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Marc se quedó abrazando a su hijo, sintiendo el calor y el consuelo que solo él podía ofrecerle. Los demás jugadores se acercaron, formando un círculo de apoyo alrededor de ellos. Era un momento de unión, de recordar que, a pesar de la derrota, seguían siendo un equipo, una familia.

—Vamos a levantarnos de esto, juntos —dijo Pau, con determinación en su voz.

Fermín asintió, su expresión de enojo suavizándose un poco. —Sí, y la próxima vez, no dejaremos que nada ni nadie nos detenga.

Robert puso una mano en el hombro de Marc. —Tienes un hijo increíble, Marc. Y él tiene un padre increíble. No olvides eso.

Marc asintió, secándose las lágrimas. —Gracias, chicos. No sé qué haría sin ustedes.

Gavi, aún en los brazos de su padre, miró a todos los jugadores con admiración. —Vamos a ganar la próxima, lo prometo.

El equipo se rió suavemente, la tensión aliviándose un poco. Era un recordatorio de que, aunque habían perdido esta batalla, la guerra aún no había terminado. Y con la fuerza de su unión, sabían que podían enfrentar cualquier desafío que se les presentara.

—Vamos a casa —dijo Marc finalmente, con una sonrisa renovada. —Tenemos mucho trabajo por delante.

Y con eso, el equipo se dirigió hacia el vestuario, listos para enfrentar el futuro con la cabeza en alto y el corazón lleno de esperanza.

Pasaron los meses y Gavi se enfrentó a una dura recuperación. Cada día era un desafío, pero también una oportunidad para demostrar su fuerza y determinación. Marc, fiel a su promesa, no se separó de su hijo ni un momento. Estaba allí para cada sesión de fisioterapia, cada consulta médica y cada pequeño progreso.

Gavi, aunque a veces frustrado por la lentitud de su recuperación, encontraba consuelo en la presencia constante de su padre. Marc se aseguraba de que su hijo nunca se sintiera solo en este difícil camino.

—Papá, ¿crees que podré volver a jugar como antes? —preguntó Gavi un día, mientras intentaba un nuevo ejercicio.

Marc sonrió, con una mezcla de orgullo y ternura. —No tengo ninguna duda, hijo. Eres más fuerte de lo que crees. Y cuando vuelvas al campo, serás aún mejor.

Gavi asintió, decidido. —Voy a darlo todo, papá. No quiero defraudarte.

—Nunca podrías hacerlo, Gavi. Estoy orgulloso de ti, sin importar lo que pase.

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Poco a poco, Gavi comenzó a recuperar su fuerza y agilidad. Cada pequeño logro era celebrado con entusiasmo por Marc, quien no dejaba de animar a su hijo.

Finalmente, llegó el día en que Gavi pudo volver a entrenar con el equipo. Fue un momento emotivo, no solo para él, sino para todos los que habían estado apoyándolo. Marc, con lágrimas en los ojos, observó desde la línea de banda, sintiendo una inmensa gratitud y orgullo.

—Lo lograste, hijo —murmuró para sí mismo, mientras veía a Gavi correr y jugar con una energía renovada.

Gavi, al notar la mirada de su padre, le dedicó una sonrisa y un gesto de victoria. Sabía que no habría llegado tan lejos sin el apoyo incondicional de Marc.

Y así, con el equipo reunido y más fuerte que nunca, se prepararon para la próxima temporada. Esta vez, con la promesa de luchar juntos y alcanzar la gloria que tanto anhelaban.

El estadio estaba lleno, la atmósfera eléctrica. La final de la Champions League, el enfrentamiento soñado: Barcelona contra Real Madrid. Marc sentía el peso de la promesa que le había hecho a su hijo, y ahora, en el momento más crucial, sabía que no podía fallar.

El partido había sido intenso, con ambos equipos dando lo mejor de sí. Al final de los 90 minutos y la prórroga, el marcador seguía empatado. Todo se decidiría en los penales.

Marc se colocó en la portería, su mirada fija en los jugadores del Madrid que se preparaban para lanzar. Podía sentir la tensión en el aire, pero también la determinación en su corazón. Recordó las palabras de su hijo, la promesa que le había hecho.

—Papá, vamos a ganar juntos.

El primer jugador del Madrid se acercó al punto de penalti. Marc respiró hondo, concentrándose. El silbato sonó y el jugador lanzó el balón. Marc se lanzó a su derecha, sus manos encontrando el balón y desviándolo fuera de la portería. El estadio estalló en vítores.

Uno a uno, los jugadores se enfrentaron a Marc. Cada parada, cada gol, aumentaba la tensión. Finalmente, llegó el turno de Gavi. Con una mirada decidida, se acercó al punto de penalti. Marc le dio un asentimiento de ánimo desde la portería.

Gavi tomó carrera y lanzó el balón con precisión. El portero del Madrid se lanzó, pero no pudo alcanzarlo. ¡Gol! Barcelona estaba a un paso de la victoria.

El último jugador del Madrid se preparó para lanzar. Marc sabía que todo dependía de este momento. Se concentró, bloqueando todo lo demás. El silbato sonó y el jugador lanzó el balón. Marc se lanzó a su izquierda, sus manos encontrando el balón y deteniéndolo.

El estadio estalló en un rugido de celebración. Barcelona había ganado la Champions League. Marc se levantó, sus compañeros corriendo hacia él, abrazándolo. Pero su mirada buscaba a una persona en particular.

Gavi corrió hacia su padre, sus ojos llenos de lágrimas de alegría. —¡Lo hicimos, papá! ¡Lo hicimos!

Marc lo levantó en brazos, abrazándolo con fuerza. —Sí, hijo. Lo hicimos juntos.

La promesa se había cumplido. Y en ese momento, bajo las luces del estadio y los vítores de la multitud, Marc supo que todo el esfuerzo, todo el sacrificio, había valido la pena. Habían alcanzado la gloria, y lo habían hecho como una familia.

El pitido final había sonado y la euforia se desbordaba en el campo. Los jugadores del Barcelona celebraban su victoria, mientras los del Madrid se resignaban a la derrota. Sin embargo, no todo era tristeza en el equipo blanco.

Jude Bellingham y Vinicius Jr. se miraron, ambos con la misma idea en mente: conseguir la camiseta de Gavi.

—¡Yo voy primero! —exclamó Jude, dando un paso adelante.

—¡Ni lo sueñes! Yo llegué antes —replicó Vinicius, empujándolo suavemente.

La discusión entre los dos jugadores se intensificó, atrayendo la atención de Marc, quien, con su instinto protector de papá Alfa, se acercó rápidamente.

—¡Hey, hey! ¿Qué está pasando aquí? —preguntó Marc, interponiéndose entre ellos y su hijo.

—Queríamos la camiseta de Gavi —dijo Jude, un poco avergonzado.

—Sí, pero yo la pedí primero —insistió Vinicius.

Marc frunció el ceño, cruzando los brazos.

—Mi hijo no es un trofeo para que se peleen por él. Vamos, Gavi, vámonos de aquí.

Mientras Marc alejaba a Gavi de la escena, Rodrygo, que había estado observando todo desde una distancia prudente, vio su oportunidad. Con una sonrisa traviesa, se acercó a Gavi.

—Hola, Gavi. ¿Te importaría cambiarme la camiseta? —preguntó Rodrygo, con un brillo en los ojos.

Gavi, sorprendido pero halagado, asintió.

—Claro, Rodrygo. Aquí tienes.

Marc, al darse cuenta de lo que estaba pasando, no pudo evitar sonreír. Sabía del enamoramiento de Rodrygo por su hijo, y aunque era un papá celoso, también era consciente de que Gavi podía manejarse solo.

—Está bien, pero cuida bien esa camiseta, Rodrygo —dijo Marc, guiñándole un ojo.

Rodrygo asintió, feliz de haber conseguido lo que quería. —Lo haré, señor.

Gavi se rió, disfrutando del momento. —Gracias, papá. Y gracias, Rodrygo.

El ambiente se relajó, y todos se unieron a las celebraciones.

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