Los dos luceros

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Ambas
Estrellas de la Mañana,
Luceros del Alba,
se desafiaron por uno
de sus nombres
un amanecer.

El engendro
que habitó en el Paraíso
su propia melena
ordenó encender.
La intensidad
de su cólera
hizo del oro cobre.

El candidato supremo
a terraformación
desplegó su potencial
lumínico en cénit apoteósico.

La noche
en la alas del ángel caído
se vio desfallecer.
Un beso profano de labios
de la personificación del pecado
apagó la propagación del bien.

Tan calcinado
en la hoguera
que posee por lares,
el atisbo de las quemaduras
por la luz celestial
fue vano aviso.

Pero se propagó
un polvo brillante
por la lengua
de serpiente.
En la saliva quedó
la mezcla de los dos
contrincantes.

No hubo vencedor
en esta lucha.
El César en pena
maldijo a la miseria execrable
de la conquista.

Los dos Luceros
se reencontrarían
otra vez.
En días, años, milenios...
El planeta Venus,
en honor
de los mitológicos romanos,
y el temible
para el buen cristiano
Lucifer.

Dedicado a fantasmagorias

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