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Tras atravesar el solitario pasillo, llegó a su habitación. Desbloqueó la puerta y suspiró contento de haber dejado las ventanas abiertas al irse. Si bien el día había sido caluroso, la noche aliviaba el sopor lo suficiente para poder disfrutar de la brisa que llegaba del exterior. No esperaba lluvias, aún así elevó un pensamiento. Quizá entonces la temperatura descendiese y esta noche no pareciera un antesala al infierno.

La vista desde su cuarto en ese hotel era un tanto pintoresca, no así la mejor. Había accedido con suerte a un sitio allí, puesto que no contaba con asistir en realidad. A última hora decidió dar el sí y solo por el compromiso de pagar un favor. Maldijo por ello a Min Yoongi, por su impertinente sonrisa al momento de recordarle que sin él no habría conseguido ser el modelo principal de la nueva fragancia de Dionysus.

Namjoon pensó en ello mucho rato en su mugroso apartamento en Ilsan. Sopesando cuánto le convenía asistir a una presentación del perfume más reciente del mercado. Era un riesgo, como todo, porque la marca era relativamente nueva y sus ventas todavía no disparaban alto en las listas. Pero él fue contactado por lo mismo, por ser un modelito de pasarela citadina que poco le rentaba a los productos. Al final, firmó tras oler aquella maravilla y ver los números en el contrato.

Entonces, fue todo un caos hermoso lo que se generó ante la propuesta de lanzar un perfume como ese. Uno que desafiaba al pensamiento y los sentidos; no era simplemente una fragancia de frasco era... como una declaración de guerra. No. Más que eso, se trataba de una venganza.

... LOS HOMBRES Y EL PLACER HAN DE DOMINAR A LOS PREJUICIOS ...

Así se leía en el packaging de los productos. Una llamativa publicidad para acaparar la atención. Generar admiración o rechazo, pero reacción al fin. La botella era también un diseño estilísticamente osado; curvado y de color morado. Este efecto daba al contenido del frasco una tonalidad oscura, como vino o como sangre.

Y luego estaba el modelo.

Él salía en el paquete en una pose que a primera vista parecía descuidada, desprolija. Pensaría cualquiera que se trata de un hombre que ha caído por el cansancio, fatigado por la rutina. Pero era todo lo contrario. Era él la representación de la dicha del orgasmo, la lujuria que reposa tras haber sido desatada. En una cama de pálidas sábanas, Namjoon arquea su cuerpo tenso y luego se libera. Su rostro está compuesto de una mueca de dulce placer doloroso. Se le colorea el rostro al recordar cómo fue aquella sesión fotográfica; mas bien al pensar en el fotógrafo, Jeon Jungkook, y su habilidad para tomar de él lo ideal para la estampa lujuriosa. Recuerda a la perfección y un tirón en su entrepierna hace que se termine de desnudar.

Adora estar desnudo; no soporta el calor.

Camina sin ropa hasta el armario frente a la ventana. No se preocupa si puede ser visto. No tiene inhibición con su físico. Y, en cualquier caso, el fisgón es el que está errado por espiarlo en su intimidad. Encuentra una bata fina de color amapola y se la echa al cuerpo como un refugio. La suavidad de la tela y la frescura que se posa en su piel acalorada lo hacen sentir a gusto. Pero el calor no cesa y le produce una sed molesta. Se desplaza por el alfombrado casi arrastrando los pies, sin gracia. Se siente dios pero se sabe titán, por lo que es bruto y abre con la misma poca elegancia una botella de cerveza del barcito que el propio hotel dispone en cada habitación.

Suerte que es la marca que lo contrata quien le paga, él no tiene efectivo ni tarjetas encima.

Ha venido como maniquí vivo, sujeto al capricho del público y su jefe. El jefe misterioso a quien recién hoy le ha puesto cara. No había charlado directamente con él, pero oírlo pronunciar su discurso fue interesante.

—Un bastardo sexy... —murmura sobre el pico de la botella y empina el contenido para que le inunde la boca.

Su lengua saborea el amargor de la cerveza. Masculla contento. Necesitaba un trago. El trabajo no era en sí tan extenuante, solo debió posar con expresión descarada, otras de reproche y algunas veces de inocente. «Tienes que lograr que no te quiten los ojos de encima» le habían ordenado. Namjoon creyó que sería fácil; anda, verlo con ese cabello morado en contraste con su piel morena era un espectáculo por sí solo. Mas la concurrencia del evento era reacia a mostrar real interés y se vio en la tarea de engatuzar a los pequeños grupos que se le acercaban. Así con todos, hasta que cada persona de ese salón pasó y lo masturbó con la mirada. Se volvió una cosa que desear, que querer poseer. Se hizo pequeño y se envolvió en bolsas con tul de color morado —como su cabello— y se fue con cada cliente que compró el perfume.

Objeto. Deseo. ¿Hay dignidad en la lujuria comercial?

No supo si beber tan de prisa esa cerveza y el hecho de que apenas comió ese día fueron las razones de su repentino mareo, pero se aferró al ancho barandal de mármol del balcón. Quería despejarse antes de acostarse a dormir. Mañana temprano saldría rumbo al aeropuerto y no había podido ni ver la ciudad porque esto era solamente una visita de trabajo. Estaba solo. Nadie con quien pasar la velada. Y en este extranjero país no se atrevía a buscar un acostón porque los hombres eran en extremo conservadores ante el ojo público. Namjoon lo sabía, venía de un país también prejuicioso. Por lo que se mantuvo al margen, sabiendo que varias de esas miradas que le dispararon eran sexuales. Lo recorrieron por completo mientras estaba con el cuerpo apenas cubierto por una tela blanquecina emulando satíricamente las vestimentas griegas.

Y saberse atractivo sexualmente lo calentó. Lo excitó. Era verano afuera y en su interior. Tanto, que el roce mismo de la bata que llevaba puesta lo erizaba. Estallaba en escalofríos deliciosos que acaban, por desgracia, tan pronto como empezaban. Por eso no evitó pasar su mano por su torso, suave, delicado. Lento, llegó hasta el botoncito de su pecho, aplicando presión con su pulgar e índice. Suspiró por el tirón de su pezón, que parecía hacer eco en su bajo vientre. Distraído continuó hasta que dejó esa zona sensible y pasó al otro. Cambió de mano la botella de cerveza que seguía fría y esto le dio una idea; posó el frío vidrio en su cuello y el alivio hizo que volviera a respirar pesado. Como si el aire de sus pulmones liberara la presión de su pecho.

No fue consciente de que había cerrado los ojos hasta que un ruido a su izquierda hizo que se sobresalte y mire en esa dirección.

Su boca se abrió por la sorpresa de ver a su jefe en el balcón contiguo. Apoyado en el barandal también y con un vaso en la mano, el hombre sin pudor le devolvía la mirada. Espectador de ese instante de amor propio.

—Yo... —Namjoon no sabía qué decir para justificarse. No sabía cómo podría tomar ese hombre aquel acto travieso de tocarse en un sitio donde cualquiera podría verlo.

—Sigue —Ordenó la voz de su jefe, pero parecía que lo oía en su mente. No estaba siquiera seguro de que el otro hubiera movido los labios.

¿Acaso era su subconsciente que se materializaba en su jefe para que él continuara las caricias? No le dio demasiadas vueltas porque fijar la mente en un pensamiento le traía mareos y el alcohol que bebió danzaba frenético con su ebria razón.

Enterado de que tenía un admirador, Namjoon movió el cuello de su bata para pasar el helado vidrio de la cerveza por sus clavículas. Se humedeció; gotitas quedaron allí, sudor y cerveza. La otra mano que se había detenido sobre su abdomen volvió a tomar fuerza y desató con destreza el nudo de su bata. Mientras hacía esto, no dejó de mirar la expresión de su jefe. Atento a cualquier reacción negativa. Casi pidiendo permiso. El hombre, sin embargo, no se inmutaba y lo hacía dudar de nuevo si es que le había soltado aquella orden con voz autoritaria o lo imaginó. Mas la tensión del brazo de este, visible por la manga remangada y las venas marcándose, le decían que estaba expectante.

Desatado el nudo, no hizo amago siquiera de quitarse la bata. Namjoon esperó unos segundos antes de colar una mano dentro, sin abrir demasiado el pliegue amapola de la ropa para no dejar que su jefe vea su piel. Que vea solo el movimiento ondulante de su mano acariciando su plano abdomen. Rozó ahora sin el impedimento de la bata sus pezones que estaban endurecidos por las previas caricias. Se mordió un quejido porque tampoco quería hacer mucho escándalo. No deseaba romper la atmósfera extraña entre él y su jefe.

El calor de la noche les perlaba el rostro a los dos, pero Namjoon no se quejaba. La temperatura le embotaba los sentidos y el alcohol nublaba cualquier buena intención de no traspasar los límites con su empleador. Rogaba internamente que ese vaso —al parecer de wisky— surtiera el mismo efecto en su superior.

—Bebe.

Esa fue otra orden del hombre en el balcón izquierdo y Namjoon lo obedeció de inmediato. No quedaba mucho en la botella, pero saboreó aquel líquido para humedecer su lengua y luego sus labios. Dejó apoyada la botella en la ancha baranda de mármol y con esa mano ahora libre se despejó los cabellos morados de la frente. Quería seguir aunque su mareo aumentó. Tal vez producto de un repentino vértigo por desviar la mirada un instante y atrapar la inmensa ciudad allá abajo. Con las piernas temblorosas, se dio la vuelta para quedar mirando su cuarto y darle la espalda a la vista de postal. Esto le concedió una pausa en su aventura nocturna, ¿qué estaba haciendo? ¿Acaso se había vuelto loco?

—¡Quítate la bata!

Sintió miedo ante el matiz demandante de la voz. Tembló en su sitio pese a que el calor hiciera que gotitas se deslicen por su piel. La tenía dura, notó. Estaba tan duro que por poco la bata se deslizaba y mostraba su pene. ¿Cuándo consiguió una erección completa? ¿Mientras se tocaba o cuando descubrió que lo observaban? Decidió no obedecer, pero sí envolver su pene por sobre la tela y masajearse. No era ni de cerca lo que quería. Aún así le proporcionó un alivio momentáneo. Miró hacia abajo y vio parte de la tela humedecida por lo que escurría ya de su pene. Una manchita pequeña que lo delataba. Entonces volvió la vista al balcón vecino encontrando a su jefe de brazos cruzados, de frente y con una expresión de disgusto. ¿No le gustaba?

—Que te quites la bata —Y Namjoon se concentró en el rictus agresivo de aquellos labios que no vio que se movían, tal cual si esto fuera un acto de ventriloquía.

—Quítamela tú... —Él sí que tuvo que mover la boca, primero para pasar su lengua por los labios y luego para morderlos en una sugerencia patética.

Su jefe no respondió. Lo máximo que hizo fue entornar los ojos y abultar sus labios. Era casi cómico cómo desprendía ternura por un lado y por otro lo mantenía cautivo con la vista. Así, fue que Namjoon cayó en cuenta que ese hombre, su jefe, no era tan mayor a él. Incluso, hasta podría arriesgar que era apenas un año o dos de diferencia. Qué humillante.

Parte de su calentura cesó, y esto le permitió ingresar a la habitación nuevamente.

Reflexionó lo que había estado a punto de hacer; avergonzado por lo poco que hizo. Mas no pudo darle rienda a su regaño propio porque oyó ruidos en el balcón. Caminó hasta el borde de la cama dispuesto a reanudar el show. Estúpidamente, esperó que fuera el hombre del balcón. Los dioses no lo oyeron. Nadie apareció como en una fantasía barata de filme porno. Por lo que procedió a echarse en la cama, despatarrado. Sin embargo, había encendido en su interior una chispa de travesura que no deseaba mitigar. ¿Qué había sido esa escena en el balcón? ¿Por qué de pronto sintió el impulso de huir y, a los segundos, quiso estar de nuevo ante su jefe?

Y sin detenerse a considerarlo demasiado, se ajustó la bata, sallió del cuarto y fue al contiguo. Golpeó con sus nudillos insistentemente, no queriendo que lo descubrieran allí, en el pasillo de luces cálidas casi en pelotas. La puerta se abre, pero el hombre no está allí sino que continúa cerca del balcón.

Tomándolo como un pase libre, Namjoon ingresa a la habitación. Mira alrededor sin sorprenderse de que sea la misma decoración. Brevemente se pregunta por qué un hombre con los recursos de su jefe se hospeda en un cuarto mediocre. Podría pedirse una habitación lujosa, de seguro que él lo haría. Tal vez por eso es que no tiene dinero, despilfarra.

—Acuéstate —le llegó la voz del jefe en lo que él continuaba curioso cerca de la puerta.

—Esto no estaba en mi contrato —comentó risueño y volvió a humedecer sus labios.

La boca fue un punto de atracción, notó complacido, pero no tanto como sus desnudas piernas abiertas tras echarse sin cuidado en el lecho ajeno. La bata caída y mostrando sus testículos pesados. La erección oculta, pero en sumo evidente. Vio a su jefe apretar los puños y al instante reaccionar dando grandes zancadas hasta chocar con la cama. Este ignoró lo que antes dijo y cayó de rodillas. Posó sus grandes manos en sus muslos y apretó hasta que lo hizo gimotear de dolor. Le gustó. Y más le gustó cuando sin mediar palabra el hombre besó el interior de sus muslos, lamiendo tal cual si lo degustara.

—¿Cómo te llamas? —inquirió sofocado por la excitación de haber rendido a semejante hombre.

La visión del cabello castaño entre sus piernas era divina. Y no opuso resistencia cuando su bata fue desplazada para que el rostro de su jefe —a quien solo reconoce por la firma como Sr. Kim— se enterrara en su ingle. Allí, percibió cómo el hombre olfateaba su vello púbico pulcramente recortado y luego bajaba hasta alzar sus testículos. Era un acto casi animal. Un instinto primitivo de reconocer aquel terreno.

Seokjin.

No sabe por qué de sopetón el nombre vino a su memoria. Así se llama el jefe. Este hombre que volvió a besar sus muslos, los chupó hasta enrojecerlos. Calor, mucho. El ambiente infernal se coló bajo su piel a través de los voluptuosos labios que lo atacaron; sentía calor por la noche veraniega y por la estimulación.

Kim Seokjin era el emprendedor de aquella marca de perfumes. Un niño rico, decían muchos. No llegaba a los treintas. Poco se sabía de él. Sin familia, ni esposa, ni romances, ni escándalos. Un hombre dedicado a las fragancias y a cosechar dinero.

Ahora, aspirando el picante aroma de su sexo.

Las manos inquietas de Seokjin se deslizaron hasta sus talones y lo obligó a moverse hacia atrás, hasta que estos se afirmen en el colchón. Lo expuso. Si Namjoon se hubiera detenido a pensar en lo que estaba ocurriendo. Solo que, en su lugar, deslizó por sus hombros la bata amapola y quedó por fin libre.

A continuación, Namjoon presintió que el callado muchacho, que con gula tragaba su miembro, pretendía distraerlo para ir arriba. No es que fuese un hecho de queja, solo que no iba a dejarlo tan fácil. Lo alejó como pudo, resistiendo el impulso de dejarlo hacer hasta acabar y alcanzar su propio goce.

—Aguarda, aguarda... —dijo susurrando. Gotitas de sudor deslizándose por su nuca.

—¿Quieres que me detenga? ¿Eso quieres? —cuando Seokjin le habló se quedó viendo con semblante bravo la indecisión de Namjoon—. Habla, esta es tu única oportunidad.

La tonalidad amenazante reemplazada por un pronunciar cansino; resignado incluso. Namjoon se preguntó si acaso este hombre tan hermoso como se ve no era sino un amante frustrado. Alguien que, como él, debe acudir a encuentros sexuales de este estilo: transitorios. Escondidos, superficiales.

¿Cómo evitar simpatizar y entender al empresario de fama naciente que oculta su preferencia a los hombres por temor a perder lo que ha ganado con esfuerzo?

Si Namjoon ha caído en trabajos por demás humillantes con tal de comer, de proveer para un techo y una cama. Ha tenido hasta que agachar la cabeza cuando se le ha impuesto una injusticia para no ser despedido y perder así la oportunidad de comprar ropa prolija para ir a castings. Ser modelo en una industria tan carroñera como lo es el mundo estético tiene un costo alto, un desgaste enorme y un pedido hipócrita de discreción. Namjoon puede chupar penes para que le den un puesto en un casting y aun así no ser elegido. Puede cogerse a cuantos se lo pidan con tal de que su nombre sea esparcido en marcas importantes y eso no le garantiza ser considerado para representarlas.

Visto así, Namjoon podría hasta empatizar con alguien como Kim Seokjin, que tuvo la suerte de establecer un emprendimiento de potencial éxito. Solo por ese punto, puede ceder a seguir con lo que están. Porque la excitación se incrementa al saber que este chico guapo que busca sus labios como sediento, es un alma solitaria igual que él. Un secreto en común, un deseo que lo anima a subirse a la cama, a callar las alarmas que le piden que se detenga. Solo que está más allá de cualquier advertencia. Está aquí, ahora, con alguien que anhela el contacto, el amor tanto como para engañarse con un encuentro fortuito.

Y ya Namjoon no se pregunta por qué él, por qué no otro. Por qué todo resulta ir tan viento en popa cuando nada le ha sido tan fácil. Se dedica a gimotear contra los rosados labios de Seokjin, que le sujeta el pene y se lo masturba. Se abre cuanto puede de piernas para acogerlo entre ellas. Este se arrodilla en el colchón y encorvado se pasea por su pecho y su cuello donde ha mordido con fuerza.

—Auch... —Pero, extrañamente, el punzante dolor de los dientes de Seokjin se la ponen más dura—. Oh, eso... eso, despacio.

Tras exquisitos y agónicos minutos, Seokjin ha marcado su cuello de pintones oscuros a la par que ha encontrado su entrada y ha metido un dedo sin aviso. La resistencia natural del cuerpo era un deleite; Namjoon cerró los ojos unos segundos, pero los abrió enseguida para no perderse la maravillosa vista sobre él.

—¿Lubricante? —Sabe que sonó desesperado. No le preocupa. Quiere que Seokjin siga preparándolo, pero es consciente que dado que no va abajo con frecuencia, le dolerá como la mierda.

Con velocidad, demasiada, Seokjin se va en busca del lubricante. Namjoon se desploma en la cama, sobre las almohadas almidonadas, y apenas alcanza a tomar aire cuando siente otra vez encima suyo la presencia asfixiante de su jefe. Parpadea confuso y devuelve la sonrisa al animado hombre ante él. Parece un ángel cuando sonríe así, piensa. Y podría jurar que Seokjin lo escucha porque rompe a reír con gracia, hasta que los dos se encuentran hundidos en ese humor alegre.

No obstante, la desnudez de Namjoon al ser bañada por la brisa tibia que entra de la ventana le recuerda todo. Que él está desnudo mientras Seokjin no. Y por eso, pide que se deshaga de la ropa. El otro vacila un instante y Namjoon para alentarlo busca su boca —de la cual parece no tener suficiente— para besarlo y comenzar a desprenderle los botones de la camisa. Le ayuda igualmente a desprenderse el cinto del pantalón. Y luego, se recuesta para verlo desnudarse.

Poco puede hacer para no mostrarse embelesado por la figura de Seokjin. Unos amplios hombros que acaban en una estrecha cintura, muslos apretados y estilizadas piernas. Al alza, bajo una mata de vellos oscuros, un pene rosado en la punta, grueso y con una leve curvatura. No es algo que le preocupe tomar, pero sí un poco dada la furiosa cabeza enrojecida que lo apunta como anunciando que no lo dejará escapar impune.

—Date la vuelta —el comando de Seokjin es áspero, ronco.

Cambia de postura y reúne las almohadas para ponerlas debajo y dejar su culo a la vista. Ofrendado. Adora que le coman el culo. Y su jefe parece presto a la tarea, porque le abre las nalgas, las aprieta con fuerza, antes de descender el rostro y clavarle la lengua. Lo moja todo, chupa y Namjoon siente cosquillas suaves ante la impertinente lengua que lo recorre. Solo que no es suficiente, por lo que agradeció con un murmullo cuando un dedo se cuela junto a la lengua para abrirlo. Seokjin le come el culo con goloso entusiasmo y Namjoon levanta el trasero para que continúe hasta que se rinde y queda laxo al asalto. Su jefe ríe con el rostro enterrado entre sus nalgas, luego suspira al pasarse por sus testículos que succiona antes de al fin alejarse y continuar la tarea de dilatarlo con el lubricante que ha rescatado del baño.

Seokjin se hace hacia atrás hasta sentarse en sus muslos y le masajea las nalgas, las abre y deja a la vista su hambrienta entrada. El lubricante que le aplica desprolijo escurre por entre sus piernas. Patéticamente, Namjoon restriega su erección contra las sábanas. Su jefe se hace a un lado, pero continúa penetrándolo con, ahora, tres dedos en tanto le besa la espalda, el cuello. Namjoon arde, el alcohol que ha bebido parece que trepa por su estómago y ruega por no vomitar el momento. Calenturiento, busca que el otro se dé prisa. No quiere decirlo en voz alta, pero ya está listo.

—¿Estás seguro? —consulta su jefe como si, otra vez, leyera su mente.

—Sí, hazlo de una puta vez —ruge con urgencia, la garganta seca.

Y luego, dándose cuenta de su exabrupto, se dobla para llegar al otro y enganchar un brazo en los hombros de Seokjin. Lo besa, torpe y húmedo. El jefe le da ese gusto, se deja hacer, pero lo muerde. Namjoon saborea su sangre y aunque un escalofrío se deslizó por su espalda al ver la insistencia de Seokjin de probarlo, persiste. La tibieza del trago antes de asquearlo lo despierta. Las lenguas se embriagan en la boca del otro y solo es tiempo de alejarse cuando Namjoon se sofoca.

—Túmbate otra vez —indica Seokjin y Namjoon queda tendido boca abajo—. Perfecto. Cuando entre en ti, no harás sonido alguno ¿de acuerdo?

—Sí, sí —responde.

SeokJin se coloca encima suyo. Le abre el culo y Namjoon sabe lo que ve; cómo el dilatado ano de titila esperando por él. Acto seguido, el jefe se adelanta sosteniéndose con una mano la erección para empujar en el caliente espacio. No le da tregua de acomodarse, sin parar va haciéndose camino en su canal hasta que no es posible más. Allí habita conquistando.

Kim Namjoon reconoce entonces en su amante casual la delicadeza de no martillar en él desenfrenado, aunque no es que se opusiera a ello. A ser sometido. Por eso al sentir que Seokjin posa su mano en su nuca, haciendo presión para que no se mueva, gime encantado. Y se contrae para estrangular el miembro de Seokjin que maldice en voz baja.

—Bastardo hermoso, caliente y vivo —rezonga Seokjin, sacando el grueso miembro y volviéndolo a meter—. Dulce, sabes a gloria.

Namjoon hubiera deseado contestar, más cada terminación nerviosa que entró en funcionamiento en su cuerpo pareció hacer cortocircuito lanzándolo lejos de cualquier pensamiento claro. Él era esclavo del dominio de su jefe, quien golpeaba certeramente en su culo. El escandaloso sonido de sus húmedas pieles no podría importarle menos, la poca fuerza de voluntad que conservaba era la que lo hacía morderse los labios para no gritar alto. Por esto es que, en un empuje particularmente duro, se lastimó la boca y volvió a degustar su sangre.

No tardó ni dos segundos en tener la boca de Seokjin recolectando ambicioso todo lo que podía. Aunque pareció no ser capaz de manejar las embestidas a la par que le saqueaba la boca, chupando con esmero tal cual si quisiera robarle el alma. Namjoon se quejó cuando el pene del jefe se retiró, dejándole una sensación de amargo vacío. Cayendo en cuenta de lo tonto que era por sentirse pleno cuando el otro hombre lo tocaba y ahora que se alejaba, una devastadora soledad parecía amainar su pasión.

—Trepa hasta el respaldo de la cama y abre las piernas para mí.

Como un perfecto sumiso, Namjoon se deslizó por las sábanas y casi se burló de lo ansioso que estaba por el otro. Hizo lo que se le ordenó y reconoció a Seokjin sobre él como un cazador ante su jugosa presa. Fue abrumador, a decir verdad. La oscura mirada de Seokjin carecía de brillo y estaba enfocada en sus maltratados labios. Cuando Namjoon sacó la lengua para remojarlos, el jefe siguió ese movimiento con interés malsano. Oh, cuánto lo deseaba el magnate Kim Seokjin, que no podía ni parpadear por temor a perderse cualquier gesto.

—Eres precioso, Kim Namjoon y tan puto que tiemblas y gimoteas porque te llene ¿así eres siempre? ¿Cuántos hombres tendrás perdidos tras tu hermoso ser?

¿Lo dicho fue pronunciado con celos? Namjoon no lo creyó y tampoco le transmitió al otro que él, efectivamente, era un seductor nato que ponía el culo cuando le convenía antes mismo que por placer. ¿Y ahora? ¿Era así con Seokjin? ¿Acaso, sin saberlo, se proponía obtener algo más que un buen polvo con alguien tan influyente y adinerado como lo es SeokJin?

El miembro del jefe brillantemente se hizo paso entre sus nalgas y desde este ángulo pudo apreciar la vista. Vio y sintió hasta que estuvo todo dentro. Los músculos tensos del abdomen de Seokjin se apretaron todavía más en lo que este se contenía de moverse y Namjoon le agradeció. A la par, en su interior creció un terror exquisito, anticipatorio. Un calor líquido que insufló osadía para sonreír al saberse poseído. Sabía que no duraría mucho más, tan estimulado como estaba por las atenciones de su dedicado amante. No obstante, esta sensación de vértigo, tal cual si aún continuase en el balcón viendo a la ciudad y temiera caer por este, lo espabiló para que impida que Seokjin lo bese.

—Puedes moverte —autorizó, aun cuando reconocía que su jefe actuaba por cuenta propia.

En otro, esta deliberada autoridad lo habría decepcionado, pero dado que se trataba de alguien con jerarquía suficiente para costarle el sueldo, cobraba un matiz de intriga y de resignación que se aunó en armonía a su impenitente libido. Cómo lo ponía ser inferior a este guapo hombre, al punto de tomarlo de los hombros y animarlo a que lo someta, a que empuje más fuerte y más fuerte. Un leve ardor que se pronunció en un calambre nació de su ano y se elevó por su espina hasta que todo él pareció resentir los embites. Sin embargo, no veía cómo —ni quería, a juzgar por la respuesta de su cuerpo— defenderse del agraviante sacudón.

Se dejó manipular hasta que yació horizontal sobre la cama y desde esa indefensión presenció el momento exacto en que la lujuria de aquellos ojos tornó en su verdadera forma: hambre. Un apetito voraz que se manifestó en besos dolorosos, con una ponzoña que le afiebró la piel del cuello, del pecho. Las mordidas fueron sustento calórico para la dieta del réprobo que le asió de las muñecas para que no pudiera apartarlo. Vio con irrisorio espanto cómo Seokjin abrió la boca y expuso un par de colmillos que antes no reconoció durante los besos.

—¿Qu...? —nada fue dicho porque nada había por mencionar ante el descubrimiento de algo inconcebible; un retrato vivo de lo abominable.

Y fue cuando, en descenso cual ave de presa, Seokjin aterrizó su boca en la columna de su garganta. Clavó aquellos colmillos con impecable puntería para perforar sobre su arteria y entonces succionó. La sangre que antes corrió con brío por sus miembros, concentrándose en su pene, ahora retornó a su corazón y desde ahí viajó hasta la boca que llamó por ella. Namjoon se sintió drenado antes siquiera de que aconteciera de verdad, porque aquella ministración era implacable. Acabó con él en cuanto inició porque vencido se supo cuando no pudo sino ser testigo del robo de su elixir vital.

Pero peor fue saberse traicionado por su cuerpo que, a medida que sentía las pulsiones de las succiones y al ser tomado en un puño apretado, reaccionó en favor de arrojarlo a un orgasmo devastador. Se corrió, pareció durar por siglos aunque fueran segundos. Deseó morir y concedido fue su pedido cuando su verdugo se retiró, los labios manchados del mediocre zumo de vida, y le sonrió. Al parecer, por no sabe cuánta vez ya y en todo caso no importa, este le leyó la mente.

Y lo satisfizo.

Fin.













Nota:

La yaya del pasado escribió esta historia solo por las pistas que dejó en el relato. Eran re obvias, pero bueh. Nunca me canso del cliché vampiro, you know? jajaja

La yaya del presente le concede a la del pasado algunas construcciones, tipo, estaba re inspirada se ve.

También le concedo el que haya escrito Jinnam, siempre celebro esto porque amén al Jinnam, loco.

En fin, quienes lleguen hasta acá, ¡gracias!

:)

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