La cúpula

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La plaga. Criaturas borrosas, similares a sombras de demonios, con garras afiladas y costumbres retorcidas. Se introducen en el cuerpo de los vivos y los destruyen de dentro hacia afuera. Devoran tripas y órganos, se abren paso hacia el exterior al reventar las costillas. Llegaban en manada por el día y por la noche. Mataban hombres, mujeres, animales y niños. El pueblo no pudo resistir por mucho tiempo.

Mayeli vio morir a sus tíos, primos y sobrinos durante una reunión familiar que improvisaron en el albergue. Pudo esconderse en un armario de metal con sus hijos. Buscó consuelo en la religión pero la fe no le duró mucho tiempo. Dejó de creer cuando murió su hijo. Los sacerdotes decían que la plaga era usada por dios para castigar a los pecadores; pero, ¿qué pecado pudo haber cometido un recién nacido?

Cada vez eran menos personas en el pueblo. Estaban aterrados y había poca comida. La fatiga se iba convirtiendo en ira. Mayeli quiso brindar una solución pacífica. Se ofreció varias veces para buscar recursos. Iba y regresaba con éxito de todas sus expediciones. Los pocos hechizos que le enseñó su padre le servían para confundir a la plaga. Lo hacía sola, los demás tenían miedo y no deseaban morir. Ellos no eran magos, eran humanos normales, no podían sobrevivir.

Mayeli deseaba aprender más para defenderse mejor. Algunas noches se colaba a la biblioteca buscando libros, investigando la forma de fortalecer el refugio, proveer más agua, ser más fuerte. En una de sus expediciones, vio la portada del Libro Blanco; contenía hechizos que iban más allá de sus capacidades y algunos requerían dar a cambio la vida. Estaba fuera de su alcance, en una zona invadida por la plaga; no podría llegar sola.

Emilia, su mejor amiga, se ofreció una vez para ayudarle. Mayeli se negó pero terminó cediendo. La plaga empezaba a evolucionar y ya no caía tan fácil en sus trucos; necesitaba el libro para enfrentarlos. Sin embargo, las cosas salieron mal y Emilia acabó atrapada bajo uno de los gigantescos libreros; había aplastado todo su cuerpo y solo sobresalían sus brazos y cabeza.

Emilia gritaba con desesperación. La plaga se iba acercando. Mayeli tomó el libro y salió corriendo.

Lloró la muerte de su mejor amiga por semanas, su hija tuvo que consolarla.

El pueblo comenzó a impacientarse pues se estaba acabando la comida. Le insistieron para que volviera a salir. Ella no quiso. El pueblo tenía hambre, gritó y pataleó. Mayeli estaba triste, no quería volver a salir. Entonces el pueblo tomó de rehén a su hija; Mayeli quiso negociar, pero las cosas salieron mal. La niña murió.

Mayeli los maldijo, tomó el Libro Blanco y el cuerpo de su hija y se encerró en la capilla durante días. Sus gritos se escuchaban en el exterior pero nadie se atrevió a entrar.

Sin su protectora, el pueblo fue atacado. Golpearon la puerta e intentaron derribarla. Mayeli encendió velas, trazó runas en el piso usando la sangre de su niña. Sabía qué hechizo usar para protegerlos a todos, había leído todas las páginas del libro. Sin embargo, ¿valía la pena salvarlos? ¿Valía la pena salvar a esos asesinos?

Te doy mi cuerpo, mi vida,

mi carne y mi sangre.

Te doy mi alma y mis huesos,

forja con estos el templo de la paz.

Has nacer de las entrañas de tu tierra la cúpula.

Cúbrelos con inmunidad pues ellos son mis hijos.

Cincuenta años después, el pueblo tenía dos templos, antítesis uno del otro. Uno era un museo de arte y libros recolectados después de la caída, cuidado día y noche, reluciente y nítido; el otro era una capilla vieja, mohosa, escombro restante de una iglesia. Emilia, la mártir; Mayeli, la bruja. Era costumbre escupir en su tumba, la culpaban por el encierro del pueblo. La culpaban por la decadencia y el encierro, creían que la cúpula era su castigo eterno para los asesinos de su hija.

Intentaron salir varias veces. Cada mago que nacía intentaba romper la cúpula, pero ninguno daba su vida. Le temían a la muerte y estaban cansados del aislamiento. Mientras tanto, afuera, la plaga se esparcía.

Fin.

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