𝒐𝒏𝒆

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑂𝑁𝐸 )
𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚎𝚗𝚜𝚊𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚞𝚖𝚊𝚝𝚒𝚣𝚊𝚍𝚊.

No importaba cuanto lo intentara, los esfuerzos de Alaska Ryddle por intentar hacer algo productivo durante las vacaciones de verano fracasaban cada vez que lo intentaba. Desde que había vuelto a la Hilandera no había dejado su habitación, se mantenía recostada en su cama observando el techo o la pared vacía, no hacía más que pensar; no podía evitarlo.

En su cabeza daban vueltas y vueltas cientos de pensamientos, ideas y recuerdos, ninguno muy bueno. Pensamientos intrusivos que solo lograban que la culpa y el resentimiento crecieran dentro de ella. No podía evitar pensar en Cedric y toda la vida que tenía por delante, los planes y oportunidades, también pensaba en las miles de formas que pudo haber evitado su muerte.

Muy pronto encontró la forma de subir al techo de la casa, y mientras se encontraba allí más de una vez, cuando equilibraba en la orilla, el pensamiento de saltar al vacío se le había cruzado por la cabeza. Esas semanas se había preguntado con frecuencia cómo se sentía morir, ¿qué había después? En la escuela muggle le habían enseñado sobre el cielo y el infierno, pero ella en realidad nunca creyó aquello. Aun así le gustaba pensar que Cedric estaba allí arriba, junto a las estrellas cuidando de ella. O probablemente no, tal vez Cedric solo había muerto y ya.

—No debería hacerlo... —Se dijo a sí misma una noche, caminando en la cornisa de la casa—. No hasta que la muerte de Cedric sea vengada.

Fue de esa manera que se convenció a sí misma de seguir adelante.

Desde esa noche en adelante llevaba una pequeña libreta al techo y escribía, planes más que nada, ideas. La gran mayoría los desechaba a los minutos, para ella no eran lo suficientemente buenos. Y no es que estuviera asustada por la situación en la que se encontraba, solo tenía el deseo de hacer todo a la perfección. No quería perder ni un solo detalle. Aunque era difícil.

Snape por otro lado si estaba asustado, aunque intentara ocultarlo. La primera noche que volvieron de Hogwarts Alaska se dio cuenta de ello.

Aquella noche, a pesar de los deseos de la chica, se sentaron en la pequeña sala de estar en completo silencio, sólo se escuchaba el sonido de los autos pasar por fuera hasta que Snape se dignó a hablar. Alaska se sorprendió cuando comenzó a contarle acerca de su pasado, ella creía que hablarían de Cedric y su muerte.

—Hace mucho prometí que te contaría acerca de mi pasado —Le recordó Severus—, pues ya es hora.

No entendía porque había elegido ese momento para hablar de ello, Alaska en realidad no tenía muchas ganas de escuchar una vieja historia. Sin más no se quejó.

Escuchó atentamente a Severus hablar de sus años en Hogwarts, el cómo comenzó a interesarse en las Artes Oscuras y a juntarse con chicos mayores metidos en asuntos peligrosos: los primeros seguidores del Señor Tenebroso. Siguió con los años posteriores de una forma vaga, sabía que algo faltaba, sin embargo no pregunto por detalles ni cuestiono la versión de su historia que le contaba en ese momento, solo siguió escuchando.

Había llegado al punto de la historia donde se veía incomodo como si estuviera evitando decirle una parte importante de información. Sin embargo se olvidó de aquello cuando escuchó que, por alguna razón y de forma que no le explicó, Dumbledore le había pedido exactamente lo mismo a Snape.

El hombre en un momento de desesperación acudió al director de Hogwarts, pidiendo su ayuda. Dumbledore sólo había aceptado cuando Snape le prometió que desde ese momento dejaría de ser un Mortifago y le pasaría toda la información a Dumbledore y a la Orden del Fénix, fingiendo ser un aliado de Quien-no-debe-ser-nombrado para no perder su confianza.

—Es lo mismo que me ha pedido a mí. —Murmuró la chica, recordando los sucesos de aquella terrible noche.

Desde el principio Alaska supo que nunca querría formar parte del bando de Voldemort, sabía que con él al mando del Mundo Mágico muchos de sus amigos sufrirían de distintas maneras, y además, como lo había demostrado muchas veces, no estaba de acuerdo con las ideologías que él seguía. Sin embargo cuando Alaska volvió del cementerio se habia prometido hacer lo necesario para vengar la muerte de Ced, y las palabras de Dumbledore la noche de su muerte la convencieron.

—Es la manera perfecta. —Le había dicho Dumbledore.

—No lo se profesor... no estoy segura.

—¿No quieres ayudar a tus amigos? De esta manera podrás hacerlo, y estarás al tanto de los planes de Voldemort, todo así de sencillo —Alaska no le creyó cuando dijo esas palabras—. Tienes la ventaja de ser su hija y de que él requiera de tu ayuda. Es más que necesario que te unas a los Mortifagos, gánate su confianza y haz lo necesario para ganarse su confianza.

—Quiere que trabaje como una doble espía —Soltó la chica—. ¿Pero cree que tengo las capacidades para hacerlo?

—Por supuesto, por supuesto. —Respondió el director de forma distraída.

Eso no convenció a la chica. Y seguía sin comprender porque Voldemort necesitaba de su ayuda, luego de ocupar su cabello para la poción que lo revivió no existían más razones de las que ella estuviera al tanto, pero si esa noche la habia mantenido con vida, debía haber otra razón. Tampoco estaba segura de porque Dumbledore la quería trabajando de esa forma, era extraño pero no lo pensó mucho. En ese momento lo único que pasaba por su cabeza era la muerte de Cedric, y no podía razonar mejor. Fue por eso que aceptó, sin pensar en que, si alguna vez se revelaba que formaba parte del bando de Voldemort, daría razón a todos los que creyeron alguna vez los rumores sobre ella.

Hasta el día de hoy Alaska seguía pensando en esa situación, era la razón por la que estuviera pensando tantos planes para llevar a cabo. Lo que menos quería era darle la razón a tantas personas que pensaron mal de ella, aunque luego de mucho pensar cayó en cuenta de que era uno de los muchos riesgos que debería tomar.

La chica suspiró lenta y profundamente, y miró hacia el cielo de un azul oscuro, aquel verano había experimentado lo mismo todos los días: la impotencia, la sed de venganza, los planes, la decepción y luego otra vez la impotencia. Eran sentimientos insistentes, no podía alejarlos con facilidad.

Y es que la injusticia de aquella situación iba provocándola poco a poco, le daban ganas de gritar de rabia (lo cual había hecho un par de veces). De no haber sido por su cobardía, Voldemort no habría regresado. Y fue Cedric quien tuvo que pagar por ello. ¿Cómo podía vivir con ello, con la culpa? ¿Por qué fue tan ingenua para caer en el juego de Danniel? ¿Y cómo podría llevar a cabo la misión que Dumbledore le dio con total éxito? Aquel torbellino de ideas daba vueltas en la cabeza de Alaska, y el estómago se le retorcía de rabia y ansiedad.

Eran casi las once de la noche, la brisa se había puesto más helada y comenzaba a sentirse mal pero seguía allí, sobre el techo de la casa escuchando los lejanos ruidos de la ciudad. Le hubiera gustado ir a su cama, acomodarse entre las mantas y dormir, pero hace semanas que no podía hacerlo, las pesadillas de aquella noche no dejaban de interrumpir sus sueños.

En ese preciso instante una lechuza llegó como una flecha junto a ella, sobrevoló su cabeza un par de veces antes de dejar a los pies de Alaska un sobre de pergamino que llevaba en el pico, se dio la vuelta con agilidad y volvió por su camino. Alaska había reconocido el sello del sobre de inmediato, aquella "M" era difícil de confundir. Abrió el sobre y sacó la carta que había dentro.

Querida Alaska:

Ya es suficiente. Comprendo que estes pasando por un momento difícil, pero no puedes seguir ignorando las cartas de tus amigos por el resto del verano. Estamos preocupados y queremos ayudarte en lo posible, pero si no nos lo permites es imposible para nosotros.

Sé que debes creer que ninguno entiende por lo que estas pasando, todo lo que ocurrió el curso pasado debió ser más que traumático para ti pero para eso estamos los amigos, para apoyarte.

Por favor comunícate con alguno de nosotros lo antes posible, aun mejor si es conmigo.

Te extraña,

Draco.

Alaska leyó la carta tres veces de arriba abajo, se le había quedado la mente en blanco. Era cierto que había dejado a sus amigos de lado ese último tiempo, algo irónico para ella cuando estaba planeando su misión que la ayudaría a protegerlos.

—No puedo seguir así... —Murmuró reincorporándose de un salto. Soltó un fuerte quejido mientras se quitaba el cabello del rostro—. Diablos ¿qué estoy haciendo?

No tardó mucho en decidir lo que debía hacer. Alaska tenía más que claro que Cedric no hubiera deseado que pusiera toda su vida en pausa luego de semanas de su muerte, él querría que siguiera adelante y disfrutara de su vida, aunque no fuera fácil.

Entonces se levantó. Volvió a su habitación, que se encontraba bastante desordenada y con unos movimientos de varita la dejo impecable. Entonces se miró al espejo que estaba pegado en la puerta del armario. La mitad de su cabello seguía cortado hasta la altura de los hombros y el resto mucho más largo, lo había dejado de esa forma como un recordatorio de las cosas que había hecho mal. Sin embargo ya no era necesario.

Buscó entre los diversos libros de hechizos simples que tenía sobre su escritorio hasta que encontró el necesario en la sección de belleza. No le costó mucho trabajo volver a tener el largo de antes, sólo un par de segundos después y parecía como si nunca lo hubieran cortado.

Entonces finalmente abrió la puerta de su habitación y la atravesó, bajando la vencida escalinata con prisa para llegar a la sala de estar. Allí Snape estaba sentado en un sofá individual leyendo un viejo libro mientras a unos metros de él se cocinaba una poción.

A Severus le tomó por sorpresa la aparición de Alaska. Últimamente habia estado bastante preocupado por su salud en general, la chica había estado descuidando sus hábitos alimenticios y muchas veces, cuando pasaba por fuera de su cuarto, la escuchaba en situaciones cuestionables. Llorando, gritando o a veces rompiendo (y luego reparando) las cosas en su habitación. Incluso estaba pensando en pedir la ayuda de Narcissa, aquella mujer le tenía mucho cariño a la niña y seguramente podría ayudarla mucho más que él. Aunque ahora ya no parecía necesario.

Alaska estaba de pie, no se veía avergonzada ni arrepentida de sus acciones. Tenia el mentón en alto y miraba al hombre con decisión.

—¿Qué sucede?

—Es hora —Respondió Alaska—. Debemos ir a ver al Señor Tenebroso.

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