EPISODIO 2, ESCENA 15: En la que un ángel les conduce hacia la oscuridad.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


¡Qué buenas están las patatas fritas! El índice de oleosidad es el adecuado, el punto de sal perfecto y crujen que da gusto. World Burger, se llama el lugar. Para ser un garito de mala muerte en Vallegale, su comida rápida no está nada mal. Es ese tipo de lugar donde las mesas siempre están apiñadas, como si las paredes mascasen más de lo que pueden tragar. Por fortuna, a estas horas no hay mucha gente. El papel pintado, antaño rojo, ha sido degradado a una marrón hez y el zumbido de la nevera de refrescos y el borboteo de la freidora son una constante. Un señor con bigote, vestido con un delantal plagado de lamparones hace hamburguesas y kebabs al ritmo de reggae. Un repartidor espera cerca de la barra por el pedido que le entregará a algún adicto a las grasas trans. En serio, no pillo el rollo del local, ¿cuál es la nacionalidad del menú? Espero que no pretenda mezclar regiones gastronómicas, eso sería una mala idea. Espera, ¿es eso racista?, ¿estoy siendo racista?

Noto un vapor cítrico penetrando en mis papilas justo cuando voy a morder otro pedazo de cielo calórico. Es Alabama que no hace más que soltar rociadas de un tester de perfume que se ha sacado de la americana.

—¿Acaso puede oler más a fritanga aquí? —dice con desagrado mientras rocía la fragancia por encima de su hombro izquierdo. Foster se lleva las manos a los ojos.

—¡Para ya, joder! ¡Me ha entrado en las pupilas! —se frota la cara.

Alabama no parece escucharle, está muy ocupado intentando ignorar el enfado de Cordelia. Bebo un poco de mi refresco para eliminar el sabor a perfume de mi paladar y degusto otra patata mientras disfruto del espectáculo.

—¿Me está escuchando, escuincle? ¿Cómo se le ocurre tener una conversación referente a los oyentes delante de una no oyente? Tiene suerte de que la Estación no se le llevase en ese mismo instante.

—¡No pasó nada! —Ahora Cordelia ha dado donde duele, Alabama se lleva una mano al pecho en señal de indignación—. Mneme no sabía de qué estábamos hablando, me aseguré de que no comprendiera de qué va la Gran Transmisión.

—Aun así, es una niña, no un chimpancé, podría atar cabos y meterse en líos —suelta Foster mientras ataca su hamburguesa y se la termina en dos bocados. El bueno de Moses le da un codazo. Foster se encoge de hombros y le mira confuso con la boca llena de kétchup.

—Si lo hace, será discreta. Confío en ella. Fue discreta en cuanto a la existencia de los silfos hasta ahora, ¿no? —argumenta Alabama.

—Tranquilos, iba conmigo. Antes de irnos estuve haciéndole a la enana unas preguntas sobre la conversación y no parecía haberse enterado de mucho. Yo siempre tomo precauciones —interviene Kaala con esa voz tan sensual que pone cuando se echa flores. Espera, ¿dije sensual?, quise decir soberbia.

—No estoy muy convencida —gruñe Cordelia.

—No estamos centrándonos en lo importante —comenta Kaala—. ¿Cuándo fue la última vez que hemos visto un silfo? Tenerlos de nuestro lado es una buena noticia. Y una de ellos es una oyente.

—Admito que estaría bien no ser la más vieja del equipo. Al menos, es algo que debo agradecerle a esta supuesta nueva integrante. La inmigrada misteriosa —bufa Cordelia, cruzándose de brazos.

—Espera, ¿entonces estamos aceptando que una inmigrada que no conocemos de nada es ahora nuestra cofrade? —pregunta Moses.

—Cofrade —mastica Foster—. Tú y tus "palabros". ¿No puedes decir amiga?

—¿O bestie? —añade Alabama.

—¡O bff! —propongo yo.

—¿Sois un corrector lingüístico? —gruñe Moses.

Kaala sonríe mientras le da un sorbo a su café en vaso de plástico. Lo paladea y, con un gesto de disgusto, lo posa sobre la mesa y lo empuja con el dedo índice alejándolo de él como si se tratara de una rata muerta. Solo le falta tocarlo con un palo. Acto seguido saca unas grajeas de menta del bolsillo y se toma una.

Foster farfulla con la boca llena, algo así como: «¿Fe fas a fefer efto?». Antes de que Kaala pueda responderle, el grandote ingiere el café de un trago y se da golpes en el pecho para bajar el bolo alimenticio.

—De todas formas —continúa hablando Cordelia—, no podemos ser tan descuidados. —Lanza una mirada a Alabama de nuevo—. ¡Miren todo lo que nos ha pasado hoy! Por lo que nos han contado, la Contracultura ha cargado contra nosotros con toda su artillería.

—Sí —intervengo—, y no les ha salido bien. Y eso que, supuestamente, somos novatos —expongo picajosa. El puñal va dirigido a Kaala, que siempre insiste en reseñar nuestra inexperiencia.

—Lo de la suerte del novato es ya algo proverbial —dice el principito con tranquilidad. Kaala ha recogido el puñal retórico y lo acaba de usar para hacerse la manicura. Así es él.

Le lanzaría otra pulla si no fuera porque he dejado de oír el deglutir procedente de la garganta de Foster. Mira a su plato en silencio, perdido en sus pensamientos. No soy la única que se da cuenta. Moses también muestra preocupación.

Si no hubiera estado a su lado cuando todo aquello ocurrió, pensaría que le acaba de sentar mal la comida. Diría algo así como: «Tómate unos antiácidos». Así soy yo. Por fortuna, sé lo que ese corazón acolchado en pectorales está sintiendo. Es bueno entender lo que sienten otros, para variar. Quizás lo que está intentando devorar no es la comida sino su rabia.

¡Hey!, ¿y si resulta que me estoy volviendo buena en esto de entender a la gente?

¿En qué estaba pensando? ¡Ah, sí! ¡Foster! Lo que le pasó a Saxx le ha marcado. Y creo que, en cierto modo, a mí también. Es como si algo fallase en el sistema. No tiene lógica. Creo que le otros le llamarían a ese sentimiento: injusticia.

Mi nueva super intuición me dice que Alabama tampoco está conforme con el destino de esa vieja alucinógena de la que nos habló. Bueno, mi intuición y mi fular, ese blanco ondeando en su trama indica... ¿disconformidad? Parece que esa Pirámide no se está ganando nuestras simpatías. Por lo menos, Moses ha narrado sus correrías de aquella tarde con cierto ánimo. Ha conseguido una nueva llave mágica para su colección y ha ayudado a un pobre hombre a rehacer su vida. ¡Bravo por él!

—No quiero esta otra quesadilla, ¿la quieres tú, Foster? —pregunta Moses.

—¿Por qué no? —responde Foster saliendo de su ensimismamiento y sonriendo. ¡Vaya, ha funcionado! El ojiazul parece aliviado. El bueno de Moses, el aprendiz de emo menos egocéntrico que he visto.

—A ver, ¿me vais a decir por qué hemos quedado aquí? No me he librado de la muerte para que mi maravilloso pelo se impregne de grasa y huela a empanadillas. —reprocha Alabama— ¿Sabéis cuánto he invertido en conservarlo así? La queratina no está barata. —¡Ja!, hablando de egocéntricos.

Hum, espera un momento. ¿Qué significa egocéntrico, exactamente? ¿Yo soy egocéntrica? Hago un «googleo» rápido. Cordelia empieza a decir algo en ese momento, pero no la escucho.

«Egocéntrico es un adjetivo que describe a alguien que cree que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás».

Comparo un par de definiciones más en una web de psicología, y de un link paso a otro. Llego a la conclusión de que no soy egocéntrica, soy solo una persona con déficit de atención. ¡Oh!, y creo que el término psicológico correcto para definir a Alabama es «histriónico». ¿Quién lo iba a decir?

—¿Acaso no le interesa lo que estoy contando a nuestra líder? —dice Cordelia.

Esa soy yo. Es verdad, soy la líder y tengo que estar pendiente de todos estos. Es entretenido observarlos, no tanto interactuar con ellos.

—La líder escucha —sentencio.

Cordelia pone los ojos en blanco por algún motivo.

—Decía que la razón de que estemos aquí, es porque estamos esperando la señal de Dusk —susurra—. Le hemos avisado antes de venir y le hemos pedido que haga un reconocimiento previo de la zona. La fábrica se encuentra al inicio de esta manzana y, aunque no está en activo, sí hay personal de seguridad. Los descendientes de Ronald Killpatrick no se toman su legado a la ligera.

»Dusk nos avisará cuando se haga el cambio de guardia o haya podido encontrar un punto de acceso. No queremos llamar la atención o aparecer en los periódicos.

—No sé yo si el resto de las emisoras estarán siendo tan cuidadosas —reflexiona Kaala.

—Créame, lo son —responde Cordelia.

No lo entiendo, el repartidor se marcha. Sale por la puerta en estos momentos. Ha estado hablando con el cocinero un rato y se ha ido sin pedido alguno. A lo mejor solo pasó por el local a saludar.

—Estoy seguro de que otros oyentes ya han descifrado la clave y se encuentran en esos subterráneos —comenta Moses con seriedad.

—A mí no me hace gracia volver a tener otra confrontación —añade Alabama con un resoplido.

—A mí tampoco —coincide Foster.

Cordelia da un pequeño golpe en la mesa. Hay un sobresalto generalizado.

—Pues ténganlo claro, las habrá. Les obligarán a ello y no tendrán más remedio que sobrevivir. —Nos mira uno a uno—. O quizás tengan que hacerlo por sus compañeros. No podemos amedrentarnos. No se trata solo de que la realidad no caiga en manos del Silencio, se trata de que la tiranía de la Estación y las emisoras no siga siendo la norma en las frecuencias. No sé si se dan cuenta de...

—¿Alguien de aquí se llama Cordelia? —interrumpe una voz.

El cocinero se acerca cojeando y secándose las manos en su delantal de dudosa higiene. Cordelia asiente extrañada. El hombre nos deja una caja de madera con una nota. En ella está escrito: «Para Cordelia, mesa tres»—. Esta caja la han dejado en la barra para ti. No estoy seguro de quién lo hizo. Lo siento, no me fijé, estaba ocupado. ¿Es un regalo sorpresa, quizás? ¿Estás de cumpleaños?

Yo sé quién ha dejado la caja, el repartidor.

—Gracias —Cordelia fuerza una sonrisa—. Es mío. Es algo que le presté a un amigo hace unos días y me lo ha devuelto.

—Entonces, el regalo va a ser de mi parte. —El camarero nos deja un platito de aluminio con un pequeño ticket y unos caramelos—. La cuenta. Son cuarenta euros. Cerraré en breves.

Mientras Cordelia hace el amago de llevarse la mano a la cartera, yo me levanto y salgo por la puerta. Miro a ambos lados de la calle. No hay nadie. Vallegale no es un distrito que destaque por su tránsito nocturno. El repartidor ya no está.

Cuando vuelvo a la mesa, el hombre ya se lleva su platito cargado de monedas y billetes y Foster saborea un caramelo. Todos me miran.

—¿Qué ocurre, Astrid? —pregunta Kaala.

—El repartidor. Estoy seguro que fue él quien dejó esta caja. Puede que escuchara nuestra conversación, quién sabe. Después se fue y no se llevó ningún pedido consigo. Muy sospechoso. Al salir, ya no le he visto.

—¿Quién sería? Y lo más importante, ¿deberíamos abrir esto? —pregunta Moses.

—Sí, deberíamos —opino—. No hay que temer, si nos quisieran arrastrar a una confrontación ya lo habrían hecho. Haciendo cálculos, no creo que haya probabilidades de que esto sea algún tipo de treta o trampa. —Cordelia, me mira con detenimiento, luego asiente.

—Coincido. —Y sin más dilación, lo abre. Aprovecho que estoy de pie para situarme a su espalda.

En la caja hay seis plumas. Sus fibras transicionan del blanco nacarado al rosa pálido. Son de pequeño tamaño y tienen un lustre especial. En el reverso de la tapa de la caja hay otro papel.

«Soplad en la pluma, otros verán lo que esperan ver».

—Plumas —recalco lo obvio.

—Plumas de silfo, de sus orejas —aclara Cordelia. Moses y Alabama se inclinan para verlo. Foster también lo intenta, pero Cordelia ya ha cerrado la caja. Mira alrededor para asegurarse de que ni el cocinero ni ninguna otra persona nos esté prestando atención.

—¿Son de Deede? —pregunto. Alabama niega con la cabeza.

—No eran de ese color —puntualizo.

—Así que, por descarte, serán de su hermana, Ibree —deduce Moses.

—¿Un regalo? —aventura Foster.

—La nota de dentro parecen instrucciones y advierte que solo tienen un uso. —Cordelia aún tiene la mirada clavada en la caja cerrada.

—Si no recuerdo mal, Deede dijo que Ibree tenía capacidades ilusorias —comenta Alabama.

—«Verán lo que esperan ver»—repito yo.

—No sé si me agrada, confieso que he tenido suficiente ilusionismo por una temporada.

—Creo que tengo una ligera idea de para qué pueden servir —reflexiona Cordelia.

—¿No estás contenta de tengamos una nueva cofrade, Cordelia? —pregunta Kaala, socarrón.

Ella le devuelve una media sonrisa, entonces las luces parpadean. No solo las del local, sino también las de las farolas en el exterior. El cocinero mira extrañado a los halógenos con los brazos en jarra, preguntándose si ha sido un pequeño corte de luz.

—Esa es la señal. Dusk nos espera al final de la manzana —explica la mexicana centenaria—. Vámonos.

Foster coge el resto de caramelos y Cordelia la caja. Nos despedimos del cocinero y nos entregamos al frío de la noche.

Antes de llegar al lugar en cuestión, las farolas parpadean un par de veces más.

—¡Ay!, Dusk —murmura Cordelia—. Acordamos una pequeña señal, no una rave.

En tres minutos nos situamos frente a la fábrica. Su perímetro apenas está iluminado excepto por la luz de la luna. Esto es extraño.

—¿Ha habido un apagón en la zona? —pregunto.

—No, las farolas funcionan perfectamente, lo que ocurre es que Dusk ha absorbido su luz —responde Cordelia.

—Me olvidaba que tenemos al boogieman de nuestra parte —dice Foster.

La única fuente de luz proviene del solar de la destilería, de una garita a la entrada del recinto. Es la única dependencia que se encuentra iluminada.

—Por aquí —nos indica Cordelia acercándose a una esquina del muro que rodea la propiedad, la más oscura de todas.

Al cabo de unos segundos, noto cómo un nuevo motivo se une al pigmento de mi fular. Alguien está ahí, percibo su pensamiento.

—Dusk —susurra Cordelia.

Dusk se materializa envuelto en su sudario de sombras.

—Has tardado —musita con esa voz que semeja un enjambre de moscas.

—Es usted muy impaciente —responde Cordelia.

—He esperado al cambio de turno —explica el inmigrado—, y luego he jugado un poco con el guardia nocturno. Ahora mismo está encerrado en su garita, con la puerta atrancada, gimoteando algo sobre un poltergeist e intentando usar un teléfono que ya no tiene línea. —Muestra una mueca macabra—. Puedo ahogar las luces de la zona solo durante un rato más, no tardéis demasiado. Una vez crucéis el muro, id a la fachada norte. Allí he visto un acceso.

—¿Y por qué no corto a la mitad la puerta principal? —suelta Foster.

Madre mía, ¿en serio?

—¿Qué parte de infiltrarnos no has entendido? —le explico—. Hay que hacerlo con discreción y sin dejar pruebas o testimonios. Como dice Cordelia, no queremos aparecer en los periódicos al día siguiente.

—¡Hay que ser menso! La Tecnocracia tiene control sobre la seguridad de la ciudad, la Contracultura sobre las redes sociales y la Familia sobre las vecindades —me secunda Cordelia—. ¡No se lo ponga fácil, carnal!

—Vale, vale, solo era una opción —dice poniendo las manos por delante para frenar al aluvión de reproches.

—Además, de entrar por la puerta —puntualizo—, utilizaríamos la llave de Moses. Por supuesto, la garita del guarda está ahí, así que no usaremos esa vía.

—La mayoría de las cámaras de seguridad se concentran en la entrada, aunque puede que haya más alrededor del perímetro —nos advierte Dusk.

—Tranquilo, yo me ocupo —asegura Cordelia—. No queremos grabaciones incriminatorias.

—Creo que no hay nadie dentro de la fábrica —informa Dusk—, y el guardia no va a salir patrullar hoy, eso os lo aseguro. —De nuevo, esa sonrisa espeluznante—. Así que entrad y haced lo que tengáis que hacer.

—De acuerdo. ¿Qué tal todo por... Refugio?

Dusk no comprende a qué se refiere, yo tampoco.

—Refugio —Cordelia mira a Moses de reojo y este parece encontrar divertido el comentario—, nuestra base. —Dusk asiente aceptando el término. Veo ya hemos bautizado el lugar y no he sido puesta al corriente.

—Todo bien. Farshaw está al mando y se asegura de que todos cumplen las reglas. Por cierto, casi se me olvida. —Dusk abre la mano y algo toma forma en la oscuridad. Semejan un trío de espejos de mano labrados en un material desconocido. En su fuste se distinguen una serie de engranajes que conforman un interfaz analógico.

—Esto es manufactura esfíngea —asegura la mexicana.

—Hastet ha creado esta especie de terminales de consulta vinculadas a los tomos de la biblioteca de —carraspea— Refugio. Al menos, de aquellos que han sido procesados en las bases de datos, incluidos los tomos esfíngeos. Cree que os serán útiles, dado que no sabéis a dónde os conducirá el nodo. Se activan acariciando la superficie espejada y responden a la voz. Los engranajes sirven para navegar entre los diferentes resultados.

Moses se aproxima.

—Fascinante, ¿puedo? —le pregunta a Cordelia.

Cordelia le mira y sonríe.

—¿Quién mejor que usted? —Y le tiende uno de los aparatos. Me da el otro a mí—. Y este para usted, Astrid. Creo que lo manejará mejor que nadie.

—¡Vaya, gracias! —digo emocionada. La verdad es que me encantan los juguetitos nuevos.

—Este me lo quedaré yo, tengo experiencia con las Crónicas. Dale gracias a Hastet por estos... —mira a Dusk, esperando una respuesta.

—Evocadores. Así los llama ella —responde él.

Los demás no parecen ansiar enciclopedias mágicas de bolsillo, así que no hay quejas respecto al reparto. Sin embargo, para mí es navidad.

—Es como tener una tableta mágica —digo entusiasmada mientras toco la superficie del espejo y mi reflejo se funde para dar paso a varias filas de destellos y runas que titilan en su superficie.

—Según Hastet, en su mundo se usaban mucho —afirma Dusk—. Estos son una versión más casera.

Cordelia interpone una mano entre mis ojos y la pantalla.

—No es momento de que se enfrasque, carnala, que ya la voy conociendo.

—Está bien —digo sin más y me lo guardo en la chaqueta.

Moses, que ya estaba susurrándole cosas al espejo, al oír cómo Cordelia me interpela, apaga el suyo y también se lo guarda con disimulo.

—¿Algo más, Dusk? —pregunta Cordelia.

—Sí, ¿alguna espada mágica o una capa de invisibilidad? —dice Alabama imitando el ondear galante de una capa con un gesto.

—Espada mágica ya tenemos una. —Foster sonríe de lado y se da unos golpecitos a la relojera del pantalón donde guarda su dial.

—¡Sí, sí, ya lo sabemos! Tienes una navaja con un filo que se hace muy grande. ¡Qué machote! —Alabama se frota las sienes.

—Y no es lo único en mí que comparte esa peculiaridad —dice Foster con chulería. Ahora todos ponen los ojos en blanco, hasta Moses. ¿Por qué no reír?, la referencia a sus partes pudendas no está tan mal traída. ¡Oh, claro!, ¡el contexto sociocultural!

—¡Ja!, ¡la broma carece de gracia porque hace referencia a los genitales masculinos y se considera que apela a unos estándares de masculinidad anacrónicos! —enuncio. «¿Veis, chicos? Yo también lo he entendido», pienso satisfecha.

No puedo evitar darme cuenta que ahora es a mí a quien miran con gesto torcido. Excepto Moses y Foster. El primero intenta contener una risa y, el segundo, me enseña los dientes como si fuera un dóberman.

El suspiro de Dusk interrumpe la escena. El inmigrado murmura algo y comienza a alejarse.

—No perdáis más tiempo. Id ya, yo vigilo el perímetro. —Se detiene y nos mira por encima del hombro—. Y tened cuidado, las sombras bajo la ciudad están inquietas, puedo sentirlo. Fuertes voluntades e intenciones aviesas navegan entre ellas. —Mira a Cordelia—. Creo que los demás ya han hallado el camino.

¿Se refiere a las otras emisoras? Sí, a eso se refiere. Todos parecemos comprender sus palabras porque asentimos con gravedad. Para cuando nos queremos dar cuenta, Dusk ha sido ingerido por la noche.

—Bien, vamos allá. Aquí hay poca luz, así que es buen lugar —dice Cordelia y mira al muro de ladrillos que hay que sortear para entrar en el solar—. Hora de subir.

—Puedo atar mi fular a un asidero y podemos trepar por él —propongo.

—Sería entretenido ver cómo os bamboleáis cual ristra de chorizos colganderos —dice Kaala—, pero si me permitís...

Se acerca y se pone en el medio de nuestro corrillo, da un par de golpes al suelo y todos sentimos un zumbido bajo nuestras suelas. Comenzamos a elevarnos. Emitimos un respingo, y yo doy un traspiés de la impresión. Me tengo que agarrar al brazo de Kaala para evitar caerme. Él me mira de una forma... bueno, no sé muy bien qué significa esa expresión y mi fular apenas reacciona, «¿por qué no reacciona?», me pregunto. No pienso más en ello cuando una de sus manos se afianza sobre la mía y sonríe. No hacía falta, no iba a caerme, fue solo la sorpresa inicial. Lo curioso es que la noche se ha vuelto más cálida de repente. ¿Cambio climático?

—¿Acabas de crear un ascensor invisible? —pregunta Foster mirando ojiplático hacia el suelo.

—Es uno de los muchos usos de mis campos de fuerza —explica Kaala. Nuestro ingrávido ascenso comienza a ralentizarse—. Sexta planta: complementos, moda masculina, allanamientos —bromea con esa voz suave y altanera que tiene. Me acabo de percatar de que aún sigo aferrada a su brazo. He estado agarrada el tiempo suficiente como para atestiguar que las capacidades de combate de Kaala no solo han quedado patentes en la arena de entrenamiento sino en sus bíceps.

¡Maldita sea!, ¡qué calor! ¡Esto parece el Monte del Destino! Suelto su brazo y me pongo erguida. Sé que Kaala me sigue mirando.

Tras superar el muro, el ascensor invisible vuelve a descender hasta posarnos en tierra. Estamos en los terrenos de la destilería. La hierba del solar luce crecida y descuidada, pero a pocos metros, ya se vislumbra un camino asfaltado. Solo el resplandor de la luna me permite distinguir el edificio achatado de la destilería con sus ventanales opacos y su techo a dos aguas. Una única gran chimenea atraviesa el complejo. Es como si algún dios acabara de jugar a los dardos y hubiera usado la fábrica como diana. El lugar se encuentra sumido en el silencio y solo se oyen nuestros pasos sobre la gravilla. Seguimos a Cordelia en sigilo hasta la fachada norte, tal como nos aconsejó Dusk.

Veo un ligero titilar en la oscuridad, me adelanto y le pongo una mano en el hombro a Cordelia. Ella sigue mi mirada y se da cuenta. Cámaras, seguramente con visión nocturna. Dusk tenía razón, alguien sigue manteniendo el sistema de seguridad de este lugar a pesar de que la fábrica esté en desuso.

Ella me pone una mano en el hombro para tranquilizarme y nos invita a detenernos con un gesto. Se mete la mano en el bolsillo de la chaqueta para tantear su dial. Las luces desaparecen y siento una vibración en el bolsillo procedente de mi teléfono móvil. También oigo vibrar los móviles de los demás.

—He inutilizado las cámaras y he derivado su energía a nuestros móviles. Un poco de batería extra no nos vendrá mal —susurra la mexicana.

Nos hace una indicación para que la sigamos y, unos treinta metros más adelante, repite la operación con otras dos cámaras. Continuamos el avance y, al fin, llegamos a la fachada norte. Un claro de luna nos permite vislumbrar el acceso que Dusk ha mencionado. Se trata de un ventanal entreabierto en el segundo piso.

Kaala se adelanta y se coloca bajo la ventana.

—¿Suben ustedes? —susurra con una sonrisa. Todos nos apiñamos a su alrededor y comenzamos a elevarnos.

Soy la primera en entrar por el ventanal seguida de Cordelia y los demás.

La claridad de la luna no es suficiente para ver el interior debido a que muchas ventanas están tapiadas. Enciendo la linterna del móvil. Sí que nos va a venir bien tener las baterías al máximo para inspeccionar el lugar.

Cordelia toca mi brazo.

—No enfoques hacia arriba, no queremos que se vea luz en el exterior ni siquiera entre las rendijas de las ventanas. Apunta al suelo—me aconseja. Tomo nota.

Foster y Alabama también encienden sus móviles siguiendo el sabio consejo.

Me doy cuenta de que nos desplazamos sobre una tarima. Resulta que no estamos en la segunda planta, sino que nos encontramos en una especie de plataforma elevada. Cuando enfoco a nuestra derecha, me sobresalto al ver un halo blanco, pero me calmo al ver que solo es la luz de mi móvil que se refleja en una superficie metálica. Alzo la luz lo suficiente para darle sentido a ese mamotreto y compruebo que se trata de unos enormes alambiques (seis en total) de estaño. Su superficie se la ve polvorienta, están cubiertos de telarañas y emiten un olor acre.

—Aquí es donde el whiskey adquiría su gradación —me susurra Moses—. Esta plataforma en la que estamos era para observar los manómetros de presión y otros indicadores y echar un vistazo al contenido. Abajo se podían recoger muestras.

—Muy instructivo —susurra Foster—, ¿podemos continuar?

Los demás ya se han adelantado.

—Cuidado, escaleras. No os tropecéis —susurra Alabama.

Descendemos de la plataforma y pisamos cemento. Moses no mentía, los alambiques son enormes y llegan hasta el suelo. El lugar se encuentra desierto y solo diviso un par de carretillas oxidadas, muebles desvencijados y montones de cajas rotas.

—Debemos hallar el acceso a los túneles —dice Cordelia.

—¿Se encontrará aquí? —duda Alabama.

—No lo creo. —Hago un repaso a mi alrededor con la linterna del móvil—. Tiene que haber un sótano. En estos sitios suele haber un lugar de almacenaje.

—Así es —afirma Moses.

—La fábrica desde fuera no parece disponer de dependencias que tengan suficiente espacio como para almacenar barricas, no a primera vista —reflexiono—. Esta planta en la que estamos no se usaba para tal fin, así que debe haber otra planta bajo tierra que haga de almacén.

—Quizás, si vamos hacia el fondo, demos con el acceso —sugiere Kaala.

Acordamos seguir adelante. La estancia es diáfana y extensa. Las luces de las linternas tienen un alcance limitado y no son capaces de apuñalar la penumbra por completo, pero, al cabo de un rato, divisamos una pared de ladrillos.

Foster recorre todo el muro con la linterna. ¡Bingo!, vemos una puerta pintada de verde. Foster tira de ella, está cerrada. Moses saca la llave de su candado que emite un ligero resplandor. La masa acuosa rodea el cuerpo de llave y la cambia de forma. La introduce en la cerradura de la puerta y encaja perfectamente. Se abre con un chasquido. Foster toma la delantera y todos le seguimos escaleras abajo.

Oigo el goteo de las tuberías y los chapoteos en el suelo al pisar. Un olor dulzón y no del todo desagradable llega a mis fosas nasales. Al internarnos en el sótano, vemos que muchos promontorios aún conservan las barricas. Algunas de ellas están rotas y hace años que su contenido ha impregnado el suelo. No puedo evitar pisar varios de esos parches parduzcos de whiskey que hacen que las suelas de mis playeras se adhieran al hormigón.

—El almacén —comenta Moses. ¿No me digas?

Recorremos varias hileras de promontorios vacíos y barricas abandonadas.

Al alumbrarlas, me doy cuenta de que algunas de las barricas tienen estampadas un nombre: «Maroofinn».

—¿Maroofinn? —repito con extrañeza.

—El nombre del whiskey y de la destilería —explica Moses—. Tuve tiempo de buscarlo en internet con mi smartphone. —Lo comenta como si fuera una gran hazaña. Y viniendo de él, lo es—. Jack Maroofinn era amigo de los Killaptrick. El abuelo de Onasis Killpatrick, Ronald, y el tal Jack hicieron el servicio militar juntos. Maroofinn era de buena familia y esta destilería era de su padre, él la heredó y le ofreció a Killpatrick trabajar en ella.

»Por lo que pude ver al comparar ambas biografías, Ronald ascendió a gerente. Supongo que cuando se enteró de que había acceso a esos túneles en su lugar de trabajo, le propuso a su amigo y propietario del lugar que fueran usados a modo de refugio. ¿Cómo iba a decirle Jack Maroofinn que no? La mujer y el hijo de su mejor amigo eran judíos y él solo quería protegerles.

—De hecho, estos túneles ya cruzaban Cloven mucho antes de eso, eran usados por contrabandistas. Recuerdo los rumores —comenta Cordelia—. Vallegale antes no formaba parte de Cloven. Estaba a las afueras y fue absorbida por el núcleo urbano mucho más tarde. Antes de ser una destilería, este sitio era un lugar donde se almacenaba el contrabando y desde el que se hacían los repartos por vía subterránea, bajo las narices de las autoridades.

Mientras los escucho, apunto con el móvil al muro que tengo justo enfrente. Marca el final de la estancia. «Maroofinn» veo pintado en la pared, esta vez en letras grandes y en una fuente del tipo serif. Justo debajo, un hombre alado extiende los brazos y sus ropajes ondean alrededor de una botella de whiskey. Bonito mural.

—Algo parecido está dibujado en la puerta de entrada de la destilería —comenta Moses al ver hacia donde he apuntado con mi linterna—. Lo vi antes de oscurecer, cuando llegamos a la zona. —Teclea algo en el móvil—. Sí, la botella tenía impresa la etiqueta con las mismas letras y la efigie del ángel, ¿veis? —Nos lo muestra.

—Me sorprende verte usar el móvil tanto —comento yo.

—Supongo que hoy le he sacado mucho partido. Admito que tener el navegador en la palma de tu mano tiene sus ventajas. —Se rasca la cabeza—. Aunque algo me dice que tener todos los resultados siempre disponibles debe oxidar tu memoria.

—Considero que hay cosas que no tienen cabida ni relevancia en mi memoria —respondo mientras termino de observar la obra de arte. Apunto hacia una esquina del mural con la luz.

—Espera, sigue iluminando esa zona —me pide Moses, se acerca y observa la esquina inferior derecha del mural—. Un escudo con un ciervo. Es la firma artística de Onasis Killaptrick, la esculpe en todas sus obras y, en este caso, lo ha hecho de forma muy detallada. Es el escudo de su clan escocés.

»La verdad es que no me extraña, Maroofinn tenía problemas para engendrar y acabó dejando su destilería a los Killpatrick. Supongo que se encargó él mismo de la nueva iconografía.

—Un ángel... —murmuro.

Conozco ese zumbido entre mis cejas. Mi mente está trabajando. ¡Claro, qué tonta!

El Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos niños. Y mi nombre sea llamado en ellos...—recito.

—¿La nana se referirá a este ángel?

—La palabra ángel siempre ha estado asociada al concepto «mensajero» o «guardián» —nos informa Moses.

—Así que este ángel guarda, ¿el qué? —pregunta Foster.

—La entrada. Y viendo que no hay ninguna puerta, creo que debe ser una entrada secreta —aventura Cordelia mientras se acerca y comienza a tantear la pared, dando golpecitos en su superficie.

—Esto ya parece un libro de Nancy Drew —dice Moses.

—¿Quién? —pregunta Alabama.

«¿Cómo puede preguntar eso?», pienso.

—Algún día espero que leas obras que tengan más de dos décadas de antigüedad —le replica Moses.

—Hace veinte años me encontraba jugando a las pasarelas de moda en mi patética caravana con mis peluches de trapo. Para tu información, los libros no abundan en las carpas. —Alabama alza la barbilla.

Moses parece haberse rendido y decide no continuar con la discusión.

El zumbido aún no ha parado. «El acceso está escondido cerca de este mural», pienso.

Cordelia sigue tanteando la zona y Alabama se ha unido a ella. Foster y Kaala sostienen los móviles para alumbrarles. Moses sigue contemplando el mural de lejos.

Hay algo más.

«El Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos niños. Y mi nombre sea llamado en ellos...». Su nombre. ¡Su firma!

Me acerco al escudo del ciervo que Moses había mentado y lo toco con los dedos. Hay algo raro en su composición. Al ciervo le falta un cuerno. De hecho, hay un pequeño agujero donde debería estar la otra asta.

—¡Aquí, en la cabeza del ciervo! Es una cerradura. Debe abrirse con una especie de llave.

—¡Pues claro!, ¿cuánto te apuestas que está en manos de Lester? —dice Moses.

—¿Lester? —pregunto.

—El último descendiente de los Killpatrick —aclara Cordelia—. Por fortuna, cuando se trata de llaves, contamos con ventaja. —Señala a Moses—. Si no fuera así, toda esta incursión habría sido en vano.

Moses, que se ha dado por aludido, se acuclilla a mi lado. Su pequeña llave comienza a mutar, adquiriendo una forma bastante compleja. La introduce en el agujero, la gira y se empiezan a escuchar unos engranajes tras la pared. Una de las hileras de barricas se mueve dejando espacio a una oquedad cuadrangular. ¡Eureka!, el acceso a los túneles.

Todos nos quedamos en silencio iluminando la recién descubierta apertura. Yo no quepo en mí de la curiosidad. ¿Una entrada secreta y unos túneles subterráneos? Es igual que en Indiana Jones y la última cruzada cuando investigan las catacumbas bajo Venecia. ¿Y la versión en videojuego?, ¡una maravilla! ¡Mi favorita de la vieja Lucasarts!

Cuando me quiero dar cuenta, ya estoy trotando escaleras abajo. Noto las pisadas de los demás y el aleteo de sus luces zigzagueando en las paredes curvas que abrigan la vieja escalera de caracol.

—¡Espera, Astrid! —susurra Moses—. ¡No sabemos en qué estado están los túneles!

Al llegar al pie de las escaleras, ilumino el espacio circundante. Es solo un pequeño recinto y su única salida es un oscuro túnel de la anchura de dos personas.

—Parecen bien conservados —puntualizo. Mi voz hace eco.

Me encamino hacia el túnel. Foster se pone a mi lado y los demás nos siguen. Caminamos en silencio, pero nuestras pisadas reverberan en las paredes. El túnel continúa durante un buen tramo hasta que el asfalto comienza a generar pendiente, entonces vemos un pequeño resplandor anaranjado y muy tenue. Nos sorprendemos al comprobar que a partir de este punto y, de forma esporádica, nos beneficiamos de tramos vagamente iluminados. Resulta que hay una hilera de luces de emergencia en el techo y con una distancia de cinco metros. El problema es que algunas están fundidas (la mayoría), deduzco que debido a cortocircuitos causados por la humedad.

—Deben estar conectadas a la red de abastecimiento público —comento—. Lo habrán estado durante todos estos años.

—¡Genial!, a los contribuyentes no nos importa pagar por iluminar antiguos túneles de contrabando, es en pos del bien común —comenta Foster con sorna.

—Es casi una estafa —concuerda Alabama—. Si no fuera porque dudo que el ayuntamiento lo sepa.

Seguimos andando, ahora con un móvil alumbrando el camino es más que suficiente. No tardamos en percibir una pequeña corriente y llegamos a una zona amplia y abovedada. Tiene pinta de ser una especie de colector, aunque semeja haber sido aislado del resto del sistema de alcantarillado hace mucho tiempo.

El colector conserva varias luces de emergencia operativas y el color naranja de las mismas le da un aspecto tétrico al cubículo. Allí no hay nada más, solo viejas tuberías desmontadas y paredes cubiertas de moho. De este lugar, parten cuatro ramales. Uno es por el que hemos venido y, frente a nosotros, hay otros tres equidistantes entre sí.

—Hay varios desvíos —dice Alabama.

—¿Por dónde deberíamos continuar? —pregunta Moses.

Cordelia ha sintonizado la frecuencia en 0.01 en su transistor. Por lo que nos ha contado en la clase que nos impartió antes de los entrenamientos, esa es a la frecuencia de búsqueda.

Se da un paseo por el colector y el transistor comienza a crepitar. Comprueba cada una de las entradas y luego vuelve a nosotros confusa.

—¡Madre de la chingada! El transistor coge señal. El nodo se encuentra en algún lugar en esa dirección. Por desgracia, la intensidad de la señal es la misma en cualquiera de los ramales.

—Así que no sabemos qué camino debemos tomar —resume Kaala.

—Quizás todos lleven al mismo sitio —comenta Foster.

—Eso no podemos saberlo—apostilla Alabama.

Kaala saca también su transistor y hace un chequeo doble, nos mira y asiente con la cabeza. El resultado es el mismo.

—Calla, no vamos a morir bajo tierra. —Foster lo ha dicho susurrando y mirando de reojo. A su lado no hay nadie. Parece que solo yo le he escuchado.

Mi fular ha hecho algo extraño. Dos de las líneas que conforman su patrón se han dividido durante unos segundos. ¿Qué significa eso? Cuando quiero reflexionar sobre ello, mi dial vuelve a sorprenderme, las líneas y dibujos se quiebran y ramifican en picos pequeños y agudos. Muevo el brazo en el que tengo anudado el fular hacia los túneles y los picos se vuelven más intensos, aunque no puedo decir a qué ramal hacen referencia.

Los demás aún debaten en susurros nuestras opciones, pero ya no nos queda tiempo.

—Están aquí —digo.

—¿Quiénes? —pregunta Foster.

—Los demás activos están aquí, bajo tierra. Deben haber entrado por otros accesos. La corazonada de Dusk era cierta.

Cordelia me agarra de los hombros.

—¿Estás segura?

—Sí.

—¡No mames! No podemos dejar que nos tomen la delantera. Se encargarán de que no encontremos el nodo. ¡Tenemos que partir!

—Hay que elegir un ramal, pues —dice Kaala.

No, están equivocados, la estrategia es obvia, pero prefieren no aceptarla.

—Está claro lo que debemos hacer. —«Anata wa yūkandenakereba narimasen», decía mi abuela, «hora de ser valiente»—. Debemos separarnos en tres equipos y cada uno irá por un ramal.

Todos parecen tener algo que decir y no les doy la oportunidad.

—Es la única forma y lo sabéis. Tres equipos equilibrados de manera que tengan mayores probabilidades de supervivencia. El primer equipo que encuentre el nodo avisa a los demás. Cordelia nos enseñó cómo hacerlo en Refugio. Podemos crear una baliza con el transistor que sirva de guía a los demás transistores. Quien encuentre el nodo se comunicará con el resto y dejará la baliza.

—Eso puede ser peligroso —dice Kaala.

—Es lo que hay que hacer. Lo ideal es que todos alcancemos el nodo, pero, si no es así, puede que solo algunos tengan la oportunidad de ir en busca del relé. —Mi fular detecta un cambio de actitud entre mis compañeros hacia mí. ¿Quizás es respeto?—. Moses, tú tienes una de los evocadores y algo me dice que lo usarás eficazmente, tus capacidades son versátiles y, además, tienes buena sesera. Por algo eres mi consejero. —Sonrío intentando aligerar la tensión—. Tu liderarás uno de los equipos. Cordelia, por supuesto, liderará el otro. Yo, el último.

»Foster, Alabama, Kaala. Vosotros tenéis más potencial de combate que el resto. —Cordelia levanta una ceja, parece no estar del todo de acuerdo. Por algo he dicho «potencial»—. Vosotros sois nuestro escudo y nuestra espada. —Miro a Alabama—. O nuestro revolver.

—Qué forma más fina de decir que somos los minions del equipo —bufa Alabama.

Le miro con seriedad, no es momento de sarcasmos ni de egos heridos. Él lo comprende y asiente.

—Foster —continúo—, tú irás con Moses, los dos tenéis buena sinergia. Lo intuyo. —Foster se mira de reojo a Moses, parece nervioso—. Alabama, tú irás con Cordelia.

—¿Por qué con ella? —dice, y al momento se arrepiente al recibir otra de mis miradas.

—Porque eres poderoso, pero no se te da bien trabajar en equipo, Cordelia es la más autosuficiente y eso no le supondrá un grave percance. Es la única que puede meterte en cintura —Cordelia sonríe satisfecha—. Y tú a ella —apostillo. Ahora es Alabama quien sonríe.

—En resumen: «Bitches understand each other» —recita Alabama mientras pestañea profusamente cerca del rostro de Cordelia. Esta, sin dedicarle ni una sola mirada, le pone una mano en la cara y le da un ligero empellón para alejarle de su espacio personal.

—Kaala —le digo a nuestro príncipe particular—. Tus habilidades defensivas y tus artes marciales me vendrán muy bien, tú conmigo.

—Claro, mi "lideresa". —Siento una corriente eléctrica en mi muñeca. El fular cambia de color solo durante una décima de segundo. Es extraño, nunca recibo lecturas claras de él. ¿Se estará protegiendo de mis escaneos?

Cordelia se acerca y me pone un mano en el hombro.

—Tiene razón, carnala, esto es lo que hay que hacer. Tenía miedo de que no pudieran apapachar con ello. Veo que me equivoqué. —Nos hace un gesto con la mano—. Acérquense, será mejor que nos repartamos esto.

Le hacemos caso. Abre la caja que nos dieron en el restaurante. Las plumas parecen brillar incluso bajo las mortecinas luces de emergencia.

—Creo que esto nos será útil. Deduzco que las capacidades ilusorias de la sílfide pueden ayudarnos cuando atravesemos el nodo. Con suerte, nos hará pasar desapercibidos entre los oriundos de esa frecuencia o nuestros enemigos, pero debemos usarlas cuando realmente las necesitemos.

—¿Hace el resto de las emisoras lo mismo? —pregunta Moses—. Me refiero a pasar desapercibidos cuando visitan otras frecuencias.

—No, no siempre. A pesar de que en nuestro mundo solo los oyentes conocen la existencia de inmigrados, en muchas otras frecuencias, los humanos son los únicos oyentes conocidos y los han aceptado como una especie de policía interdimensional.

»Algunas de esas frecuencias ven a humanos circular por sus tierras de manera constante, otras solo de vez en cuando. En unas pocas, nuestra presencia es tan esporádica que nos consideran seres de leyenda o dioses. Así es cómo los oyentes humanos de las emisoras, sobre todo de la Tecnocracia, usan su estatus para conseguir lo que quieren. Además, siempre van en equipo, por si las moscas.

—Nosotros sí vamos a apostar por un perfil bajo, ¿verdad? —apunta Moses.

—Ya que se nos ha dado la oportunidad, sí. Eso propongo.

Cordelia comienza repartir las plumas, una para cada uno.

—Recuerden, hay que soplar sobre ellas y deduzco que mantenerlas en contacto con nuestro cuerpo. Hace mucho que he leído sobre los silfos, así que será un poco ensayo-error.

Todos las ponemos a buen recaudo y nos miramos en silencio.

Es Moses el primero en situar la mano en el centro de nuestro corrillo.

—Podemos hacerlo —dice sin más.

Yo pongo mi mano encima de la suya. «Sí», pienso, «podemos hacerlo». Foster nos secunda.

—Si os matan, yo os remato —añade.

—No se me pongan blanditos ahora. Y no se preocupen, esta vieja se las sabe apañar —bromea Cordelia mientras une su mano a las nuestras.

—Sí, eso, tranquilos. El brillo de esta estrella no se apagará en una sola noche —dice Alabama con una sonrisa pícara añadiendo su mano a la pila.

Todos miramos a Kaala que, tras un resoplido, une su mano a la orgía de dedos.

—Exijo un plus en mis honorarios por cursilería innecesaria —susurra.

Todos intercambiamos miradas una vez más.

—Es hora —digo yo—. Presagio, dissasamble.

Nuestras manos se separan y nuestros caminos también. Moses y Foster se internan en el ramal derecho y Alabama y Cordelia en el central. Kaala me hace un gesto elegante, invitándome a acompañarle. Juntos nos sumergimos en las brumas tiznadas de destellos naranja. No sabemos si rumbo a nuestro objetivo o rumbo a un peligro seguro.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro