Mis pies van volando
sobre la arena.
Hay más espacio
entre mi nacimiento y la espera
se está
a
go
tan
do.

Me voy alejando, volando
entre nubes con sabor a cilantro
pero
por más que trato
el cuadro de experiencias vividas
sigue escondido dentro del saco
que cargo en mi espalda
pero siempre se mece hacia mi costado.
Y me ha costado
mantener la calma,
porque entre más me acerco
más me alejo
de aquello que siempre (¡siempre!)
me ha fastidiado.

La puerta se abre,
cientos de veces,
y yo corro lejos
de todo lo que guardo,
de todo lo que callo.
De todo lo que cayó
a mi lado
y sigue acostado sobre esta insípida arena
que ahora voy pisando.

Y la maldita se mete en mis zapatos,
y luego sube por mis piernas.
Me aterra;
por un instante, me quedo tiesa
mientras los recuerdos se apoderan
de cada célula.
Y la maldita arena
me chupa la sangre mientras
mis piernas tiemblan
y siguen corriendo, avanzando,
sobre las nubes.

La puerta se abre
(cientos de veces)
y yo sigo corriendo,
perdiendo el aliento
con cada paso que doy.

Mi boca se seca y mi nariz está peor

pero
nada de eso
importa.

Seguiré corriendo
hasta que el saco se rompa,
hasta que la arena se disperse,
hasta que esto que me agota
deje de estancarme
en sus invisibles olas.

Seguiré corriendo
hasta que mis recuerdos
sean arrastrados por el nefasto mar

hacia el infinito
y estén menos acá.