TERMINAR UN LIBRO

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He vuelto de las pseudo vacaciones que decidí tomarme, tanto del trabajo como de Wattpad, y duraron estas semanas desde el que publiqué el final de El Club. Y por lo primero quiero decir que vuelvo con ganas de escribir, de publicar en libros que tengo abandonados desde hace meses (como este) y de ser más una persona que un zombie con un solo objetivo en la cabeza: terminar el libro. Pero antes o como puntapié inicial de este regreso, quería escribir esta entrada para desahogarme sobre todo lo que aún no he dicho o todavía no sé cómo expresar del proceso largo y arduo del que acabo de salir... Así que, allá vamos.

Comencemos con una pregunta básica: ¿qué se siente terminar un libro? Porque parece una pregunta básica, pero la respuesta no lo es para nada. Podría hablar durante mucho tiempo sobre lo que se siente. De lo bueno y lo malo, de la sensación de alivio y de la presión que en cierto modo aumenta. Del miedo, de la pena, de la alegría por el trabajo cumplido, de la reacción de los lectores. Y un largo etc. Pero vayamos por parte... o, más bien, partamos desde el punto en que me encuentro ahora y hagamos el viaje en reversa.

Ahora no me invade ninguna emoción que pueda identificar más allá de la extrañeza. Y es que (lo he dicho 1254 veces, pero es necesario repetirlo) El Club no solo es un libro que estaba escribiendo y que por fin terminé. Es un libro que surgió en mi mente cuando aún era una jovenzuela, allá por el año 2007. Desde entonces ha estado a medias en el cajón de las ideas de mi cerebro, a medias en libretas. Fue una idea que intenté escribir muchas veces, pero que terminaba por abandonar por flojera, por no sentirme lista, por miedo, por flojera y porque no quería. Pero, aunque en muchos períodos no lo escribía, nunca me abandonó. Me veo yendo en micro a x lugar, digamos, por ejemplo, la universidad, y llenar los silencios (los audífonos siempre me han durado poco tiempo o el celular se me descarga con facilidad) con planes para la trama e ideas sobre los personajes. Si viajo al año 2009 o 2010, me veo con solo unas páginas escritas (entre las que se encuentra la que reproduje en uno de los capítulos finales), pero casi toda la novela tomando forma en mi cabeza. Fue así que Frank, Nathan, Daniel e Ignacio (con este último estoy siendo generosa, porque la verdad es que antes era un personaje muy pobre. Le mostré respeto recién en esta versión) fueron adquiriendo consistencia. No había escrito casi nada sobre ellos, pero ya tenían una voz y una apariencia para mí... sobre todo Frank.

La versión que está en Wattpad ahora me tomó dos años, tiempo en el que también sucumbí a veces ante la flojera o el miedo. Siempre, sin embargo, me duró poco, porque el deseo de terminarla era de las cosas más fuertes que me han invadido a lo largo de mi vida. Y el fin llegó el día 9 de Agosto (luego me di cuenta que Las Tres Pipas lo acabé el 5 de Agosto del 2016... Agosto es mi mes para terminar libros) y desde entonces, debajo de todo lo demás, fue reforzándose la sensación de extrañeza, de no saber muy bien qué viene ahora, como si me hubieran quitado la brújula interna. No me malinterpreten: sé lo que viene ahora. Desde hace años sé que esto es una saga y ya tengo planeadas todas las historias que la componen. Pero es que por primera vez en dos años no debo escribir El Club. Ya no está esa voz interna diciéndome: hey, Pamela, escribe/planea/corrige el capítulo de turno. Ya no tengo que planear, ni limar las asperezas de la trama que aún no resuelvo del todo. Y las voces, sus voces, ya no me dicen lo que va a pasar, sino que suenan como ecos lejanos de momentos ya vividos. Es muy extraño, como cuando dejé de estudiar y tuve que sacar de mi mente todo lo que tenía que ver con ello. A ratos me invade la nostalgia, sentimiento que tiendo a esconder ante la gente que, al enterarse de que lo terminé, me mira emocionada y me dice: Qué genial!, lo terminaste! Estás feliz? Y les digo que sí, que estoy feliz, porque un sector de mí ESTÁ feliz de haberlo terminado, de que por fin puedo pasar al siguiente proyecto... Pero Aileen, o Ktlean... cualquiera de las partes de mí que se encarga de tener sentimiento, lo echa de menos... mucho de menos.

Antes de esa extrañeza, vino el orgullo... No lo voy a negar, me siento feliz con el libro. Quizás está muy reciente aún, pero todavía no lo puedo ver con mirada de verdugo. Llegará el momento, supongo, en que lo lea y sienta ganas de despedazarlo. Por ahora sé que debo corregirlo, ojalá pronto, pero no es una necesidad fruto de la decepción ante el producto terminado. Creo que esto, más allá de la calidad o no calidad de la novela, se debe a la sensación de que dije todo lo que quería y tenía que decir (quizás un poco más de lo que tenía que decir xD). Para mí el logro se basa en eso, no en la cantidad de errores que tiene el libro. Escribí lo que quería escribir, de la manera que podía hacerlo en su momento. En resumen, lo di todo... y yo soy una persona que anda por la vida con la batería siempre a medias. Con El Club, en cambio, lloré, me reí, sudé frío por el miedo, me emocioné antes de escribir ciertas escenas porque me podía la impaciencia. Amo a todos los personajes (bueno, menos a Montesinos y a Mackena), con sus defectos y virtudes. Con todo lo que fueron gracias y a pesar de mí. Y amo este libro como se aman las cosas oscuras, entre las sombras del alma y el corazón (esta frase no es mía; siempre se me olvida el autor... pero sale en la película Patch Adams xD).

Pero el motivo principal de mi orgullo es que por fin, por fin lo terminé. Maldita sea, lo logré! Y lo digo con esa intensidad porque soy alguien que ha logrado pocas cosas en su vida debido a su falta de voluntad. El Club, que fue mi karma por diez años, ya tiene un final.

Antes de la extrañeza y el orgullo, vino el dolor. Y sí, acá van a salir algunas que yo conozco a decir que no tengo alma y mucho menos sentimientos... pero la verdad es que, aunque me encantaría ser así, no lo soy. Sufrí mucho con el libro y sobre todo con su final. De hecho, lo padecí desde antes, desde que tomé la decisión hace muchos años. Me dolió cada párrafo, primero por el sufrimiento de los personajes, después porque sabía que los lectores sufrirían (aunque no lo crean), porque el final se acercaba y también porque todo este proceso coincidió con un período de mi vida muy complejo. De hecho, no miento al decir que El Club me salvó de cierta forma la vida.

Previo a la extrañeza, el orgullo y el dolor, estuvo el miedo. Si bien un autor siempre tiene miedo de cagarla con lo que escribe, esta sensación aumenta cuando se trata del final. Porque es en el final donde tiene que quedar todo atado y porque en el final siempre recae la mayor presión. Tengo la sensación de que los finales nunca dejan conformes a todos, así que con el final de El Club procuré solo dejarme conforme a mí, porque mi opinión es la única que tengo la capacidad de cambiar. El resto, aunque me importa, lo he visto desde el principio como una fuerza de la naturaleza: no la controlo, solo sufro sus efectos. En este caso, al menos, la naturaleza me trató bien.

Y es sobre eso de lo que quiero hablar ahora. Sí, voy a dar las gracias (lo he hecho ya tantas veces, pero nunca son suficientes), sobre todo por haber estado ahí. Exceptuando a algunas personas que me tienen que soportar más allá de Wattpad, la mayoría de ustedes no saben lo importantes que fueron durante este proceso. Yo nunca escribí El Club para ustedes, pero sí lo escribí en parte gracias a ustedes. El apoyo que entrega un comentario o un mensaje privado, incluso un voto, es impagable para alguien que, mientras escribe, se da de bruces con muchísimos obstáculos.

Para terminar, quiero hacerlo diciéndoles a aquellos que también quieren escribir que lo hagan, sin importar qué. Por experiencia propia sé que cuando uno busca excusas para no escribir, las encuentra. Son muchas y variadas y algunas incluso tienen fundamentos, pero no dejan de ser excusas. Si hoy puedo decir que terminé El Club no es porque tenga más talento que la mayoría, ni siquiera porque sea más trabajadora que la mayoría. Soy una persona común y corriente. No me diferencia en nada de ti, que estás leyendo esto. Lo único que hice fue proponerme, un día lejano que no recuerdo, escribir en serio. Y entonces escribí un capítulo y luego otro y otro hasta que llegué al final, primero de Las Tres Pipas y ahora de El Club. No les voy a decir que no tengan miedo, porque a veces tenerlo ayuda un montón. Tampoco les diré que será fácil, porque aunque ser escritor no es el último escalafón del sufrimiento humano como algunos quieren creer, es duro como cualquier trabajo, cualquier oficio, cualquier cosa en la que alguien quiera poner su tiempo y esfuerzo. Se cansarán, dudarán, no siempre querrán escribir aunque amen hacerlo. Es normal, está bien, es parte del proceso. Solo les diré, les pediré más bien, que lo hagan, que vivan el proceso. Que se cansen de escribir, que tengan dudas de lo que escriban, que se mueran de miedo ante lo que se viene por delante. si sienten eso, es que ya emprendieron el camino.

Les quiero pedir, en definitiva, que escriban si es lo que quieren.

Un abrazo de parte de este intento de escritora.

Adiós, muchachos.

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