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Floresta

Faltaba un largo tramo de bosque para llegar al territorio del ducado y el sol empezaba a ponerse en el horizonte a pesar de que no se podía distinguir, solo Patrick se dio cuenta por el color que comenzaban a tomar las hojas de los árboles.

―Pronto anochecerá, es mejor que volvamos ―azuzó al caballo para emprender un galope.

―Es precioso el color del bosque en otoño, sobre todo en este horario.

Elizabeth se abrazó sintiendo algo de frío y el duque se desprendió la capa oscura para colocársela sobre los hombros de la joven.

―Estará más abrigada ―confirmó prendiendo el botón por delante.

―No tenía porqué hacerlo, milord ―replicó mirándolo una vez más y luego posar sus ojos en las manos masculinas.

―Estaba sintiendo frío y era mejor cubrirla ―manifestó observándola―, le queda demasiado bonito el nuevo vestido ―expresó con cariño pero con respeto por ella también.

―Se lo agradezco.

Cuando percibió el calor debajo de la capa del hombre, el aire viciado entre la tela y su cuerpo, desprendió el aroma que llevaba la capa. Era indescriptible y difícil de deducir a qué olía el perfume pero no era nada a lo que solía oler, era intenso y fuerte. Como el hombre que tenía a su lado.

Pachulí ―acotó.

―¿Qué? ―cuestionó sorprendida al levantar la cabeza para verlo.

―Lo que huele sobre mi capa se llama Pachulí, es un perfume bastante fuerte para contrarrestar olores desagradables.

―Pues... yo no percibo que usted lo necesite ―declaró y él rio por lo bajo.

―Gracias por considerarlo ―esbozó una sonrisa sin mostrarle los dientes―, pero con olores desagradables me refería a los cobertizos, estar entre caballos ya de por sí el tufo se impregna en la ropa.

―En eso usted tiene razón, el tufo de los animales de campo desprende un olor que cuesta acostumbrar a la nariz ―admitió.

―Mañana o más adelante, podrá elegir el caballo que quiera.

―¿El paseo es un cortejo también? ¿O prefiere cortejarme en público?

―Que la haya ido a buscar, es señal efectiva para que todos sepan que algo sucede entre usted y yo ―manifestó―, si lo quiere saber, mi cortejo hacia usted comenzó desde la tarde de ayer cuando pedí que le dejaran floreros con rosas rojas en su dormitorio.

―Estaba creída que solo se cortejaba en público o bien con citas previas dentro de una residencia ―dijo―, pero lo que me acaba de decir es diferente ―unió las cejas sin comprender―. No es algo común.

―No soy común, ¿por lo menos le han gustado?

―Sí, mucho.

―Me alegro ―le dedicó una gran sonrisa―, ¿compró muchas cosas hoy?

―Su madre estaba más entusiasmada que yo, creo que hizo que la dueña de la boutique me confeccionara todo un guardarropas de temporada de otoño-invierno ―replicó afligida―, no podía creer la cantidad de cajas que el lacayo tuvo que subir al techo y otras tantas dentro del carruaje.

―No se asuste, aquí es normal entre las mujeres ―se carcajeó de manera sincera―, ¿pudieron hablar sobre el vestido de novia? ―La pregunta la desconcertó.

―No pensé que preguntaría algo así. No hemos tenido oportunidad. Fueron las dos horas más interminables de mi vida ―emitió y con ello le dio a entender sobre el encuentro fortuito con su examante.

―Comprendo, a medida que el tiempo pase, se acostumbrará a estas cosas... pero si quiere, puede mandar a llamar a la modista para que concrete una cita con ella y ver todo lo relacionado con su vestido.

―De acuerdo, me gusta su idea. No tengo que estar tan a la vista de los demás, por lo menos no por ahora.

―Pero en algún momento deberá salir, y socializar con el resto de las personas.

―Lo sé, pero si a usted no le molesta, prefiero dar ese paso en lo posible la semana próxima ―comentó observándolo.

―Por supuesto, no la presionaré con eso.

―Se lo agradezco mucho.

―¿Qué me dice si luego de cenar, usted y yo tomamos clases de baile? ―interrogó y ella lo contempló una vez más.

―¿Usted me enseñará?

―¿Acaso cree que no sé bailar? Se sorprendería de lo buen bailarín que soy, señorita ―expresó por lo bajo y con un dejo de seducción―. Entonces, ¿qué me dice? ¿Acepta la clase de baile? Por lo menos esta noche, una sola ―insistió con una sonrisa y Elizabeth no pudo negarse.

―Acepto. ―Sonrió también―. Seré curiosa, ¿qué baile me enseñará? ―Levantó levemente la barbilla con desafío.

―Vals. Incluso la semana que viene podríamos aparecer en Almack's... ¿Qué me dice? ¿Ha escuchado alguna vez del lugar? ―Bajó la vista para observarla.

―No, milord. No he escuchado de él ni cuando iba a recoger el correo en la oficina postal.

―Es un club para hombres y mujeres, se entra por un vale pagado.

―Supuse que solo era para el círculo aristocrático.

―No, y no hace falta que tenga fortuna, o título nobiliario, si a las siete personas que organizan dicho evento, les agrada el invitado, tienen asegurado un lugar allí y les permiten comprar el vale, de otra manera no entran.

―¿Y usted es asiduo al lugar? ―preguntó de forma curiosa.

―Estoy en la lista de clientes exclusivos y privilegiados, por lo que tengo entendido.

—No me extrañaría.

―Estoy allí por mi madre pero no suelo acudir ―confirmó con una sonrisa al tiempo que la miraba con suma atención.

―¿Su madre es clienta exclusiva?

―No, mi madre es una de las siete que organiza todos los miércoles el evento. Y, siendo futura esposa del duque, usted estaría en todo su derecho en querer comprar el vale para asistir.

―Aunque no lo crea, no me gusta obtener cosas haciendo alarde de su título nobiliario. Lo veo demasiado frívolo y poco sutil.

―Aquí nada es sutil, Elizabeth.

―Lo tengo claro, milord.

―Pero... si no quiere de esa manera, podemos ir de tanto en tanto.

―No estoy tan segura que dejen entrar a la esposa del duque sin que ella tenga el vale también, por más que esté casada con alguien de esa lista.

―Mi madre hará lo que tenga que hacer para que pueda entrar, si usted así lo desea.

―Es muy amable pero prefiero esperar, quizá hasta la semana próxima como usted bien me ha dicho.

―De acuerdo, Elizabeth.

Misterio comenzó a galopar de nuevo con desenfreno hasta toparse con una ardilla en el medio del camino lo que hizo que fuera hacia atrás y levantara pocos centímetros sus patas delanteras por el susto que había sentido. La francesita se aferró a la cintura de Patrick quedando aterrada ante el movimiento del caballo. Pero aún así, quedó con los pies colgando. El acto, hizo estallar en risas a Elizabeth, que terminó por dar un salto para bajar por completo del caballo. El duque lo mantuvo firme por las riendas para calmarlo y lo logró, dando palmadas al lomo del potro y acariciándolo también.

―Ha sido solo una pequeña ardilla, Misterio.

―Una ardilla que casi nos hace caer del caballo ―acotó ella y vio al hombre apearse.

―¿Usted se encuentra bien? ―interrogó mirándola con atención a los ojos sujetándola de la barbilla.

―Sí, un poco asustada pero estoy bien, gracias.

Patrick se la quedó contemplando un poco más, pero aún cuando tenía unas tremendas ganas de besarla, se contuvo. Se la veía ruborizada y con algunos mechones rubio cobrizo fuera de la trenza francesa, estaba encantadora y muy delicada.

«Bésame», caviló la muchacha.

Pero el beso que ansiaba jamás llegó.

―¿Camina un poco más o prefiere subirse al caballo de nuevo?

―Camino, no se preocupe.

―El ruedo del vestido se le manchará y es nuevo.

―No me molesta y espero que a su madre no le moleste que se haya manchado, quiso pagar por el vestido que llevo puesto ―comentó―, la verdad es que me pareció un poco sorpresivo su gesto, me negué al principio pero ella insistió y terminé por ceder para no quedar mal con ella. No quería hacerla sentir mal.

―Si ella se lo ha querido regalar, fue de buena gana.

―Lo sé y por eso se lo acepté ―volvió a mirarlo a los ojos cuando le respondió aquello con apremio.

El tramo que les faltaba fueron de veinte minutos o un poco más.


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Ducado

Dormitorios

Llegaron a la entrada del palacio ducal donde dejó a Misterio en manos del mozo de cuadra, y ella entró primero ante el gesto de él.

―Me daré un baño antes de bajar a cenar ―emitió el duque.

―Haré lo mismo.

Por un lado estaba Patrick en su recámara, y en la habitación contigua se encontraban Elizabeth y Clarissa, partidas de la risa. Mientras una se sumergía en la bañera, la otra estaba sentada en la silla cerca de la mesa, acomodando las cajas de las compras de aquel día.

El único que había hecho rápido su baño había sido el hombre, y al tiempo que se vestía sin ayuda de Sam, escuchó risas a través de la puerta cerrada. La curiosidad lo estaba matando, y sin hacer ruidos se acercó a la puerta para escuchar con suma atención. No sin antes haber visto por la cerradura que Clarissa estaba sentada en la silla, aquello fue lo que lo dejó desconcertado, y esbozando una sonrisa, y a su manera, se lo iría a preguntar a Elizabeth. Pocos segundos después, apoyó la oreja sobre la puerta.

―¿Puedo hacerte una confidencia?

―Claro ―dijo su doncella, esperando que fuese algo referido al duque.

―Hace unos momentos en el bosque, tuve unas tremendas ganas de que me besara. ¿Está mal pensar así? ―cuestionó con angustia en su voz.

―No, Elizabeth. No está para nada mal eso que has sentido. Te parecerá raro e incluso apresurado, pero la vida aquí es así, la mayoría se casa por conveniencias, por fortunas, o por motivación material y no por algo sentimental, y que hayas pensado eso, te hace diferente al resto ―confesó la mujer con una sonrisa de alegría.

―Supongo que sí, a veces no quiero sentirme así, tan solo he llegado ayer y es imposible que piense así ―bufó.

―Yo no lo veo así.

―No lo sé, estoy confundida.

―De a poco, tu corazón te dirá la verdad ―expresó con honestidad.

Patrick sonrió de oreja a oreja y terminó por vestirse, para ser el primero en bajar al comedor.

Ella salió de la bañera para secarse y vestirse de a poco detrás del biombo. Y eligió un sencillo vestido de muselina que ya estaba colgado dentro del armario, el cual completó con un calzado del mismo color de la tela del vestido y Clarissa luego de cepillarle el cabello le hizo una coleta baja a la altura de la nuca. Por último se perfumó con la esencia de rosas.


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Comedor

Apenas fue al comedor, se encontró con las ubicaciones de las sillas y las vajillas en un lugar diferente al que estaba viendo desde que había llegado allí.

―Buenas noches, señorita ―dijo James cuando la vio.

―Buenas noches, ¿por qué están ubicado así las vajillas?

―Nadie ocupará la cabecera hoy, milord me avisó que quería sentarse a su lado ―admitió y ella ladeó la cabeza con asombro.

―De acuerdo... ¿Y milord?

―En su despacho.

―Iré allí.

―No hay problema, puede hacer lo que quiera aquí, señorita ―sonrió con amabilidad.


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Despacho del duque

Caminó hacia la oficina y se encontró con el hombre que estaba leyendo papeles sobre el escritorio.

―Creí que no trabajaba en este horario, es demasiado tarde, milord.

―Siempre hay un poco de tiempo para leer estos papeles ―se levantó del sillón individual y se acercó a ella―. No se olvide que después de cenar, usted y yo tomaremos clases de baile ―esbozó una sonrisa de lado al tiempo que levantaba una negra ceja.

―Creo que simularé estar agotada ―notificó sin darse cuenta que coqueteaba con él.

―¿Se está mofando de mí, señorita? ―cuestionó pasando por delante de ella y sintiendo cómo la joven cambió de postura.

―Para nada, pero creo que le seré un aburrimiento porque nunca he bailado, no quiero terminar pisándole los pies, milord.

―Soportaré cualquier cosa, se lo aseguro.

―En ese caso, usted mismo se atendrá a todo lo que pueda pasarle ―rio por lo bajo tapándose la boca con la mano.


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Comedor ducal

Pocos minutos después, se dispusieron a cenar, quedando el duque al lado de ella, algo que no se lo habría esperado, si ya estando en la cabecera le afectaba mirarlo, tenerlo a su lado, fue mucho peor. Sentía que la observaba en cada oportunidad que tenía y más incómoda la ponía.

Posterior al postre, sus padres se retiraron a dormir porque se encontraban demasiado cansados y les desearon las buenas noches a ambos. Los dos quedaron de pie hasta que los padres de Patrick subieron a su alcoba.

Elizabeth escuchó solamente una puerta abrirse y cerrarse, y le extrañó mucho, porque se sabía por regla general que una pareja casada no compartía el lecho. Pero tendría que haber sabido que con Lemacks, nada era predecible.

―Pasemos a la biblioteca ―extendió el brazo para que ella guiara el camino hacia el despacho.


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Biblioteca ducal

Unos minutos después, se encontraban dentro de la biblioteca y la muchacha quedó enamorada de la cantidad de libros que el duque tenía allí.

―Me sorprende la gran cantidad de volúmenes que tiene, milord ―manifestó con una encantadora sonrisa mientras miraba al nivel de su vista y hacia arriba también.

―Me alegro que le gusten, cuando quiera puede elegir el que guste para leer, señorita... pero ahora, nos toca el baile. ¿Qué vals prefiere?

―No sé absolutamente nada de valses, milord. Me temo que no puedo ayudarlo ―admitió poniendo su boca en una línea recta.

―No se preocupe, lo elegiré y luego le diré cómo debe ubicarse y seguirme ―respondió.

El duque seleccionó la melodía y ubicó el disco en el gramófono mientras ella leía los títulos de los libros. Él carraspeó y la joven se giró para mirarlo.

―Pronto comenzará ―anunció ofreciéndole su mano.

Cuando ambos se hicieron la reverencia para empezar a bailar, la música del vals inundó el ambiente para transportarlos en una melodía de ensueño. Patrick le indicó cómo debía poner las manos y él hizo lo mismo. Aunque el hombre la guiaba y le decía lo que debía hacer, parecía que ambos se complementaban a la perfección.

―Dolió...

―Lo siento, milord ―dijo ella apenada al mirarlo.

El duque estalló en risas.

―Ni siquiera me ha rozado con su zapato.

Quedó roja de la vergüenza por aquella situación y ante la burla, ella se la desquitó, le apretó el pie con deliberada saña.

―Juega con fuego, señorita Elizabeth ―emitió con seriedad clavándole la mirada en la suya.

―No me gusta que me haga sentir una tonta, milord.

―Debería haber tomado la broma con risas, no me estoy burlando de usted ―la giró para volver a sujetarla de la cintura.

Las vueltas que le daba, no dejaban que ella le respondiera y la estaba irritando un poco, sabía que se lo hacía adrede y a pesar de eso, no podía evitar sonreír ante su manera de llevarla al compás de la música. Un mal movimiento hizo tropezar a Elizabeth que fue a parar su cara contra el pecho masculino y por consiguiente él no pudo evitar la caída sobre el largo sillón de cuero. La joven quedó de rodillas entre sus piernas y las manos apoyadas sobre el amplio pecho. Cuando levantó la mirada, enrojeció de vergüenza de nuevo, y él sonrió ante la manera en cómo habían quedado.

―Lo siento, milord ―se excusó enseguida y se levantó de inmediato―. Si no le molesta, prefiero dejar la clase para otro momento.

―Sí, no se preocupe ―replicó levantándose él también.

―Buenas noches ―dijo sin siquiera darle la reverencia.

Giró en sus talones y caminó para salir de allí pero Patrick la alcanzó para retenerla del brazo y voltearla para que lo mirara.

―No tiene que sentirse incómoda por esto que acaba de suceder, no fue su culpa y tampoco la mía, debe estar tranquila ―expresó con sinceridad.

―Lo entiendo.

―Buenas noches, señorita.

Apenas salió de la biblioteca y del despacho se encaminó con ligereza hacia las escaleras para subirlas y entrar a su dormitorio para refugiarse.


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Alcoba

Al cerrar la puerta, quedó apoyando la frente contra esta y suspiró de alivio, sabiendo que estaba sola allí. Se angustió cuando recordó el encuentro desafortunado que tuvo hacia unos años atrás en Francia con otro hombre rico. En aquel entonces, cada vez que el sujeto intentaba acercarse a ella, temblaba de pavor, pero esta vez era todo lo contrario y a pesar de eso, intentaba alejarse por miedo a algo parecido. Se llevó las manos a la boca para ahogar el llanto que tenía dentro y el cual quería tratar de expulsar.


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Oficina

Dentro de la biblioteca, Patrick sentía que con tan solo haber apoyado la muchacha las manos sobre su pecho, todavía sentía un bonito calor, se había sentido en verdad reconfortado y con una sonrisa suspiró de regocijo.


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Cocina

Salió de allí para dirigirse a la cocina donde aún se encontraban la cocinera, James y Clarissa.

Los tres se quedaron de piedra cuando lo vieron entrar.

Milord, ¿necesita algo? ―cuestionó el mayordomo.

―Quedé sin brandy en la recámara, y anoche me olvidé de pedirlo.

―Iré a buscárselo ―comentó el hombre.

―Clarissa, ¿tú no deberías estar con Elizabeth? ―Levantó una ceja mientras la miraba.

―Sí... ―quedó perpleja ante la pregunta.

―Bueno, en ese caso, iremos juntos a su alcoba, cuando James me traiga la botella.

Una vez que el mayordomo volvió a la cocina, Patrick se acercó a él para sujetar la misma por el cuello.

―Aquí tiene, milord.

―Gracias, buenas noches ―emitió―. Clarissa...

―Sí, milord, iré detrás de usted.

Antes de entrar a la alcoba, él se dirigió a ella.

―Tú y Elizabeth me dirán la verdad porque es imposible que hayan hecho tan rápido las cosas, cuando hace unos momentos atrás ella subió a dormir.


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Recámara de Elizabeth

La mujer quedó muda ante las palabras del duque. Mientras la joven se cepillaba el cabello, vio cómo la puerta se abría y entraba Clarissa seguida por el duque. Abrió los ojos con desmesura y enseguida se cubrió el camisón con una bata. Tragó saliva con dificultad cuando se dio cuenta que él se había enterado del engaño.

―Puedo explicárselo, milord ―habló la joven―. Yo tuve la culpa, y no Clarissa.

―No van a poder mentirme ninguna de las dos, porque cuando volvimos del paseo a caballo y subimos para darnos un baño, espié por la cerradura que su dama de compañía estaba muy cómoda sentada en la silla ―enfatizó la situación.

Al duque no le importó si con eso se ponía él mismo al frente.

―¿Acaso usted fisgonea a los demás?

―Fisgoneo a quien me interesa, señorita, y me sorprendió ver a Clarissa sin hacer nada.

―Ya veo... la culpa es toda mía, no tiene porqué despedirla. Vete a dormir, Clarissa ―la miró y ella tragando saliva, se retiró luego de desearles las buenas noches seguido de una reverencia.

Quedaron los dos a solas. Volvió a sentarse en el pequeño asiento frente al tocador para seguir cepillándose el pelo. Trató de ignorarlo y le costó hacerlo.

―Veo que le gusta impartir la ley aquí ―su tono de voz sonó con un énfasis de diversión―. En ese caso, tendremos duelos de quién de los dos pone la autoridad aquí ―se inclinó apoyando una mano sobre el tocador y clavando la mirada en la suya a través del espejo.

―Se supone que Clarissa es mi dama de compañía, y puedo ordenarle lo que sea, ¿o no, milord? ―Le costó responder ante la manera en cómo aquellos azules ojos la observaban.

―Por supuesto.

―Entonces, no hay nada que discutir... Yo misma le pedí a Clarissa que no me ayudara cuando debía ponerme o quitarme la ropa, ni siquiera que me bañe, me limito a que me peine, y nada más. Y fuera de eso, si debe alcanzarme alguna prenda o arreglar la cama ―confesó con miedo.

―Y el resto del tiempo que pasa aquí, ¿qué hace? ―cuestionó solo para saber qué le respondía ella porque ya sabía la verdad.

―Hablar, charlamos, ella me cuenta sus cosas y yo las mías.

Patrick dejó la botella sobre el tocador y acarició su pelo.

―¿Se lo deja suelto para dormir? ―formuló y ella quedó desconcertada ante la pregunta.

―Me hago una trenza.

Fue él quien se adelantó y con suavidad comenzó a trenzarle el cabello, Elizabeth quedó pasmada ante el gesto que tuvo él. Lo miró a través del espejo, se lo veía concentrado.

―¿Está enojado por lo que supo, milord? ―Quiso saber ella.

―No estoy acostumbrado a pagarle a un empleado para que haga la mitad o nada del trabajo por el que se le asignó, pero por usted haré una excepción ―una vez más la miró con fijeza a través del espejo.

―Se lo agradezco mucho, milord.

―¿Con qué sujeta el final? ―Se refirió a la trenza.

Pronto le entregó en la mano un elástico y él terminó por atárselo. Ella se levantó del asiento y ambos volvieron a quedarse callados y mirándose con atención a los ojos.

El hombre se acercó a ella y le depositó nuevamente un beso en la frente.

―Buenas noches, señorita ―dijo con una sutil sonrisa y tomó de nuevo la botella en una de sus manos.

―Gracias, buenas noches para usted también, milord.

Segundos después, lo vio desaparecer detrás de la puerta contigua y la joven quedó con un revoltijo de nuevas sensaciones.

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