6. Al borde del abismo

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El viejo castillo de tonos grisáceos y vitrales multicolores se erige imponente contra el cielo. Sus torres puntiagudas se recortan en el horizonte como espadas. A medida que me acerco, puedo distinguir a través del gran portón abierto los arcos apuntados y las columnas de mármol que decoran el interior de lo que parece la entrada principal de la escuela. Hay aprendices de túnicas de distintos colores paseando de un lado al otro ahí dentro, aunque en el camino de tierra que conduce al castillo no hay un solo alma, a excepción de un chico de cabellera oscura y tez pálida que juega a enredar sus dedos de manera errática sentado en las escaleras. Sopeso si tomar asiento en uno de esos escalones mientras espero a que llegue el carruaje es la mejor idea.

Quizá no sea la mejor, pero sí la más lógica.

Desde luego, no tendría nada de lógico evitar cualquier interacción humana en Khorvheim, a pesar de que podría estar sentenciándome a muerte de hacerlo. Rawen decía que en la Escuela de Cuervos nadie hace amigos, que la gente no se molesta en aprenderse el nombre de los demás. Espero que sea cierto.

Camino lenta hacia las escaleras, estudiando los movimientos nerviosos que ese chico hace con las manos hasta que reparo en lo que está tratando de hacer: borrarse el rastro de agracejo que se le ha incrustado en las uñas. Es fácil reconocer el color que desprenden las bayas tóxicas si has crecido gran parte de tu vida en las montañas rodeada de brujas y personas salvajes que dependen de los alimentos naturales que se llevan a la boca. Se recolectan en otoño y, aunque son comestibles, en grandes cantidades tienen el poder de destrozarte el estómago.

Me siento en un escalón a la misma altura que él, aprovechando los minutos que me queden aquí para trenzarme la melena de nuevo. Aún me cuesta creer lo que ha sucedido en el bosque. ¿Tendrá este la capacidad de desaparecer si le viene en gana también? Sé que los aprendices de esta escuela se entrenan en magia básica y artes marciales hasta que se especializan en alguna materia como Rawen hizo con la cartografía, pero jamás me habría imaginado que podían hacer esos trucos. Cuando el chico a mi derecha considera que se ha rascado lo suficiente las uñas al punto de haberse roto un par de ellas, suspira aliviado y descansa los codos en el escalón superior, elevando la vista al cielo.

—También te has manchado el pantalón —apunto.

Abre los ojos claros como glaciares, espantado e irritado en la misma medida, y chasquea la lengua mientras se frota la mancha de la prenda completamente desquiciado. No sé si sabrá desaparecer por arte de magia, pero está claro que en este lugar escasean las personas normales.

Todo lo que circunda la escuela son bosques frondosos alejados de los caminos de tierra que se difuminan por lo poco transitados que están. Me pica la piel por el sol que ya ha despertado y no puedo reprimirme las ganas de elevar la vista a la muralla que separa ambos reinos. Desde aquí se intuye incluso de mayor altura. Me pregunto qué sentirá la gente de Khorvheim al recordar que esa muralla que erigimos los mhyskardianos fue lo que impidió que conquistaran más territorio del que ya nos habían arrebatado.

El carruaje no tarda en salir del espesor verde de mi derecha. Varios caballos tiran de él sin jinetes. Magia, sospecho. En cuanto hace una parada frente a las escaleras y una joven de piel morena desciende de él con una diminuta lista de nombres, me pongo en pie y saco de la mochila la carta de aprobación para la expedición. El castaño de su melena corta le contrarresta con los mechones malvas que le enmarcan la frente hasta esconderse tras las orejas repletas de aretes.

—Rawen Kasenver, sección de cartografía —enuncia en voz alta.

Doy un paso al frente para entregarle la carta. Ella, que supera el metro setenta, enarca una ceja inspeccionando mi figura. El corazón me va a trepar por la garganta en cualquier momento y se me va a salir de la boca.

—Esperaba que fueras una cría enclenque. ¿Dónde tienes el título?

—Aquí —digo recuperándolo del interior de la mochila.

Sin embargo, una risotada aguda procedente del maníaco de antes me sobresalta. La joven levanta la vista por encima de mí con un gesto que a cualquiera de estos aprendices podría retorcerle las tripas. Ladeo la cara disimuladamente, rezándole a cualquier dios que esté cerca que le selle los labios a ese niño impertinente y viendo cómo se encoge de hombros mientras se aproxima a nosotras.

—¿Algún problema, aprendiz? —El tono hosco de ella le borra la sonrisa de la boca de golpe.

—Me gusta reírme —dice al plantarse a mi lado. El olor a hierbas que despide es delatador.

—Nadie diría que te gusta hacer amigos.

—No he dicho que me guste compartir mi risa con los demás. —Abre el bolso de cuero que le cuelga del cinturón y le entrega unos papeles—. Soy Nevan Triferholl, sección de biología. —Su pulgar me señala y sonríe malicioso—. Compañero de Rawen Kasenver.

Nevan. Triferholl. El pedante biólogo del que, según mi amiga, habían prescindido.

—Yo soy Nadine Vyrthor, segunda Mano del Rey al mando del Consejo de Expediciones. —Parpadeo varias veces. ¿Es una broma? ¿Cómo es posible? Apenas rozará la treintena—. Estaré en la tropa de exploración con vosotros durante la expedición al abismo. Ahora, andando, no hay tiempo que perder.

Nos guía al interior del carruaje, instante en el que se me revuelven las entrañas y mido el peligro que pueden suponerme ambos. Nadine viste un top de tirantes ceñido al torso, de un cuero marronáceo, que le abraza los hombros redondeados y musculosos, y los dos brazaletes de cuero cubriéndole los antebrazos hacen que los bíceps luzcan apretados; está claro que le sobran fuerzas para arrancarnos la cabeza a los dos si se lo propusiera. Respecto a Nevan, soy como mínimo un palmo más alta que él. Es delgado, un oponente débil si se enfrentase a mí cuerpo a cuerpo, aunque lo que de verdad me preocupa es lo que haga con su lengua afilada. No ignoro el hecho de que, al igual que todos aquí, sabrá manejar la magia básica. Mi cabeza me achicharra las neuronas a una velocidad insólita porque no sé si debo deshacerme de él en cuanto tenga la oportunidad, si me delatará antes de que nos quedemos a solas o si...

—Por avisarme de la mancha —me susurra interrumpiendo el enredo de pensamientos que me está torturando por dentro y salta a la vista que hace un esfuerzo monumental por dedicarme un breve guiño sin ganas—. Odio las deudas.

Nos sentamos frente a Nadine. Hace un movimiento circular con manos en el aire y envía a los caballos la pequeña ráfaga de viento que ha creado, poniendo así el carruaje en marcha. El corazón se me aprieta contra las costillas. Es la segunda vez que veo magia en mis narices. O la tercera, si contamos la Magia Prohibida que vi en las manos del príncipe aquella noche de hace cinco años. Nevan nos ignora porque prefiere contemplar el paisaje desde la ventanilla. Aunque incluso sin conocerlo me atrevería a decir que simplemente detesta a la humanidad y es la única forma de ignorarnos que tiene dentro de este habitáculo. Yo respiro tranquila al atar cabos y deducir su secreto: él también debe de haber hecho algo ilegal para estar aquí.

La falta de descanso en estos días que he estado estudiando las anotaciones que iba haciendo a medida que Rawen me relataba sus clases en la escuela ha hecho mella en mí. Soy consciente de ello cuando Nadine me despierta chocando su rodilla contra la mía y enarca una ceja con ambos brazos extendidos a lo largo del sillón del habitáculo.

—¿Para qué te han entrenado; para estar alerta o para dormir?

Joder. ¿Cómo he sido capaz de dormirme con estos dos aquí? Bueno, Nevan ya no está. Supongo que ha bajado del carruaje porque la puerta está abierta y oigo alboroto en el exterior. Me acaricio el bulto en la rodilla, que me duele un demonio, y fulmino a la culpable con la mirada.

—Te he hecho una pregunta, aprendiz.

—Me han entrenado para estar alerta cuando descienda al abismo —mascullo malhumorada—. Se supone que ahí están los enemigos. ¿O acaso están aquí?

Un brillo de curiosidad le enciende las pupilas y va curvando poco a poco los labios en una sonrisita sombría a medida que se inclina hacia delante con los codos sobre sus rodillas y el mentón entre las manos.

—Será interesante ver si tienes las mismas agallas ahí abajo. —Cabecea en dirección a la puerta del habitáculo—. Vamos, tienes el abismo a unos pasos.

El vasto paisaje de roca agrietada y erosionada que circunda al abismo está completamente desolado. No es de extrañar teniendo en cuenta que en cualquier momento una bestia del inframundo puede aflorar de las profundidades y destruir todo esto. El suelo áspero resuena con cada paso haciendo palpable el silencio inhóspito que se cierne sobre este lugar. Si admirar la magnitud del abismo desde la muralla es un espectáculo digno de ver al menos una vez en la vida, hacerlo desde esta distancia es... sencillamente paralizante. Al poner un pie en la superficie musgosa que bordea al agujero negro que se hunde en la tierra, esta vibra. Algo espeluznante lo hace en mí también. El aire se espesa conforme avanzo hacia el precipicio cargado de niebla negra, ignorando al grupo de exploradores que charlotea reunido a la derecha, junto a un par de garitas de piedra. Mi corazón late más deprisa de lo que recuerdo que puede hacerlo, y el silencio que me aplasta solo es roto por la carcajada de una chica rubia que le palmea el hombro a otra pelirroja con gafas.

—¡Eh, cartógrafa con agallas! —vocifera Nadine detrás de mí. Cuando me vuelvo hacia ella, lo hago escondiendo el temblor de mis manos bajo la capa—. Es hora de las presentaciones, ya tendrás tiempo de investigar luego.

Me acerco a la tropa con el corazón en la garganta e intuitivamente busco al chico de ojos celestes que me salvó el pellejo hace nada para colocarme a su lado. Ignoro la miradita de fastidio con la que me recibe. Todos están en formación frente a una plataforma elevada y rocosa que se extiende entre ambas garitas, dos torreones de piedra de cantera negra. Cuento doce chicos y chicas incluyéndome a mí, la mayoría ronda mi edad. Sé por Rawen que se graduaron con las mejores calificaciones años atrás y se ofrecieron voluntarios a la expedición que han estado esperando hasta hoy. Las risitas cesan cuando Nadine sube a la tarima seguida de un tipo espigado con el cabello rubio hasta la nuca que se planta en el centro cruzando los brazos detrás de la espalda.

—Bienvenidos al principal puesto de vigilancia del abismo. Para los nuevos en la formación, esta es Nadine Vyrthor, segunda Mano del Rey al mando del Consejo de Expediciones —dice señalando a la culpable del dolor en mi rodilla—, y yo soy Arvin Khadoric, primera Mano del Rey al mando del Consejo de Expediciones.

Se afianza un mechón rubio tras la oreja y alza la barbilla en un gesto de superioridad crecida mientras pasea su afilada mirada verdosa por nosotros que, lejos de intimidarme, hace que lo ascienda al top de la lista de personas en las que menos confiar ahí abajo. Por supuesto, en mis planes no cabe la opción de hacer amigos, pero sí la de acercarme a quienes me infundan confianza o seguridad para sobrevivir hasta que haya cumplido mi objetivo.

Mis ojos se abren de par en par.

De la garita de la derecha sale una figura arrastrando un aura magnética que reconozco de inmediato y atrae las miradas de los presentes. Alto como ninguno de los que estamos aquí, engalanado en elegantes prendas negras que sugieren un cuerpo fibroso y una capa con hombreras de plumas de cuervos. Camina al centro de la plataforma, lugar que le cede Arvin con cierto respeto que no me pasa desapercibido, y su cabellera del color del ónix centellea bajo un sol que ha sido opacado por el cielo nublado. Imposible no acordarme del tipo que me había hecho creer que estaba volviéndome loca al desaparecer del lago como si nunca hubiese existido.

—Voluntarios y voluntarias, estáis aquí porque habéis sido los mejores aprendices en vuestra sección de la Escuela de Cuervos durante los últimos cinco años —expone, y su voz autoritaria inunda el espacio abierto en el que nos encontramos. Todos sonríen, inflados por el orgullo de sus méritos, hasta que pronuncia—: Excepto Dhonos Saerendir, único superviviente de la expedición anterior al abismo.

No necesito averiguar de quién está hablando, casi todos se encargan de revelármelo al dirigir sus ojos a un joven erguido como una columna delgada y esculpida. Tiene una cicatriz que le comienza en la mejilla derecha y le trepa a la raíz del pelo rubio pálido, corto por ambos lados y largo por arriba. Se remueve inquieto desde su posición; no incómodo por ser el centro de atención, sino amenazante como si quisiese aplastarnos uno a uno. Lo apunto mentalmente en el top de la lista.

—Como ya sabéis, la expedición de hace cinco años fue cancelada por el ataque de un Cantapenas a la capital de Mhyskard. Todas nuestras fuerzas se concentraron en reducir a la bestia y restablecer el sello del abismo, lo cual resulta irónico, pues ya sabéis que sin la Flor de Umbra nuestra magia decae y cada día que ha pasado desde entonces el sello se ha vuelto más débil que nunca —continúa el Cuervo del bosque. A diferencia de Arvin, sus ojos recorren a los miembros de la tropa en una mirada ausente hasta que me detecta entre ellos y noto, de una forma casi imperceptible, cómo los entrecierra con recelo—. Todos cuantos volváis con vida de la expedición, seréis recompensados con una pequeña dosis de la Flor de Umbra para que vuestro poder mágico se vea amplificado y podáis servir al Rey como es debido en el cargo que se os asigne dentro de la Corte Real de Khorvheim.

»Os damos la bienvenida y tenéis la más sincera gratitud del Reino Khorvheim por servir en la expedición. Ahora llevaremos a cabo las presentaciones y terminaréis de prepararos en la garita antes de saltar.

¿Cómo? ¿He escuchado saltar? Si alguien de nosotros no tiene ni idea de a qué se refiere con saltar, nadie lo demuestra. Debo de ser la única, porque el resto ni siquiera se inmuta. Nadine ocupa su lugar y despliega un rollo de papel grisáceo frente a nosotros.

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