Capítulo 1: Rosenberg

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Alec recibió un puñetazo por parte de Jessica y este lo recibió de forma estoica sin contradecir sus intenciones. No es que Jessica Jones odiara a su compañero del Escuadrón Stark, es que la mujer había decidido pegarle porque consideraba que así le hacía saber de forma directa el enfado hacia Alec de todos los componentes del grupo.

Peter estaba entre ellos y era el que más furioso estaba pero no tardó en reprender lo que su compañera acababa de hacer.

—¡Jess, basta! —exclamó—. ¡Eso no era para nada necesario!

—Qué quieres que te diga —dijo la mujer y acto seguido citó un viejo refrán—. "La letra, con sangre entra..."

—Eso estaba de más y lo sabes.

Alec observó a todos los presentes con un mohín de fastidio. Genial. Ahora todos sabían sus intenciones con el capitán y su venganza no era ya nada secreta. Las cosas no podían ir peor.

—No me ha dolido en absoluto —anunció Alec sin perder su semblante serio. Peter le dirigió una mirada incriminatoria.

—Ese tampoco es el punto —resopló Peter exasperado.

—Creo que deberíamos dejar de pegarnos entre nosotros y calmar los ánimos —dijo un hombre trajeado oculto en la penumbra del gigantesco salón de la base. No iba vestido con ningún uniforme representativo pero todos sabían quien estaba hablando. Se ajustó sus gafas oscuras y redondas y prosiguió—. Esperemos a que Johnny regrese. Según lo que nos ha contado Alec, el señor Rogers no era tal.

—¡Habla por ti, picapleitos! —replicó Jessica furibunda mientras señalaba a Alec aunque el hombre ciego no pudiera ver nada de lo que allí acontecía—. Este niñato ha puesto en peligro toda nuestra investigación. Hemos vuelto al punto de partida y no tenemos nada. ¿Un desconocido puede adoptar la forma de ese traidor? ¡Venga ya!

—Os lo he dicho y yo digo la verdad siempre —contradijo el joven con un mohín de fastidio.

—No siempre —replicó Jessica igual de rápido—. Te has guardado todo este tiempo tu venganza y por culpa de ese capricho tuyo has tirado por tierra la posibilidad de matar a ese cabrón.

—Nadie va a matar a nadie —repuso el hombre ciego con gesto cansado—. Jess, no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano.

—Oh, perdona, Murdock —respondió la mujer con sarcasmo—. Pensaba que era lo que estábamos haciendo, precisamente.

—Esto no va a ningún sitio —interrumpió Peter quitándose la máscara de Spiderman. Después se quedó mirando a un punto de la sala también en penumbra, con pesadumbre. Un objeto pequeño se movió de forma imperceptible. Una cámara de seguridad—. Debería hablar con él...

—Yo que tú no lo haría —dijo Jessica frunciendo el ceño—. Tenemos prohibida la entrada al taller. Ya viste como se puso aquella vez que casi me mata con su maldito traje. Además, ya debe de saber lo que ha pasado, ¿no?

—¿Y qué opciones tenemos? —continuó Peter—. Nos la ha jugado y él es el único que puede elaborar otro plan.

Alec observaba la discusión en silencio, pensativo. Miró el también a la cámara de seguridad. Se mordió el labio. No quedaba otra. Peter tenía razón; tendría que hablar con Tony y explicarle lo que había pasado. Eso iba a ser peor que su objetivo de matar a Steve.

—Creo que debería ir yo a explicarme —dijo Alec haciendo callar a todos—. Peter tiene razón, pero debería ir yo solo.

—Alec —empezó Peter alarmado.

—No deberías hacerlo —dijo el abogado poniéndose en pie y dirigiéndose hacia el como si fuese capaz de verlo sin problemas—. Esperad a que venga Storm y entonces pensaremos algo.

—No creo que haya tiempo para pensar. Dondequiera que esté Rogers va a cometer alguna atrocidad, estoy seguro —repuso Alec con amargura—. Tony puede ayudar, aún en ese estado.

—¿Crees que un alcohólico depresivo va a poder contra un supersoldado? —replicó Jessica mordaz—. Es que tiene narices...

—No seas tan irrespetuosa. Stark es la única esperanza que tenemos —dijo Peter malhumorado por el comentario de Jessica—. Es un gran hombre y lo ha dado todo por esta causa.

—Un gran hombre que se bebe al día un barril de Jägermeister...

—Basta, por favor —dijo Murdock cortante—.  De acuerdo, Alec. Ve a verlo. Nosotros esperaremos a que Johnny venga. Ese enemigo es bastante fuerte si todavía no ha vuelto.

—Esto no me gusta nada, chicos —dijo Peter  bajando la vista al suelo.

*

Nueva York, 1950

Howard observaba de forma inquisitiva a aquel matrimonio en la sala de interrogatorios. Le sonreían como si fueran gemelos. Ambos con la misma expresión triunfal. Estaban tan compenetrados que su comunicación gestual era idéntica. Los Rosenberg daban pavor.

—El problema, señor Stark, es que aunque vayan a matarnos por traidores, nadie nunca se creerá cuál fue nuestro verdadero motivo para vender los secretos de estado. Su agencia es una auténtica incompetente —dijo el hombre.

Howard acercó su silla a la mesa de interrogatorio y les miró fijamente, reprimiendo su rabia característica.

—No sé a qué se está usted refiriendo —dijo enseñando los dientes amenazador.

—Usted nunca cortó todos los tentáculos de la calavera —continuó la señora Rosenberg—. Además, si corta un tentáculo, saldrán tres más.

Howard se quedó paralizado ante aquella declaración. No era posible. Él había visto desaparecer a su líder, a ese dios colérico, junto con su hermano. ¿Cómo podía ser que no hubiera desaparecido del todo?

Hail, Hydra —siseó el señor Rosenberg mientras Howard salía de la sala y se dirigía por el pasillo de las dependencias de Shield hacia el despacho principal de Eisenhower.

La puerta se abrió automáticamente y Ike se volvió para ver el desencajado rostro de su ahijado.

—¿Y bien?

—Ike... Tengo que contarte algo. Quizá no me creas en un primer momento pero te juro que todo lo que va a salir de mi boca es verdad —dijo Howard.

—¿Es sobre los Rosenberg?

—Tiene que ver pero no es solo sobre ellos. Es mucho más grande que ese matrimonio. Para empezar, no puedes recordarlo porque, en teoría, nunca pasó. —Howard se mesó su cabello y miró a Ike de forma intensa—. Pero antes debo hablarte de Margaret Carter.

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