A veces me siento poeta
y empiezo a soltar mierda
por los dedos
separando sílabas y letras
mientras me autodestruyo,
porque es bonito creerse eterno
cuando lo único que ven

tus ojos
son versos

y lo único que escuchan tus oídos
es el silencio
por mas que la algarabía y el fetiche
se hayan tragado la Tierra.

Va dando vueltas el cuaderno
porque le dio insomnio
y se sirve un vaso con leche
pero las pesadillas no ceden;
hay monstruos adentro
que no lo dejan dormir.

La luna le ronca al oído
que no es bonito estar dormido
mientras le regala un frasco de estrellas
como si fuera anestesia.

Entonces la luz se come todo el cuarto
y el cuaderno se quema,
se intoxica, se incendia,
porque la claridad no lo deja
descansar.

Apago la mesita de noche
con mis dedos somnolientos
y trato de callar las voces que vienen
desde dentro. Desde lo mas denso
de este moribundo ser
que se apega tanto a la vida
a la cual no debería de temer.

Y la luna canta
canciones de cuna
pero al cuaderno
solo lo arrulla
la tempestad.

Entonces el sol seca sus sábanas mojadas
por lágrimas
(y quizás algo mas)
para que pueda reposar las horas perdidas.
Y aun así
el cuaderno no puede
cerrar sus párpados
y se llama enfermo
y se tira de la cama
pataleando como cuerdo.

Mientras su cuerpo
se congela
en la escasa eternidad
que estas manos
le pueden dar.