EPISODIO 1, ESCENA 20: En la que un "príncipe" se aviene al convenio.

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Cordelia ha aparcado el coche bajo el puente de LilHaven, la zona comercial de Cloven. Algunas tiendas comienzan a abrir sus persianas metálicas. Hay poco transeúntes por ahora y, los que hay, se dirigen a las cafeterías para recoger su café para llevar.

—¿Una casa de préstamo? —pregunto. No me lo esperaba.

—Un Bazar, Astrid, fresita mía —responde Cordelia ajustándose las gafas.

—¡Duh! Nunca había visto este lugar, y yo me conozco todos los rincones exóticos de esta ciudad —argumenta Alabama.

—No lo has visto antes, preciosidad, porque no eras un oyente.

Eso es nuevo.

—¿Quieres decir que hay lugares que solo pueden percibir los oyentes? —pregunta él.

—Si su dueño es un oyente de los chiplocudos, puede situar una versión de dicho local en una frecuencia anexa y dejarla abierta para que otros oyentes puedan acceder a ella, sobre todo si saben lo que buscan. Por ejemplo, este lugar no es más que un establecimiento vacío en traspaso para todo aquel que transita las calles, pero, para nosotros, es un Bazar. Se nos permite vislumbrar su verdadera naturaleza, más que nada porque yo lo he buscado expresamente.

»En cuanto crucemos sus límites, pasaremos a una realidad aledaña y los no oyentes quedarán excluidos de ella.

—¿Frecuencia anexa? ¡Espera, espera! Ñe goni lóshadei! Eso es justo lo que hizo ese policía que me atacó en la academia, me arrastró a una especie de espacio vacío que era una copia del lugar —reflexiona Alabama. No parece gustarle la idea de entrar ahí.

—Son frecuencias menores que se dan entre las frecuencias más estables. ¡Y basta de cantinflear!, ya les explicaré todo esto más tarde.

—Todo parece sacado de una peli de las Wachowski —murmuro.

Cordelia comienza a bajar las escaleras con gran agilidad teniendo en cuenta sus tacones imposibles. Nosotros la seguimos. Al cruzar los límites del inmueble, no puedo evitar notar una presión en la cabeza y un ligero cambio en el ambiente. Los sonidos se tornan más apagados y los colores también se ven menos saturados. La frecuencia anexa.

El Bazar está precedido por un largo pasillo enmoquetado. Lámparas de cobre con adornos orfebres han sido instaladas a cada lado de la pared y el cemento ha dejado paso a un papel pintado satinado con motivos hindúes.

—Y, por curiosidad, ¿qué venden aquí? —pregunto.

—Personas.

—¿Qué? —Alabama me coge del brazo.

—¿Está bromeando, verdad, Astrid? —Me estruja el brazo como una esponja.

—¡Suelta, baka! —Me zarandeo para liberarme de su tenaza. ¡Menudo agarre tiene!—. Pues claro que está bromeando.

—No, es la neta —responde Cordelia sin dirigirnos la mirada—, pero con personas me refiero a oyentes independientes. Todos trabajan para el dueño de este lugar y alquilan sus servicios a diversos clientes.

—¿Nos estás metiendo en una cueva de mercenarios? —No doy crédito.

—¿Y para qué nos necesitas? —Buena pregunta, Al.

—Meros refuerzos. El mandamás de este lugar y yo no somos compadres. Tuvimos nuestros tratos en el pasado, pero también nuestras desavenencias. —Cordelia gira la cabeza y nos mira—. Más de lo segundo que de lo primero. —Vuelve a mirar al frente—. Digamos que no acabamos en buenos términos.

—¿¡Y por qué narices venimos!? —Otra buena pregunta, Al.

—Porque le necesitamos. Y yo tengo algo que él quiere, algo por lo que estaría dispuesto a matar. Quizás podamos llegar a un acuerdo. Eso estaría chido.

El pasillo parece volverse más lujoso y ornamentado por momentos.

—Tengan sus diales a mano y prepárense —nos advierte—. Solo venimos a platicar, pero nunca se sabe.

Piszdéts! ¿Quién me mandaría venir con vosotras? Yo y mi debilidad por las mujeres peligrosas. —Observo que Alabama aprieta el puño. Su bala debe estar a flor de piel—. Espero tener buen aspecto, al menos. —Se atusa el flequillo.

Le dirijo una mirada de incredulidad. Alabama esboza un gesto cómico a la vez que retador.

—Una buena presencia es tu primera línea de defensa —dice él alzando la barbilla—, y de ataque.

Pongo los ojos en blanco. Este hombre es tremendo.

Seguimos avanzando y llegamos al final del corredor. Lo que presenciamos nos deja sin habla. Escaleras de mármol, suelo de ónix blanco alfombrado, paredes de madera lacada, sofás de seda rodeando mesas de té, stands donde se exponen armas de lujo y colecciones de libros antiguos. Por las escaleras, se sube al segundo piso y allí arriba se ven corrillos de gente de lo más variopinta haciendo negocios. No puedo evitar fijarme en los techos de vidrieras con motivos mitológicos orientales. Todo tiene un claro estilo hindú.

—¿Bazar?, ¿a esto le llamas Bazar? —digo—. Esto es como si mezclaras el Harrowds con el Wafi Mall.

—Puede que sea más acertado considerarlo un lugar de negocios que un lugar de comercio. Síganme —dice Cordelia.

Ignoramos los puestos y subimos la escalera de mármol. Alcanzamos el segundo piso. Algunos integrantes de los diversos corrillos nos escudriñan al pasar. Al llegar al final de la escalera, en el tercer nivel, nos encontramos con una amplia sala de recepción. Hay anuncios colgados en los paneles acristalados. La mayoría, son ofertas de trabajos o perfiles de mercenarios.

Leo algunos al pasar:

«Denver Darren. Distorsión principal: provocar vértigos. Independiente en segunda forma. Disponible para convenio. Cuota mensual: 1800 euros».

Vaya, solo les falta poner «exótico, especialidad en beso francés». No puedo evitar soltar una risita. Alabama me mira socarrón, intentando adivinar el motivo de mi divertimento. Cordelia echa una mirada sobre su hombro, observa los paneles y sonríe.

—También se ofertan en la web, en páginas seguras. Son perfiles de contratación. Las emisoras echan mano de los independientes para varios asuntos. Durante la Gran Transmisión, los independientes vinculados por convenio resultan muy útiles. Incluso sin convenio, son perfectos para lidiar con asuntos internos.

—¿Asuntos internos? —pregunta Alabama. Yo también hago un gesto interrogante.

—Bueno, ustedes ya conocen la segunda regla: «Los oyentes de una misma emisora no pueden usar sus diales unos contra otros». Esta regla no se aplica a los independientes.

—¿Los usan de topos en sus propias filas? —¡Qué bonito!

—Y de "chicos de la limpieza". Ya me entienden. —Cordelia chasquea la lengua imitando el percutor de una pistola.

—Joder —dice Alabama.

—A veces solo necesitan un par de manos extra que sean prescindibles, por si la cosa no sale bien —añade la mexicana.

—Cada vez me agrada más la gente de las emisoras. —Pongo los ojos en blanco.

—Son un encanto —apostilla Alabama.

Llegamos al final del pasillo alfombrado. Cincuenta metros más adelante se encuentra una gran puerta de caoba de casi dos metros de alto. Un par de mujeres hacen guardia; una bajita y rechoncha, la otra alta y de rasgos marcados. Ambas son de piel café y van vestidas con coloridos atuendos.

Al ver que nos acercamos, nos hacen una señal para que nos detengamos.

—Esta es un área restringida. Cualquier transacción puede hacerse en la zona comercial o en los recintos de negocio —nos informa la mujer rechoncha.

—Huga y Ronda, creo recordar. ¿Ahora son sus guardaespaldas?

Las mujeres intercambian miradas, no la reconocen. Cordelia suspira y dice:

—Quiero hablar con Kaala.

—¿Quién le busca? —La centinela bajita alza el rostro para mirar a la cara a Cordelia.

—Se ve que ustedes no me recuerdan. Díganle que Cordelia Castillo quiere verle y que tiene una oferta que puede interesarle.

La mujer rolliza la mira con desconfianza, arrugando la nariz como si algo le oliera mal. Indica con la cabeza a su compañera que espere ahí, abre una de las hojas de la gran puerta y desaparece tras ella.

—Bien "tiesita" su locochona, ¿eh? —le dice Cordelia a la mujer que ha quedado de guardia. La mujer alta gruñe en respuesta.

No sé si nuestra nueva compañera oyente es así de cáustica y directa debido a la edad. Todo el mundo creería que, con la edad, te vuelves más paciente, pero mi experiencia personal es la contraria. No puedo evitar pensar en mi abuela paterna Kimiko, agria como la sopa de cebollas y con más yan que yin en sus venas. Bueno, miento, lo que había en sus venas era, más que nada, sake y anís.

Quizás, cuando llevas más de siglo y medio (como Cordelia) interactuando con la raza humana, ves los protocolos como algo ridículo y cambiante. Recuerdo haber leído una expresión del español castellano que decía: «Para lo que me queda en el convento, me cago dentro». En el caso de Cordelia sería más bien: «Para lo que todavía me queda aquí dentro, me cago en todos vosotros». No puedo evitar reírme de mi propia estupidez.

La mujer gruñe de nuevo, esta vez mirándome a mí, y no es la única. Emito un silbido distraído y finjo un interés desmedido por los adornos de las paredes.

Oímos pasos que se aproximan. La pesada puerta vuelve abrirse y la mujer rechoncha nos hace una indicación con la mano.

—Dice que podéis pasar.

La otra mujer gruñe una tercera vez aún más fuerte. Me pregunto si sabe hablar tan siquiera. El caso es que seguimos a la otra centinela bajita al interior.

Si ya aquel recibidor nos parecía excesivo, ¿qué decir de la estancia en la que acabamos de entrar? Arcadas y columnas de madera colorida perforadas por nichos, suelo de basalto y telas de primera calidad colgadas de las paredes a modo de cortinajes.

Lanzo un suspiro audible. Cordelia me da una explicación que no he pedido.

—Arquitectura maratha con un toque modernista —aclara—. Este pinche sabe rodearse de lujo.

—Mal gusto no tiene, no. Zamechatel'nyy! Algún día tú también vivirás así, Alabama —oigo al rubio decirse a sí mismo.

Al final de la sala, en un altillo al que se llega por unas escaleras alfombradas, hay un área de descanso con varios sofás. Repanchingado en el sofá del centro está uno de los hombres más atractivos que he visto jamás. Alto, piel cobriza, barba fina y bien cuidada; orígenes hindúes, sin duda. Sus ojos son de un negro alquitrán y puedo distinguir algunos rizos morenos escapándose de su pagri color gris perla. Viste un kurta violeta con motivos oscuros y unos pantalones de algodón negro a juego con sus chinelas.

Se yergue en el sofá, me doy cuenta de que sostiene un bastón de madera de sándalo con empuñadura y puntera reforzadas en obsidiana. Despacha con un gesto a su centinela que, no muy contenta con esa orden, sale de la habitación a regañadientes. Luego le sonríe a Cordelia.

Esta, interpretando la sonrisa como una bandera blanca, se acerca con paso decidido a la zona de descanso. Nosotros la seguimos.

—Buenos días, Kaala. ¿Acaba usted de despertarse? Pájaro madrugador...

—Caza el gusano —responde Kaala con voz suave.

Veo que Cordelia se queda congelada un momento y luego se gira para gritarnos algo, pero solo escucho el golpe que da el bastón del tal Kaala en el suelo. Puedo percibir una honda luminiscente que recorre el alfombrado y alcanza nuestros pies.

—¡Aléjense! —repite Cordelia. Esta vez, sí que la oímos.

Alabama es el primero en intentar huir de un salto, pero veo que se da un golpe en la cara y cae al suelo. ¿Qué ha pasado?, ¿contra qué ha chocado? Yo, que voy tras él, freno en seco y extiendo la mano para tocar una superficie invisible. Al retirar los dedos, veo expandirse una luminiscencia. Puedo percibir cómo esa onda va dibujando una forma esférica de gran tamaño alrededor de nosotros tres. En cuanto se disipa, nuestra celda vuelve a ser imperceptible.

Me dispongo a advertir a Cordelia de esa rareza, pero ella permanece quieta, mesándose las sienes.

—Demasiado tarde —dice resignada—, estamos dentro de su campo de contención.

Kaala se levanta con mucha elegancia. Es un hijo de puta elegante.

—Es increíble, Cordelia. Te presentas aquí como si nada a ofrecerme a saber qué trato.

—¿En serio, Kaala?, ¿en tan mal término lo dejamos?

—Dímelo tú. Tu último "acuerdo" casi me cuesta mi negocio. Tuve que sobornar a la Familia con servicios gratuitos por parte de mis chicos durante dos años. Aún me estoy recuperando del lucro cesante y he perdido clientes potenciales.

Cordelia suspira.

—No sabía nada de eso. —Se encoge de hombros—. Pensé que los dos habíamos salido igual de malparados. Ambos asumíamos riesgos. Y no olvide que aquellos a los que yo cobijo son más vulnerables. Yo tenía más que perder.

—Y, sin embargo, el único que perdí fui yo. —Nos mira—. Y presumo que no eres tan ingenua como para pensar que podríamos charlar sin incidentes o no te hubieras traído a dos oyentes contigo. —Nos señala—. ¿Me equivoco? —La observa—. No, no me equivoco.

—Vale, Kaala, no nos salió redonda la cosa. Entiendo que haya asuntos que quiera echarme en cara, pero... —Cordelia empieza a toser. Puedo ver cómo Alabama se lleva la mano al pecho y comienza a coger aire con fuerza—. ¿Qué está haciendo? —le pregunta la mexicana al mercenario.

—Como sabes, al usar mis barreras de fuerza, puedo repeler y expulsar de ellas lo que desee. Hace medio minuto que he ido extrayendo el oxígeno del interior del campo en el que os he encerrado. —Levanta una ceja—. Me parece que hoy Ganesha no ha guiado tus pasos, "amiga".

Alabama y Cordelia se llevan la mano a la garganta. Cordelia le hace un ademán a Alabama para que se calme. Le obliga a mirarle y llevar un ritmo pausado de respiración.

—Kaala, tiene que escucharme... —intenta vocalizar Cordelia.

—¡No hables, te vas ahogar! —le grito yo. Corro hacia ellos y les observo el rostro. No tardarán en desmayarse.

Alabama y Cordelia me miran a su vez, y comprendo el por qué. Al principio, había sentido una presión en el pecho y ganas de bostezar, luego se me ha pasado. ¿Por qué no me estoy asfixiando?

Kya sundarata. ¿Quién es esta peculiar muchacha? —Kaala se encuentra a varios centímetros de mí, observándome desde el otro lado de la barrera—. Me gusta ese toque excéntrico que gastas.

Miro con urgencia a Cordelia que empieza convulsionar.

—Cordelia —susurro—, usa tu desvío de energía y elimina el campo de fuerza.

—También puedo expulsar el sonido que emitís hacia el exterior, querida —dice Kaala—. Te he oído. Cordelia no puede hacer nada. Mis campos no están hechos de energía, ella ya lo sabe. Son mi propia voluntad hecha fronteras.

«Estamos jodidos», pienso.

—Tranquila no los mataré —aclara—. En cuanto se desmayen, los encerraré en los almacenes y pensaré en cómo me van a devolver la deuda. Aunque no me esperaba a alguien con inmunidad a la asfixia. Menuda muerte más interesante has debido de tener. Déjame adivinar, aspiraste el humo del tubo de escape de tu coche porque estabas harta de la vida.

Le encaro y le miro a los ojos. Fuerzo una sonrisa confiada.

—Morí de asfixia erótica. No me gusta aburrirme.

Se echa a reír, el muy idiota.

—Me caes bien, pena que vengas de la mano de esa víbora. —Se refiere a Cordelia—. Es más peligrosa que Kali.

Miro a mis compañeros, ya en las últimas.

—Tenemos algo que ofrecerte a cambio de nuestro trato. Algo que realmente quieres. —Kaala se ríe al oír esto y agita la cabeza mientras camina en dirección al sofá—. Algo por lo que, según Cordelia, estarías dispuesto a morir. —Yo misma al pronunciar estas palabras me pregunto qué podrá ser.

El caso es que surte efecto. Kaala se detiene y mira a Cordelia. Esta le sostiene la mirada con ojos vidriosos y asiente con la cabeza. En esos momentos se está poniendo morada.

—Dijiste que no sabías nada al respecto. Ni siquiera quisiste investigarlo —dice Kaala. ¿Soy yo o está haciendo rechinar su inmaculada dentadura? —. ¿¡Y ahora me dices que me lo puedes ofrecer!?

Cordelia articula una frase con sus labios: «Te mentí».

—Si quieres que lleguemos a un acuerdo, aún estamos a tiempo. Libéranos y déjales que se recuperen, o nunca lo tendrás —concluyo.

He bhagavaan! ¡Arpía! —Da vueltas sobre sí mismo, pensando deprisa—. ¡Está bien!

Golpea el suelo con el bastón y la superficie en la que me apoyo se desvanece.

Cordelia coge grandes bocanadas de aire y tose. Alabama vomita dentro de un jarrón de cerámica. Al contemplar la escena, la cara de Kaala se dibuja una mueca de asco.

Con sigilo, me desanudo el fular. Ese Jaffar de poca monta me las va a pagar. Noto una mano que me agarra la muñeca. Es Cordelia que me mira con seriedad y niega con la cabeza, disuadiéndome; luego me hace un gesto para que la ayude a ponerse en pie. Comienza a respirar de nuevo, aunque con dificultad.

Alabama camina a gatas hasta el pie de las escaleras y Cordelia se apoya en mi hombro para avanzar. Kaala se sienta en el sofá y, con un gesto, nos invita a hacer lo mismo.

—Pues supongo que es hora de hacer negocios —dice el mercenario.

Alabama repta hasta el sofá, se le ve mejor cara. Yo ayudo a Cordelia a reclinarse. Ella también se muestra más entera. Kaala, con desgana, señala a una bandeja de cobre en la que hay una tetera caliente y unos vasos para el té de estilo moruno junto a un platito de dulces de miel.

—Servíos, si queréis.

Nadie quiere. Él tampoco toma nada.

Espera un minuto impasible, observando cómo mis dos compañeros vuelven a su ser. Yo no sé qué decir, no sé qué pasará a continuación. Ahora debería escucharse una banda sonora con ritmos monótonos y una percusión repetitiva. Una música de tensión en plan thriller.

Cordelia es la primera en tomar la palabra:

—Sé cómo hacerlo, Kaala. Sé cómo llegar hasta él. No se lo revelé en su momento porque era demasiado peligroso.

—Podrías haber sido sincera.

—Podría, pero no sé si eso le hubiera detenido.

—¿Qué ha cambiado desde entonces?

—Todo. Estoy dispuesta a dejar que sufra las consecuencias de lo que tanto ansía, a cambio de que nos ayude.

—Te agradezco que te preocupes por mí, pero eso ya sé hacerlo yo mismo.

—Esa confianza no es nueva, pero "da el gatazo".

—¿Qué quieres de mí, Cordelia?

—Quiero sus servicios.

—¿Quieres que te preste a algunos de mis chicos?

—Le quiero a usted.

La sorpresa es patente en el rostro de Kaala.

—¿A mí? —pregunta—. Yo ya no me ensucio las manos. Y aunque lo hiciera, pocos podrían pagar mis servicios.

—Yo sí puedo pagarlos y, además, darle lo que desea. Le quiero de nuestro lado. Eso le incluye a usted y a todos sus recursos. El apoyo de sus chicos también, si es necesario.

—¿Cómo sé que cumplirás con tu parte? —pregunta Kaala.

—Su recompensa será una cláusula del convenio. Usted sabe que no hay forma de que yo pueda evadir esa obligación.

—¿Un convenio? Y yo aquí pensando que ibas a firmar un mero contrato. ¿Un convenio? ¿Acaso se te ha olvidado? Los independientes no podemos firmar convenios entre nosotros. Al menos, una de las partes tiene que servir a una emisora o fuerza similar.

Cordelia intercambia miradas con nosotros. Alabama ahora se sienta todo lo erguido que puede, cruza las piernas y hace un esfuerzo por exudar dignidad. Yo simplemente observo a Kaala, al impredecible, orgulloso y misterioso Kaala.

—Parece que no es lo único en lo que le he mentido —afirma Cordelia pronunciando cada palabra con cuidado

—¡Qué sorpresa! —masculla Kaala—. Explícate.

—Yo puedo generar un convenio con usted Kaala, yo o cualquiera de mis compañeros aquí presentes.

—¡Lo sabía! —Da un ligero bastonazo en el suelo. Yo me pongo nerviosa y miro a mi alrededor. Alabama también empieza a manotear en el aire. Falsa alarma, esta vez no ha creado ningún campo de contención—. ¿A quién sirves?, ¿a la Familia?, ¿a la Contracultura?

Cordelia niega con la cabeza.

—No puede ser la Tecnocracia, siempre ha sido tu enemigo número uno. El tuyo y el de tus protegidos.

—Lo sigue siendo —responde ella.

—Entonces, ¿a quién? —Guarda silencio unos instantes, pero, al segundo, se le enciende una bombilla. Nos mira incrédulo. Creo que hasta le he visto balbucear.

—El Presagio... —susurra Kaala.

Cordelia baja la cabeza a modo de confirmación.

—No es posible. No conozco a tus compañeros, aunque a ti sí. Tu llevas siendo oyente mucho tiempo. Y la última vez que los escritos dicen que el Presagio tuvo una seguidora fue hace... ¡Espera!, ¡seguidora! —exclama—. ¿Eras tú? ¿Cuántos años tienes?, ¿qué eres?

—Soy Cordelia, compadre, la de siempre. La única e inigualable.

—¡Así que sois del Presagio! Ahora entiendo mejor lo que está ocurriendo aquí. El resto de las emisoras se abalanzarán sobre vosotros como si fuerais moscas en su telaraña para exterminaros o, con suerte, manipularos. Buscáis igualar la balanza.

—Exacto.

—¿Sabes en qué posición me pondría eso?

—Usted decide si lo que desea vale el precio. No le vamos a obligar a aceptar. —Cordelia se cruza de brazos.

Kaala atenaza la empuñadura de su bastón. Noto un pequeño picor en la muñeca. ¿Ha cambiado el fular de color? La tonalidad es violeta con patrones diagonales y trémulos. ¿Desde cuándo puede hacer eso?, ¿o desde cuando puedo hacerlo yo?

—Mola —susurra alguien. Alabama se ha inclinado sobre mí y observa mi dial—. Me sería muy útil un complemento así.

Le dedico una sonrisa discreta, yo tampoco puedo dejar de observarlo. Creo saber qué significa ese color y esos patrones. Inseguridad o, quizás, miedo. Sí, Kaala tiene miedo. El orgulloso Kaala está asustado.

Acaricio el fular con deleite. No sabía que podía recibir esa clase de información de los que me rodean sin tocarles. Me parece que me va a ser muy útil. ¿Puede ser que esté subiendo de nivel, como en los videojuegos? Tu personaje adquiere la suficiente experiencia y ¡bam! nuevos poderes.

Pensando en tonterías, casi pierdo el hilo de la conversación.

—Pues ya sabes qué debemos hacer —dice Cordelia en ese momento. Se ha puesto en pie al igual que Kaala.

Alabama y yo nos miramos. ¿Qué nos hemos perdido? ¿Ha aceptado? Observamos cómo Kaala sostiene su transistor y Cordelia extrae el suyo del bolsillo.

—Levántense —nos pide la mexicana—, y pongan los dos su mano sobre mi hombro. Eso le dará más fuerza al convenio.

Nos levantamos y ponemos la mano sobre las hombreras de su americana. Kaala y Cordelia sintonizan sus transistores y miran a la puerta de entrada. Por encima del hombro de Cordelia, consigo echarle un vistazo a la frecuencia que ha sintonizado en su transistor. Frecuencia 0.00 RM. La recuerdo, es la frecuencia del Locutorio.

La puerta de entrada se abre con un chirrido. ¿Será una de las lacayas de Kaala? No, nada más lejos de la realidad. Es un hombre albino con traje blanco y maletín. Un viejo conocido. El locutor cierra la puerta tras de sí y se dirige a nuestro encuentro. Se saca el sombrero blanco que lleva ejecutando un elegante saludo y dice:

—Dado que he sido reclamado ante la presencia de un independiente, presumo que un convenio está a punto de formalizarse.

—Así es —responde Cordelia. Kaala inclina la cabeza.

—Perfecto, ¿conocen el protocolo?

Ambos afirman que sí.

El locutor abre su maletín que, para nuestra sorpresa, se sostiene en el aire. De él surge, cual bolso de Mary Poppins, el enorme aparato con el que había estado tanteando frecuencias durante nuestro primer encuentro.

El hombre no nos ha dirigido ni un saludo desde que ha llegado, como si no nos conociera. Me surge una duda, ¿será el mismo de aquella vez? ¿Habrá solo un locutor o varios? Quizás son todos iguales, todos clónicos. Eso sería inquietante.

El locutor mira a Cordelia y Kaala y les hace una seña para indicarles que pueden comenzar. Cordelia sintoniza una nueva frecuencia. El aparato del locutor parece sintonizarla al mismo ritmo. Es entonces que el transistor cambia de color y su aguja desciende señalando a las letras IM. Observo lo que el transistor de Cordelia indica: 0.08 IM.

El locutor carraspea, nervioso por el hecho de estar ante el Presagio, quizás. Está claro que no nos recuerda.

O Fortuna comienza a sonar en el aparato del locutor y en todos los transistores, incluido el mío y el de Alabama. De hecho, noto la vibración en mi bolsillo. El locutor toquetea su máquina y la misma sintonía comienza a sonar en el transistor de Kaala.

—Están ustedes sintonizados.

Siento algo extraño. Por debajo de la música comienza a oírse un pitido agudo casi inaudible y mi fular comienza a emitir calor. Alabama se frota la palma de la mano, parece que a su bala le ocurre algo parecido. ¿Lo estarán sintiendo también Moses y Foster?

Cordelia se lleva la mano libre a la pechera de la americana con gesto de incomodidad. Presumo que ahí es donde guarda su brújula. Los dedos de Kaala se alternan en el puño de su bastón. Creo que nota el mismo calor. Por supuesto, ya hace rato que deduje que ese bastón es su dial.

Cordelia toma la palabra.

—Yo, Cordelia Castillo, en nombre y representación del Presagio, establezco la apertura de un convenio con Kaala Bahadur. Kaala, ¿escuchará mi propuesta?

—Escucharé tu propuesta —responde Kaala.

—Kaala Bahadur el convenio es el siguiente: será miembro activo de nuestra formación y jurará lealtad a la causa del Presagio hasta que la Gran Transmisión se resuelva. Pondrá todos los recursos necesarios a disposición de la causa y sus acciones estarán siempre encaminadas a cumplir nuestra meta que no es otra que reclamar los relés.

»Sus servicios se pagarán con honorarios que se acordarán mediante contrato escrito y que quedará sujeto a este convenio automáticamente tras su firma. Además, a cambio de su alianza, cuando hayamos conseguido nuestro objetivo o haya usted cumplido con su parte del acuerdo, yo, Cordelia Castillo... —Hace una pausa. Creo que le asaltan las dudas, pero parece sobreponerse y continúa—: me comprometo a mostrarle la senda que conduce al Iblis —¿Iblis?, ¿qué es eso?—, para que pueda pedir su deseo bajo su propia responsabilidad. —Cordelia añade—: ¿Acepta el convenio?

Kaala entrecierra los ojos repasando las palabras de Cordelia. Solo cuando se siente satisfecho responde:

—Acepto. Ayudaré a tu causa y no escatimaré en recursos. Tú cumplirás tu palabra. Kaala Bahadur acepta el convenio estipulado con Cordelia Castillo y todos los miembros del Presagio.

El calor en nuestros diales aumenta. El Fular adquiere su verde característico y se intensifica, la palma de Alabama se tiñe de dorado y en la pechera de Cordelia un halo blanco se filtra a través de la tela. El calor aumenta aún más. Observo que el bastón de Kaala adquiere un tono negro debido a una energía oscura y pulsante que desprende volutas violáceas.

Siento algo más, un pellizco en la cabeza y el pecho, como si un anzuelo se hubiera enganchado a nuestra mente. Algo ha pasado a formar parte de nosotros. El convenio ha unido a Kaala a nuestro destino. Ahora sé que Foster y Moses también lo han sentido.

—El convenio ha sido cerrado. Por las leyes de la Estación y la Transmisión, será respetado. —El locutor sumerge su aparato en las profundidades del maletín—. Que tengan un buen día.

Sin más dilaciones se dirige a la puerta y desaparece tras ella.

Cordelia y Kaala se sostienen la mirada.

—Ahora con los recursos de Burana y del Bazar Bahadur unidos tenemos una oportunidad —dice ella.

—Espero no arrepentirme de esto —comenta Kaala.

—Oh, lo harás —asegura Cordelia—, pero, de momento, yo y mis compañeros te damos la bienvenida. Aún te quedan dos activos por conocer. Lo harás en breve.

Me vibra el móvil. Hablando del rey de Roma. Leo el mensaje:

—Es Moses. Pregunta si ha ocurrido algo grave.

—Ellos también lo han sentido —dice Alabama.

—También dice que «lo han conseguido» —añado.

Cordelia le echa un vistazo a su móvil.

—Veo que yo también tengo un mensaje de Hastet. La mudanza ha comenzado. Nosotros también debemos ir y conocer nuestra nueva base de operaciones.

Kaala levanta una ceja, curioso.

—Ya verá —le dice Cordelia—, le va a encantar. —Nos sonríe—. A todos.

Ni que tuviéramos tiempo para hacer un recorrido inmobiliario.

—Apenas falta una hora y media para...

—Sí —me interrumpe Cordelia—, y por ello nos pasaremos por nuestras nuevas instalaciones. Me temo que no podremos descansar aún, hay algo que tenemos que hacer antes. —Baja los escalones y nos invita a seguirla—. En las indicaciones para Chantra he especificado una estancia que nos proveerá del pertrecho necesario. Nos queda poco tiempo para ultimar detalles.

—¿Detalles? —pregunto.

—Compadres, alguien muy sabio dijo una vez que una buena presencia es tu primera línea de defensa. —Le guiña un ojo a Alabama—. Y de ataque.

Sonrío. Su confianza es contagiosa. Por primera vez, me siento optimista.

«¿Esas malditas emisoras nos quieren?», pienso, «pues nos tendrán».

Nos encaminamos a la salida y Kaala nos acompaña.

—Que empiece la Gran Transmisión —sentencia Cordelia.



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