El chorro trasparente
cae por mis cortinas,
los delicados hilos cristalinos
se separan de la tela negra.

Temblorosas
por sus lentos despojos
que generan un mar muerto,
aúllan por las cuerdas vocales,
podridas e inestables.

Cantan el aullido
a través de unos fantasmales barrotes
de carne labial rosada seca
por el viento surgido de la selva corrupta,
armada con el exterminio.

Las manos callan
la calurosa brisa,
que rompe feroz
contra el frío exterior,
las cortinas
comienzan a flaquear,
los barrotes rechinan.

Los caídos hilos traslúcidos
se mezclan con la rojez sanguinaria
de las devastadas venas
purpúreas destempladas.

El lobo
clava sus uñas en carrera,
el tejido de cuerdas
se deshace a su paso,
los rasguños matan al débil aire
que escapaba
por la mísera boca.

Un último clamor a la Luna,
un último latido,
el animal cae rendido
al llegar a su destino.

Acto seguido,
se corren las cortinas de pestañas
para dejar paso
a la reciente luz mañanera
que incide en mis abiertas pupilas.

Ya es la hora,
me decía la penumbra.

El mar se tiñe
completamente de rojo,
yo me abandono
al eterno sueño.

Muriendo con mi grito lobuno
en mi extenuada noche,
y el alba pisando
nuestros putrefactos talones,
producto de un duelo
que jamás fue ganado.

Dedicado a SanctusLiminaris