez que me acercaba a ti, tu cuerpo y tu manera de reaccionar y las expresiones de tu rostro me hicieron saber que no tenías experiencia.

―¿Y no te habría gustado que tuviera algo de experiencia?

―La experiencia ―la besó de nuevo―, la desarrollarás conmigo... solo conmigo ―rozó sus labios contra los de Elizabeth.

―Eres la perversión disfrazada de hombre ―suspiró de deleite en sus labios.

―Me provocas de una manera que ni tú misma te das cuenta, duquesita ―devoró su boca cuando se lo terminó de confesar.

Bajó con lentitud los tirantes del camisón de lino, y quedó con el torso desnudo también. Besó y mordisqueó sus hombros mientras descendía con un reguero de besos hasta sus senos. Las cosquillas del pelo de Patrick hicieron reír con sutileza a Elizabeth. Quedó perpleja del asombro cuando sintió el aliento golpear uno de sus pezones, y luego una pequeña caricia de su lengua contra este. No la dejaba pensar con claridad y echó la cabeza hacia atrás para intentar relajarse ante lo que estaba experimentando. Pronto sintió que casi la mitad de su seno era devorado por la boca del duque. Gimió de placer, mientras sentía que el otro seno era acariciado por la mano de Patrick.

Patricien... ―exhaló retorcida de placer.

Con maestría la acostó en el medio del colchón, abrazándola y sin dejar de besarla. De a poco le bajó el camisón y sin perder tiempo, lo mismo hizo con su ropa interior. La joven quedó tan expuesta que por un momento se sintió muy avergonzada de estar allí frente a él. Giró la cabeza para mirar hacia otro lado.

―Me miras, duquesita. No voy a permitir que oses no mirarme, no mirar lo que te hago ―advirtió con provocación.

―No puedo evitar estar algo incómoda.

―Si así te pones, imagínate cuando te penetre ―rio por lo bajo y por inercia ella bajó la vista a su entrepierna―. Mírame todo cuanto quieras, duquesita. No tienes idea lo mucho que he deseado esto... estar así contigo ―admitió al tiempo que con una de sus manos se sujetaba el miembro―. Abre un poco las piernas.

Ante la petición, la muchacha se tensó de nuevo y tragó saliva con dificultad pero lo hizo. Patrick que sabía todo del acto sexual y en cómo darle placer a una mujer, fue acariciando las caras internas de los muslos de Elizabeth. Esta quedó petrificada pero se mantenía quieta y expectante. Los dedos del hombre rozaron su intimidad y sin esperar abrió los pliegues para estimularla. La duquesa gimió de nuevo, encontrándose con sensaciones nuevas, sensaciones que solo quería experimentarlas con él, su hombre.

―Te suplico que... no sigas, por favor ―volvió a retorcerse.

―No me detendré hasta hacerte por completo mía, ¿me escuchaste, Elizabeth? Serás mía, esta noche es nuestra, y las siguientes también ―confesó con descaro mientras hundía el dedo mayor en su interior.

El quejido de ella fue de placer, cuando sintió su dedo deslizarse en su intimidad, no podía creer que algo así le estuviera pasando y se dejó llevar por el momento. Cuando él lo quitó luego de haberla estimulado se lo llevó a la boca degustando su néctar.

―Sabes a ambrosía, Elizabeth ―la miró atravesándola.

La muchacha quedó suspendida en el letargo y quedó estupefacta ante lo que acababa de ver. Con lentitud avanzó acercándose sobre ella.

―Eres atrevido, perverso, oscuro... ―expresó sin poder evitar mirarlo a los ojos.

―Y apasionado ―habló con certeza―, y deseo amarte ―afirmó besándola de nuevo con pasión.

Cuando se puso entre sus piernas, sostuvo su miembro para ubicarlo en la entrada, en aquel rincón donde siempre quiso estar, solo para amarla y hacerla sentir querida. Apoyó todo su peso en ambos brazos que ubicó a los costados de ella. La joven enredó sus brazos en el cuello masculino y de a poco él fue entrando en su interior. Ni siquiera el duque se esperaba que fuera demasiado estrecha y eso le dio rienda suelta al descontrol.

―Duquesita... necesito estar dentro de ti.

―¿Acaso no lo estás? ―preguntó con incertidumbre.

―No del todo, debo atravesar lo que te separa de niña a mujer y estoy intentando no ser un bruto contigo.

―No lo eres... ¿qué debo hacer?

―Nada... solo disfrutar y te pido perdón ahora con lo que haré pero... no puedo resistirlo más.

―¿Qué me quieres decir? ―cuestionó incrédula al tiempo que lo miraba.

―Te dolerá pero solo una vez sentirás dolor. Después trataré de que lo disfrutes, te lo aseguro Elizabeth.

Con besos incluidos, terminó por hundirse de una sola embestida en su interior. La joven quedó en blanco cuando lo sintió llenarla por completo. No sabía si llorar por el pequeño dolor que había sentido o tratar de relajarse.

―Eres demasiado intenso y grande ―se aferró a su cuello en un abrazo.

―Perdón... Elizabeth ―dijo sincero apoyando sus manos en las mejillas para mirarla―, he esperado durante un año y medio para estar contigo.

―Y yo toda mi vida... ―los ojos se le aguaron―, Patrick... mi Patrick ―admitió despejando su rostro y poniendo los mechones negros hacia atrás.

―Me gusta cuando me llamas Patricien. Hazlo, por favor, te amo Elizabeth, soy tuyo, hoy y para siempre ―siguió besándola con devoción.

La joven pareja continuó amándose, más él lo hacía, quería devorarla, y que se quedara bajo su piel. Impregnarse de ella y que la joven se impregnara del duque también. Los gemidos de ambos se entremezclaban y caían en sus bocas mientras se besaban. Cuando Patrick se dedicó solo a que ella obtuviera el máximo placer, dejó que llegara al orgasmo primero, lo que le dio rienda suelta a él haberla escuchado y culminó pocos segundos después que la joven. El cuerpo del duque aún unido al de Elizabeth, estaba perlado por el sudor de la pasión, la muchacha quedó aletargada a medida que él iba recobrando las fuerzas para mirarla a los ojos.

―Tu rostro es digno de un cuadro, estás con los cabellos desparramados por las almohadas y tus mejillas más sonrosadas de lo normal ―comentó y besó su barbilla―. ¿Te encuentras bien?... Elizabeth, mírame ―anunció.

La duquesita de a poco fue abriendo los ojos, sentía vergüenza y mucha por lo que acababan de hacer y tener que mirarlo a la cara en aquel momento fue inesperado.

―No puedo ―dijo con pena.

―¿Acaso te da vergüenza ahora? ―Quiso molestarla un poco.

―Esto no es algo común en mí, no sé qué decir o cómo actuar ahora ―respondió sin tener idea.

―Si abres los ojos de a poco todo te será más fácil y común.

Eliza los abrió y quedó encantada con lo que veía.

―Eres... perfecto ―expresó con sinceridad y embelesada.

―Y soy tuyo... completamente tuyo, jamás lo vuelvas a dudar, duquesita.

La besó de lleno en los labios y ella correspondió el pasional beso con deleite. Se aferró a su cuello mientras continuaban besándose. Elizabeth estaba en una nebulosa de color rosa y aún no podía creer lo que había sucedido minutos atrás con Patrick.

El duque besó toda su cara mientras que la joven reía por lo bajo, el hombre de a poco salió de su interior para abrazarla y acercarla a su cuerpo, él fue el encargado de cubrir sus cuerpos con las mantas y a medida que el cuerpo femenino yacía sobre el masculino, la muchacha iba quedándose dormida por completo.

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