Melodía cortopunzante

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«Ahora sí» se dijo, aspirando todo el aire que sus pulmones le permitían almacenar, y empezó a caminar con decisión por la acera. Estaba seguro que ese día, por fin, le diría sus sentimientos a Valeria, la niña que le gustaba.

Trataba de mitigar la idea de un inminente rechazo fantaseando con citas al cine y viajes a la playa, basándose en las historias de su hermana mayor. Ese era el día, el sol sobresalía en el paisaje y no habían muchas nubes en el cielo. Sí, definitivamente ese era el momento indicado para decírselo. Llevaba esperando cuatro años y no podía esperar más.

La casa quedaba cerca y le tomó poco tiempo llegar. Los nervios hicieron acto de presencia cuando tocó levemente el frío portón. ¿Y si su amor no era correspondido? Se sintió triste por un momento e intentó espantar los pensamientos negativos tarareando una canción. La canción que les pertenecía a ambos, esa que cantaban juntos cada vez que jugaban en el parque.

«Grab a brush and put a little
Hide the scars to fade away the (shakeup)
Hide the scars to fade away the
Why'd you leave the keys upon the table?
Here you go create another fable
You wanted to...»

Como acto de magia, recuperó las fuerzas. Estaba seguro que ella sentía lo mismo, estaba seguro que su amor sí era correspondido. ¡Ellos tenían su propia canción!  Eran mejores amigos, era natural que también se gustaran.

Apretó el portón entre sus pequeños dedos durante unos segundos. Luego entró, sabiendo que era bien recibido en la casa. Solo hacía falta tocar la puerta, preguntar por ella y decirle todas las palabras que tenía atoradas en medio de la panza. Su hermana le había dicho que eran mariposas pero él no le creía.

Caminó a paso lento, adentro estaba silencioso pero se miraban demasiadas sombras, como si hubieran muchas personas en la casa. Como iba viendo hacia el suelo, se asustó un poco cuando se encontró con un adulto que lo esperaba en la puerta.

—¿Qué haces aquí, Amadeo? —le preguntó, mordiendo levemente sus labios.

—¿Es... está Valeria? —preguntó el pequeño, apenado. Por la zona semiabierta, entre el enorme cuerpo del padre de Valeria y el marco de la puerta, podían verse algunas personas revoloteando por la sala.

El hombre cerró los ojos lentamente y en su cuello pudo verse cuando tragó saliva. Sus párpados se humedecieron y sus manos empezaron a temblar.

—No —contestó el hombre, aún con los ojos cerrados.

El niño dudó, no sabía qué hacer. Nunca había visto a un adulto llorar.

[…]

Amadeo nunca le confesó sus sentimientos a Valeria, no pudo hacerlo. Ella estaba en un lugar inalcanzable, y hablar del tema hacía a sus padres llorar.

Regresó a su casa corriendo luego de una pequeña plática con la madre de su primer amor. No podía creer esas palabras. ¡Era imposible! Ella era muy pequeña, a penas le llegaba al hombro. ¿Cómo pudo irse a ese lugar tan extraño siendo tan joven? No podía creerlo, se negaba a creerlo.

Ignoró el dolor de sus piernas y la fatiga que invadía su cuerpo, y simplemente corrió, porque era lo único que podía hacer. Su mente era un revoltijo, muchas palabras se repetían y acumulaban causando un desastre en su pecho y estómago. Le dieron nauseas pero sus piernas no dejaron de moverse.

Entró a su casa sin saludar a sus padres. No quería saber nada, no quería oír a nadie. Estaba abatido, destrozado... Esas palabras, esa oración, esas lágrimas que bajaban por las mejillas de los adultos, eran mentira, ¡era todo mentira! ¡Era un sueño, un teatro! Una pesadilla de la que debía despertar. Así que, en cuanto entró a su cuarto, enllavó la puerta y empezó a pellizcarse los brazos; había visto en las series que así podría despertar.

Dejó de hacerlo hasta que su pálida piel se coloreó de rojo, aunque era incapaz de sentir el hormigueo en sus brazos. Su atención era monopolizada por las palabras que acababa de escuchar.

¿Cómo era posible que eso no fuera una pesadilla? ¿Cómo era posible que eso fuera real? ¿Cómo...?

Sentado en el suelo, con la visión borrosa debido a las lágrimas, empezó a gritar. Sus sentidos también fueron acaparados por las palabras. No podía escucharse, ni sentirse. Solo estaban él, las palabras y sus costillas, las cuales se hacían cada vez más pequeñas en su pecho.

[I]Le dolía demasiado el pecho y parecía que las mariposas habían muerto.

En medio de todo ese remolino de pensamientos, lo que más le dolía era que Valeria nunca supo sus sentimientos.

Y él nunca tendría una respuesta de Valeria.

¿Qué haría ahora?

Sin darse cuenta, sus labios empezaron a moverse y sus gritos se transformaron en palabras coherentes.

Empezó a cantar.

«I don't think you trust
In, my, self righteous suicide
I, cry, when angels deserve to die, die
Wake up…»

[…]

Amadeo siempre canta esa canción mientras sus brazos se vuelven víctimas de su sufrimiento. Él entierra la melodía cortopunzante en sus carnes y se detiene antes de llegar a sus venas. Recuerda ese día, lo recuerda de forma nítida aunque se trate del ayer.

El amor de sus padres no significaba nada si no podía tenerla a ella.

Las notas de la escuela eran irrelevantes si no podía tenerla a ella.

Las palabras que salían de su boca no importaban cuando no cantaba sobre ella.

Sus cuadernos estaban llenos de canciones, pero la única melodía que saboreaban sus labios era la de esa canción, la de esa repetitiva canción que se había vuelto símbolo de dolor. Pues sus costillas se habían achicado tanto, que nunca volvió a sentir mariposas.

[IC]Pues sus costillas se habían achicado tanto, que el dolor en su pecho era su único amigo.

Sus lágrimas eran sus espectadoras y su sabor salado era la fuente de su delirio.

«Ahora sí» recordó de repente y dejó de llorar, imaginando brevemente cómo hubieran sido las cosas si Valeria siguiera a su lado.

Imaginó el toque de sus cálidas manos en su espalda, materializando con sus sentidos uno de los muchos abrazos que se habían dado.

Imaginó su voz siendo robada por el viento mientras ella cantaba.

La recordaba aún como una niña y fantaseaba con su silueta, distorsionando la imagen hasta que Valeria tenía su misma edad.

Pero no existe el “hubiera”. Y su única compañía, era la letra ya gastada de esa canción.

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