EPISODIO 3, ESCENA 15: En la que se levanta el telón.

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Una hora y media más tarde.

—Entendido. No se preocupe, Felicia, seguro que no es nada grave —le digo, pero no estoy muy segura. ¿Astrid abandonando Refugio a las prisas?, eso no me gusta. Lo que más me escama es que haya ido por su cuenta. La chamaca, a veces, es impredecible. Por suerte, es lista y Farshaw está con ella. Decido no preocuparme hasta que llegue el momento de hacerlo. «Las putadas de una en una», mi nueva frase de cabecera.

Cuelgo la llamada y encaro a los muchachos que aún intentan localizar a su compañera sin éxito.

—Su móvil no responde. «Apagado o fuera de cobertura». Y todos sabemos que en Refugio sí hay cobertura —comenta Alabama—. ¿Qué estará haciendo?, se supone que debíamos encontrarnos aquí.

—Puedo ir a buscarla —dice Kaala, inquieto. Puede que la nerd y él estén de uñas, pero eso no significa nada. El guijarro puede crear ondas en la superficie del lago, no así en su lecho.

—Farshaw y ella se han ido a resolver una cuestión —comento.

—¿Qué cuestión? —desconfía el principito.

—Luego, ahora no tenemos tiempo que perder. —«Lo que menos necesito ahora es que este decida salir en su busca. ¿Quién sabe lo que encontraremos dentro? Necesito todo el apoyo posible», pienso. Miro a la fachada del lugar. «Sala Cavalier», reza el letrero en una fuente glamurosa. La fachada ha sido remodelada para aparentar una arquitectura de los cincuenta. «Una onda a lo Gran Gatsby, pinche lujoso», pienso. Se puede oír el murmullo del gentío en el interior.

En la entrada acristalada se acumula una fila de personas, todos fieles seguidores de Mayhem. La fila no parece estar avanzando. De vez en cuando, aparece algún preppie que se salta la cola y los porteros le dejan pasar. Los siete porteros. Y por lo que puedo entrever cuando la puerta se abre, hay más dentro. Seguridad contratada por la Contracultura o por la Tecnocracia, eso como mínimo. Probablemente haya oyentes. ¡Qué digo!, ¡seguro que hay oyentes!

—Es hora de entrar en este agujero plagado de petulancia y brillantina —digo.

—¿Traes la varita mágica? —comenta el rubiales.

—Grafo —le corrijo. Doblamos la esquina y nos mantenemos a cierta distancia de las farolas de la impoluta avenida de High Hill. Hemos conducido uno de los transportes del centro Burana hasta el lugar y, por el camino, nos hemos topado con varias chabolas de mendicantes en sus, antaño, lujosas calles e idílicos parques. Ni la zona alta de Cloven se libra de la depauperación general que la localidad está sufriendo. O, ya puestos, el mundo en general. Solo hay que leer las noticias: enfermedades, tumultos, escándalos políticos, atentados, revueltas, desastres climáticos... ¡Demonios, yo misma he sido testigo a lo largo de dos siglos de cómo el mundo rueda cuesta abajo! Empiezo a comprender por qué la Estática sube como la espuma. No puedo evitar pensar en lo que dijo Paimon, que nuestra frecuencia es el epicentro del desastre. Si aquí las consecuencias son chingo obvias, no me quiero imaginar cómo estará la fiesta en otros mundos.

—¿Por dónde, Cordelia? —pregunta impaciente Kaala.

«Céntrate, tizona», me digo. Saco el grafo y me concentro en él, este se activa con facilidad. Aún recuerdo cómo me costaba al principio, en esos días en los que Paimon y yo compartíamos secretos entre risas y almohadas, cuando era más impulsivo y menos autoconsciente. Alcanzar la Goetia le había cambiado. Está por ver si el cambio ha sido para bien o para mal.

El grafo tiembla en mi mano y su extremo metálico comienza a despedir una luz suave, como la de una luciérnaga moribunda. La luz se fortalece cuando dirijo el grafo hacia la fachada sur.

Cabeceo para indicar a las "tropas" que me sigan. Rodeamos el edificio y nos topamos con una verja. El grafo brilla con más fuerza. Al otro lado de la verja, están los contenedores de basura. Tanto la puerta trasera del local como la del edificio abandonado de al lado dan a ese patio infecto.

El acceso de la verja está cerrado. Gruño de frustración. Les dirijo una mirada resignada a los muchachos y procedo a soltar una patada que revienta uno de los goznes. Entramos en el patio y el grafo apunta a uno de los contenedores industriales repleto de cachivaches, trozos de madera y cables enredados.

Cuando me acerco, un pentáculo comienza a hacerse presente abriéndose paso en el óxido de la superficie del basurero.

—Parece que este es nuestro acceso —digo.

—¡Ah, no!, ¿un contenedor de basura? ¡Por encima de mi excelso cadáver! —exclama Alabama.

—Esto debe ser una broma, ¿no, Cordelia? —le secunda Kaala.

—Tranquilos, mis queridas fresas de temporada —digo mientras comienzo a grabar el gramma de Paimon para generar el pentagrammaton de apertura—. No se mancharán sus excelentes outfits. Esta entrada es una burla de los malebolgios. Sus accesos suelen ser una mofa, o del tipo de espectáculos que se dan en el propio local o de su clientela.

—¿Están llamando basura a los parroquianos de este lugar? —Kaala levanta una ceja.

—Bueno, los malebolgios no llevan bien eso de «mucha presencia y poca esencia». Ellos son todo lo contrario.

—Son un poco exquisitos, los muchachos —dice el principito.

—Dirás snobs —puntualiza el rubiales.

—¿Qué tiene de malo ser snob? —pregunta Kaala. El señor Bahadur ha hablado.

—La palabra es cabronazos —les corrijo yo—. Es parte de su encanto. —Sonrío—. Pongan la mano sobre mi hombro, entraremos juntos. —Hacen lo que se les pide.

Un par de florituras torpemente ejecutadas finalizan el gramma. Quizás no funcione, no es que tenga una caligrafía mística muy chida. Me tranquilizo al oír el suspiro que precede a la ola. Los sonidos se amortiguan. La sensación es muy parecida a la de cambiar de frecuencia, aunque uno se siente más vulnerable que cuando cruza un retal. Es como si la realidad le atravesara a uno y miles de ojos pudieran verte. Solo sentí algo parecido cuando fui arrastrada junto a Moses al mundo abstracto del hombre cuervo. Me da escalofríos solo de recordarlo.

El contenedor conforma ahora una puerta propia del club más exclusivo de la Habana en sus tiempos dorados, solo que hecha de chatarra. Es nuestro acceso a Bastidores, la dimensión interpretativa que posee todo lugar artístico.

—Eso está mejor —dice Alabama contento de no tener que mancillar su ropa de fiesta.

Entramos en el recibidor del local. La realidad aún puede percibirse, pero a través de una media de seda.

Siluetas masculinas y femeninas bailan y retozan en los rincones, tulipanes y girasoles cantan en un mudo a capella meciéndose alrededor de un cartel de hace tres décadas que anuncia un concierto de covers de Lighthouse Family, varios relámpagos crepitan en la techumbre emergiendo de los posters de bandas de rock... Toda una locura.

—O sea que esto es una representación simbólica de los actos que se han dado en este local —inquiere Kaala.

—Los rastros de esas actuaciones han quedado asociados a sus carteles, al atrezo y a algunos de los lugares del recinto —explico.

Este despropósito no tarda en volverse más monotemático cuando nos acercamos a platea. A través de las ventanas entra la luz sagrada del exterior. Hay interferencias en esta luz como si los propios haces fueran una señal de televisión. Una música chill out con toques synthwave poco acompasada hace que el lugar se vuelva más inquietante.

—Es como una especie de templo —indica Alabama.

—Recordemos cuál es la temática de la actuación de hoy —comento.

—Mayhem está dedicando su último disco a los milagros de la Estática —especifica Kaala que siempre tiene necesidad de demostrar su agudeza.

—Así atrae a la gente joven y a los medios a la causa de la Coligación —añado.

—No te lo he preguntado aún, ¿cómo piensas evitarlo, Cordelia? —pregunta el príncipe mercenario.

—Cómo PENSAMOS evitarlo —puntualiza el rubiales. Kaala gruñe ante el comentario. Yo asiento, conforme con el matiz.

—Tenemos que dejar a esa mujer fuera de juego. No sabemos si es o no una oyente, pero, en cualquier caso, hay que neutralizarla.

—Define neutralizar —Kaala me mira de reojo.

—Tan solo la sacaremos de aquí y la invitaremos a acompañarnos —contesto.

—¿Hablas de secuestrarla? —dice Alabama alarmado. Me encojo de hombros —. ¿Somos un equipo de secuestradores? ¡Chert! —maldice en su ruso de tercera generación—. ¡Cordelia, cariño!, ¡que me gusta Mayhem! —gruñe de nuevo—. ¿Y si es una oyente?

—Con suerte, no se tratará de un activo. Ahora mismo no quedan muchos en juego en esta frecuencia y los oyentes no activos no pueden agredirnos. Reglas de la Gran Transmisión, ¿recordáis?

—Ya veo, usas las reglas a nuestro favor —dice. Le señalo con el dedo, ha dado en el clavo.

—Lo que no te dice la señorita Castillo —interrumpe Kaala—, es que la palabra «agredir» se usa con laxitud. Y la Estación, tratándose de nosotros, será muy laxa. Podrían retenernos, dejarnos inconscientes o aprisionarnos sin que eso sea considerado «agresión».

—O usar a no oyentes para hacerlo, gente a la que no le podemos mostrar nuestros poderes si no queremos ir a parar a la oscuridad —Alabama ya está poniéndose en lo peor.

—No lo descarto, pero esta es nuestra mejor baza —contesto—. Y, ya que estamos aquí, ¿qué piensan, mis carnales?, ¿continuamos?

Kaala se echa el bastón al hombro y toma la delantera, Alabama suelta un suspiro de diva y le sigue. Yo me quedo en la retaguardia.

Cuando entramos en platea, la música new age y el sintetizador son omnipresentes. Altares hechos de neón y estática rodean toda la zona. Las figuras de esos altares se mueven de forma difusa. Representan varias escenas milagrosas modernas como la pareja orándole a la televisión, el muchacho siendo recogido en el aire por una mano invisible o una mujer siguiendo señales de televisión para huir de un violador.

Las escenas se reiteran una y otra vez al ritmo de cada compás de la música. Unos enormes torsos hechos de formas geométricas sin rostro se mueven y acarician cada uno de estos altares al ritmo de la percusión.

Sombras traslúcidas de personas bailan espasmódicamente en grupos que plagan la estancia conformando espejismos que atravesamos sin reparo alguno. Se trata del público de la sala que está disfrutando del concierto en la otra cara de la realidad. En este plano no son más que espectros borrachos.

—Entre que hemos vuelto tarde de malebolgia y hemos esperado a Astrid, el concierto ya hace un rato que ha comenzado —comenta Kaala mirando hacia el escenario que, en esos momentos, tiene la forma de un relicario gigante.

—El tema que suena es Sacred Binome, uno de los singles de su último álbum —comenta Alabama con una sonrisa. Luego se le borra al recordar que viene a secuestrar a la misma estrella mediática de la que es fan.

—Es extraño —murmuro. Los Bastidores reflejan la abstracción compartida, pero es en el escenario dónde esa abstracción debería ser más sólida, más tangible. Paimon siempre lo describía como la luz del proyector en un cine o como la linterna en un espectáculo de sombras chinas. Eso es porque la persona que hay en el escenario es la que mueve la abstracción colectiva, una voluntad que proyecta y comparte su mundo interior con los demás—. Ni siquiera puedo ver la silueta de la artista. Semeja artificial y falto de sustancia.

—Todo el mundo es un crítico ahora —dice Alabama con voz mezquina.

—Cuanta sensibilidad artística para alguien que decía que el arte es como el «aliño de la ensalada. Un mero disfraz para soportar el sabor a pasto mojado de la vida» —contribuye Kaala. Así que no solo tiene memoria para los agravios el cuate, sino también para las frases desafortunadas en momentos de borrachera.

—Bueno, entonces serán cosas mías —gruño. Podemos oír una salva de aplausos repentinos que se transforman en pompas de jabón. Al reventar las burbujas, liberan purpurina. Todo el set up comienza a perder solidez.

—¡Mirad!, eso solo puede significar una cosa, ha habido un receso.

—Mayhem es famosa por cambiarse de outfit entre canciones. Ya os dije que la performance es lo suyo.

—Se dirigirá a su camerino, en el backstage —comenta Kaala.

—¡No me lo puedo creer! ¡Vamos a entrar el camerino de Mayhem! —chilla Alabama con un tono demasiado agudo para mi gusto. Este se vuelve sombrío casi de inmediato—, para secuestrarla. —Me mira con fastidio como si yo tuviera la culpa de la situación.

Atravesamos el escenario y entramos en el backstage por uno de los laterales. La estética de Mayhem se ve interrumpida aquí y allá por instrumentos que tocan en silencio flotando en el aire y auriculares de regidores fantasma que rondan los corredores. Creo que incluso he visto unos altavoces torciendo la esquina dando saltitos. Alcanzamos la zona de camerinos.

—No parece haber seguridad aquí—digo entrecerrando los ojos para deducir lo que hay tras el velo de los Bastidores—, aunque no puedo asegurarlo al cien por cien.

—A ver quién puede. Este es como el sueño húmedo de un "fumeta" —comenta Alabama.

Con dificultad, conseguimos discernir lo que ponen los letreros. «Mayhem» dice el de la última puerta a la derecha. Aquí es, no hay duda. Cuando nos acercamos el grafo, este se ilumina revelando otro pentáculo en la mismísima puerta.

—¿Y eso? —Kaala lo señala—. Otro símbolo.

—Es una salida de Bastidores, hay una en cada puerta de los camerinos. Los malebolgios saben cómo codearse con los VIP —respondo.

—¡Directos de la calle al escenario y del escenario al regazo de las estrellas! Son unos salidos, pero se lo montan bien —dice Alabama con regocijo.

—Atentos. —Intento transmitir seriedad—. Usaremos esta salida. Nos materializaremos al otro lado de la puerta y tomaremos a esa moderna de pueblo por sorpresa.

—Seremos delicados con ella, ¿verdad? —gime Alabama.

—¡No! —respondo con fastidio. Alabama me saca la lengua—. Ya saben el plan. Kaala...

—Nada más salgamos crearé una barrera tangible que también anule el sonido y las comunicaciones.

—Exacto, si hay seguridad fuera no podrán oírnos y si la hay dentro no podrán dar la alarma. Luego usted, Alabama...

—Balas de punta roma.

—En principio —puntualizo.

—¡Solo balas de punta roma! —insiste—. Y desarmo a quien esté dentro. Controlo la zona.

—Yo me abriré paso e inmovilizaré a la mujer hasta que esto haga efecto. —Dejo asomar el frasquito y el pañuelo que llevo en el escote. Es solo algo de cloroformo de mi laboratorio—. Eso serán unos cinco minutos, como mínimo. Luego entraremos en Bastidores otra vez y nos la llevaremos con nosotros, ¿entendido?

—Te hemos entendido, no es un plan tan elaborado —afirma Kaala. Me siento tentada a poner en duda sus palabras.

—Bien. Entonces, procedamos —digo mientras saco el grafo y comienzo a inscribir el gramma.

El pentagrammaton se ilumina, la marea nos cubre y los sonidos se vuelven más agudos.

Hemos salido de Bastidores. Por un momento se pueden oír las voces del gentío, la música del interludio en la lejanía y los crujidos de los pasillos del backstage a través de la puerta hasta que todo enmudece. Kaala ya sostiene su bastón contra el suelo en perfecta perpendicularidad y ha generado el escudo silenciador. Alabama da vueltas sobre sí mismo con tres balines girando a su alrededor y yo me pongo en guardia y avanzo hacia el fondo de la sala. El camerino está amueblado con un par de mesas a modo de tocador, un sofá, un armario y varias mulas para colgar ropa. Está adornado con un par de plantas de plástico y gran un paisaje minimalista que cuelga de la pared. Al fondo, hay una cortina a modo de vestidor. Le indico a Alabama que apunte a las cortinas y, entonces, las descorro de un tirón. No hay nadie, el camerino está vacío.

—Ni siquiera hay afeites ni ropas para cambiarse, nada... Solo tiene el nombre en la puerta —digo.

Los dos miran confusos a su alrededor.

—¿Qué significa eso? —pregunta Alabama.

—Que ella no está aquí, que nunca ha estado aquí —respondo.

—Está vacío —comenta Kaala comprobando en el interior del armario a su derecha con la mano que tiene libre.

—Vacío, lo que se dice vacío, mate... —dice una voz. Todos nos ponemos en guardia. ¿De dónde viene?

—Proviene del interior de cuadro. —Kaala lo señala con la cabeza.

—Está claro que no sois fans de la artista —prosigue la voz.

Me acerco y observo que entre los campos de hierba blancuzca hechas con pinceladas se mueve una persona. Una chica. Si tuviera que apostar, de origen angloafricano. A deducir por el acento cockney, del East End London. Su pelo corto y acaracolado está teñido de rosa y viste una camisola blanca salpicada de colores y unos pantalones pitillos verde, como si fuera un Peter Pan moderno.

—Estaba terminando esta obra —dice el diminuto personaje en el interior del cuadro. Abre la boca de una forma grotesca y una masa de colores deslucidos sale propulsada de ella y comienza a formar una casa pastoral en ruinas que se funde con los campos como si siempre hubiera formado parte de la pintura—. El cuadro es horrible, pero eso le otorga cierta melancolía, como de paraíso perdido. Don'cha fink?

Entonces vomita más colores y se hunde en ese mismo amasijo, se desdibuja y se vuelve un borrón que atraviesa el paisaje en dirección al espectador hasta que consigue salir del cuadro. Atraviesa el marco fronterizo y se impregna en el papel pintado granate de la pared del camerino. Enseguida adquiere tonalidades análogas al papel hasta que se traslada al suelo donde se torna en un color caoba, luego se alza en un remolino multicolor, tras lo cual ¡la pinche cabrona vuelve a tomar forma corpórea como si nada!

—Cuidado —aviso a la concurrencia—, es una oyente. Tiene un dial endógeno como el suyo —le digo a Alabama.

Sorry, no os he «visto llegar» —dice, y se ríe. Entiendo la broma cuando la miro a los ojos y veo que sus corneas están cubiertas con una película blanquecina. Creo que es ciega—. Aunque sí os he oído. Veréis, fuera del mundo en dos dimensiones de lo gráfico, no puedo ver. Bueno, realmente en su interior tampoco, lo que puedo es sentir los colores.

—¿Quién eres...? ¿Dónde está Mayhem?

—Mi nombre es Júniper. Y para los fans que se cuelan aquí durante una actuación (cosa que es poco habitual), soy su manager. Para cualquier otra persona sospechosa que intente acceder a ella, soy la correveidile que luego se lo comunica a sus superiores. La verdad es que me paso casi todas las actuaciones aburrida en los camerinos, así que, a lo mejor, me divierto con vosotros.

—Solo hemos venido a hablar con Mayhem, nada más.

—Oh —dice ella—, creedme, no queréis eso.

—Sí queremos —comenta Kaala.

—No, no queréis. Mejor será que me hagáis compañía durante la actuación y luego me acompañéis, puede que la jefa quiera hablar con vosotros cuando vuelva.

—¿Cuándo vuelva?, ¿de dónde? —pregunta Kaala. Ella se encoge de hombros.

—Lo siento, güey, pero tenemos una agenda muy apretada —digo agarrando mi dial.

—Mucho trabajar y poco divertirse. Eso no es bueno, my lof.

No sé si nos reconoces, pero somos activos. ¿Estás seguro de que quieres hacernos daño? —le recuerda Kaala.

—¿Daño? ¿Por quién me tomáis? Mi idea es meteros en esa lámina. —Señala al cuadro del que acaba de emerger—. Os prometo que la haré más confortable para que estéis a gusto hasta que os lleve a la Villa. —La Villa es el cuartel general de la Contracultura.

—Inténtalo —dice Alabama, y lanza uno de los balines contra ella. Para su sorpresa, este la atraviesa con un «plop». El balín ha dejado un agujero acuoso en su cuerpo, tras lo cual su piel vuelve aglutinarse como si fuera alquitrán. El balín flota ahora a su alrededor, aunque he podido ver cómo se ha teñido de los colores del ropaje y la piel de nuestra contrincante.

—Pintura —susurro. Luego lo repito en alto —¡Su dial la transforma en pintura!

—¿Dices que es "Acuarelagirl"? —dice Alabama.

—¿Acuarelas? ¡Oh, no!, no me ciño a un solo estilo creativo. Todos los medios tienen su encanto. Soy más de técnicas mixtas. —Se deshace en un lodo cromático y se funde con el suelo. Vemos un muñeco de guache hacer cabriolas en la tarima. Es como si un niño con afasia hubiera dibujado un monigote hiperactivo en el piso. Su mano surge del suelo y agarra la pernera del pantalón de Alabama y tira de él sumergiéndolo en la tarima

—¡Mierda, no! ¡Joder! —grita. A medida que su pierna se sumerge esta es sustituida por una representación en forma de garabato sobre la superficie del entarimado.

—¡Kaala!, ¡ayúdeme o se volverá una caricatura animada! —berreo. Kaala se inclina para agarrarle sin soltar el bastón.

—¡No dejéis que me lleve!, ¡no puedo convertirme en eso! ¡Ni siquiera es un diseño de Jordi Labanda! —gime el rubio manoteando y disparando balines que rebotan contra el suelo—. ¡No quiero ser la obra de un preadolescente que acude a terapia artística!

—¡Hey!, ¡el arte figurativo no es un arte comprometido! —comenta la tal Júniper—. Deberías alegrarte de que te transforme en surrealismo simbólico.

—¡Se me escurre! —grita Kaala. Alabama ya está sumergido hasta las rodillas.

—Nosotros somos dos y ella, una. ¿Cómo es posible? —digo.

—¡Oh! En el mundo 2D también hay gravedad, eso ayuda —comenta Júniper con toda tranquilidad como si se tratase de una curiosidad de trivial.

Suenan nuestros móviles, todos ellos, y no es el timbre de llamada, sino música.

—¿¡K-pop!? ¿¡Así es cómo abandonaré mi vida tridimensional!?, ¿con K-pop? —grita Alabama. El tirón cesa. Sin resistencia del otro lado, la inercia que Kaala y yo ejercemos sobre el rubiales da sus frutos y conseguimos extraer su pierna del suelo. Alabama cae de culo y nosotros trastabillamos. La única razón por la que hemos conseguido zafarle es porque Júniper le ha soltado. Su garabato se ha quedado helado. Parece asustada.

—Las luces... —dice Kaala. Las bombillas del camerino comienzan emitir luces de colores parecidas a las de una discoteca o un espectáculo laser. Por si fuera poco, a la melodía coreana se añaden miles de pitidos. Sin bajar la guardia, observo mi móvil. Decenas de notificaciones de mensajería instantánea y de redes sociales llenan la pantalla.

—¿Tienes Tik tok? —dice Alabama resollando y echando un vistazo a mi móvil mientras se esconde de Juniper detrás de mí.

—¡No tengo ese invento del demonio!, ¡ni Twitch ni Instagram ni nada! ¡No sé quién me las ha instalado! —grito.

Entonces los ornamentos de la pared comienzan a fundirse y transformarse en una cascada de emojis de todo tipo que nos asedian y comienzan a filtrarse hasta el suelo.

—¡Oh, fer god sake! —grita Juniper—. ¿No querías conocer a Mayhem? ¡Ja!, pues Mayhem no es más que un producto y el productor quiere conoceros a vosotros. —Otra mano suya emerge, tantea en el aire y, cuando toca el dial de Kaala, lo golpea. El bastón se le escapa de las manos.

—¡Ha roto el escudo! —grita Kaala recogiendo de nuevo su bastón con un ágil movimiento.

—Me parece que no está muy contento y prefiero no comprobarlo —comenta la chica de acuarela—. ¡Mejor os hubiera valido acabar en el cuadro! —vocea mientras se aleja por el suelo—. ¡Encantado de haberos conocido!, ¡no creo que volvamos «a vernos»! —dice con cierta pena y desaparece bajo el quicio de la puerta.

Antes de que podamos detenerle o preguntarle qué pasa, el torrente de emojis ha emergido de la pared y de nuestras pantallas. El K-pop es sustituido por música de sintetizador y miles de voces. Un beatbox acompaña esa orquestación caótica.

Las luces nos deslumbran formando imágenes fugaces. Las voces retransmitidas enuncian líricas, versos, risas, lloros, reacciones. Vemos canales de televisión, videos en streaming y proyecciones. Todas eso se superpone ante nuestras retinas hasta que sus colores hacen un fundido a blanco. El camerino ha desaparecido por completo.

En el centro de la blancura que conforma ahora nuestro entorno vemos a una figura humanoide sentada en un sofá poliédrico de color amarillo neón. Los volúmenes geométricos del sofá conforman una palabra: «FUCK US!».

La figura se sienta con su trasero en el respaldo y sus botas en los cojines. Lleva una chupa de colores fosforitos que parece cambiar al ritmo de la música que suena y su rostro encapuchado solo deja entrever una pantalla led a modo de máscara. En ese momento, en la máscara se puede ver un emoticono hecho con puntos de luz dorada: « >:( » . Alguien está enfadado.

El personaje en cuestión viste pantalones gastados, botas militares también de colores cambiantes y brazales de punta de metal. Los tatuajes que cubren su piel halógena se desplazan y mutan como si se hubiera inyectado humo.

—¿Quién es ese? —pregunta Alabama intentando no tartamudear—. ¿Un oyente?, porque se me están poniendo los pelos de punta.

—No —responde Kaala—, no es un oyente. —Puedo notar el miedo en su voz.

—Cometimos un grave error —murmuro—. Pensamos que esté era el frente débil de la Coligación. Nos hemos equivocado. —Trago saliva.

—¡Joder, Cordelia!, ¿qué pasa? ¡Me estás acojonando! —me replica Alabama.

—Lo que tiene delante —digo asiendo mi dial—, es un avatar. —Alabama suelta un respingo—. El puto avatar de la Contracultura, el Influyente.

Como si este hubiera escuchado su nombre, levanta la cabeza.

—¡Un avatar no puede parecerse así como así!, ¿no? —balbucea el rubiales.

—No, no puede —siseo—. Constructo necesita gran confluencia de datos, Madre un espacio de fe y el Influyente necesita de un evento que cause una gran expectación mediática —explico.

—¿Como este, dices? —farfulla Alabama.

—Por eso le dan tanto bombo, todo el mundo está pendiente de esta actuación en las redes—dice Kaala.

—Para que él pueda venir y tirar de los hilos. Él es Mayhem. —A Alabama se le quiebra la voz, se le ha caído un mito.

Notamos un zumbido. El beatbox de fondo se intensifica. Percusiones y notas sintéticas se mezclan con voces desafinadas hasta hacer un todo coherente. El Influyente habla:

Aguafiestas. Apenas despiertos. Obtusos, espesos —recita la entidad a ritmo del beatbox. Gira su rostro led hacia nosotros: « O_O ».

—Tenemos que salir de aquí. No tenemos oportunidad —susurra Kaala.

—Este es el foco del evento. Si salimos de este lugar, la atención mediática descenderá y no podrá seguir materializado —mascullo.

—¿¡Salir de dónde!? No sé ni dónde estamos —dice Alabama abarcando la inmensidad blanca con las manos.

—Esto es... —Kaala intenta dar sentido a la situación.

—Una extensión de dominio. Es como los recintos de los oyentes. Diez veces peor —digo.

—¿Recintos? —pregunta Alabama.

—No es el momento —respondo—, quiero decir que ha extendido su propio ser y lo ha vuelto espacio —aclaro sin apartar la vista del avatar.

—Pareces saber mucho, ¿has tenido experiencias previas? —pregunta Kaala. Si tan solo él supiera...

Contra el futuro os confabuláis. Vuestra ignorancia quiere acallarnos. ¿Sabéis a quién os enfrentáis? —rapea la entidad.

—A un trío de dioses de pacotilla que no les importa que la Pirámide se los trague con patatas —replica Alabama intentando ocultar el temblor en su voz, pero no se corta un pelo, el pinche cabrón. Me siento orgullosa.

Trinidad, evolución. Conmigo en la cúspide, unidos en una sola visión —responde el Influyente.

—Lo mismo dirán los otros dos —contesto con un hilo de voz. Al decir esto, siento un escalofrío en el cuello. Me parece haber visto algo por el rabillo del ojo.

El Influyente se levanta del asiento y su rostro cambia: >:( . Todos damos un gran paso atrás.

Madre busca propósito en colmena, Constructo en la razón y yo en la libertad humana. Yo capto al pueblo y entiendo al hombre. El ábside es mi meta.

—¿Libertad?, ¿les proporcionas libertad manipulándolos para tu causa? —le espeta Kaala.

Estimulo e inspiro. Libre expresión y un mismo sino, sin diferencias. Creo un mundo limpio.

—Un mundo homogéneo —respondo.

Globalizado.

—Asimilado —afirma Alabama.

Justo.

Esta vez sé que lo he visto. Un fugaz brillo encima de mi cabeza.

Del Ajeno siervos, confrontáis a los vuestros. Aún puedo enseñaros la verdad, si estáis dispuestos —rima.

—Conocemos su verdad, nos rodea todos los días —respondo entre dientes—. Ustedes hacen de la humanidad el epicentro. Somos ególatras, descuidados y nocivos y otras frecuencias sufren por ello. Eso tiene que cambiar —digo sin pensármelo.

Lo tenéis claro —rapea y luego señala a Kaala—. Tú no comulgas, pero tienes una meta y a ella te aferras. —Ninguno respondemos—. Pues debo haceros a un lado por el bien de la coligación. Hora de darle a stop. Vuestra emisión ya no tiene audiencia.

Bajo el sofá que ha dejado el avatar tras de sí se enciende un cuadrilátero luminoso parecido a una pantalla. Tras una breve interferencia RGB, el sofá pasa de ser sólido a estar proyectado en el suelo y entonces la pantalla se apaga y ya no queda nada.

—Primero estoy a punto de convertirme en un monigote y ahora en un figurante televisivo. ¡Las artes audiovisuales nos odian! —grita Alabama

Sois los siguientes. —Se mofa el influyente: « ^3^ ».

La reacción es instintiva. Todos al unísono arrancamos a correr a tiempo de evitar un pantallazo bajo nuestros pies. Ese zumbido de nuevo, algo pasa por mi lado. Una pequeña interferencia que vuela hacia el fondo. Entonces comprendo lo que estoy viendo.

—Sigan corriendo, ¡por aquí! —les grito.

Nos libramos de dos pantallazos más de fortuna. El Influyente se acerca, inexorable.

La pequeña interferencia voladora ya no sigue avanzando en la blancura, sino que se posa en ella como si fuera sólida. Al hacerlo, comienza a aletear con frenesí. Ahora los demás también la ven.

—¿¡Es una mariposa!? —pregunta Alabama.

—¡No, es una polilla! —responde Kaala.

Con un chispazo, la polilla se fund, como un insecto que se ha estampado contra una lámpara eléctrica. La blancura comienza a desintonizarse y el beatbox y el sintetizador se ven solapados durante un segundo por unas voces lejanas que recitan un verso:

O Fortuna
velut luna
statu variabilis...

La desintonía comienza a extenderse, apagando la blancura, cuadrado a cuadrado, como si se tratara de plafones fundidos. Se ha creado un túnel en la cárcel perlada.

—¡Salten! —grito con todas mis fuerzas—. ¡Ahora! —El chasquido del pantallazo a nuestras espaldas se ve sustituido por los cristales rotos. Estamos en los pasillos que dan a los camerinos y hemos tirado un par de lámparas al suelo. Detrás de nosotros no está la puerta del camerino de Mayhem, sino la abertura al infierno color hueso que comienza a supurar e invadir el pasillo. Echamos a correr una vez más. Nos encontramos con un par de personas que se apartan asustadas al vernos pasar. Al principio, intento gritarles: «¡Corran!, ¡no se queden ahí parados!». Eso solo los asusta más y los convierte en presas fáciles del espacio marfil. Las veo desaparecer al mirar por encima de mi hombro.

—¡Por allí! ¡Ese cartel dice «salida de emergencia»! ¡A la derecha! —grita Kaala.

Dos guardias de seguridad nos ven a hacer el giro del pasillo. Tras la sorpresa inicial, se dirigen hacia nosotros con una mano levantada y la otra asiendo la porra reglamentaria.

—¡Apartaos, insensatos! —vocea Alabama.

—¡Corran! —grito yo.

Pero no corren, se interponen en nuestro camino.

—No tenemos tiempo para esto —Kaala hace un aspaviento con su bastón y una pared invisible se propulsa hacia adelante empujando a los guardias hacia la puerta de emergencia. Caen los dos a trompicones por las escaleras, entre gemidos de dolor.

Nosotros bajamos los escalones de par en par. Escucho risas. De soslayo, veo cómo varios emojis nos dan alcance mofándose de nuestro fin inminente y desplazándose a través de paredes y suelos.

Llegamos al final de la escalera. Uno de los guardias ha salido cojeando a la calle y el otro, aún dolorido, se encuentra de rodillas en el zaguán.

—¡Alabama! —grito. Me comprende y coge al guardia por un brazo, yo por el otro y lo arrastramos hacia la salida al mismo tiempo que saltamos para evitar el ultimo pantallazo.

A diferencia del guardia que acaba con sus huesos en la acera, nosotros caemos rodando en mitad de la avenida justo en el momento en que un utilitario cruza la carretera. Intenta esquivarnos, pero no lo consigue. Su parachoques se abolla y el vehículo sale despedido hacia la cuneta más cercana rodeada (por suerte para la conductora) por unos setos. Nosotros seguimos intactos gracias a la burbuja protectora que Kaala ha generado a nuestro alrededor.

Tomamos aire y nos levantamos con la adrenalina bombeando en nuestro sistema y el corazón en la boca del estómago. Al mirar al Cavalier, no podemos evitar quedarnos en el mismo estado que los accidentados guardias: incrédulos.

El Cavalier ha desaparecido. Durante unos segundos se vuelve un fotograma en calidad VHS proyectado en el suelo y después... ¡Puf!

Tras los gritos, la música ensordecedora, los trotes y los golpes, lo único que queda ahora es el sonido lejano del tráfico, el piar de algún pájaro despistado y los grillos nocturnos. No hay sala, no hay gente, no hay nada.

—Todos han desaparecido. —Alabama se seca el sudor e intenta recuperar el aliento.

—El avatar se ha dejado llevar por su enojo —digo—, realmente nos odia.

Se hace el silencio. Los guardas ya han trotado a la comisaría más cercana o puede que al hospital más cercano. Están tan en shock que ni siquiera se han acordado de nosotros. Alabama se ha tomado un momento para ayudar a la pobre mujer del utilitario a subir el terraplén de la cuneta. Ella se ha contentado con no habernos atropellado y ahora espera a la grúa. También se ha quedado boquiabierta al darse cuenta que el edificio que esa misma mañana estaba en pie ahora ha desaparecido.

—Si no hubiéramos salido de su dominio a tiempo... —susurra el principito a mi lado mientras aún seguimos contemplando el solar vacío a una distancia prudencial.

—Nos has salvado, Kaala —dice Alabama en voz queda. La luz de la farola solo enmarca parte de su rostro en la noche dándole el aspecto de un alma en pena.

—No, fue Cordelia. Ella fue la que se dio cuenta —aclara el principito para mi sorpresa.

—Fue cosa del Hombre Polilla, ¿verdad? —susurra el rubio.

—Sí. Es todo que ha podido hacer por nosotros. Un pequeño gesto que nos ha salvado la vida —respondo.

—Cordelia —Alabama habla con voz pausada—, ahora entiendo lo que dijiste cuando nos conociste. No teníamos oportunidad. Nuestro avatar apenas es un suspiro mientras que los suyos poseen mucho poder.

—Tenemos que replantear nuestra estrategia. Hemos venido aquí solo para estar a punto de desaparecer —dice Kaala peinando sus cabellos con nerviosismo.

—No —ratifico—. No es verdad. Sabemos que Mayhem es un producto artificial, y sabemos que hace de cebo. Podemos usar esta información.

—Pero ¿acaso no han puesto ellos en jaque su propia operación? ¡El Influyente ha hecho desaparecer todo el Cavalier con decenas de personas dentro! ¿Cómo va Mayhem a mostrar su cara de nuevo ante el público después de eso?

—¡Oh, carnal!, ¡no tiene ni idea! Encontrarán la forma de volverlo a su favor. Lo que es un hecho será presentado como espectáculo, la verdad será vista como una opinión y este incidente como un milagro.

—Que no te quepa duda de esto. Con el cuarto poder hemos topado —susurra Kaala.





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