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Todos tenemos algo que odiamos y que nos vemos obligados a hacer porque todos los demás lo hacen. En mi caso eran los festivales. No había algo que odiara más en el mundo que eso. Jamás entenderé porqué las niñas del salón se entusiasmaban tanto con esas tonterías.

La semana pasada se la pasaron discutiendo por elegir qué canción interpretaríamos. Yo apenas les puse atención, estaba muy ocupada pensando en algo realmente importante. No me sería fácil convencer a papá de adoptar a Oreo, el perro que duerme en el último piso del edificio y tenía que idear un plan que no tuviera posibilidad de fallar.

—¿Tú que opinas? —La maestra me dedicó una mirada curiosa cuando su atención se fijó en mí—. ¿Qué te aparece si te sientas más cerca para que pueda escuchar tu voz?

Rayos.

Me había descubierto.

Para mi mala suerte me cambió al frente, junto al escritorio y no despegó la vista, estaba deseosa en que participara en aquella conversación. Se convirtió en la hora más larga de mi vida. No dije nada, pero escuché todo.

Matilda vino a recogerme a la salida y no hablé durante todo el camino. Cuando llegamos a casa ordenó una pizza y me pregunté si fue por antojo o por verme llorar. Esperé que fuera la primera opción porque odiaba que me vieran llorar, no importaba quién fuera, nadie me veía llorar. No es que creyera que fuera una muestra de debilidad, todo lo contrario, sólo que trataba de evitar los extensos interrogatorios que venían después del consuelo. No quería que Matilda, con la mejor intención del mundo, armara un problemón con la profesora por considerarla una "insensible". Ellas no tenían la culpa, no decidían quién se quedaba y quién se iba. 

Decidí esperar esa tarde a papá para saber si podía pedirle a Rodrigo, un amigo de la familia, un certificado de muerte con mi nombre para el viernes, prometería regresarlo antes del lunes... Por desgracia papá llegó con visita, y no me atreví a interrumpir. Después de todo, y pese a mis esfuerzos, no me pondría atención.

Las cosas funcionaban en casa de la siguiente manera: papá era para mí toda la semana, pero los miércoles, los famosos miércoles pertenecía a alguna de sus novias. Una distinta cada semana. 

La de esa noche se llamaba Elisa, era una morena muy alta y parlanchina. No dejaba de hablar de todos los cambios que realizaría cuando se casara con papá. Matilda y yo tuvimos que aguantar una carcajada porque consideramos que era de mala educación reírse de la inocencia de alguien. Como era de esperarse a la mañana siguiente papá no recordaba su nombre.

Papá era un buen padre, pero no un buen novio. Supuse que no podía ayudarlo mucho en eso porque apenas tenía diez años.

También era un hombre olvidadizo y lleno de trabajo por lo que me fue imposible hablar sobre el festival.

🔹🔸🔹🔸

Había llegado el día. Tenía que hacerlo. No podía ser tan difícil, llevaba años haciéndolo, pero nunca había sentido tanto miedo. Mientras más creces, más difícil es entender algunas cosas. Edad no es igual a sabiduría.

Matilda me trenzó el cabello con especial cuidado, me preparó mi desayuno preferido y me encaminó al colegio. Sabía que sería un día difícil por eso no me soltó de la mano hasta que llegamos. Le di un beso en la frente y me deseó suerte. La escuela estaba llena de personas, todas de un lado a otro. Me sentí pequeña ante tal panorama. Tenía que mantener la calma, sólo era una vez al año, podía aguantarlo.

Me senté junto a Cecilia, mi mejor amiga, pero apenas pude saludarla porque la maestra nos pidió que pasáramos al escenario.

Había llegado el momento. Suspiré y caminé con los demás al centro.

Una frase solamente.

Miré al frente.

Nadie esperaba escuchar mi voz. Nadie se sentiría orgullosa, ni me abrazaría después de esto. Ninguna de todas las personas que estaban ahí pensaría en mí cuando terminara.

Ahogué un sollozo cuando escuché a los otros gritar.

Fue ahí dónde me pregunté, si el mundo es tan grande y había tantas personas en él... ¿Por qué nadie vino a verme a mí?

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