Mamá se está engordando.
Toma y traga los platos,
se atraganta con el menú
y escupe el postre color azul.

Mamá está mal de la cabeza
pero no sabe que lo está,
porque la mayor locura es rechazar
la inestabilidad mental.

Mamá mastica pan con jamón
igual que papá.
Los niños están castigados
pero juegan en el cuarto

con su celular
porque no quieren
oírlos
gritar.

No debería contarte esto
pero tu tampoco me sabes escuchar,
igual que mamá a los consejos
de su hermana y su propia mamá.

Mientras yo
me voy
haciendo mas pequeño.
Quiero hacerme pequeño hasta desaparecer

y escapar
y borrar
y ya no conocer
el futuro de esto.

Sé que todos morirán.
Sé que mi mamá morirá
pero me entristece pensar
que su mente está demente

y no es normal
dar vueltas en la cama
o colgar cruces en las barandas
de una hija atea.

No le rezaré a tu dios
cuando entierre tu cuerpo.
Tu dios sabe que he
deseado matarte

y que querido
amanecer muerto
por eso
no le puede rezar.

Mamá está engordando.
La casa está sucia
y el polvo hace fiesta
justo sobre la mesita,

justo sobre la mesita
donde tengo mis pastillas.
Cae polvo y crea
esos atroces remolinos.

Mamá quiere que me vaya a acostar
pero sé que mi mente no se va a callar.
¿Por qué yo tomo medicamentos si el resto
está peor y no tiene pretextos para usar?

Lo insignificante de lo moral
es rezarle avemarías
a alguien que no te va a contestar.
Buenas noches, mamá.

(Es justo en estos momentos
cuando me siento pequeño,
bueno, aun más pequeño,

cuando reflexiono
sobre lo que tengo
y lo que me hace falta)