10| capítulo

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➼|D I E Z
Bienvenidos a
Londres

Una semana después.

Yo Hiccup Haddock seguía sin entender cómo es que había logrado articular aquellas palabras que ahora sentencian mi muerte. Es que piénsenlo, ¿En qué estaba pensando?, ¿En mi o en ellos? Lo peor de todo es que no estaba y nunca estaría preparado para una situación de esta magnitud; al parecer la psicología que me dan en la universidad no te prepará para algo así ¿No creen?

— ¡Hiccup! Trae tu trasero aquí, que nos deja el avión. — gritó Jack en apuros mientras jalaba dos maletas con ambas manos. Todos habíamos acordado tomar el mismo vuelo para llegar a Londres por la mañana temprano.

— No es la primera vez que sucede en todo caso. — musitó Mérida a paso ligero mientras iba leyendo cada número de la sala de abordaje.

— ¡Solo fue una vez amor! — reprochó Kristoff indignamente. — El metro no tiene paciencia, y ese no es nuestro problema. — señaló con entusiasmo, a lo que Mérida rodó los ojos en desacuerdo.

Después de tanto caminar y vernos como unos idiotas o narcotraficantes a punto de ser descubiertos, nos encontrábamos haciendo fila para abordar el avión, ¡Oh cielo santo! Que alguien me despierte de esta pesadilla, por favor.

— ¿Emocionado? — me preguntó Jack, quien estaba detrás mío en la fila.

— No tienes idea. — respondí sin mirarle. — Siempre he soñado con este momento.

— Tranquilo Romeo, que no eres tú el que se va a casar. — recalcó el albino con una pícara sonrisa. «se le agradece su aviso, ¿Cuánto le debo?»

— No me lo tienes que recordar Jack, creo que es la vigésima vez que lo menciono. — susurré mientras sacaba mi boleto para mostrarlo a las aeromozas.

— ¿Perdona? — se escuchó confundido, a lo que le indiqué que “no era nada importante” — está bien, he aprendido a no preguntarte cosas que no quieres responder. — insistió. Como si fuera cierto. —Entonces cuéntame, ¿Hablaste con ella al final? — preguntó abiertamente.
¿Hacer qué? ¿Hablar yo…con Anna?

— ¿Con quién exactamente? — cuestioné dando un paso al frente ya que la fila empezaba a moverse.

— Con Anna obviamente. — aclaró mientras abría sus ojos color azul zafiro como dos enormes platos — Hiccup, tú habías quedado en avisarle tu llegada a Londres, para que no fuera incómodo o sorpresivo para ella. Las chicas no le han dicho nada respetando tu decisión.

¡Mierda! No lo había hecho, se me había olvidado en lo absoluto. Aunque siendo sincero recuerdo bien como tomaba mi celular entre mis manos, dispuesto a escribirle por Instagram, ¿Pero cómo iniciaba una conversación después de 6 años?

Y ahí estaba, sudando como si hubiera ido a un maratón en el Central Park.

— Solo debo escribir, es lo que hago siempre, ¿Qué tal difícil es? — bromeé tomando el celular que estaba al pie de mi cama. — que tal, si escribo…Prepárate, que mañana te llego. — negué borrando el mensaje. — Ahora que lo pienso, suena mejor… ¿Tienes fiebre?, Es que mi llegada está que arde. — musité escribiendo el mensaje. Ella iba a ser doctora, ¿Quién no ama los mensajes médicos?
Miré detenidamente el mensaje antes de presionar el botón enviar, pero no podía hacerlo, así que lo borré. — ¡Esto es una broma!

— Hiccup, ¿Si lo hiciste? — se escuchó la chillona voz del albino que me sacaba de mis tétricos pensamientos

— ¿Yo? ¿Si le dije a Anna que voy a asistir a su boda? — repetí la pregunta nuevamente.

— ¿Acaso no lo hiciste? — Jack se tornó pálido por la preocupación, pareciera que el alma se le salía del cuerpo ahí mismo.

— Pfff, claro que lo hice. — mentí, mientras le daba mi boleto a la aeromoza. — Ni que fuera un estúpido. — agregué entrando por fin al avión.
«Los pasajeros a una muerte segura, tomar el vuelo número 201»

— ¿Seguro? — volvió a preguntar Jack mientras caminaba detrás mío.

— Nunca he estado más seguro Jack. — musité por último para encontrar el número de mi asiento.

«¿Y ahora qué voy a hacer?»
El vuelo estaba normal, y cuando digo normal, me refiero a que no había estallado en medio del cielo o aterrizado en una isla desierta llena de caníbales. «nota mental, dejaré de ver películas por un tiempo».

Sin embargo, enfrente de mi asiento, había un niño que no paraba de verme de una forma realmente incómoda, al parecer estábamos jugando a “mantener la mirada seria”, pero no tenía idea de estar participando, hasta que me lanzó una semilla en la cara. ¿Qué era eso, maní?

— ¿Se puede saber por qué me miras tanto niño? — le susurré, haciéndome hacia enfrente. — Tu mirada asusta y mucho.
No contestó, ni siquiera apartó la mirada.

— ¿Qué? — volví a dialogar con aquel niño, que bien podría ser hijo del propio diablo. — Lo diré una sola vez, ¿Qué quieres?

— Tu cabello me gusta…

— Gracias, es que yo…

— lo que es una lástima, porque parece corte de señora. — añadió por último, para luego voltearse y dejarme con la palabra en la boca.

— jajaja, que gracioso. — reí incómodamente al ver cómo un sujeto que tenía a la par mía había visto todo. — niños, ¿Que vamos a hacer?, Aunque tirarlo por una puerta de escape, no es una mala idea. — El hombre no contestó y no mostró ninguna emoción. Sin embargo, note como buscaba algo de su mochila.

— Ten. — me ofreció algo en un pañuelo.

— ¿Qué es? — pregunté nerviosamente. Este no era el momento para traficar droga mi amigo mochilero.

— Somníferos, las necesitarás.

— ¿Por qué? — volví a preguntar incrédulo.

— Apenas llevamos media hora de vuelo, y son más de 18 horas para llegar a Londres.  Así que tómalas o sigue lidiando con el hijo de Satanás, ¡Tú eliges! — agregó a su tan conmovedora explicación. Al menos no era el único que pensaba que ese niño era el mismo demonio.

— Las tomo. — sonreí como un idiota patético, que jamás había subido a un avión. Si, es cierto, ¡Nunca lo había hecho! ¡Viva la pobreza!

El vuelo siguió igual a partir de ese momento, los demás chicos por ser parejas iban juntos; y yo al ser el típico solterón del grupo me tocó con un tipo que bien sería un narcotraficante y un niño que en el futuro sería un buen pordiosero. Creo que fueron tan solo dos veces en las que me levanté para ir al baño a estirar las piernas, nunca había estado tanto tiempo sentado, que empezaba a olvidar cómo se utilizaban.

Pasaron varias horas después, y luego de un largo sueño quizás producto de tanta pastilla tranquilizante, pude visualizar por la ventanilla como el sol comenzaba a hacerse visible, esto solo podía significar una cosa…

— ¡Muy buenos días pasajeros! He de avisarles que estamos próximos a aterrizar en el aeropuerto internacional de Londres, Reino Unido. Por favor permanezcan en sus asientos, y contemplen la maravillosa vista que ofrece este país del occidente europeo. — se escuchó la voz de la aeromoza por todo el avión.
«cada vez más cerca del fin»

×


— ¡Oh, cielo santo! — se escuchó la voz de Elsa que solo mostraba asombro en todo su esplendor. — Nueva York es hermoso, ¿Pero ya vieron esta maravilla? — agregó señalando las bellas montañas que se hacían presente a lo lejos.
Todos asentimos mientras caminábamos por los pasillos del enorme aeropuerto en busca de la salida, que después de unos minutos logramos visualizarla.

— ¿Tomamos un taxi? — preguntó Punzie quien sostenía la mano de Eugene, y si se lograba prestar atención, cada uno de ellos lo hacía con su respectiva pareja.
¡Viva la soltería!

— No, Tadashi dijo que mandaría a alguien a recogernos. — respondió Eugene tratando de buscar con la mirada a alguna persona que viniera de parte de Hamada.— Y así va a suceder.

— ¡Es una señal! — musité seriamente.

— ¿Qué cosa exactamente?, Porque si sales con tus estupideces te juro que te golpeó Haddock.  — amenazó Mérida con una ceja alzada. Cabe recalcar, que lidiar con los chicos es una cosa, pero con las amigas de Anna era algo totalmente diferente, y si, ellas se llevaban el premio mayor sin duda alguna.

— Tadashi lo olvidó seguramente, ¿Quién no lo haría después de tanto trabajo? Yo estaría nervioso…¡Él está nervioso!. — aseguré con la mirada inexpresiva. Pero en ese momento las chicas abrieron sus ojos como platos de manera sorpresiva.

— ¡No puede ser! ¿Es enserio? — dijo Elsa casi de forma lenta, a lo que dirigí mi mirada a lo que había causado tanta conmoción.

— ¡No nos jodas! — musitó Mérida asombrada. Era difícil sorprenderla, o al menos eso dice Kristoff, que termina descubierto ante cualquier cita romántica sorpresiva.

Gire mi cabeza lentamente y ví una limusina enfrente de nosotros, de la cual se bajaba un hombre con uniforme de color negro bastante refinado.

— ¿Qué decías? — se burló Jack como solamente él sabía hacerlo.

— ¿Ahora quién está nervioso?

— ¿Sabes a qué hora sale el vuelo a New York? Es que olvide apagar la estufa.

— ¡No seas tonto Haddock! Y mueve tu inmenso trasero.— me empujó para que comenzará a caminar en dirección a la limusina, siguiendo a los demás chicos.

— ¡Buenos días! — saludaron las chicas cortésmente.

— ¡Buenos días! Mi nombre es John Watson, y seré su chófer bajo las órdenes del señor Hamada. — se presentó mientras abría una de las puertas del enorme auto. — Será un placer para mí llevarlos a la Mansión Hamada que se encuentra a las afueras de Londres.

— compite contra eso. — me susurró Kristoff mientras subía al maldito automóvil. Un «Jajaja» se presentó en mi conciencia, y se mostró en mi cara inexpresiva al parecer.

John comenzó a manejar, y vaya que la ciudad era hermosa. No niego que New York era encantadora, pero Londres tenía esa gracia y estilo que se lograba mostrar es cada estatua, palacio, edificio o instalación que se podía ver por doquier, sin duda alguna tenía tantas ganas de escribir ahí mismo sobre la arquitectura británica. Por dónde vieras, había árboles, niños, mascotas, parques y sitios de recreación; las cosas eran muy diferentes a América, y ni hablemos del clima, era una mezcla de frío y calidez, algo muy diferente al frío abrazados de La gran manzana americana.
Poco a poco íbamos dejando el ruido de la ciudad de Londres, y comenzamos a visualizar montañas a lo lejos, praderas espesas de un brillante color verde, enormes casas, sitios muy lujosos que bien podrían confundirse como palacios antiguos, ¿Pero de que me sorprendía? Londres es uno de los lugares que más salvaguardaba su riqueza cultural hasta la fecha de ahora.
Luego de unos minutos, John comenzó a reducir la velocidad al acercarse a una enorme mansión que se visualizaba al frente. Al llegar se veía una enorme reja color negro que guardaba la enorme residencia, quizás reconocieron la lujosa limusina, porque abrieron las puertas y nos dejaron entrar.

— Esto es una locura. — musitó Jack quien abrazaba a Elsa. Esa era la manera de mostrar asombro por parte del albino, y no solo él estaba impactado, todos lo estábamos.
Es que joder, es una mansión enorme, con una fuente a la entrada, un patio de recibimiento inmenso, y muchos faroles que decoraban el camino al enorme palacio. John detuvo el automóvil, se bajó de su asiento y se dispuso a abrir la puerta de la limusina para que saliéramos.

— Está es la mansión Hamada mis estimados. — hizo una señal con su brazo derecho mostrando la casa que teníamos frente a nosotros, y que admiramos como la misma estatua de la libertad.

— Es realmente hermoso…— intentó comentar Rapunzel, pero fue interrumpida por una voz bastante peculiar.

— John, veo que diste con ellos. — se escuchó la voz inconfundible de Tadashi quien salía de la enorme casa, vistiendo un elegante pantalón negro y una camisa de botones color blanca, este era un estilo muy diferente a lo que usaba en New York. — Espero que no te haya causado un problema. — insistió con una grata sonrisa a John, mientras saludaba a las otras personas que al parecer le daban mantenimiento al enorme jardín.

— ¿Cuándo le he fallado a mi señor?

— Ni una sola vez, amigo mío — respondió con una gran sonrisa, mientras llegaba hacía nosotros.
Y lo que no quería, contacto visual.

— Chicos, no saben lo feliz que me pone tenerlos aquí en Londres.— Nos saludó a cada uno con un breve abrazo.

— Creo que a nosotros nos pones más que felices, tu casa es realmente excepcional. — soltó Kriss con una gran sonrisa, a lo que Tadashi sonrió maliciosamente.

— Se hace lo que se puede. — luego de manera  dirigió su vista a las chicas. — ¿Buenos días señoritas…?

Jack entendió que no había presentado a las chicas. Y eso me ponía mucho más nervioso. —  Tadashi ellas son…

Tad alzó el dedo índice — déjenme adivinar. — indicó para ver sutilmente a cada una. — Tú debes ser Punzie, Mérida y Elsa. ¡Bienvenidas a Londres! Mi nombre es Tadashi Hamada.

— muchas gracias, ¿Eres un tipo de adivino o algo por el estilo?— sonrió Elsa con el ceño fruncido.

— Eso sería genial. Pero para mí suerte tengo amigos que no paran de hablar de sus chicas. — respondió guiñando uno de sus rasgados ojos. — pero bueno. ¿Qué estamos esperando? Sus habitaciones los esperan. — insistió alegremente mientras empezaba a caminar.

«Di algo maldito mentiroso». — ¿Habitaciones? — pregunté tomando mi maleta, que fue arrebatada por una de las personas que salieron a recoger literalmente todo el equipaje.

— No pasarán este mes en un hotel, creo que fue bastante claro que los trataría como las personas que son…— se giró para mirarnos y abrir la enorme puerta de la mansión.— Mis mejores amigos.

Nos adentramos a un sitio que jamás había visto en estos 26 años de vida, había un candelabro gigante adornando el pasillo, macetas de plantas exóticas, pinturas por toda la pared, y ¿Sabían que el suelo podría llegar a ser rojo?, O al menos las alfombra lo eran, ¿Así vivía la Reina Isabel?

— Hijo, veo que han llegado tus visitas. — saludó un hombre que tenía al menos unos 55 años, muy elegante, quien sujetaba de la mano  a una hermosa mujer asiática. No se debe ser listo para intuir que eran sus padres. — Mucho gusto amigos americanos, soy Leonel Hamada.

— Y mi nombre es Samantha de Hamada, Sean realmente bienvenidos. Creo que hablo por mi esposo e hijo, que es un grato placer que nos acompañen en este proceso tan importante. — agregó la mujer que sonreía de la manera más tierna posible. Eso me hacía recordar a mi madre, que seguía internada en un hospital de Texas.

— Y yo creo que hablo por todos, que el placer es completamente nuestro. — me atreví a hablar. No debía ser desagradecido.— Mi nombre es Hiccup, ellos son Jack, Kristoff, Eugene, y las chicas son Elsa, Mérida y Punzie. Son las novias de mis amigos. — les presente a lo que note como Leonel sonría de manera apacible.

— Ya lo sabemos hijo. — Maldición me ha llamado hijo. — Tadashi no para de hablar de ustedes y como lo han salvado en New York. Samantha sabía que no era una buena idea viajar a América, pero este chico no entiende nunca, ¿O si querida? — ambos rieron de la manera más elegante, ¿Enserio se podía ser así?

De repente llegó uno de los hombres que nos habían atendido en la entrada.

— Me disculpo mis señores. Pero ha llegado esto de Gobernaría. — anunció a Leonel, quien hizo una mueca de desagrado.

— ¡Muchas gracias Frederick! — tomó la carta que se le había brindado. —  El trabajo de un gobernador nunca termina, pero sobra decir que se quedan en su casa. — dijo por último, para retirarse junto a su esposa.

«¿Gobernador?», pensé con sorpresa. Pero alguien se adelantó a mi pregunta.

— ¿Tu padre es gobernador? — cuestionó Eugene, dando inicio a nuestra excursión por toda la casa.

— Leonel Hamada, Gobernador de la Villa Inglesa de Londres. — imitó una voz bastante grave, a lo que las chicas rieron. Jack solo me miró de reojo, y pues yo no me  a mirarlo.

— vaya, eso explica muchas cosas. — agregó Kriss quien posaba su brazo alrededor de Mérida.

Seguimos caminando un poco más, mientras Tadashi nos contaba un poco acerca de su familia y de su casa, debo de admitir que buen anfitrión si era.

— ¿Tadashi? Debo preguntar. — soltó Elsa después de mirarme como si fuera mi último día en la tierra de los vivos. «Jack haz algo carajo»

— ¿Si?

— ¿Tu prometida…? — comenzó a titubear, mientras las chicas la miraban expectantes puesto que también necesitaban saber. — ¿Está aquí?

Todos nos quedamos perplejos, exigiendo una respuesta de inmediato, respuesta que no me apetecía escuchar.

— hablas de mi Anna.

Soltó con una sonrisa de oreja a oreja, altamente embobado. No sabía si salir corriendo o arrancarle los ojos a la pintura del hombre que dejaba de verme.

Este día se va hacer eterno.

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