𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐸𝐼𝐺𝐻𝑇 )
𝚕𝚘𝚜 𝚕𝚎𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚗𝚘 𝚜𝚘𝚗 𝚊𝚖𝚒𝚐𝚘𝚜.

El esperado día jueves llegó, y con ello su primera clase de vuelo. El grupo de primer año de Slytherin se encontraba ya en un prado que estaba al otro lado del bosque prohibido, esperando a un lado de las veinte escobas cuidadosamente alineadas en el suelo.

Los de Gryffindor llegaron en grupo mirando con muecas a los Slytherin, por suerte la profesora Hooch llegó antes de que cualquier tipo de enfrentamiento pudiera comenzar.s profesora era baja, de pelo canoso y ojos amarillos como los de un halcón.

—Bueno ¿qué están esperando? —Bramó—. Cada uno al lado de una escoba. Vamos, rápido.

Alaska se puso de pie al lado de una vieja escoba, de la cual algunas de las ramitas de paja sobresalían formando ángulos extraños.

—En esta clase aprenderán lo necesario del vuelo en escobas y algunas cosas sobre el Quidditch —Comenzó a explicarles rápidamente mientras se paseaba a su lado—. Estoy segura de que la mayoría aquí presente ha montado una escoba, así que tendré altas expectativas.

La profesora Hooch detuvo su caminar y miró a todos, asegurándose de que tuvieran una escoba.

—Extiendan la mano derecha sobre la escoba —Comenzó a indicar— y digan «arriba».

Recordando todos los consejos que Terecence le había dado dos días atrás, Alaska se preparó para llamar a su escoba.

—¡ARRIBA! —Grito junto a los demás sin ninguna vacilación.

La escoba de Alaska se elevó con gracia hacia su mano, siendo una de los pocas que lo consiguió, eso la hizo sentir mucho mejor. La de Daphne no hizo más que rodar en el suelo mientras que la de Ann sólo se movió unos centímetros, aunque pudo ser a causa de la brisa.

Luego, la profesora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin deslizarse hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de sujetarla. Alaska sintió algo de pena cuando la profesora dijo a Draco que había estado montando la escoba mal desde siempre.

—¡Bien hecho! Ahora tomen la escoba con ambas manos —Decía la profesora—. Cuando haga sonar mi silbato, den una fuerte patada, mantengan las escobas firmes, elevense un metro o dos y luego bajen inclinándose suavemente. Preparados... tres... dos...

La gran mayoría siguió los pasos de la profesora al acto. Evitando sentir cualquier tipo de temor o inseguridad, Alaska golpeo el piso y comenzó a elevarse con facilidad unos metros al igual que otros de sus compañeros a sus lados como Draco o Harry Potter.

Al llegar una vez más a tierra todos los que lo habían logrado recibieron felicitaciones por parte de la señora Hooch, quien también agregó algunos consejos que los ayudarían a mantener un mejor equilibrio.

Neville Longbottom, el chico que había perdido a su sapo durante el viaje en tren, había dado una fuerte parada llena de nervios y temor, y antes de que pudiera notarlo ya se estaba elevando en el aire con rapidez

—¡Vuelve, muchacho! —Gritaba la profesora, pero Neville subía en línea recta cuatro metros... seis metros...

Todos lograron ver la cara pálida y asustada del chico, mirando hacia el terreno que se alejaba, jadeo, se deslizó hacia un lado de la escoba y cayó al suelo más rápido de lo que subió. Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su escoba seguía subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el bosque prohibido y desapareció de la vista.

La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco como el del chico.

—La muñeca fracturada —La oyeron murmurar—. Vamos, muchacho... Está bien... A levantarse.

Se volvió hacia el resto de la clase.

—No deben moverse mientras llevo a este chico a la enfermería. Dejen las escobas donde están o estarán fuera de Hogwarts más rápido de lo que
tarden en decir Quidditch. Vamos, hijo.

Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca, cojeaba al lado de la señora Hooch, que lo sostenía.

Casi antes de que pudieran marcharse, Draco ya se estaba riendo a carcajadas.

—¿Han visto la cara de ese gran zoquete?

La mayoría de los Slytherins le hicieron coro, los únicos que no rieron fueron Ann y Theodore Nott, ambos parecían no estar dispuestos a formar parte de aquella multitud.

—¡Cierra la boca, Malfoy! —Dijo Parvati Patil en tono cortante.

—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —Dijo Pansy Parkinson—. Nunca pensé que te podían gustar los gorditos llorones, Parvati.

—¡Miren! —Dijo Draco, agachándose y recogiendo algo de la hierba—. Es esa cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.

—Es una recordadora. —Puntualizó Ann.

Alaska observó el pequeño objeto que Draco estaba sosteniendo, era una pequeña bola poco más grande que una canica, era transparente y una niebla se movía en su interior.

—Trae eso aquí, Malfoy. —Di Harry Potter con calma, acercándose a los Slytherins.

Todos dejaron de hablar para observarlos. Alaska observó con más interés la escena, Draco sonrió con maldad.

—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la busque... ¿Qué les parece... en la copa de un árbol?

—¡Tráela aquí! —Rugió Potter.

Pero antes de pudiera hacer algo el rubio patinado ya había subido a su escoba y se alejaba. Alaska tenía que admitirlo, sabía volar bastante bien. Desde las ramas más altas de un roble gritó:

—¡Ven a buscarla, Potter!

El Gryffindor agarró su escoba sin dudarlo.

—¡No! ¡Harry, no puedes ir! —Lo detuvo Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no nos moviéramos. Nos vas a meter en problemas.

Potter no le hizo caso. Se montó en su escoba, pegó una fuerte patada y subió. Empujó su escoba un poquito más, para volar más alto y en el tierra firme, donde los demás estudiantes miraban con atención lo que sucedía, se escucharon los gritos y gemidos de algunas chicas y una exclamaciones de admiración por parte de los chicos.

—¡Baja ya de esa escoba Harry! —Volvió a gritar Granger.

—¡Ya cállate, dientes de castor! —Le espeta Pansy Parkinson—. Nadie quiere escuchar tu asquerosa voz.

Siguieron observando lo que ocurría, con la mirada hacia el cielo intentando adivinar lo que estaba ocurriendo allá arriba, pues podían verlos pero no escucharlos.

En los cielos, Potter se inclinó hacia delante, agarró la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Draco, quien pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la escoba. Los de Gryffindor comenzaron a aplaudir.

—Para haber crecido con muggles —Comentó Daphne llamando la atención de Alaska—. Sabe volar muy bien.

—Ni que fuera tan difícil. —Murmuró Alaska con molestia.

—Si tu lo dices. —Dijo Daphne volviendo a prestar atención a los chicos en escoba.

Observaron a Draco lanzar la bola de cristal hacia arriba y volver a tierra firme, con sus amigos. Mientras tanto, Harry Potter, aún en su escoba, inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Bajaba a toda velocidad en picada persiguiendo la bola mientras sus compañeros de Gryffindor soltaba gritos de euforia y miedo.
con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo.

Antes de que cualquiera de sus compañeros pudieran alagarlo por esa excelente atrapada una voz corto cualquier signo de emoción.

—¡HARRY POTTER!

La profesora McGonagall estaba corriendo hacia ellos.

—Nunca... en todo mis años en Hogwarts... —La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas centelleaban de furia—. ¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...

—No fue culpa de él, profesora... —Comenzó a decir una chica de Gryffindor.

—Silencio, Parvati.

—Pero Malfoy...

—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.

Draco, y sus amigos Crabbe y Goyle, sonreían triunfantes mientras observaban a Potter irse inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al
castillo.

—Potter recibirá lo que merece. —Comentó Draco y sus amigos asintieron burlándose del chico.

—Y se llevará una gran sorpresa. —Murmuró Ann para si misma, sin tener previsto que alguien pudiera escucharla.

—¿A qué te refieres?

Pero al parecer Ann no escuchó su pregunta, pues ninguna de sus acciones demostró que fuera a darle una respuesta. Alaska quedó intrigada ante aquel comentario, pero luego de que la profesora Hooch volviera para dar terminada la clase, no tuvo la oportunidad de volver a preguntarle al respecto pues había desaparecido.

Daphne y Alaska volvieron juntas al Castillo, adelantando a Draco y al resto de sus amigos, pues a la chica Greengrass le molestaba que siempre estuvieran burlándose de otros alumnos.

—Sólo digo que es algo insoportable, ¿acaso no tienen ningún tema del que hablar? —Decía Daphne.

—Concuerdo en que no es correcto burlarse de los demás, si alguien no te agrada lo mejor es ignorarlo —Razonó Alaska—. Pero los chicos no siempre se burlan de los demás, digo, lo hacen solo cuando hay otros cerca.

—¿Y eso no es todo el tiempo? —Volvio a quejarse.

Alaska no respondió al comentario, siguieron caminando por el pasillo cuando el ruido de la campana resonó por las paredes del Castillo anunciando el término de las clases. La rubia se contuvo y no soltó ningún bufido cuando los estudiantes comenzaron a salir de a poco de las aulas cercanas y se detenían con torpeza al notar su presencia.

Su amiga a su lado de dedica una mirada de preocupación cuando un chica de Hufflepuff de tercer año dejó caer sus libros al salir del aula y ver a Alaska acercarse. Solo unos segundos después otro chico salió del aula pareciendo dispuesto a recoger los libros de la chica, pero al ver que Alaska había sido la responsable pareció olvidar lo que estaba por hacer. Era Cedric Diggory.

El castaño le dedicó una sonrisa amigable y movió su mano en signo de saludo, la chica que había dejado caer sus libros lo detuvo y lo regaño, como si lo que estuviera haciendo fuera de locos.

—¿Qué haces? Ella es...

—Son solo rumores. —Dijo Cedric silenciandola, para luego entregarle sus libros y retirarse.

Daphne había observado la escena con sorpresa, y no perdió tiempo arrastrando a Alaska hasta un rincón vacío.

—¿Qué fue eso? —Quiso saber la chica, con un fuerte tono de interés.

Alaska intentó quitarle importancia—. Lo qué pasa desde que salió ese absurdo artículo. Creí que no querías hablar al respecto.

—¡No! Me refiero a que Cedric Diggory te saludo y defendió de una chica

—No creí que lo conocieras.

—Yo no creí que tu lo conocerías —Rebatió Daphne—. Es el buscador d Equipo de Quidditch, es popular entre los estudiantes. ¿Cómo lo conoces?

Alaska se encogió de hombros.

—Me ayudó a subir mi baúl en el tren, no es la gran cosa.

Pero para Daphne pareció ser todo lo contrario, pues incluso durante y después de la cena no dejo el tema a un lado. Creía que ser saludada por un jugador de Quidditch era algo grande, lo suficiente para ser destacado. Cansada de sus discursos sobre chicos, Alaska decidió no contarle que Terence Higgs le había dado consejos para volar mejor, sólo haría peor su sufrimiento.

La chica logró librarse de su amiga con la excusa de que debían hacer los deberes de Historia de la Magia, por lo que la siguiente hora la pasó leyendo un libro sobre el origen y creación del código de conducta del hombre lobo, que resultó siendo un gran fracaso pues nadie estaba preparado para entrar en el ministerio y admitir que era un hombre lobo, el que parecía ser un estigma entre la sociedad mágica.

—¿Tienes un momento? —Levantó la vista y se encontró a Draco de pie junto a su asiento, sin estar acompañado de Crabbe y Goyle.

—Por supuesto, ¿qué necesitas?

—Mmh bueno... —Draco acercó una silla para sentarse a su lado y antes de hablar se aseguró de que Daphne y Ann estuvieran concentradas en sus deberes y no escucharan lo que fuera a decir—. Necesito que seas mi segunda en un duelo de magos, hoy a media noche contra Poter y Weasley.

—¿Qué? Estas loco Draco, no pienso romper las reglas de la escuela por algo como eso, hay toque de queda. 

Cuando termina de decir aquello, Draco la observa con confusion, sin esperarse una respuesta como esa. Alaska no logra mantener la seriedad por mucho tiempo y suelta unas carcajadas.

—Sólo estaba imitando la reacción que Daphne tendría, ¿lo hice bien, no? Te lo creiste por completo.

—Estoy hablando en serio, Alaska.

—Esta bien, esta bien —Aceptó la rubia—. Acepto, pero tienes que explicarme que es eso de ser una segunda y un duelo de magos porque no entiendo ninguno de esos terminos.

—A veces olvido que eres... no importa. Un duelo de magos es un enfrentamiento con hechizos entre dos personas y una segunda es la persona que se hace cargo, si te matan. —Dijo Draco sindarle importancia.

—Entonces comenzaré a escribir la carta para tus padres de inmediato, prometo darles mi pésame. —Se burló Alaska.

Ambos se quedaron hasta tarde en la sala común con el pretexto de que Draco le estaba ayudando a Alaska a entender los contenidos de Pociones que se le dificultaban, la rubia se quejó un buen tiempo con el chico por eso pues había tenido que soportar las burlas de Pansy Parkinson. A las doce menos cuarto salieron de la sala comun con las varitas en mano y de manera sigilosa se deslizaron por los pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba porlos altos ventanales. 

Subieron rápidamente por las escaleras hasta el segundo piso, donde en uno de los pasillos escucharon voces y pasos amortiguados que se acercaban a ellos. Alaska y Draco se voltearon de inmediato y sintieron el miedo recorrer sus cuerpos por la posibilidad de ser atrapados y castigados, no lograron colocarse de acuerdo sin hablar, y cada uno comenzo a correr en direcciones diferentes. Draco bajando hacia las mazmorras y Alaska subiendo las escaleras.

La chica detuvo su correr, mirando a su alrededor mientras recuperaba el aliento, creyendo que ya estaba fuera de peligro pero entonces Pevees se apareció. Al verla una sonrisa de alegría apareció en su rostro.

—¿Vagabundeando a medianoche? Eso no me parece bien... —Y entonces se preparó para gritar—. ¡ALUM...!

—Si me delatas prometo decirle al Barón Sanguinario, sabes muy bien que no le gusta que molestes a los Slytherin.

—¿La novata me está amenazando?

—Vete antes de que haga algo peor.

Para suerte de Alaska, no necesito decir más para que Peeves regresará por donde llegó.

Pero su alivio se acabó cuando se da cuenta en que lugar del tercer piso se encuentra, demasiado cerca del pasillo prohibido, se detuvo de golpe. Aquel temor que había sentido al escuchar a Filch se multiplicó, recordando al enorme perro con tres cabezas en lugar de una que había sido el protagonista de sus pesadillas ese último par de días.

Su reacción inmediata había sido dar media vuelta y buscar a Draco o volver a su sala común, pues si estaba dispuesta a romper un par de reglas para el duelo de magos pero no al límite de ir una vez más a aquella habitación. Pero unos jadeos y el ruido de una puerta cercana abriéndose llamó su atención, y al mirar hacia la habitación logró ver a un estudiante entrando al lugar y cerrando la puerta tras de sí.

Miró con inseguridad hacia las escaleras, intercambiando su vista repetidas veces hacia la puerta prohibida; su curiosidad fue más grande y terminó acercándose para investigar lo que ocurría.

Alaska acercó su mano al pomo de la puerta pero antes de poder moverla, esta se abrió dejando ver a Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger y Neville Longbottom saliendo aterrados y asegurando que la puerta quedara cerrada.

—¿Qué hacían allí dentro? —Los interrogó.

—¿Qué es lo que tu haces aquí? —Rebatió Potter con una mirada acusadora.

—Yo pregunté primero. Respondan. —Les exigió Alaska.

—Estábamos escondiendonos de Filch Le respondió el pelirrojo—. Ahora responde tú .

Alaska se encogió de hombros—. Eso no es de su incumbencia.

—¿Cómo sabes del monstruo que está ahí dentro? No te ves sorprendida de haberlo visto.

—Al igual que ustedes, lo encontré de casualidad hace unos días. —Admitio.

—¿Tú lo pusiste ahí? —Preguntó Harry de manera impulsiva.

—Eso es completamente ridículo. —Soltó Alaska, comenzando a molestarse.

—¿Crees que no hemos escuchado los rumores?

—Harry, no creo que... —Intento decir Hermione pero se vio interrumpida.

—¿Qué planeas hacer con él? ¿Atacar a los estudiantes? —Siguió hablando.

—Esto tiene que ser una broma, ¿acaso te golpeaste la cabeza de pequeño? —Dijo Alaska, mordiéndose el labio para contener su fastidio.

Sabía que el chico se estaba dejando llevar por lo que el resto del colegio estaba diciendo sobe ella, al igual que todos, pero eso no la calmaba.

—Mira Harry, no creo que quieras meterte conmigo —Soltó, dejándose llevar por sus emociones—. Vuelve a mencionar algo similar y no saldrás ileso, me es insignificante que seas famoso y todo lo demás, no dejaré que hables cosas falsas sobre mi.

—Ha-harry... —Soltó Neville Longbottom, retrocediendo unos centímetros y mirando a Alaska con los ojos bien abiertos, llenos de temor.

Un jadeo de espanto brotaron de los labios de Ron y Hermione, y antes de que Alaska pudiera comprender que estaba sucediendo, los cuatro Gryffindors habían echado a correr, desapareciendo por las escaleras. Fue irónico pensar que ellos habían sido clasificados en aquella casa por ser valientes, pues ninguno lo había demostrado en aquel momento.

Pero lo que Alaska no sabía era que sus ojos verde azulados habían comenzado a teñirse de un color rojizo a medida que su enojo causado por Harry Potter iba en aumento, y ese terrorífico cambio había provocado la reacción de los chicos. Rojo significaba peligro, y eso sumado a tener rumores de ser heredera de un Mago Tenebroso nunca resultaba una buena combinación.

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