Capítulo 44: Problemas

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Narra Angélica

Dudé un rato antes de visitar a Roberto y Lisa ya que no me habían llamado, pero supuse que nada pasaría si yo tomaba la iniciativa.

Llegué a su departamento como pasado el mediodía. Bajé del elevador con una gran sonrisa, de esas que nacen sin que te lo propongas y toqué a la puerta esperando encontrarme con la misma expresión en el rostro de Roberto.

Pero fue todo lo contrario.
Creo que nunca lo había visto tan mal. Tenía una expresión de desagrado que me asustó... ¿No quería verme?

—Oh, Angélica, pasa —dijo poco convencido haciéndose a un lado.

Terminé accediendo a dar un paso adentro, pero no me sentí cómoda. ¿Por qué se comportaba así, no le alegrara tenerme ahí? ¿Se había arrepentido?

—¿Pasa algo? ¿No querías que viniera? Sino me esperabas me puedo ir —propuse con sinceridad tratando de ser cautelosa—, puedo venir otro día si quieres... o no venir nunca, pero siendo sincera esa última opción no me agrada mucho. Es decir, ayer estábamos bien, pero las cosas cambian de un día a otro...

Odiaba enredarme con las palabras, soltar todo tal cual lo pensaba, pero era impaciente cuando sentía que algo fallaba.

—No, no, no lo malinterpretes. Estoy algo tenso. Las cosas no están bien —soltó inquieto—, están pésimas, no pueden estar peor.

—¿Le sucedió algo a Lisa? —pregunté porque su expresión me anunciaba algo de tal magnitud.

Roberto pasó sus manos por su rostro y caminó en círculos como si buscara las palabras. Tenía que ponerle un freno o terminaría haciendo un agujero en el suelo.

—Roberto...

—Necesito que veas algo —pidió después de pensárselo, y accedí.

🔹🔸🔹🔸

Roberto me guió por el corto pasillo que dividía las habitaciones, me estaba poniendo nerviosa con sus pasos lentos y medidos.

Nos detuvimos en la puerta de Lisa, suspiró antes de girar la perilla, pero me pareció que arrepintió de último momento porque volvió a darme la cara como tratando de decir algo de nuevo.

—Me estoy poniendo ansiosa —comenté antes de entrar.

Y creo que me costó asimilar lo qué estaba pasando, y sobre todo cómo estaba pasando.
Me horrorizó la imagen que se presentó ante mí y no sólo eso, además rompió parte de mi corazón.

Busqué la mirada de Lisa, pero aquello en lugar de darme valor produjo lo contrario. Estaba llorando, llorando como en ninguna vez la había visto. Sus ojos estaban rojos e hinchados, tenía las manos entrelazadas y la mirada baja. Me recordó el día que acabamos en la oficina de la secundaria, y supe lo que significaba.
A su lado está Cecilia. Dios, tuve que hacer una pausa para acercarme. ¿Quién le había hecho algo así? Seguro un monstruo, no había otra respuesta. Me llené de rabia, de impotencia, de tristeza. Era inhumano.

—¿Qué pasó? —pregunté con torpeza tratando de entender.

Nadie contestó, Matilda siguió de pie con la mirada en Roberto, Lisa lloraba y Cecilia también, y yo también traté de hallar respuestas en él, pero por la expresión que tenía supuse tampoco sabía con exactitud nada.

—La madre está loca, de verdad, parecía que se le había metido el demonio —comenzó a explicar Matilda para llenar el silencio—. La encontramos camino acá.  Cuando nos vio separó a Cecilia de nosotros y comenzó a maldecir. Tuve que amenazarla con una piedra para que la deja. La vieja está zafada, no hay otra explicación.

¿Su madre?
Se me revolvió el estómago al pensar cómo algo así lograba suceder. El sentimiento de saber que alguien que amas te lastima formó un lazo imaginario entre ambas sin que nos diéramos cuenta, pero eran cosas diferentes... Era su madre. Las cosas eran más complicadas... ¿Cuánto llevaría sufriendo esto?

Me coloqué de cuclillas junto a la cama. La observé más de cerca, estaba llorando, pero a diferencia de Lisa se veía avergonzada, trataba de perderse en la cortina de cabello que le caía por el rostro.

—Hola...

Suspiré tratando de encontrar palabras. ¿Qué estaba intentando? Quizás debía mantenerme al margen, pero no podía, no quería.

—Sé que... Cecilia, necesito que seas sincera con nosotros, queremos ayudarte —comencé a explicar—, sé que es difícil, pero es importante.

Ella levantó un poco la mirada y tuve que mantenerme firme para no mostrarme afectada por el golpe que estaba debajo de su ojo. Estoy segura que mi rostro se puso pálido. Su imagen me llevó meses atrás, al peor día de mi vida.

—¿Tu madre acostumbra tratarte mal? —preguntó Roberto tratando de ser  cuidadoso con sus palabras.

Ella asintió con la cabeza y apenas soltó un monosílabo que no alcancé a escuchar.

—¿Alguien más lo sabe?

Cecilia se quedó en silencio durante un rato y cuando al fin pareció tener deseos de contestar aquella pregunta Lisa se le adelantó.

—Yo lo sabía —confesó.

—¿Qué?

Miré a ambos. Lisa parecía querer aspirar toda el aire de la habitación, Roberto en cambio quería respuestas rápidas.

—Lo sé desde hace años... —reconoció y me pareció que aquello le dolía de verdad.

—¿Años? —Roberto estaba entre molesto y desesperado. Esto era más grande que él—. ¿Lisa, por qué no me lo dijiste?

—No lo sé... Era una promesa —respondió.

—¿Una promesa? Eran unas niñas... ¿Cómo pensaron que arreglarían las cosas? Tenías que habérmelo dicho.

—Ya sé... Me equivoqué. Creí que las cosas cambiarían.

—Pudiste decirme ayer, hace una semana, un mes... —debatió él tratando de no sonar brusco, pero cualquiera que lo conociera notaría que estaba enojado.

—Pensé que se arreglaría —repitió ella presa de la situación.

—¿Cómo se arreglaría? En silencio las cosas no se solucionan, sólo se estancan peor —soltó mientras se movía de un lado a otro, pero aunque tenía razón en ese momento su explicación no ayudaba.

—Roberto... —lo interrumpí mientras me ponía de pie—. ¿Podríamos hablar un minuto a solas?

Si queríamos que este barco avanzara tenía que estar tranquilo. Lisa lo necesitaba más que nunca y tratando de hallar culpables no se llegaba a ningún lado.

Él me miró confundido, pero accedió sin decir nada.

—¿Vas a regañarme, cierto? —cuestionó camino a la sala.

Traté de evitar una sonrisa ocasionada por la ternura de su pregunta.

—¿Serviría de algo? —curioseé—. Sé como te sientes, pero no sirve de nada pelear por el pasado. Necesitas ayudar a tu hija.

Él se dejó caer en el sofá y su expresión me anunció lo pesado que le era pensar con semejante problema.

—Esto es más fuerte que yo —admitió—. Todos estos años pensé que... Esa niña lleva años viviendo eso y no hice nada. ¿Viste cómo está? ¿Cuántas veces pasó y todo siguió como si fuera normal?

—Tú no lo sabías —intenté explicarle para que dejara de culparse.

—Pero Lisa sí —aseguró, y aquello lo lástima—. Angélica, ¿cómo mi hija pudo guardarme algo así?

—No la culpes...

—No la estoy culpando. Estoy tratando de analizar en qué me equivoqué yo. Llevo todos estos años pensando que todo está bajo control... Pero no lo estaba. No pude...

Entendí como se sentía. A veces uno quiere hacer que los que amamos no sufran, quisiéramos que estuvieran protegidos y pesa darse cuenta que no tenemos el poder para eso.

—Roberto, deja de centrarte en lo que pudiste hacer y haz algo ahora —le pedí—. Cecilia te necesita. Tu hija lo hace. Yo también. No importa si eres un héroe, Roberto, deja de creer que eso es necesario. Nadie sabe qué hacer, no te sientas mal por eso, vamos a salir de esto...

Sí, claro que lo haríamos. Teníamos que pensar positivo.

Dejé que el silencio se apoderara del lugar un rato, a veces es bueno dejar que nos visite.

—No merezco una mujer como tú —respondió al acariciar mi mano.

Y aunque fingí fortaleza los recuerdos seguían golpeándome como si estuviera a la deriva. Así que aquel pequeño gesto significó más de lo que él imaginó.

—¿Serás la voz de la razón siempre? —preguntó él con una ligera sonrisa.

—¿Tú le estás pidiendo a Angélica Acosta que sea la voz de la razón de alguien? ¡A Angélica Acosta! —me burlé recordando todos los incidentes en los que me había visto envuelta por ser tan impulsiva—. Eres un valiente si piensas aventurarte a que yo sea la voz de juicio.

Él rio y me miró de una manera peculiar. Fue como un sí. Un sí que me entregó más seguridad que antes. Confiaba en .

Roberto y yo decidimos que pondríamos la denuncia correspondiente después de hablar con Cecilia. Y hacerlo fue todo menos fácil. No quería dialogar. Entendía su comportamiento, pensar que habrá más problemas te somete a ser presa, pero nada se arregla protegiendo a quienes te hacen daño.

Lisa ayudó en lo que pudo y me pareció que Cecilia se sentía confiada con ella. Matilda en cambio dijo que golpearía a su madre con un sartén y eso no nos llevó a ningún lado. Yo tampoco hice nada que valiera mencionarse, las cosas me ponían los sentimientos a flor de piel.

—No quiero irme de aquí —lloró ella—, sé que mamá está mal... Pero si me alejan de ella me mandarán con mi abuela y será mucho peor.

¿Peor?
¿Cómo algo así podría ponerse peor? Quizás su abuela apoyaba las conductas de su hija, quizás temía que se desquitara con ella...

—¿Ella también...? —escuché el sonido del timbre que me interrumpió.

¿Ahora quién?
Matilda se ofreció a abrir y Roberto volvió a buscar entre sus papeles el número para realizar la denuncia.

Pero no fue necesario, la policía sorpresivamente ya estaba ahí.

Creo que me levanté de un salto de la cama cuando no llamaron a la puerta. No les tenía miedo, sólo me tomaron desprevenida.

—Insistió en pasar —se encogió de hombros Matilda cuando llegamos a su lado.

—Buenas tardes, oficial Pérez, encargado de la desaparición de la menor Cecilia García —se presentó mientras mostraba unos documentos.

—¿Desaparición? Debe ser un error, Cecilia está aquí en nuestra casa —explicó Roberto, pero aquello no ayudó mucho porque el estado en que ella se encontraba no era favorecedor.

Y cuando el policía la vio supo que necesitaba llegar más a fondo en la investigación. Le contamos lo que sabíamos, cuestionó a la menor, pero no le pareció suficiente.

—¿Podría acompañarme a la comisaría?

—¿A la comisaría? —me adelanté aunque la pregunta iba dirigida a Roberto.

¿Para que llevárselo? ¡Estábamos ayudando!

—Sólo para hacerle unas preguntas, ayudará mucho a agilizar el problema —justificó, pero me pareció una tontería.

—Necesita una orden para eso —le recordé.

—Tranquila, Angélica —intervino Roberto—, no tengo nada que esconder puedo acudir sin problemas.

No. No. No.

Sé que no tenía nada de malo, pero yo no confiaba en las autoridades y temía que se metiera en problemas.

—Entonces que impriman la orden y vas, así no, sólo quieren embarrar a alguien —le dije mucho más alto de recomendado—. No es nada contra usted, oficial, pero es mejor prevenir que lamentar.

—No queremos embarrar a nadie, y le pido que se dirija con más respeto a una autoridad —replicó el otro, y tal vez estaba siendo grosera, pero me estaba dejando llevar por los nervios—. Faltarme el respeto puede hacerla acreedora a una multa.

Por un demonio lo que me faltaba.

No habrá necesidad de eso —intercedió Roberto— haré lo que me pide. Si eso ayuda en algo no habrá ningún problema.

¿Por qué le daba la razón? Maldije por lo bajo y tuve que aceptar que él decidía por si mismo. Cecilia también se iría con ellos y su caso pasaría al DIF.

Tuve que tragarme mis argumentos para hacer notar que era un atropello y una exageración, la multa no importaba, pero sí el hecho de complicar todo.

Lisa lloró mucho cuando se enteró que su papá se iría un rato, supongo que pensó lo peor, yo también lo hice. Sumándole el hecho que Cecilia también se marchaba y su situación era tan incierta.

—Todo va estar bien —nos animó Roberto antes de desaparecer tras la puerta.

Y yo recé para que tuviera razón.

¡Hola!
Disculpen si hay algún error, trataré de corregirlo a la brevedad :). Publiqué el capítulo hoy porque cumplo un año en Wattpad ❤. Gracias a todos ustedes por formar parte de este año maravilloso. Los quiero muchísimo. Son los mejores :).






















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