1. Anuptafobia (Secuestro)

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"Naciste sola. Morirás sola también."

Pero ella no podía quedarse sola.

Nunca, ni siquiera por unos minutos.

La madre no podía ir a trabajar en paz. No si eso implicaba dejarla sin compañía.

El padre no podía ni cerrar la puerta. Porque eso, significaba que no habría nadie con ella.

Los dos hermanitos ni siquiera podían salir al jardín. No si su hermana se quedaba atrás, aislada.

Ni siquiera podía quedarse atrás, en el salón de clases, cuando todos abandonaban el lugar para salir a disfrutar de sus escasos minutos de libertad.

Ella simplemente no podía quedarse sola.

Porque en cuanto la calma de verse y sentirse acompañada desaparecía, recordaba que estaba indefensa a todo. No podía ni siquiera respirar sin sentirse observada. Fuera de día o de noche, las sombras en su habitación o en cualquier lugar en el que estuviera se incrementaban, deslizaban sus frías y macilentas manos en dirección hacia ella, atándola de pies y manos, ingresando lentamente por sus venas, y finalmente, apretando su corazón a tal punto que el dolor y el terror la hacían gritar en lenta, tortuosa agonía.

11 años, pero sufría lo insufrible.

11 años, y su luz se veía menguada por culpa de ese horror que le significaba el verse sola de un momento a otro.

¿Cómo una niña, otrora tan llena de valor y alegría, podía haber cambiado tanto como para temerle a la común soledad?

Lentamente, sus preocupaciones iban tomando forma. Los compañeros la evitaban, decían que era rara. Los hermanitos la detestaban por ser cobarde, por no dejarlos hacer nada sin que ella no estuviera tras ellos, rogando en silencio que no la dejaran atrás. El padre, frustrado al no entenderla, comenzó a ignorarla, a alegar que lo hacía solo por llamar la atención. Y la madre, desesperada por su actitud, trató de enseñarle algo, la dura realidad que, en algún momento, todos debíamos afrontar, con la esperanza de que, si los mimos no ayudaban, quitarle la venda de los ojos lo haría.

"Viniste a este mundo sola. Y algún día, morirás sola."

"Por favor, no. Por piedad..."

Es algo natural para muchos. Pero tal vez no debería serlo.

Tal vez, realmente, no debían dejarla sola.

Tal vez ella lo había entendido cuando, regresando de la escuela, estuvo a punto de ser arrastrada a un callejón sin compañía ni salida, por un ser sin rostro que olía a maldad. Cuando sus gritos solo fueron oídos por el viento, y solo la suerte, y no la ayuda de nadie, le permitieron soltarse y escapar hacia el lugar que desgraciadamente, dejó de ser seguro para ella. No habían testigos, ni evidencias, y por ende, nada que se pudiera hacer. Aquello ya era cosa del pasado, incluso para su familia. Pero para ella, jamás.

Y se iba quedando sola.

Cada vez más, y más sola.

Cuando ella se dio cuenta, el jamás tenía las garras sobre ella. Tal y como lo recordaba, el mismo ser sin rostro de sus pesadillas, pero que ahora parecía mostrarle una sonrisa burlona y cruel.

"Por favor, no. Por piedad..."

"Naciste sola. Morirás sola."

Y cuando salió la noticia del secuestro, todos se dieron cuenta que siempre habían estado equivocados.

No era una niña rara. No quería llamar la atención. No era ninguna cobarde.

Ellos estaban equivocados.
Ellos... nunca debieron dejarla sola.

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