Rawr

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En ese momento entendió porqué los niños le temían a la noche. Los misterios podían fácilmente acumularse en ella, todo gracias a esa oscuridad que no le daba tregua a los ojos humanos. Sintió miedo, era algo innegable. Estaba tan aterrado, que era capaz de sentir el palpitar de su corazón y el ritmo marcado por este desde su pecho, al resto de su cuerpo. Su mente solo podía pensar en eso, en cómo la adrenalina iba y venía, en cómo esos ojos rojos se acercaban cada vez más. Trataba de mover las piernas, hacer algo, ¡salir corriendo!, pero se encontraba paralizado por la mirada de ese ente desconocido que lo hacía estremecer.

Sentía que estaba en el cuerpo de un niño, se repetía, un niño que no podía separar la ficción de la realidad. Sin embargo, ¿qué realidad era esa? Había empezado a correr en medio de la calle porque sintió como si alguien lo observara desde una esquina. Se sintió acosado, descubierto, a pesar de no estar haciendo nada malo. Y esos ojos seguían acercándose. A duras penas podía distinguir las pisadas del desconocido. Toda su atención le pertenecía a los temblores de su cuerpo. Sus piernas, similares a las de un venado recién nacido, no reaccionaban aún cuando su instinto le gritaba que debía correr.

“¡Corre!” se dijo a sí mismo y, solo entonces, pudo empezar a retroceder a través de pasos cortos. La oscuridad se lo había tragado por completo, ya no podía ver ni sus manos. Un paso hacia atrás y luego otro y luego otro. Lento. Su cuerpo se movía lento mientras apretaba fuertemente su mandíbula, único medio de mantenerse conciente en esa situación. No quería darse la vuelta y mostrarle un punto ciego a su imponente amigo nocturno.

La noche se los había tragado, ¿cómo era posible seguir viendo sus ojos? ¿Por qué eran tan brillantes y aterradores al mismo tiempo? A pesar de eso, parecían estar vacíos. Se dio cuenta de que lo único aterrador en ellos era el simple hecho de que existieran. Era incapaz de ver a su dueño, ¿se trataría de un fantasma? ¿O quizás un vampiro? Todas esas interrogantes pasaban de manera fugaz en su cabeza, en el exterior todo ocurría tan lento. Solo había retrocedido un par de pasos.

Su garganta se sentía seca y se vio obligado a tragar saliva, apenado, pues cualquier movimiento en falso podría llevarlo al final de su vida. Oraba internamente para que hubiera mas espacio a su espalda; le aterraba que su camino pudiera verse limitado por alguna pared en cualquier momento. Los ojos continuaban acercándose. La impotencia le recorría la piel, en un desagradable cosquilleo.

Sin embargo, la estructura de la vieja calle no parecía estar de su lado cuando, contrario a sus súplicas, su mano derecha tocó el áspero y frío cemento. Una pared impedía su salida, ya no era posible seguir huyendo. Su corazón pareció latir mas rápido, tan rápido que sobresalía entre todas las sensaciones que oprimían su pecho. Por un instante, la idea de morir no le desagradó del todo; consideró que era mejor acabar con el miedo cortándolo velozmente. Ahora oraba por que su perseguidor no fuera un sádico y fuera capaz de matarlo rápidamente. Esa era la mejor alternativa, o peor, la única que le quedaba.

Entonces se resignó a morir. Cerró sus párpados y se recostó sobre el cemento vertical, lentamente, relajando mas de la cuenta su aterrado interior. Trató de calmar su corazón mediante respiraciones profundas y prolongadas, hasta que consiguió disminuir el nerviosismo que acalambraba la mayor parte de su cuerpo. Ya no era posible seguir huyendo. Apartó la mirada, girando su cabeza hacia la izquierda. Si era un vampiro, este seguramente querría su sangre; si era un homicida, entonces exigir misericordia no estaba permitido.

Se sorprendió al no tener recuerdos acaparando su cabeza, por mas que se encontrara al borde de la muerte. Quizás esto se debía a que tuvo una vida corta. Catorce años no eran suficientes ni para aceptar su propio apellido. Pensó en eso durante un segundo, pues el tiempo se alargaba tanto que comenzaba a resultar pesado. Lo único bueno era la falta de culpa y arrepentimientos.

Dos segundos, solo dos segundos habían pasado. Así que dejó escapar un suspiro largo, esperando. Solo le quedaba esperar a sentir cómo sería el comienzo de su inexistencia. Sin embargo, no ocurrió nada. Empezó a impacientarse; sus ojos todavía permanecían cerrados. Le tentaba la idea de alzar la voz y rogar por una muerte rápida, sin agonías innecesarias. Pero nada ocurrió.

Abrió los párpados y vio el techo de su habitación. El par de ojos rojos y vacíos ya no estaban. Quizás todo había sido un horrible sueño, cuyas secuelas le cobraron factura por medio de un avergonzado rubor que pintaba sus mejillas, pues había mojado la cama. Aunque eso era menos estúpido que creer en los vampiros o fantasmas.

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