Capítulo 10: la boda del siglo

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Nueva York, mansión Stark zona residencial 1975


Edwin Jarvis sirvió una copa de Bourbon a Howard mientras el magnate se mesaba las sienes con cansancio. El mayordomo se percató de ese gesto y sonrió con indulgencia.

—¿Ha tenido un día duro, señor Stark? —preguntó.

—Algo así —contestó Howard con voz ronca sin muchas ganas de hablar.

—¿Me permite un consejo? Debería tomarse unas vacaciones. El estrés de su trabajo lo está sometiendo y el señorito Anthony no tiene tiempo casi para su padre.

—Me debo a mi trabajo, Jarvis —cortó Howard tajante y con seriedad. El mayordomo enmudeció ante la muestra de hostilidad de su señor—. Cuando sea mayor Tony, lo entenderá a la perfección. Heredará mi fortuna y mi fama, se casará y tendrá hijos a los que no podrá ver casi por culpa de su deber para con estas industrias.

Jarvis iba a comentar que decidir el futuro de un hijo de esa manera le parecía una forma medieval de hacerlo, pero calló y no se arriesgó a ser despedido.

—Es un chico muy inteligente, señor. Está destinado a grandes cosas —comentó el mayordomo sin embargo.

—Pues esperemos que canalice su inteligencia en no malgastar el tiempo y hacerse cargo del emporio de su padre —dijo Howard alzando la copa con el ceño fruncido—. Puede retirarse, Jarvis.

***

Tony había decidido apartarse de Phil durante un tiempo y tumbarse sobre las retorcidas raíces del viejo roble que custodiaba el jardín, como un antediluviano guardián de nudosa corteza. Su amigo, el hijo del mayordomo, era demasiado impetuoso a veces y no le dejaba concentrarse en las ideas que su cabeza no paraba de formar. Siempre estaba buscando la forma de inventar algo y enfocaba su hiperactividad y su hambre de conocimiento en crear cosas nuevas; pequeñas mochilas a reacción, artefactos sin un uso concreto pero de apariencia muy estética, maquetas enormes de catedrales europeas, aviones de combate de la segunda guerra mundial, etc.

Jarvis decía de él que era como Mozart y que su talento se estaba desaprovechando. Sin embargo, su padre hacía caso omiso de los comentarios del mayordomo y lo único que hacía por el chico era aislarlo en aquel complejo ultrafortificado y mantener charlas con el sobre disciplina, buena conducta y los planes de futuro que tenía pensados para Tony.

El niño odiaba a su padre, lo detestaba con todas sus fuerzas. Por mucho que se esforzase en ser el chico perfecto, Howard no parecía darse cuenta de todo el empeño que su hijo le ponía. Cuando comían juntos, en contadas ocasiones, Tony apenas tenía apetito y se dedicaba a juguetear de forma distraída con el tenedor mientras el padre se dedicaba a leer el periódico sin levantar la vista de sus páginas siquiera. El chico no le quitaba la vista de encima a Howard y esperaba que este se fijase en el aunque fuera por un momento pero nunca lo lograba. Ojalá hubiera tenido superpoderes para atravesar a Howard con aquella misma mirada intensa de desesperación.

Lo único que aliviaba su melancolía, eran las visitas de Johnny, la antorcha humana. Pese a que no se le consideraba bienvenido ni por el servicio de la mansión ni por Jarvis,  Johnny siempre se las arreglaba para visitar a quien decía ser su ahijado y el magnate del emporio de industrias Stark parecía tolerar su presencia por un motivo que el mayordomo no acababa de comprender.

Ese mismo día, Tony observó cómo en el firmamento comenzaba a formarse una bola de fuego que se fue haciendo más grande a medida que descendía en dirección hacia el viejo roble. Al chico de diez años se le iluminó el rostro cuando Johnny posó los pies en el suelo y deshizo las llamas que lo envolvían para revelar una figura humana normal y corriente, ataviada con una indumentaria ignífuga que Howard había diseñado para el hombre extraordinario.

Tony se levantó con un respingo y fue corriendo hacia él para abrazarlo. El chico aún podía sentir el calor que emanaba de la piel de Johnny.

—Te he echado de menos...

—Yo también a ti, chaval. Mira te he traído una cosa —dijo Johnny deshaciendo el abrazó y rebuscando en el bolsillo de su chaqueta cosida con hilo de Vibranium. Extrajo una figura pequeña tallada en metal con la imagen de una runa o eso creía Tony.

—¿Qué es? —preguntó el niño con impaciente curiosidad.

—Un regalo del Anciano de Kamar Taj para ti. Es una roca de meteorito que cayó del cielo hace miles de años junto con otros fragmentos y las utilizan para honrar a los padres en su día, allí en Katmandú —explicó Johnny tendiéndole la piedra a su ahijado.

Este se la quedó mirando un momento hasta que una sombra de decepción nubló su rostro y apartó la piedra de su vista.

—Si al menos tuviera un padre a quien honrar... —replicó Tony, lúgubre.

—No digas eso —reprendió Johnny con un gesto de fastidio en su rostro—. Howard te quiere mucho.

—Sí, claro...

—Te lo digo en serio.

—¡Eh, tú! —dijo una voz de pronto sobresaltando a Johnny y al pequeño Anthony.

La antorcha humana se volvió y se topó con un furibundo Jarvis que se aproximaba a ellos dando grandes zancadas.

—No deberías estar aquí —se quejó  el mayordomo con un gesto severo. Johnny arqueó la ceja—. Los mutantes tienen prohibido el acceso a estas instalaciones.

—Solo he venido a darle un regalo al pequeño —contestó Johnny impasible. No tenía tiempo para retomar aquella conversación de nuevo—. Y por enésima vez, Jarvis; no soy un mutante.

—Eso a la gente que trabaja aquí y a los soldados al servicio de mi señor les da igual. Tienes poderes y para ellos eres igual de peligroso que los demás. Es la última vez que te advierto.

—Howard me deja ver a Anthony. No tiene por qué haber ningún problema —dijo Johnny encarandose con Jarvis. Este tragó saliva—. Otra cosa es que tú tengas miedo de mí porque eres un ignorante que no se atreve a conocerme.

—¡Cómo te atreves?

Tony suspiró. De nuevo el mayordomo y su padrino estaban enfrascados en aquella bronca sin fin que siempre se iniciaba cada vez que Johnny ponía un pie en la propiedad. No es que Jarvis tuviera nada personal contra el joven extraordinario, sino que temía porque alguien, en un momento de confusión, lo confudiera con la clase de personas a las que Johnny decía no pertenecer. Jarvis no quería que eso sucediese estando en su permiso. Era una cuestión de responsabilidad que el otro hombre no parecía entender.

—Es la última vez que te lo digo —zanjó Jarvis poniendo rumbo a su casa dentro del complejo Stark, donde vivía con su mujer y Phil, el mejor amigo de Tony. El único amigo de su edad.

—Odiaría tener que darle la razón pero, en parte, es cierto que no debería entrar de esta manera en la casa —dijo Johnny sentándose sobre una de las raíces del roble, derrotado.

—¿Por qué mi padre se empeña siempre en tenerme todo el tiempo vigilado? Ni siquiera le importa si estoy o no dentro de la mansión —replicó Tony arqueando una ceja mientras jugueteaba con el regalo de Johnny—. ¿Por qué no me llevas contigo?

Johnny observó al chico estupefacto. No era la reacción que esperaba de aquel muchacho bien acomodado.

—¿Conmigo? —se carcajeó—. No sabes lo que dices, chaval. Conmigo te estaría persiguiendo la policía todo el tiempo.

—¡Al menos corres, vuelas, eres libre de ir por la calle! Yo solo tengo permitido salir a los Acres y poco más —protestó Tony enfurruñado.

—Ey, Tons, ya hemos hablado de esto. Le importas a tu padre y mucho. Él quiere que estés a salvo de todas las amenazas que le persiguen. No quiere que sufras o te hagan daño por su culpa —respondió Johnny intentando hacer que el chico entrara en razón.

Aquella respuesta no convenció a Tony pero logró hacerle dudar y callarse durante un momento. Sabía que no podría convencer a Johnny ni mostrarle lo solo que se sentía en aquella jaula. Por mucho que Howard quisiera protegerlo, no servía de nada si no estaba con él ni le mostraba un mínimo de aprecio. Decidió cambiar de tema, y extrajo del bolsillo de su pantalón corto un recorte de periódico.

—El otro día encontré esto en la habitación de mi padre —dijo Tony mostrándole la hoja a su amigo ígneo—. Sé que está mal husmear pero no pude evitarlo. Habla sobre el asesinato del presidente Kennedy, los mutantes que se lo cargaron y ese misterioso Capitán América. ¿Quién es?

—Tony... —empezó Storm exasperado.

—¡No vuelvas a decirme que es mentira! —exclamó Tony encarándose con su padrino—. Sé que existe. Papá tiene que saber dónde está. Él es un héroe.

—Tony —insistió Johnny—, el Capitán América fue una leyenda que promovió la propaganda americana. Howard solo diseñó androides que mantuvieron a raya a los mutantes. De todas maneras, ¿por qué estás tan obsesionado con él?

—¡Porque es genial! —exclamó Tony mostrándose risueño por primera vez en toda la conversación—. Tiene una armadura super chula, puede volar y ayudó a muchas personas. Si tú existes, él también tiene que existir.

Johnny se limitó a suspirar y a encogerse de hombros ante el entusiasmo que mostraba el pequeño. Todo chaval, hasta el más solitario y aislado del mundo tenía derecho a soñar que se elevaba por encima de las nubes y a fantasear con superheroes. ¿Cómo iba a decirle quién era en realidad ese capitán América y las muertes que causó comandado por Stark para limpiar el país de mutantes? ¿Cómo iba a revelarle que su verdadera madre había muerto a manos de un hombre con un brazo de acero? Rompería esa burbuja de tierna fantasía con una realidad que, aunque pareciera increíble al principio, sería demasiado cruda y terrible para un niño de diez años.

—¿Puedo ir a enseñarle a Phil tu regalo? Quiero darle envidia —dijo Tony con una sonrisa de picardía sacando a Johnny de sus sombríos pensamientos.

La antorcha humana asintió y Tony corrió ladera abajo para internarse en el pequeño bosque que circundaba la cabaña donde vivían los Coulson. Johnny, que aún tenía el papel de periódico en la mano, hizo aparecer una bola de fuego a su alrededor y lo hizo arder, destruyéndolo.

**

El bosque circundante de la cabaña de los Coulson no era excesivamente denso. Los árboles era aún jóvenes y sus troncos delgaduchos como los bambús que poblaban los bosques de Kyoto y que Tony había tenido la oportunidad de ver en las revistas del National geographic. Aquel lugar se les parecía mucho. La luz se colaba por entre las copas rectilíneas de las coníferas y las sombras alargadas de los árboles proyectaban en el suelo una cuadrícula de sombras que se desdibujaba cuando soplaba el viento, como una danza de fantasmas.

Por esa misma razón no se dio cuenta al principio el chico de que una sombra permanecía quieta, imperturbable ante la suave brisa, observándolo en la distancia. Tony, jugando distraído con el recuerdo Nepal, tropezó con una piedra del sendero y la runa cayó al suelo rodando sin detenerse. Tony chasqueó la lengua, contrariado y la persiguió hasta que esta se detuvo justo en frente de unas botas negras deslucidas por la suciedad y ajadas por el tiempo.

El descuidado calzado pertenecía a la misma figura cuya sombra no se movía; un hombre corpulento, desaliñado y sucio con una barba descuidada y la cara surcada por innumerables cicatrices, producidas tal vez por cuchillas. Iba ataviado con una chaqueta de cuero llena de polvo, unos vaqueros rotos por las rodillas. Su mano derecha iba enguantada pero la izquierda no llevaba nada y despedía sutiles destellos metálicos, como si estuviera hecha de acero.

Tony alzó la vida y tragó saliva, inquieto ante una presencia desconocida. No parecía ser nadie del servicio y nadie que no tuviera un acceso podría entrar allí. De modo que ¿quién era ese hombre?

—¿Eres amigo de mi padre?

El hombre no contestó. Parecía estar conmocionado por haberse tomado de pronto con el chico. Su cara reflejaba una mezcla de sentimientos, entre felicidad, arrepentimiento y agonía. Tony se apresuró a coger la runa del suelo y retrocedió dos pasos, frunciendo el ceño, alerta.

—¿Quieres algo? —preguntó de nuevo el niño. Quería echar a correr y avisar a seguridad para que echaran de su casa a ese hombre que le provocaba tanta inquietud, cuanto antes. Pero algo le impedía moverse.

Finalmente, el desconocido abrió la boca.

—Tony... —llamó con voz quebrada.

—¿Me conoces?

—Perdóname... —continuó el hombre, como si estuviera ido.

Se dejó caer de rodillas y en silencio, derramó una lagrima. Tony se sintió tan miserable y desconcertado que se acercó al hombre y lo único que se le ocurrió para tratar de consolar al desconocido, fue ofrecerle en elocuente silencio, su runa de Kathmandu. El hombre alzó el rostro y ante el gesto del chico logró esbozar una pequeña sonrisa de agradecimiento.

***

Nueva York, 1991


Honrarás a tu padre.

Fue lo primero que pensó Tony al despertar de forma sobresaltada sobre su cama circular en su apartamento de Manhattan. No entendía como después de la juerga que se había corrido la noche anterior, su mente le había decidido despertar con ese pasaje de la biblia. Su torturada y perturbada mente.

Había tenido una pesadilla relacionada con el incidente de aquel hombre con la mano de metal. No recordaba cuantas veces había soñado con aquel día de su pasado pero sabía que no sería la última vez. Su imagen se le aparecía siempre que había tenido un mal día o había celebrado una de sus famosas orgías en Nueva York y no había podido dormir ni media hora.

No obstante nunca recordaba del todo su rostro. Lo que más podía visualizar con intensidad eran los sucesos que ocurrieron después de aquel episodio. Tony salió corriendo para buscar ayuda y se encontró con que Johnny aún seguía bajo el roble. Le explicó la situación. Sin embargo Johnny no reaccionó como él esperaba, sino como si se tratase de Howard. Alarmado, la antorcha humana llamó a su padre y a Tony se le prohibió terminantemente salir de su habitación en la casa. Aquel día se cercioró de dos cosas; la primera fue que quizá no podía confiar del todo ni en Johnny ni en nadie y la segunda fue que su padre guardaba muchos secretos con respecto al origen del chico. ¿Tendría algo que ver ese piojoso vagabundo con él?

Se levantó de la cama tambaleante, con una terrible resaca dejando a sus dos acompañantes femeninas durmiendo profundamente. Suspirando con esfuerzo se acercó hasta una de aquellas supermodelos que tanto insistían en follar con él cada vez que tenían oportunidad y para comprobar que estaba borracho como una cuba, le propinó una fuerte palmada en su tersa nalga de superestrella de la pasarela. Ni un ruido, ni una sola queja.

No sabía como había acabado allí, los tres desnudos y borrachos como cubas. No sabía como había empezado y terminado el día y eso estaba empezando a preocuparle. Hasta hace poco no había tenido lagunas de memoria. La cocaína que había empezado a consumir era demasiado fuerte para él y estaba empezando a causar estragos en su prodigiosa materia gris, capaz de desarrollar la tecnología más puntera al mismo tiempo que lo torturaba con los recuerdos de su tormentoso pasado. Igual era hasta beneficioso para su memoria que empezara a volverse senil, pensó con amargura.

Salió de la habitación dando un sonoro portazo para ver si despertaba a las chica y se encaminó hacia su cocina diáfana para servirse el sobrante de una jarra que contenía piña colada. Quizá eso le hiciera vomitar y sentirse mejor.

Se sentó en su sofá de cuero negro y encendió la tele. Pasó por todos los canales hasta dejar su canal porno de pago favorito. Mientras dos mujeres embutidas en ceñidos vestidos de cuero se besaban apasionadamente, Tony fijó de nuevo sus pensamientos en la dolorosa imagen de su severo padre, riñéndolo y golpeándolo ante la horrorizada mirada de Jarvis que no entendía por qué Howard se estaba comportando de aquella manera tan colérica.

Después avanzó en el tiempo y la memoria volvió a golpearle con fuerza con el recuerdo de aquellos violentos mutantes que asediaron la mansión Stark durante una semana y que se llevaron por delante a Jarvis. Aún recordaba la mirada cargada de rabia de su líder, un hombre que levitaba y podía controlar las cosas metálicas que tuviera a su alrededor. El mayordomo murió boqueando y esputando sangre, atravesado por una vara de metal que el hombre había moldeado a voluntad.

Si no hubiera sido por la llamada de socorro a Johnny, habrían muerto todos aquel día.

El timbre de la casa resonó por todo el salón y el estridente sonido martilleó las sienes de Tony como un si fueran los tambores de la celebración de Acción de Gracias.

Refunfuñando se acercó a la puerta y la abrió con un malhumorado "¿quién es?".

Se encontró con la juvenil figura de Johnny, el chico que nunca envejecía. La chaqueta que le había confeccionado Howard en el 75, aunque ajada ya por el uso y el paso del tiempo, seguía cumpliendo su función.

—Estás hecho unos zorros, Tons.

—Estás hecho un idiota...

—Debes de estar con una resaca de caballo si no puedes replicarme con tu sarcasmo habitual —dijo Johnny esbozando una sonrisa torcida.

—Ojalá te pisara un caballo a ti —contraatacó Tony dejando pasar a su amigo.

—No es la respuesta que esperaba pero veo que tu pasivo agresividad sigue intacta —dijo Johnny entrando haciendo una mueca de disgusto—. Tu casa está peor de lo qué pensé.

—¿Has venido a echarme un sermón? Porque puedes ahorrártelo e irte por donde has venido —resopló Tony malhumorado mientras se dejaba caer sobre el sofá, abatido.

—En los sesenta tomaba toda clase de droga y apuesto a que no podrías llegar a colocarte como yo ni aunque quisieras —dijo Johnny sentándose en el único hueco libre del sofá que Tony había dejado con una muñeca de exasperación—. Pero ni esto es una competición ni he venido a echarte nada en cara. Phil es casa este fin de semana.

Tony se puso rígido de tensión al escuchar el nombre del amigo, casi hermano, de su infancia.

—Ah...

—Howard le ha dejado la casa para que celebre la fiesta y quiere que estés allí.

—¿Mi amigo o mi padre? —replicó Tony con amargura incorporándose y adoptando una postura más adecuada para su perjudicado cuerpo—. No pienso poner un pie en esa casa nunca más. Y tampoco entiendo la postura de Phil. No después de lo que pasó con su padre. Es demasiado indulgente con Howard.

—Tony, Phil me ha suplicando para que trate de convencerte para que vengas. No le devuelves las llamadas ni las cartas. Quiere que estés ahí, de verdad —dijo Johnny con un gesto dulce de concordia en su rostro—. Y también lo quiere tu padre, aunque el se haya resignado y piense que ya no puede hacer nada para convencerte.

—No sé por qué te rebajas a ser el chico de los recados de mi padre —suspiró Tony con escarnio—. Yo me he resignado a no recibir jamás ninguna muestra de afecto por su parte. Creo que estamos en paz y yo no le debo nada, es lo justo.

—Tony...

—Ni Tony ni mierdas. Estoy intentando olvidar que existen. Estoy tratando cada día de imaginar que mi verdadera familia ha muerto en un accidente aéreo, como Howard dijo que murió mi madre, aunque esto sea mentira. Estoy tratando de no darles ninguna importancia y creo que ellos deberían hacer lo mismo conmigo —respondió Tony airado.

—Pues muy bien no te está yendo —replicó la antorcha cruzándose de brazos—. Sé que estás cabreado y sé lo que es sentirse desamparado por las personas que, se supone, te tienen que querer. Pero ese enfado solo te causará dolor a la larga. Y cuanto más lo tengas en tu corazón, será más difícil que veas la vida de otra manera que no sea con hostilidad...

—Puedes ahorrarte el discurso de gurú motivacional —dijo Tony tomándose el resto de piña colada que le quedaba en la jarra—. Siempre has sido la figura paterna que me ha faltado pero últimamente me estás pidiendo que pase página y te estás acercando cada vez más a la postura de mi padre. No. No quiero volver a verlos y si sigues intentando que vuelva, tu también estarás en ese grupo de gente que está muerta para mí.

—Tony...

—Márchate, por favor —ordenó el joven fijando la vista de nuevo en la peli porno. La escena se había vuelto tan tórrida que una de las chicas había comenzado a gemir y sus sonidos placenteros inundaban el salón—. Dales mis mejores deseos pero eso será todo por mi parte.

—Jarvis habría querido que estuvieras allí, Tony. Y lo sabes —comentó Johnny, lanzando aquella verdad a la cara de su ahijado. El joven se removió en el sitio pero no dijo nada. La antorcha se levantó del sofá y dejó sobre la superficie acolchada del sillón una tarjeta dorada—. Ahí tienes la invitación. Si no lo haces por tu padre o por Phil, hazlo por mí y por Jarvis. Ya sabes que nunca te he pedido nada pero creo que esto es importante.

Finalmente, presionando los dientes por la rabia, Tony dijo:

—Ya veré...

Johnny satisfecho con aquella respuesta, esbozó una leve sonrisa y se quedó un momento mirando a la televisión.

—Pensaba que solo te iban los tíos —dijo la antorcha arqueando una ceja.

—Le doy a todo mientras me muestren respeto y me dejen colocarme a gusto —dijo Tony con la voz cansada y sarcástica—. Esa es otra de las cosas por las que mi querido padre me odia. Soy un monstruo a sus ojos.

—Eso es mentira —dijo Johnny negando con la cabeza.

—No lo creo —dijo Tony y de pronto sintió un repentino malestar que subía desde su estómago por el esófago hasta su boca. Náuseas.

Se levantó como un resorte y se dirigió al fregadero para devolver ante la mirada de preocupación se su padrino. La piña colada había resultado ser efectiva.

*

Ese fin de semana, cumpliendo con la frase que lo había despertado aquel día cual presagio de acontecimientos, conducir hasta la mansión Stark para honrar a Howard y a su deseo de que Tony estuviera presente en la boda de su mejor amigo.

Phil había seguido los pasos de su padre y terminó trabajando para Shield, la organización de espionaje que dirigía Howard. Pese a que Tony, tras el incidente con el mutante y la muerte del mayordomo, le había dicho a Phil que lo siguiera y abandonara la mansión, el joven continuó los pasos de su progenitor y se convirtió en el primer espía de su promoción.

No obstante, la amistad continuó intacta y Tony respetó la decisión de su amigo casi hermano. Estudiaron juntos en Yale y se graduaron con honores los dos mientras que Phil continuó trabajando para su padre y, aunque Tony detestaba que Phil hablara sobre ello, eso no impidió que siguiera junto a él.

En la universidad ambos compartían amistad con una compañera de clase, Virginia Potts o Pepper, como la solía llamar Tony con tierna burla. Sabía que le gustaban también las mujeres porque en aquellos momentos, cuando estaba cerca de ella, sentía su corazón latir a la velocidad de un caza. Era el único ser humano, a parte de Phil, que no le miraba como si fuera un bicho raro.

Siempre había sido un chico solitario y sabia que la gente que trataba de acercarsele en la universidad eran interesados que sólo lo querían tener como amigo por ser el hijo de Howard Stark, el multimillonario mayor del reino. Pero sabía que Pepper no era así y quería que estuviera a su lado. Tenerla para siempre junto a él hasta que el día de la graduación todo se torció.

Descubrió a Phil y a Pepper besándose. Sabía que era su culpa por haber sido tímido y no haberse declarado a tiempo pero en esos momentos, al no saber qué hacer para lidiar su frustración, se enfadó con ellos hasta tal punto que no quiso volver a dirigirles la palabra.

Quizá había leído mal las señales y pensaba que Pepper también lo quería como algo más que un amigo. Quizá el declararse a ella no habría cambiado el hecho de que Pepper había elegido a su amigo como pareja. Pero el no lo vio así en ese momento y siguió pensando que todo había sido ideado para herirle en lo más hondo, que Phil se estaba vengando de él quitándole lo que quería para quedárselo para él después de lo que había pasado con su Jarvis. Un pensamiento infantil y desesperado que continuó incubando hasta que decidió dejar la especialidad en el MIT y entregarse al alcohol, las mujeres, hombres y a la droga.

Fue en ese momento cuando dejó de pensar en nada más. Esperaba con cruel satisfacción que el fracaso de su hijo golpeara en el corazón de Howard con fuerza y lo matara de un infarto, si es que no moría Tony antes de una sobredosis.

Entró en la mansión haciendo rugir su moderno deportivo y  que los invitados que se disponían a entrar en la mansión se volviesen sobresaltados.

Una de las mujeres con las que había compartido cama el día que Johnny fue a verle, salió del coche tambaleante, mareada por el efecto de alguna droga dura que Tony le había procurado. Este salió del coche sin prestarle atención a su acompañante y le dio las llaves del coche al nuevo mayordomo, que se le quedó mirando, boquiabierto.

—Apárcalo a la sombra —ordenó mientras se llevaba un dedo a los dientes y se los frotaba con fruición.

De nuevo aquellas miradas de desaprobación. Tony ascendió por las escaleras hasta el vestíbulo y entró en la casa dando grandes zancadas, esperando que nadie notara los efectos de la cocaína en él, aunque era evidente que sus gestos denotaban un nerviosismo anormal.

El primero en recibirle fue Johnny. Este lo agarró de un brazo y lo llevó lejos apartandolo del foco de todas las miradas curiosas.

—¿Cuantas rayas llevas? —dijo la antorcha con preocupación.

—¡Eh, déjame en paz! —exclamó Tony pero no logró zafarse del agarre del otro.

—¿Cuántas? Contéstame.

—Tres... —Con un gesto brusco, se deshizo de la mano de Johnny y lo miró con rencor —. Déjame, no eres mi padre.

—No, pero si tu padre te ve de esta guisa te va a echar y no quiero que la líes hoy —advirtió.

—Me da igual lo que haga Howard. Me da igual todo lo que suceda hoy. Ahórrate el puto sermón, no pienso quedarme al margen. Si me quieren, que sea también con mis monstruos —dijo Tony dirigiéndose a la sala principal. Allí un numeroso grupo de personas estaban congregados alrededor de Phil y Pepper. La feliz pareja, pensó Tony con amargura.

La mujer fue la primera en advertir su presencia entre la multitud. Su mirada se cruzó con la de él e intercambiaron un mundo diálogo con gestos de reproche y de furia por parte del hombre, que se había mordido el labio inferior para reprimir su enfado.

No, Tony Stark aún no había superado lo que pasó. No podía creer que la chica de la que había estado tan colgado fuera a casarse con su mejor amigo. No obstante, permaneció callado y dejó que Phil, que no se había percatado aún de que estaba ahí, hiciera un brindis con todos los presentes.

A su lado, Howard observaba a la pareja con un brillo enigmático en sus ojos. Eso es lo que más le repugna bastante a Tony, que nunca se sabía con su padre. Jamás podría haber adivinado lo que pensaba o lo que sentía. Siempre había sido un libro cerrado hasta con él, que se suponía que era su hijo.

Tony se sentó en un sillón de espaldas a los reunidos para evitar por todos los medios ser visto por los dos hombres que más lo habían decepcionado en su vida. Su acompañante lo encontró al cabo de un rato, borracha como una cuba tras haberse tomado varias copas de champán que el servicio estaba paseando por los entre los presentes, y se dejó caer sobre Tony. Este la observó tumbada sobre su regazo con una mezcla de algo parecido a ternura y compasión.

—¿Tú también me quieres solo por mi dinero? —susurró Tony sarcástico.

—Mmmm —contestó la mujer retrucandose sobre el regazo de su acompañante, grogui.

Consiguió evitar con éxito a Phil y a Howard una vez que la congregación se dividió en grupos más pequeños. Sin embargo, no dio resultado con Pepper. Esta se acercó al sofá y se situó frente Tony, con un gesto de preocupación.

—Tony...

—Vaya, vaya. Quién tenemos aquí... —dijo él incorporándose un poco para encarar la mirada de Potts, con inquina—. Felicidades por tu compromiso.

—Estás colocado.

—Siempre lo estoy. Es a ti a quien debo agradecértelo. Todo esto es por ti —replicó Tony sin reducir ni un ápice de su sarcasmo.

—Basta, por favor. Pensé que habías venido para hablar las cosas de forma civilizada —dijo Pepper entre susurros—. Pensé que habías cambiado.

—Eres muy ingenua si piensas que la gente va a cambiar. La gente no cambia, mucho menos por que tú lo digas —dijo dejando a la mujer con delicadeza sobre el sofá a la vez que se levantaba y se acercaba peligrosamente a Pepper—.  Tu marido y tú os podéis ir tranquilamente al infierno.

—No quiero que estés enfadado con nosotros. Yo tampoco quiero estar enfadada contigo, Tony. Sabes perfectamente que no nos merecemos esta rabieta infantil que estas teniendo con nosotros —protestó Pepper—. Eres mi mejor amigo y te quiero.

—Ya, el problema es que nunca me dejaste claro que era solo tu amigo —susurró Tony mordiéndose las mejillas para contener un grito se furia que pugnaba por salir.

Phil se había acercado a ellos de manera silenciosa y había hecho enmudecer a Tony una vez lo vio frente a ellos. Aunque era un poco más pequeño que él, su templanza y su madurez le daban una altura moral que Tony, consideraba, le hacía merecer más alto y más grande.

—Tony, me alegro de que estés aquí.

—No lo he hecho por vosotros —dijo Tony apretando los dientes. Sus palabras salieron como veneno de su boca—. Johnny me lo pidió como favor y por eso he venido, porque es el único que ha permanecido a mi lado y no me ha decepcionado como tú y como mi padre.

—Quiero pedirte perdón por no decirte nada y por hacerte sentir así...

—¿Crees que una disculpa puede arreglar algo? No se trata de la boda del siglo que habéis montado. No, se trata de que parece ser que has decidido perdonar a mi padre lo que le hizo al tuyo.

Hubo un minuto de silencio en el que nadie dijo nada y Phil bajo la cabeza, apesadumbrado.

—Tu padre hizo lo que pudo.

—Mi padre es un puto egoísta que no ha hecho nada por nadie en su vida, ni siquiera por la gente más cercana a él —dijo Tony alzando un poco más el tono—. Y sé que yo no soy así, ¡no quiero ser como él!

—Eres egoísta si no nos dejas casarnos en paz —espetó Pepper frunciendo el ceño.

Aquella réplica por parte de la mujer hizo que Tony se callara, malhumorado por aquella verdad que le había dado como una bofetada en la cara.

—Muy bien —dijo Tony dando por zanjada la conversación y alejándose en dirección a la escalera. Ya daba igual las buenas formas. Empezó a gritar—. ¡Que os vaya muy bien en vuestra nueva vida de casados!

Subió por la escalera de caracol de la casa hasta el siguiente piso y se dirigió sin pensárselo demasiado al despacho de su padre. Estaba tan furioso que rompió la puerta, siempre cerrada, con un empujón de su hombro. ¿Quería inmadurez su padre? Pues la tendría. Tenía cocaína en su sangre para rato, así que el caos estaba asegurado.

Una vez dentro, tiró a manotazos el contenido de la mesa del despacho, con fuerza. Quería gritar pero se sentía tan ofuscado, que solo le salió un quejido lastimero cuando tiró con fuerza un preciado jarrón chino de su padre contra la librería. El golpe sonó hueco y eso descolocó a Tony. Era como si hubiera eco tras la pared.

Aturdido, buscó por toda la habitación algo que le indicará que allí había algo tras la estantería. Era muy extraño que la librería pesara tanto y pronto se fijo que estaba fijada al suelo.

Encontró una especie de botón bajo el escritorio y lo pulsó. De forma automática, una parte de los estantes con libros se deslizó a un lado dejando paso a una puerta metálica como la de un acorazado. Esta se abrió una vez que la estantería llegó a su tope, dejando paso a un pasillo oscuro. Tony se adentró en él sin saber muy bien por qué lo hacía. No llevaba nada para protegerse en caso de que estuviera en peligro. Su actitud era bastante temeraria pero aún así, dejó que la curiosidad guiara sus pasos hasta una sala tenuemente iluminada por la luz azulada que salía de una especie de tanque situado en el centro de la sala. Dentro de él descansaba como en un ataúd el cuerpo dormido y surcado por sondas, de un hombre desnudo. Congelado. Sobre su pecho reposaba un artefacto con forma circular y una estrella de cinco puntos en su centro.

Tony retrocedió asustado llevándose una mano a la boca. ¿Qué coño hacía allí ese hombre en sueño criogénico? ¿Cuanto tiempo llevaba allí? ¿Por qué lo tenía su padre? ¿Era un arma, un experimento? Las preguntas bullieron en su cabeza hasta hacerle marear.

Unos pasos precipitados que se aproximaban hacia allí resonaron por el pasillo. Pertenecían a Howard Stark, que entró en la sala y se quedó petrificado al ver a su hijo conmocionado por lo que había descubierto.

—Tony... —empezó.

—¿Qué es Esto? ¿Qué hace aquí, quién es?

—Será mejor que nos vayamos...

—¡Dime quién coño es!

Howard suspiró y con el ceño fruncido terminó por confesarle la verdad:

—Es el Capitán América.

Tony volvió entonces la vista hacia el hombre y se acercó lentamente.

—¿Y qué hace aquí?

—Tony, no deberías ver esto...

—Despiértalo. ¡Despiértalo, por amor de Dios!

Howard se mordió el labio para reprimir un grito de rabia. Se llevó una mano para peinarse su canoso cabello y después tecleó uns compleja numeración en una computadora integrada en el tanque. La tapa de cristal se abrió con lentitud y el vapor de nitrógeno inundó por un momento la estancia. Tony se acercó más para ver qué más había dentro de la cápsula y en ese momento el hombre con un respingo, aspiró aire y abrió los ojos, sobresaltado.




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