The baby cries a lot

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Sé que lo hace para molestarme. Lo veo por el rabillo del ojo y él se mantiene tranquilo, paciente. Sabe que lo miro y me ignora. Sabe que lo observo y sigue ladrando como cotorra.

Quiero desgarrar su fétido cuello y dejar que su cuerpo se desangre sobre la alfombra.

Me dan ganas de partir en su cabeza la escoba. De romper su cráneo por todo eso que me roba.

Me dan ganas de matarlo, de retorcer sus entrañas como trapos y colgarlas en el tendedero mientras el par de canicas que se encuentran fijas en su deforme cara ven todas y cada una de mis muecas.

Pero él sigue ahí, gritando, llorando, berreando.  Me fastidia verlo cantando y él me ignora. Me fastidia verlo feliz porque él me odia. Le dedico siempre algunas miradas mientras rasco mis manos con impaciencia. Su presencia me impacienta. Estoy helado, el aire se ha fusionado con la temperatura de mi cuerpo pero me niego a entrar porque sé que él está adentro.

Y tengo miedo
porque sus gritos de niño bueno empezarán a hacer eco por la vacía sala en cuanto mis párpados duden y mis ojos volteen hacia arriba, en un fastidioso gesto.

Y me dan ganas de golpearlo, de retorcerle el cuello mientras sus labios extirpan gritos y gemidos indescifrables.

Me dan ganas de matarlo pero tengo miedo,
tengo miedo de fallar.

Sus risas se hacen fuertes, más fuertes e intento tapar mis oídos pero las ondas siguen llegando, penetrando mis dedos y metiéndose en donde no deben. Entonces muerdo mi labio con fastidio, volteo la cabeza y dejo de verlo. Pienso inocentemente que quizás estas ideas homicidas se disipen si lo pierdo de vista. Pero no, siguen ahí, pululando como buitres a un pedazo de carroña.

Grito internamente y muerdo con más fuerza mis labios. De mi boca se escapa un quejido. Él voltea su cabeza. Me mira. Lo miro. Y lo ignoro, porque sé que solo eso me queda por hacer. No puedo detener lo indescifrable, aunque deseo arrancarle la piel. Deseo deshacerme de él, quizás lo cumpla algún día.

Pero ese día no será hoy, no será hoy, no será hoy, no...

Lo repito varias veces pero la idea sigue surgiendo en mi cabeza. Se manifiesta sin haberla llamado y acapara toda mi atención. Volteo mi cabeza. Lo veo y él me ve a mí. Nuestras miradas se encuentran y su boca empieza a curvarse en una maliciosa sonrisa. Y su boca empieza a abrirse.

Él grita.
Más fuerte.
Más fuerte
grita.

Quiero morderle el cuello, jalar su cabello y arañar sus labios. Quiero que deje de gritar. Lo odio, odio su voz, odio su risa. Odio todo. Lo odio. Pero me mantengo en silencio, si mamá llega será él o seré yo. No quiero ser yo.

Él sigue gritando.
Fuerte.
Más fuerte.
Muy fuerte.

Debo pararlo, debo pararlo...

Mis ojos parpadean varias veces, mi vista arde. Lo veo tirado, en el piso, sangrando. Mamá nos ve desde la esquina, atónica. Está en shock y también yo.

-¿Qué le pasó?

-No sé.

Respondo y me voy a lavar las manos, hay algo pegajoso que me está molestando. Aun así sonrío, el ruido cesó.

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