Tu nombre fue pintado en un viejo cuaderno,
ocupó ocho páginas ponerlo entero.
Era tan extenso, tan intenso...
que su esencia nunca
fue plasmada por completo.

Manché de rojo mis dedos
de tantas veces que escribí
tu preciado nombre,
de tantas veces que lloré
al recordar a ese bello hombre.

Su cuerpo estaba lleno de perlas
cuando el frío latido en mis manos
sedujo lentamente su piel.
Fui recorriendo cada centímetro
con desastrosa parsimonia,
la emoción era inquebrantable
y se hacía grande con las horas.

Su voz inundaba el cuarto,
sus gemidos olían levemente a cilantro.
Recuerdo aquella escena
como un paraíso blanco,
un paraíso donde mi mente viaja
cuando me vuelvo a sentir... Incompleto.

Tu nombre era sinónimo de maravilla.
¿Cómo pudiste hacerme vivir...,
hacerme sentir, volverme loco y rogar
y delirar y mentir?
¿Cómo pudiste ahogarme con tus suspiros
en esa inicua pesadilla?

¿Cómo pudiste...?
¿Cómo?

Mi mente es asfixiada por esos recuerdos
que nunca podré rehacer.
No, nunca podré
volverme a sentir vivo después
de haber disfrutado de... tu cuerpo
(tu nombre, tu nombre, tu nombre)
ya no responde.

Ya no me respondes
cuando te llamo
por ese silencioso nombre.

Tus párpados están sellados
con candados invisibles.
No lo he podido
romper.

Y quisiera llegar a tu lado,
recostarme a tu lado y sentir
la calidez de tu cuerpo y admirar
esas hermosas perlas que se forman
cuando las sábanas se revuelcan
entre clímax, éxtasis y delirio.

Tu nombre,
tu nombre,
tu nombre...
Ha sido olvidado
luego de que mis manos
mancharon
ese viejo cuaderno.

Todo ha sido
deteriorado.