━ 𝐕𝐈: Tengo mucho que contarte

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── CAPÍTULO VI ────

TENGO MUCHO QUE
CONTARTE

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( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        EL ARDOR QUE SENTÍA EN LAS PIERNAS la instó a detenerse. Catriona redujo la velocidad hasta que dejó de correr, cosa que sus pulmones agradecieron enormemente. Sus pies, que calzaban unas cómodas zapatillas de deporte, se anclaron al suelo asfaltado y ella se dobló por la cintura para poder recuperar el aliento. Apoyó las manos en sus temblorosas rodillas y cerró los ojos mientras su pecho subía y bajaba a una velocidad desenfrenada. Segundos después, cuando su respiración y sus latidos se acompasaron, recuperó la verticalidad y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano.

Llevaba días sin salir a correr, y esa mañana por fin había podido retomar aquella costumbre que tanto le gustaba y de la que tanto disfrutaba. Aunque el motivo que la había empujado a ello era el mismo que le impedía dormir por las noches desde hacía prácticamente una semana.

Las pesadillas.

Esa madrugada se había despertado abruptamente, con el cuerpo empapado en sudor y unos temblores que le habían hecho castañear los dientes. El terror y la angustia que la habían embargado desde que su mente se había sumido en aquella esponjosidad característica del mundo de los sueños se habían arraigado tanto a sus huesos que le había resultado imposible no sufrir un pequeño ataque de pánico. Pero, por suerte, no había llegado a despertar a Michael, que dormía en el cuarto de al lado. Estaba acostumbrada a sufrir ese tipo de episodios, a tener que lidiar con la ansiedad de manera constante, de ahí que no necesitara a nadie para recomponerse. Ya no.

Se había acurrucado en la cama y había cerrado los ojos. Y, entonces, mientras inhalaba por la nariz y exhalaba por la boca, se había puesto a repetir internamente su mantra, aquel al que siempre acudía cuando sentía que todo se le venía encima: «estoy en calma y en paz. Estoy a salvo. Estoy en casa». Y así se mantuvo durante diez interminables minutos, hasta que el miedo se esfumó y su corazón volvió a latir con normalidad.

Después de eso se negó a intentar dormir de nuevo. No quería arriesgarse a que una nueva pesadilla la asaltara en pleno descanso, de modo que se dio una ducha relajante y, ya de regreso a la que se había convertido en su nueva habitación, se dispuso a vaciar su maleta y a colocar todas sus cosas en el armario y la cómoda. Aquello la mantuvo ocupada durante la siguiente media hora y, cuando finalmente los primeros rayos de sol comenzaron a atravesar las finas cortinas que cubrían las ventanas, decidió salir a correr para poder despejarse.

Y ahí estaba ahora: exhausta pero con una sensación vivificadora recorriendo cada fibra de su ser. Le había dejado una nota a su tío en la mesa de la cocina, explicándole que estaba haciendo deporte y que volvería en un rato, y había aprovechado la carrera para poder familiarizarse nuevamente con las calles de Charming. Había pasado frente a diversos locales y establecimientos, como la barbería del viejo Floyd o la floristería que tanto frecuentaba su madre. E incluso había cruzado el parque al que solía ir cuando era pequeña.

Era extraño regresar después de haber estado toda una década fuera, pero el hecho de que aquel pueblecito estuviese prácticamente igual a cuando se había marchado la ayudaba a sentirse como en casa. Aunque nadie la había reconocido todavía, más allá de Michael. Pero era normal, dadas las circunstancias. Apenas llevaba un día en Charming, así que realmente no había tenido la oportunidad de dejarse ver por el barrio.

Se forzó a caminar para que sus extremidades inferiores no se agarrotaran y miró la hora en su reloj de muñeca.

Las nueve y media de la mañana.

Siguió andando mientras miraba a su alrededor. Sentía una nostalgia desoladora en aquellos momentos, puesto que estar allí era como viajar en el tiempo, concretamente al pasado. No pudo evitar preguntarse cómo habría sido todo —su vida— de haberse quedado. Habría continuado en el instituto, sin tener que empezar de cero ni adaptarse a uno nuevo, y habría contado con la amistad y el apoyo incondicional de Raine, quien la habría ayudado a hacer más llevadera la muerte de su progenitor, al igual que su tío. Y lo más importante de todo: no habría tenido que experimentar nada de lo que había vivido y sufrido en Irlanda del Norte. Aunque también era cierto que, de no haberse mudado, jamás habría llegado a conocer a Trinity o a Cillian, quienes se habían convertido en sus principales pilares en Belfast, logrando llenar en la medida de lo posible el enorme vacío que había dejado Raine.

Tragó saliva, pensando en la que había sido su mejor amiga de la infancia. Michael le había comentado que seguía viviendo en Charming, en un pequeño apartamento que no quedaba muy lejos del Black Rose. Aunque había estado fuera durante unos años para estudiar la carrera de Bellas Artes, su sueño desde niña.

Una parte de ella ansiaba tanto reencontrarse con Raine, volver a tenerla frente a frente y poder estrecharla entre sus brazos... Pero la otra era consciente de que había pasado mucho tiempo, demasiado. El suficiente como para que la rubia no quisiera saber nada de ella. La conocía, sabía cómo era, y estaba convencida de que la odiaba por haber desaparecido de su vida de forma tan repentina. De ahí que no se atreviera a ir al taller, aún no.

Parpadeó varias veces seguidas y sacudió la cabeza. Solo entonces reparó en que sus descontrolados pasos la habían conducido hacia un lugar que hizo que el corazón se le encogiera dentro del pecho. Un sitio que no pisaba desde el fatídico día en que tuvo que decirle adiós a una de las personas que más quería en el mundo.

El cementerio.

La enorme puerta de forja se erguía frente a ella con la misma monstruosidad que recordaba. Y, más allá de la verja oxidada, infinidad de lápidas y mausoleos de piedra y mármol se extendían metros y metros a través de un mar de hierba verde y fresca.

Se quedó parada frente a la puerta, completamente inmóvil. La última vez que había estado allí, hacía diez años, había perdido una parte de sí misma. Había entrado con el corazón entero —pero resquebrajado— y salido con una porción menos. Entre tanto dolor y sufrimiento le gustaba pensar que ese trocito había sido enterrado junto al féretro de su padre, que ella misma lo había dejado allí para que Craig no se sintiera solo allá donde estuviese.

Ahora dudaba que le quedase nada para entregar.

Respiró hondo y exhaló despacio, tratando de mantener sus inestables emociones bajo control. Entonces sus piernas se movieron por sí solas, como si gozaran de libre albedrío. Y ella... Ella no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar.

Le sorprendió recordar el camino hacia la tumba de su progenitor, aunque enseguida supuso que, por más que transcurriera el tiempo, había cosas que simplemente no se podían olvidar. 

Aquel cementerio continuaba provocándole escalofríos. Las estatuas de piedra, que representaban a diversas figuras celestiales, parecían escudriñarla con ojos juzgadores y el silencio mortuorio —nunca mejor dicho— que inundaba cada rincón de la amplia parcela resultaba de lo más crispante. Pero ahí estaba igualmente, frente a aquella lápida de mármol que apenas había tenido la oportunidad de visitar.

Algo en su interior se quebró al ver que se encontraba en perfectas condiciones, que permanecía limpia y que incluso a sus pies había flores que aún no se habían marchitado del todo, señal inequívoca de que Michael acudía allí con bastante frecuencia. Pero la verdadera sacudida llegó cuando sus ojos se posaron en las palabras que había grabadas en su superficie, cuando leyó el epitafio que tanto llanto había causado en su madre el día del funeral.

Craig Bradley Dawson
20 de julio de 1964
5 de abril de 1998
Amado esposo, padre, hermano y amigo

«Vive rápido.
Muere joven.
Sé salvaje.
Y diviértete».

El corazón se le encogió dentro del pecho, y Catriona deseó poder arrancárselo para dejar de sentir aquel dolor tan lacerante y tortuoso. Sus iris azabache se anegaron en todas esas lágrimas que no se había permitido derramar en los últimos días. Pero, a pesar de las ganas que tenía de derrumbarse, se contuvo.

Tragó saliva y apretó los labios en una fina línea blanquecina. Esa misma semana se había llevado a cabo el funeral de su abuela materna, por lo que el sentimiento de pérdida era mucho más intenso —y estaba mucho más presente— que de costumbre.

Extendió el brazo izquierdo y apoyó la mano en el mármol de la lápida. Acarició su fría superficie con la yema de los dedos y, tras esbozar una sonrisa que reflejaba a la perfección la vorágine de emociones que se había desatado en su interior, tomó asiento frente a la tumba. La hierba estaba algo húmeda a causa del rocío de la mañana, pero, o no lo notó, o le importaba más bien poco.

—Hola, papá. Cuánto tiempo... —musitó con un hilo de voz—. Tengo mucho que contarte.

Había perdido la noción del tiempo.

Luego de una hora sentada frente a la lápida de su progenitor —durante la cual había hablado con él, poniéndole al día de cómo había sido su vida desde que se habían marchado de Charming—, decidió que ya era momento de regresar a casa. Se había entretenido bastante, más de lo que tenía planeado, de manera que esperaba que Michael no estuviese demasiado preocupado.

Así pues, Riona se puso en pie y se sacudió los leggins con brío. Se aseguró de que la larga cola en la que se había recogido el pelo estuviese en perfectas condiciones y, tras despedirse de su padre, se dispuso a regresar por donde había venido.

O al menos esa era su intención.

Apenas se dio la vuelta, reparó en la presencia de una segunda figura en aquella zona del cementerio. Al principio no le prestó demasiada atención, dado que estaba cansada y solo le apetecía volver a meterse en la ducha, pero, en cuanto se dio cuenta de que era un hombre rubio que llevaba un chaleco de cuero con el emblema de los Hijos de la Anarquía, el corazón le dio un nuevo vuelco.

Se quedó paralizada, con todos y cada uno de sus músculos en tensión. Su respiración, hasta ahora pausada, había vuelto a agitarse y en su mente no dejaba de resonar un único nombre.

Jackson Teller.

El hermano mayor de Raine.

Contuvo el aliento, como si temiera que el hombre pudiera oírla y, por tanto, descubrir que no estaba solo, a pesar de que los separaba una distancia considerable. Solo podía ver su perfil, puesto que se encontraba frente a otra lápida junto a la que ondeaba una bandera de los Estados Unidos, pero estaba convencida de que era Jax. Su porte, su altura, su complexión, su cabello dorado como los rayos de sol... Definitivamente era él.

Todavía inmóvil, Riona llegó a la conclusión de que él también había ido a visitar la tumba de su padre. De ahí la bandera junto a la lápida, distinción que solo se les hacía a quienes habían formado parte del ejército, como JT.

Una extraña sensación de familiaridad la embargó de pies a cabeza. Habían pasado diez años, sí, pero, sorprendentemente, el mayor de los Teller lucía tal y como lo había conservado en su memoria, con ese aire macarra que siempre le había caracterizado. Incluso llevaba el pelo de la misma forma: largo hasta la mitad del cuello. Lo único que había cambiado en él era la presencia de una tupida barba oscureciéndole la mandíbula y el hecho de que ahora era más corpulento. Pero, por lo demás, estaba exactamente igual.

El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando, sin siquiera preverlo, Jax viró la cabeza en su dirección, como si percibiera que alguien lo estaba observando. Catriona se puso más rígida de lo que ya estaba, especialmente cuando los orbes celestes del motero se posaron en los suyos, que eran tan oscuros como una noche sin luna.

«No, no, no... Ahora no», pensó en tanto cerraba las manos en dos puños apretados. Aún no estaba preparada para tener un reencuentro con el club, y mucho menos con la familia Teller-Morrow. «Actúa con normalidad, Riona. Si a Michael le costó reconocerte, a Jax le pasará lo mismo», se dijo a sí misma en un vano intento por tranquilizarse.

La muchacha se aclaró la garganta y se colocó un mechón rebelde detrás de la oreja, para posteriormente forzar a sus piernas a que se pusieran en movimiento. También cortó el contacto visual con el rubio, aunque no pudo evitar lanzarle alguna que otra mirada de soslayo. La manera en que este entornó los ojos mientras la escrutaba en la distancia, como si algo en ella hubiese llamado su atención, hizo saltar todas sus alarmas.

Por suerte para Catriona, un politono rompió la quietud que hasta ahora había imperado en el cementerio. Ella se había deshecho de su móvil en la estación de autobuses de Oakland —y aún no se había comprado uno nuevo—, de modo que solo podía ser de Jackson.

Su teoría se confirmó cuando el hombre apartó la vista de ella para poder rebuscar en el bolsillo lateral de sus vaqueros. Instantes después sacó su teléfono móvil y, luego de descolgar, se lo llevó a la oreja. Sus labios se movieron, y una parte de Riona lamentó no poder estar más cerca para escuchar de nuevo su voz.

Lo que sí hizo, en cambio, fue aprovechar la distracción de Jax para poder escabullirse como ya estaba acostumbrada a hacer.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 01/04/2023

— ೖ୭ Número de palabras: 2291

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, hijos e hijas de la anarquía!

Pues aquí tenéis un nuevo capítulo de Ramé. Sé que es bastante cortito, pero consideraba necesario meter un cap. así para que pudierais conocer mejor a Catriona. En capítulos anteriores mencioné que tiene pesadillas casi todas las noches, pero hoy hemos descubierto que también padece ansiedad y que, de vez en cuando, sufre pequeños ataques de pánico. Creo que ya lo he comentado más de una vez, pero, para mí, esta historia no es un simple FanFic, ya que con ella quiero abordar temas bastante fuertes y que considero sumamente importantes, como lo es la salud mental. El caso es que Riona no está pasando por una buena racha, cosa que se verá reflejada en los siguientes caps. :')

Por otro lado, Craig lleva varios años fallecido, pero ya habéis visto que su recuerdo aún perdura. ¿Tenéis ganas de descubrir más detalles sobre él? Porque yo estoy deseando colar pequeños easter eggs a medida que avancemos en la trama, jeje. Del mismo modo que también me muero de ganas por desvelar ciertas cositas acerca de la estancia de Catriona en Belfast u.u

¿Y qué me decís de esa primera toma de contacto con Jax? Me apuesto lo que sea a que en estos momentos me odiáis, aunque solo sea un poquito xD Ese amago de reencuentro nos ha dejado con ganas de más, pero pronto tendréis escenitas protagonizadas por estos dos, lo prometo =P

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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