I. El deseo de la sirena

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Cuenta la leyenda, que una bella sirena conjuro a la luna para pedirle un amor, sus ojos brillaban en medio de la noche con un hermoso fulgor.

¡Dime luna de plata, que es lo que debo de hacer para obtener mi querer!

¿Es que acaso las estrellas, tus compañeras fieles de la noche, creen que no lo he de merecer?


En ese momento, el sonido a lo lejos la distrajo hacia él, un gran barco viejo que en su proa sostenía al que sería su querer.

Aquella bella sirena, con su largo cabello rojizo, miró hacia aquel hombre y por un instante sus ojos negros se perdieron, suspirando por él.

Era el más bello ser que jamás creyó poder ver; su cabello castaño ondeaba y sus rizos se fundian en una silenciosa danza junto al viento.

Al ver la esperanza en sus ojos, la luna decidió concebirle una sola noche a su lado, regalándole así el bello aspecto de un humano.

La sirena se acercó con su particular canto, dejando al hombre encantado.

Las estrellas brillaban, mientras ella bailaba a su lado, fundiéndose en el inigualable calor de sus brazos.

Pero la dura realidad pareció invadirla, borrando de un momento a otro su sonrisa, al saber que la noche se acabaría.

Pues el alba, su mayor enemiga aquella noche, se acercaba.

-¡Disculpadme, debo marcharme!

Expresó con aparente prisa, y aquel hombre la vio; denotando en sus ojos la confusión, pero antes de que pudiera decir palabra alguna, aquella bella mujer se desvaneció junto con la luna.


La sirena buscaba un amor, pero ¿qué podía hacer si su destino no estaba junto a él? Y así volvió a las profundidades del océano, aquel océano que la vio crecer.


No sin antes voltear a ver a quién fue su querer, en el breve canto del anochecer.

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