Capítulo 8: Competencia

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Desde que comencé a trabajar en la empresa descubrí que mi escritorio está a tres minutos de la oficina del señor Martínez, pero en esa ocasión aquella medición me pareció incorrecta.

Allí estaba yo divagando si debía tocar o no a la puerta, pero mi dilema se resolvió rápido, apenas estuve frente a ella me hicieron pasar.

No sabía porqué estaba tan nerviosa, el señor Martínez era un hombre estricto, pero no podía despedirme por una tontería así. Sin embargo podría llamarme la atención, y ante tal opción, que Roberto estuviera ahí sólo empeoraba mi estado. A nadie nos gustan que nos regañen públicamente.

—Tome asiento, Angélica —pidió, y yo obedecí sin titubear. Me senté en una de las tres sillas que estaban frente a su escritorio.

Tuve que hacer un esfuerzo para no hablar. Quería disculparme por mi comportamiento, aunque también deseaba que entendiera que no había hecho nada mal. Es decir, yo sólo quería ayudar. Acepto que no fue la mejor manera, pero tampoco era tan grave.

Tomé una gran bocanada de aire antes de soltar una palabra, pero nada salió de ahí porque el sonido de la puerta me interrumpió.

—Ya estamos completos —dijo el señor Martínez cuando vio a Rodríguez, un compañero de finanzas, sentarse con nosotros.

Miré a todos buscando la razón por la que estábamos ahí, al parecer por la expresión de Rodríguez tampoco lo sabían. Roberto parecía confiado, pero él siempre parecía confiado, así que aquello no me decía nada.

—Quitar esas caras de asustados —bromeó el señor Martínez, y al escuchar su carcajada mi cuerpo se relajó—. Lo que tengo que hablar con ustedes es lo mejor que les puede pasar en la vida, así que relájense y escuchen. Como ustedes saben el licenciado Flores no puede seguir desempeñando su trabajo en la gerencia de Finanzas por su avanzada edad —comenzó a explicarnos mientras revisaba unas carpetas—. Hizo un trabajo excepcional, pero su periodo aquí terminó. El hombre ya merece un descanso, pero somos conscientes que si alguien se va otro llega. Nadie es irreemplazable en este lugar. Así que está de más decir que la vacante queda libre, ¿cierto? Pues estaba revisando sus archivos y basándome en su desempeño creo que cualquiera de ustedes tres sería apto para tal responsabilidad...

¿QUÉ?
Cuando llegué a este lugar hace cinco años siempre fui consiente que el ascenso sería lento, que tardaría en llegar por muchas razones o que quizás nunca llegaría. Tampoco pensaba quedarme por mucho tiempo, tenía sueños y aspiraciones, pero entonces hace cuatro años las cosas cambiaron con el accidente de mamá y decidí que tenía que buscar algo estable. Este lugar era el adecuado.

Pero ya no sólo era el adecuado, podía ser el gran salto. Necesitaba darlo.

—¿Se puede saber cuáles serán sus parámetros para elegir? —preguntó el señor Rodríguez—. ¿Qué debemos hacer?

—Buena pregunta, amigo mío —sonrió el hombre mientras nos entregaba unas hojas—.Cuatro meses son suficientes para proponer algo nuevo a la empresa, ¿no? Cada uno de ustedes deben dar a conocer un plan que nos ayude a mantener las finanzas en orden o mejor aún, que los números se vuelvan a nuestro favor. Quiero un proyecto completo, algo que lleve fundamentos y que no sólo sea producto de su imaginación. Para el 16 de abril me gustaría que expusieran sus proyectos y el que me parezca mejor estructurado gana. Claro que también tomaré en cuenta su desempeño en estos meses...

—¿Un proyecto de finanzas? —pregunté mientras revisaba los documentos con los requisito—. ¿Algún tema en específico?

—No, ninguno. Me gustan las sorpresas, creo que son bastante ingeniosos para eso —contestó sin darle mucha importancia—. Sólo que quiero ser muy claro, si fallan en la fecha en concreto no habrá segunda oportunidad. Aquí no es el colegio. No me defrauden, por favor.

No lo haría.
Me levanté del asiento siguiendo el ejemplo de los demás y después de despedirnos del señor Martínez salimos de la oficina. No sé que expresión teníamos, pero yo quería ponerme a brincar de la felicidad.

—¿Esto es una competencia, no? —preguntó el señor Rodríguez cuando salimos. No se veía muy convencido.

—Sí, eso parece.

—Pues que gané el mejor —soltó Roberto mientras estrechaba nuestras manos.

Y allí enfrente de esos dos hombres lo supe, esto no sería fácil.

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