4. Bloqueo.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Todas las tardes me siento delante del ordenador y comienzo a escribir mis desordenadas ideas. En realidad creo que es buena idea ponerme todos los días un rato, porque noto que voy desoxidando neuronas y que cada vez me cuesta menos ordenar, en forma de palabras, esas ideas.

Me parece que por una vez me lo estoy tomando en serio e incluso he encontrado un hueco para escribir en el fin de semana. No es que me haya costado mucho porque no tenía plan alguno, pero me gusta ver que puedo llegar a tener constancia, ya que es una virtud que normalmente se me escapa.

En cuanto al blog, he decidido no actualizar cada día. Quiero que sean textos de calidad, con una estructura determinada y no cualquier tontería que se me ocurra sobre la marcha y porque sí. Viernes. Sí, creo que es el día perfecto para publicar, así además podré poner al día a mis padres de lo que voy escribiendo.

Pero hoy es miércoles y vuelvo a estar sentado en mi escritorio, en esta ocasión con una libreta y un bolígrafo en las manos, garabateando un poco. Son las cinco y no se me ocurre nada, como cada maldito día. Lo único a lo que llego es a divagar sobre temas intrascendentes que no llegan a ningún lado. No es que piense que lo que escriba tiene que cambiar la vida de nadie, pero quiero dar un paso más. Quiero llegar a mostrar las verdades sobre las mentiras del gobierno, del poder, quiero que las teorías que se mantienen ocultas puedan ver la luz.

Y sí, también quiero comenzar una historia. Me da igual si es corta o larga, llegado este punto me conformo con que sea una historia que tenga más de dos páginas. No creo estar pidiendo demasiado, pero lo peor es que me estoy empezando a impacientar.

Decido salir, me tengo que despejar, dejar de pensar en todo lo mal que lo estoy haciendo. Necesito tomarme un helado para que se me enfríen las ideas, así que voy a buscar a Gaby por si me quiere acompañar ya que no quiero comer solo, lo odio.

Me acerco a su habitación y pego suavemente a la puerta, esperando una señal para poder entrar. No da ninguna señal. Pongo la oreja sobre su puerta a ver si escucho algo pero nada, y me resulta raro porque no la he escuchado irse, así que pego de nuevo, esta vez un poco más fuerte. Tal vez me he pasado con la sutileza, pero no. El mismo silencio de antes y, de pronto, siento un extraño nerviosismo.

¿Y si le ha pasado algo? Sé que es lo más improbable, pero desde siempre he sido un tanto aprensivo. Recuerdo que de pequeño a veces me despertaba de madrugada con el corazón latiéndome a mil por hora, y necesitaba entrar en la habitación de mis padres y observar si el pecho de mi madre se levantaba por su respiración. Es curioso porque miraba a mi madre, solo a ella, no si mi padre respiraba o no, aunque en honor a la verdad, la pista de que él sí que lo hacía eran sus ronquidos. Cuando veía que todo iba bien volvía a mi cuarto y descansaba mejor que nunca.

También recuerdo que esa manía se me quitó sin más y dejé de hacerlo cuando vi a mis padres en una situación de lo más comprometida. Eso es algo que he tratado de olvidar tooooda mi vida, sin éxito como se puede comprobar.

Me da un escalofrío solo de recordarlo. En cualquier caso, la situación ahora es la misma, porque no puedo dejar de pensar en que tengo que ver si está todo bien. No pierdo nada por asomarme y comprobarlo, así que abro despacio la puerta y asomo la cabeza. La habitación está bastante iluminada pues la persiana está subida casi por completo. Gaby está tumbada en la cama, boca arriba, y tiene sobre su pecho unas carpetas con informes.

Está claro que se ha quedado dormida mientras revisaba sus apuntes, sin embargo me descubro andando hacia ella. Sé que está bien, pero no puedo evitar llegar a su altura y arrodillarme para comprobar que efectivamente está dormida. Eso es totalmente innecesario pues su respiración provoca que las carpetas suban y bajen de forma acompasada, y eso ya lo estaba viendo desde la puerta.

Estando tan cerca escucho el suave y casi imperceptible silbido que hace al espirar. En serio que estoy fatal, porque me sigue pareciendo encantadora y ni siquiera el ligero hilillo de baba que le veo por la comisura de sus labios me quita esa sensación. Me lo tengo que hacer mirar. Sonrío y sacudo mi cabeza para quitarme la tontería de encima, me levanto despacio para no hacer ruido. Sé que he sido un tonto impulsivo y he violado la intimidad de mi amiga por mi estúpido temor, así que me doy la vuelta para irme por donde he entrado.

―Espero que no te pienses ir sin decirme lo que hayas venido a decir.

Hooooooooostia que me ha pillado. Cierro los ojos y me quedo parado. ¿Por qué? Tal vez así me haré invisible y no me habrá visto. Sí, soy idiota, pero estoy congelado en el sitio, maldiciendo mi suerte de haber entrado o, por qué no, de no haberme ido antes. Sé lo celosa de su intimidad que es mi amiga, y aún recuerdo como si fuera ayer el monumental enfado que tuvo con su ex novio una vez que le cogió el teléfono para leerle los mensajes. Menudo gilipollas.

Sé que no es lo mismo, además yo lo he hecho de buena fe y porque estaba preocupado, su ex lo hizo por controlarla. Pero igualmente no quiero ser el objetivo de su ira, puede arder Troya. Creo que he estado demasiado tiempo pensando en su ex y el modo de explicar, sin que parezca absurdo, que he entrado porque creía que le había dado un infarto o algo parecido, porque escucho que vuelve a hablar.

―No me puedo creer que creas que voy a montar en cólera porque hayas entrado a buscarme a mi habitación.

Cuando escucho su voz suave y sin atisbo de enfado me tranquilizo un poco y respiro. De hecho, hasta este mismo momento ni siquiera me he dado cuenta de que estaba aguantando la respiración. Poco a poco me doy la vuelta.

―¿No lo vas a hacer? ―me atrevo a preguntar ya con los ojos abiertos y con una postura más relajada.

Sonríe levemente.

―No, porque entiendo que no has venido a cotillear, ya que lo habrías hecho cuando no estoy yo. Ya te he dicho que no soy tan ogro como crees. Anda, siéntate ―palmea un hueco de la cama donde no hay papeles para que me siente.

―No creo que seas ogro, en serio ―le aseguro sentándome donde me ha señalado―. Sólo sé lo celosa de tu intimidad que eres y este es tu santuario ―finalizo abriendo los brazos como abarcando todo el espacio.

Ella ríe conmigo, no sé si por mi gesto o por la cara de asustado que sé que aún tengo.

―¿Por qué me ves tan mala? ¿Por qué me tienes miedo?

Ahora sí veo que está genuinamente preocupada y me siento mal por ella. Porque es cierto que ella es maravillosa pero no la trato como tal. A ver, deja de pensar tonterías, David. Céntrate.

―Tú no te ves enfadada ―me excuso haciendo una especie de puchero con la boca―. Das realmente miedo. ―Es maravillosa pero eso también es verdad.

―Vale, pero estarás conmigo en que cuando me enfado es porque me dais motivos reales, ¿no? Y no me he enfadado tantas veces, que sois muy exagerados. ¿Y no me veíais adorable cuando me enfado?

―¿Por qué me hablas en plural? ―pregunto curioso.

―Está claro que esto lo piensas tú y tus amiguitos también, que sois los tres iguales. ¡Bastante poco me enfado! Pero tampoco voy a poner el grito en el cielo porque hayas entrado en mi habitación. Es un poco inquietante porque estabas ahí mirándome, eso no te lo niego...

―¡Quería saber si estabas bien! ―la interrumpo―. ¡No me contestabas y me he preocupado!

De nuevo se ríe y niega con la cabeza. Creo que no da crédito a que estemos teniendo esta absurda conversación. A mí también me costaría, lo tengo que reconocer.

―Vale, ya que sabes que estoy bien y que lo único que me ha pasado es que me aburría soberanamente con estos apuntes, dime qué querías.

Perfecto. Me parece bien que corramos un tupido velo sobre este momento.

―Llevarte a tomar un helado. Quería despejarme y pensé que te apetecería.

―¿Helado? ―asentí como confirmación―. Siempre.

Mi sonrisa no se hace esperar, así que cogemos la cartera y las llaves y nos vamos a una de las tantas heladerías del barrio. Si algo hay en Málaga son heladerías. Mucho más en Teatinos, nuestro barrio, que puede que sea la zona con más cantidad de heladerías por densidad de población del mundo, obviando el centro que no es normal tampoco. Por aquí hay por lo menos seis en apenas un par de calles pero tampoco es que me queje porque tanto Gaby como yo somos unos verdaderos fanáticos.

Compramos los helados y nos vamos a dar un paseo por el barrio. Vamos de lo más entretenidos cada uno con su tarrina, disfrutando de la brisa que nos acompaña. Hoy por suerte es uno de los días más agradables del verano.

Llegamos a una zona un poco más amplia y ajardinada y decidimos sentarnos en un banco que queda bajo la sombra de un árbol y donde estaremos de lujo, porque si bien la brisa es agradable, el sol aún pica bastante.

―¿Estás más tranquilo?

Estoy tan entretenido con mi fabulosa vainilla que no me esperaba su pregunta, así que tardo un poco en contestar.

―¿Por qué crees que estaba nervioso?

―No creo que estuvieras nervioso, pero creo que no estabas bien. No sé, llámalo agobio, desazón, desasosiego.

―Hay que ver lo que te gusta usar palabras rimbombantes ―comento con dificultad debido a que tengo la lengua dormida por el frío―. Desa... des... desasosiego... menuda palabra. Se crea desa... sosiego sólo el hecho de decir desasosiego. ¿Cómo puedes siquiera pronunciarla con el helado?

A mí de verdad que se me está haciendo imposible decirla.

―Es un don que tengo ―contesta encogiéndose de hombros.

―Además, ¿por qué siempre acabamos hablando de mí y de lo que me pasa? No soy uno de esos casos que tienes que descubrir. ―Sé que lo digo con más acritud de la necesaria y me arrepiento al instante.

―Por suerte para ti ―contesta pasando por alto mi tono―. No me gustaría nada tener que abrirte en canal.

Me da un escalofrío y no es precisamente por el helado. Tiene toda la razón del mundo, porque Gaby es técnica de la oficina forense y no me gustaría nada verme en esa fría sala.

―Eso sí ―reconozco un poco más calmado.

Veo que sonríe y de nuevo nos sumimos en un cómodo silencio, cada uno con su helado, imagino que pensando en sus cosas, aunque yo realmente estoy intentando no pensar en nada. Una vez más ella decide romper el silencio.

―Acabamos hablando de ti porque soy yo la que pregunta ―explica con tranquilidad retomando el tema anterior―. Porque yo me conozco y sé lo que me pasa o deja de pasar, pero no lo sé de ti, porque nunca me lo dices a no ser que lo pregunte específicamente. Que hay que sacarte las palabras con cucharilla, por mucho que después escribas muy bien, la verdad es que en persona te expresas muy mal.

Bufo. ¿Alguna vez he dicho que soy muy maduro? Pues sí, bufo y decido que mejor me sigo comiendo el helado mirando al frente. Sé que tiene razón, pero me niego a decirlo en voz alta.

―No se me ocurre nada... como siempre ―me atrevo a decir al final tras un ruidoso suspiro.

Ella no contesta y se limita a mirarme, taladrándome con sus ojos para que siga hablando. Mi helado se ha acabado hace rato y no me puedo entretener más con él, tendría que haberme pedido la tarrina grande.

―No voy a llegar nunca a ningún lado, Gaby. Es absurdo poner esperanzas en algo que no voy a lograr jamás. Nunca se me dio bien. Y sí, sé que escribo bien. ―Me apresuro a continuar viendo que me iba a interrumpir o a cuestionar mi idea. ¿No quería que me lanzara? Pues ya me he lanzado―. Eso no lo voy a negar, sería muy tonto de mi parte. Pero una cosa es saber expresar con palabras ciertas ideas, y otra muy distinta encontrar esa inspiración que te haga saber que por fin tienes algo bueno. No pequeñas ideas, sino La idea, ¿sabes lo que te digo?

Sé que sí que lo sabe porque aprieta los labios y asiente de manera lenta.

―Piensa que tal vez te estás presionando demasiado. No todo el mundo escribe un best seller así sin más. Seguro que la mayoría de escritores reconocidos empezaron escribiendo chorradas, y de pronto, tal vez sin ellos darse verdadera cuenta, comenzaron a escribir sobre algo que se fue convirtiendo en algo mejor. Lo mismo tienes que empezar a escribir sobre las cosas que conoces, o sobre la gente que conoces.

Pfffff ―sí, denuevo―, pero es que siempre tiene que decir cosas con sentido. La odio.

―Entonces puedo escribir sobre una "empollona" como tú que no hace más que leer y leer y leer otra vez ―bromeo finalmente.

―Y no te olvides que tiene que ser mala, como yo ―continua con la broma terminándose por fin el helado.

―¡Eso! Una verdadera bruja. Y lo mismo te pongo de amigos al torpe de Rafa y a Fernando el carismático, así te hacen compañía.

―¿Ah, sí? ―pregunta sonriendo―. ¿Y qué más?

Sé que me está dando bola pero me dejo, la verdad. Me encanta que me siga el rollo de esta manera.

―No sé. Podría ser un drama... ―digo dubitativo―. No, no se me dan bien los dramas. Podría ser comedia... aunque me parece muy difícil hacer reír, sería mucho más fácil hacer un drama. No sé, no sé... a ver... podría ser de aventuras.

Ni siquiera tengo idea de qué quiero escribir. Menudo desastre soy.

―Podría. Ya tienes los personajes, ahora empieza una historia. No tiene que ser una historia larga, pero comienza a ver dónde te llevan.

Se levanta, se sacude un poco la falda y me ofrece la mano para que me levante también. Parece que ha dado por finalizada la terapia y es hora de irnos, así que me dejo ayudar, tiramos las tarrinas ya vacías y nos marchamos rumbo a casa. No obstante, no hemos dado ni cinco pasos cuando mi teléfono suena con más insistencia de la habitual. Lo miro y compruebo que Fernando no para de mandarme mensajes y sé que espera, o más bien desespera, impaciente a que le conteste.

―Fernan ―explico y continúo leyendo―. Dice que dónde estamos, que está en la puerta de casa y no abre nadie. Que como no le conteste ya va a tirar la puerta abajo.

―Parece que es de familia, ¿eh? ―se burla.

¡Oh, venga ya! Me paro en seco para explicarme.

―¡Creí que te había pasado algo! ―insisto.

Ella vuelve a reírse de mí y me agarra del brazo para que siga andando.

―Ya lo sé, pesaaaaao. Y ahora contesta a Fernando que muy capaz es de echar la puerta abajo, otro con complejo de héroe.

―¡Puede ser el héroe de mi historia! ―comento mientras le escribo a mi amigo lo suficiente para que no haga la locura de reventar mi puerta.

―¿Y yo la mala? ¿No me lo ibas a poner de compañía? ¡Qué menos que sean malos como yo!

Me hace gracia cómo se indigna.

―Bueno, lo mismo no eres tan mala. Lo mismo os pongo de buena gente y así no tiene nada que ver con la realidad.

Salgo corriendo para huir de ella que está tratando de alcanzarme, seguro para darme un capón. Riendo y medio asfixiados por la carrera llegamos a la puerta de casa, donde encontramos a Fernando apoyado en la pared con el móvil en la mano.

―¡Al fin! ―dice en cuanto nos ve llegar.

―Estábamos tomando un helado, no veo que sea para tanto ―contesto abriendo la puerta.

―La verdad, Fernando, es que podrías haber roto la puerta, esta me gusta bastante poco, es muy fea ―dice ahora Gaby mirándola de arriba abajo con desdén.

―Vale, sí que es ya bastante vieja, pero ya te digo yo que pensándolo fríamente, no podría haberla echado abajo. Sin embargo me estoy planteando comprar un hacha para momentos así, quién sabe cuándo tendré que entrar a salvarte, princesa― bromea él haciendo una reverencia y señalando con el brazo extendido hacia dentro para que ella pase.

Me río porque mi amigo es un payaso de categoría.

―A otra con ese cuento, "caperucito" ―le dice riendo también.

Los tres entramos al salón, aunque solo Fernando se sienta en el sillón individual en el que siempre lo hace. Por momentos creo que tiene un trastorno Sheldon Cooper y se tiene que sentar siempre en el mismo sitio o le explotará la cabeza.

―¿Queréis algo? ―pregunto camino a la cocina.

―Sí, tráete una cerveza fresquita, ¡por Dios! ―me contesta Fernan.

―Yo nada, quita, quita. Si aún tengo el helado en la garganta.

Voy a la cocina y, mientras tengo la cabeza casi metida en el frigorífico escucho la voz de Fernando.

―¿A dónde vas?

―A mi cuarto, así podéis hablar tranquilamente ―escucho que explica Gaby.

Siempre hace lo mismo por lo que no me sorprende, y sé que a él tampoco. Al contrario que en otras ocasiones, cuando vuelvo al salón, decido intervenir. No me apetece que se vaya ni hay necesidad de eso, a no ser que realmente ella no quiera estar aquí.

―¿Por qué siempre crees que te tienes que ir cuando llegan los cansinos estos? ―le pregunto mientras le paso una cerveza a mi amigo y me siento en el otro sofá―. Te puedes quedar, es más, prefiero que te quedes tú a que se queden ellos.

―¡Oye!

Bah, sé que Fernando no se ha indignado ni un poquito, a pesar de que intenta hacerme creer que sí.

―¿Acaso es que tú no la prefieres también a ella? Si está claro que nos tenemos muy vistos.

―Bueno sí, visto así... ―concede.

Si es que no puede llevarme la contraria porque sabe que tengo más razón que un santo.

―Pero a lo mejor yo no os quiero tener cerca, que me pegáis vuestra tontería.

―Venga mujer, no seas así ―insiste Fernando―. Sabes que contigo en la misma habitación me vuelvo más inteligente. Me gusta esa sensación. Me hace sentir... poderoso. ―Alza uno de sus puños para reforzar la idea.

Es que es más tonto, pero el tío tiene gracia y no podemos más que reír con él.

―Dudo que seas inteligente alguna vez, pero es cierto que con ella en la habitación te crees más listo, sí ―me meto con él, quien me saca la lengua―. Siéntate mujer, que seguro que aquí el amigo ha venido para algo más que para hacerse el listo.

Al final cede y se sienta en el mismo sofá en el que yo estoy, al otro lado, también en su sitio habitual. No, si al final va a resultar que todos tenemos un poquito de Sheldon. Veo que Fernando hace una mueca con la cara que me resulta rara, porque parece algo nervioso.

―Bueno, sí. Lo cierto es que he venido porque estoy preocupado por Rafa. Llevo sin saber de él desde el viernes, cuando me dejó en casa después de estar aquí.

Alzo las cejas pendiente de lo que me dice. Ahora que lo pienso yo tampoco sé nada de él desde entonces, ni siquiera ha dicho nada en el grupo de Whatsapp que tenemos.

―Sois demasiado aprensivos, en serio ―dice Gaby―. Uno se cree que estoy muerta, el otro quiere echar mi puerta abajo, y ahora creéis que porque no sabéis algo de Rafa en cuatro días lo han secuestrado. Seguro que está bien, no os preocupéis.

―Punto uno: son cinco días. ―Cuando se pone tiquismiquis no hay quien le gane―. Y además, ¿quién ha dicho que lo hayan secuestrado? Yo lo que creo es que se ha deprimido en su casa porque la muchacha le ha dado calabazas.

―O eso o está todavía practicando su salida triunfal de los sitios, que no la tenía muy controlada la última vez ―comento divertido.

Fernando ríe conmigo y me acerca la mano para que se la choque. Somos lo peor, pero nos lo pasamos muy bien juntos.

―¡Sois muy mal pensados! A lo mejor la chica no le ha dado calabazas. Tendríais que tener más confianza en vuestro amigo del alma.

Uy, uy, uy. Algo falla aquí. Me quedo mirándola y le entrecierro los ojos en clara señal de sospecha. Por el rabillo del ojo veo que mi amigo nos mira alternativamente, seguro comprobando las distintas expresiones. Solo cuando ella me ha preguntado por qué la miraba así, he relajado un poco la expresión, aunque en ningún momento he dejado de mirarla.

―Tú sabes algo. Y no es una pregunta, sino una afirmación.

―¿Yo? ¿Qué voy a saber yo? Sólo digo que le tendríais que tener un poco de fe, nada más. ―Se levanta y se alisa un poco la falda, lo que parece ser una manía en ella―. ¿Queréis beber algo más?

Ambos negamos y enseñamos nuestros botellines, en los que aún nos queda bebida. Ella sale del salón, un poco más rápido de lo que hubiera sido recomendable si no quería que confirmara mis sospechas.

Hablo en voz baja con Fernando sobre nuestro próximo plan de acción, y tomamos la determinación de mirarla hasta que nos diga todo lo que queremos oír. Cuando vuelve con su refresco en la mano y sienta de nuevo en su sitio, comienza nuestra inquisición telepática. Son un par de minutos en un inquietante y sepulcral silencio. Todos bebemos lentamente, nosotros sin dejar de mirarla, y ella devolviendo esas miradas con total indiferencia. Tenemos pocas posibilidades de ganar ya que la experta en este juego es ella, así que seguro nos rendiremos más pronto que tarde.

―¡Suéltalo ya! ―Sí, al final he sido yo el que se ha rendido, para desesperación de Fernando―. Seguro que sabes dónde está o lo que está haciendo y no nos lo quieres decir.

―Si no os lo quiero decir por algo será, ¿no?

―¡Ajá! ―Mi amigo la señala con un dedo―. ¡No lo niegas!

Gaby niega con la cabeza lentamente, con una media sonrisa socarrona. Tengo claro que no va a soltar prenda.

―No estoy autorizada a ello, y no voy a incumplir la palabra que he dado. Sólo voy a decir, para que os quedéis más tranquilos, es que Rafa está bien y no os tenéis que preocupar. Probablemente a finales de esta semana volveréis a tener noticias de él. Si el domingo no sabes nada ―continúa ahora dirigiéndose concretamente a él―, te diré dónde ha ido y te autorizo que vayas a buscarlo o llames a la policía, si es lo que quieres, aunque a mí me parezca una exageración.

Me parece justo, y parece que a él también porque da una seca cabezada en señal de acuerdo y ella la secunda. Por fin podemos disfrutar de las bebidas tranquilamente y parpadeando todos con normalidad, hablando de cosas que nada tienen que ver con la repentina e intrigante desaparición de mi torpe amigo, y del por qué nosotros no conocemos su paradero y Gaby sí.

Son casi las nueve de la noche y Fernando decide irse a casa, dejándonos de nuevo solos. La idea es preparar algo ligero para cenar e irme pronto a la cama. Aún me quedan dos días de madrugar antes de que lleguen mis tan ansiadas vacaciones. No suelo tener problemas en quedarme trasnochando pero estoy extrañamente cansado, sin tener muy claro el motivo. Tal vez tanto pensar en rellenar mi bloc de notas me está trastornando, pero estoy decidido a ponerme mañana a tope y no me levantaré de mi silla hasta que no tenga un esbozo de algo. Tal vez no sea la idea definitiva, pero seguiré el consejo de Gaby de ir poco a poco.


¡Poooooor fin! Adoro los viernes, me encantan y no lo puedo evitar. Mucho más cuando es el viernes que da comienzo a mis vacaciones, aunque aún tiene que terminar mi jornada en este infierno cálido. Está siendo uno de los días más calurosos del verano y encima con terral, pero lejos de estar sofocado que sería lo normal, tengo puesta una camiseta de manga larga y el cuello envuelto por un pañuelo al más puro estilo Pablo Alborán. En este maldito lugar el aire acondicionado hace que nos congelemos en verano y que nos muramos de calor en invierno. Tenemos nuestro propio microclima.

Sin embargo, casi que prefiero el frío que tengo al calor abrasador y al ambiente irrespirable de la calle, por eso mismo al hablar con mis amigas ni nos planteamos salir "al fresquito" y decidimos comer en una de las salas de descanso. Cuando llego veo que la sala está bastante concurrida y que mis compañeras ya están allí calentándose la comida.

―Por fin llegas, amore ―me dice a modo de saludo Alejandra, que está en ese momento sacando un refresco de la máquina―. ¿Quieres algo de beber?

Asiento en respuesta y le sonrío a modo de agradecimiento. Aprovecho para sentarme al lado de Jose que ya está dando buena cuenta de su comida.

―¿Hoy tampoco has traído comida? ―pregunta de nuevo Ale, ofreciéndome la lata de refresco que acababa de sacar para mí.

―Es que me dio pereza anoche... otra vez.

Vale, ya noto las risitas y las miradas cómplices entre estas dos. Las miro entrecerrando los ojos y, a pesar de que estoy rodeado de gente con la que no tengo la misma confianza que con ellas ―a pesar de conocerlas desde hace años también―, decido armarme de valor y preguntar de qué se ríen, aunque sé que me voy a arrepentir.

―¿Pereza o que te has acostumbrado a lo bueno? ―No sé si se supone que esa sea una respuesta a mi pregunta.

―No sé de qué me hablas. ―Ajam, una salida muuuuuy digna.

Le doy un largo buche a mi bebida, intentando así zafarme de vete a saber qué. Ni yo lo tengo claro.

―Te habla ―empieza explicando ahora Ale―, de que llevas sin traerte toda la semana. Y no te hablo de la anterior porque me la perdí. Y te habla también de que te estás acostumbrando a comer con tu compiiiiiiii ―finaliza alargando la i final con una absurda y pegadiza musicalidad.

―Y ahora dirás que no sabes de qué te hablamos.

Ambas se ríen, como el resto de las presentes he de decir, y continúan comiendo tranquilamente. Puedo intentar hacerme el indignado, pero no llego a ninguna parte con ello, porque es la purita verdad y no lo puedo negar.

―Bueno, ¿y qué? ―Total, de perdidos al río―. Tendré que aprovechar que está de vacaciones y no le importa comer tarde, ¿no? Cuando termine sus vacaciones comenzará la rutina y ya no me esperará porque llegará enmayá*.

―Di que sí, chiquito, tú aprovecha que nunca se sabe. Lo mismo un día de estos compartís un espagueti gigante que está en ambos platos y acabáis como la dama y el vagabundo ―bromea Jose, lo que provoca de nuevo la risa de Ale y de todas las demás, que no disimulan a la hora de escuchar la conversación.

―Sois todas unas cotillas ―les digo con una leve sonrisa en la cara que no puedo evitar, la mamona ha tenido gracia―. Si no hiciera un calor de mil demonios me iría indignado de aquí. Encima estoy rodeado, no hay ningún hombre aquí que pueda defenderme ―me lamento con dramatismo.

―Y aunque lo hubiera ninguno te defendería ―dice una de las cotillas.

Vuelvo a escuchar cómo ríen y como única respuesta le saco la lengua infantilmente y sigo dando buena cuenta de mi bebida. No tengo nada más que decir, porque además sé positivamente que cualquier cosa la usarán en mi contra, así que decido cambiar de tema para llevar lo mejor posible los quince minutos que me quedan de descanso.

―Hoy Roberto me ha auditado una llamada ―digo para cambiar de tema.

Sé que es un tema seguro y funciona a la perfección porque de pronto los murmullos se hacen notar. Comienzo a explicar los motivos por los que estaba indignado, que no eran pocos, y todas por fin se ponen de mi lado.

―Ya sabes sobre qué puedes escribir ―comenta Jose una vez que me desahogo―. Sobre el peloteo que la gente tiene aquí. Tendrías material para rato, porque aquí es dar un carguillo y creerse más que nadie.

Conseguí lo que quería, pues con un tema totalmente alejado de mí, continuamos hablando el resto del descanso e incluso hasta el final del día. Las actitudes de los jefes casi siempre nos sacan de quicio y nos da para hablar durante horas, así que me relajo.

El último minuto lo paso mirando el reloj de forma constante e impaciente. Los segundos tienen que pasar lo quiera o no el tiempo, el universo, el karma o lo que sea, pero se me hace eternísimo. En cuanto dan las cuatro, me desconecto y me voy sin demora alguna hacia Jose y Ale, a las que doy un beso de despedida.

―Hasta dentro de dos semanas ―les digo acelerado antes de salir corriendo de allí.

He aparcado relativamente cerca y si me voy rápido tengo muchas posibilidades de evitar la caravana que se forma a la salida del Parque tecnológico. ¡Arg! De verdad, qué asco de accesos tiene, es horrible.

Llego bastante pronto a casa y allí está Gaby, efectivamente, esperándome para comer. Si es que más bonita no se puede ser. Vale, puede que mis amigas tengan razón y se esté convirtiendo en costumbre, aunque tengo claro que es una costumbre con fecha de caducidad. Cuando acaben sus vacaciones y vuelva a su jornada habitual ―y con ello a desayunar bastante antes―, no va a esperar hasta las cuatro para comer. Ni yo lo pretendo, eso no es para nada sano. Pero mientras dure tengo que disfrutarlo.

Al terminar continuamos con la rutina del té para ella y el café para mí, y no pierdo oportunidad de meterme con ella por ser una friki de las infusiones. ¡Si tiene más de cien sabores distintos! Y además no entiendo por qué tantos supuesto sabores cuando para mí todas saben igual: mal.

―Bueno, ¿qué tenemos para hoy? ¿Toca preparar el blog o nuevo libro sobre mí de bruja?

Inflo los carrillos de aire antes de expulsarlo fuertemente y contestar. No es una difícil decisión teniendo en cuenta que ya tenía la idea.

―Toca blog, aunque ya sé el tema. "Pelotear a un jefe... ¿Necesidad o ganas de hacer el tonto?" ―comento con cierto toque teatral―. Pero lo mismo cuando termine me da tiempo a seguir delante de mi libreta en blanco. Me apetece muchísimo.

Sí, exactamente igual que clavarme un tenedor en el ojo. Y ella lo sabe, porque me conoce y lee mi expresión.

―¡No seas así! Haz algo cortito, ¡una mini historia! ―Me hace gracia que lo dice con la ilusión de que se le haya ocurrido la mejor idea del siglo―. Más largas que las de tu blog, que ya me has dicho que van a ser de opinión, pero que no sea un libro de quinientas páginas.

Me río porque solo el hecho de llegar a cien páginas ya me parecería todo un logro.

―Ojalá llegara a las quinientas páginas. ¿Te imaginas? Sería aburridísimo, ¿sobre qué escribiría? ―me burlo.

―¡Eeeeh, idiota! ―Me da un golpe en el brazo―. Yo me he leído muchos libros de quinientas páginas y más, y no me han parecido aburridos. Algunos sí, no te lo niego, pero la gran mayoría no.

―Tú es que te lo lees todo. Yo soy más de esperar la película ―continúo con sorna.

Leo bastante y ella es consciente de eso por lo que no me hace mucho caso. Precisamente el leer mucho me lleva a querer ser escritor y contar yo mismo la historia. Igual que leyendo un libro soy capaz de viajar a otros lugares o mundos; odiar o querer a personajes que no existen; o verme reflejado en ellos; también leyendo he deseado ser yo el creador de esa historia capaz de transportar a alguien.

―¡Pero qué tonto eres! Anda, ponte ya y sorpréndeme con tu bloggggg ―dice exagerando el sonido de la ge―. ¡Carajo! Me voy a hacer polvo la garganta.

Suelto una carcajada y me levanto rumbo al estudio. Me siento tranquilamente en mi silla giratoria y le doy al botón que enciende el ordenador. Mientras el sistema se inicia muevo la cabeza de un lado a otro, provocando que suene algún que otro inquietante crack. Ya que estoy, me crujo también los dedos de las manos, con todas mis esperanzas puestas en conseguir teclear a toda velocidad.

Una vez la musiquita de inicio de Windows suena abro un documento nuevo. No, no quiero repetir la experiencia que tuve una vez: escribí directamente un comentario larguísimo en una página web y se me borró de la nada. Así que me posiciono de nuevo delante de un folio en blanco. El cursor parpadea llamando mi atención y, sin darme siquiera cuenta, tamborileo con los dedos en las frías teclas.

Frunzo un momento el ceño, pensando que ni eso voy a poder hacer, cuando me doy cuenta de que ya sé lo que quiero decir aunque aún no haya pensado cómo hacerlo, así que decido dejar de pensar en ese folio en blanco y simplemente escribir. Hice uno.


*Enmayá: con mucha hambre. Desmayada. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro