EPISODIO 3, ESCENA 18: En la que Foster rompe las cadenas.

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La arenisca salta a cada impacto. Sus garras hienden en la piedra como escarpias. Este par de monstruos son capaces de horadar la parte trasformada de mi piel. Ellos también han recibido algún que otro puñetazo por mi parte, aunque no parece que les haya hecho mella.

Las dos bestias, una humanoide y la otra canina, me acechan. Hilda es ahora un gigante musculoso de ojos depredadores y colmillos infinitos y su perro ya no es perro, sino un hombre lobo. Un cerbero capaz de ponerse sobre dos patas y con el doble del tamaño normal. Los muy hijos de puta atacan sintonía, creo que coordinan sus ataques con el pensamiento.

Su metamorfosis me ha cogido por sorpresa. Si una parte de mi epidermis no fuera de mineral, a estas alturas ya me habrían hecho trizas.

—Mira, Snarl, parece que no todo en él es de piedra —gorgotea la Hilda mutante refiriéndose a la pequeña línea de sangre que brota de mi coraza. Snarl suelta una risa gutural. Yo me pongo en guardia e intento encararles en todo momento, pero como si fueran una manada a la caza, se mueven en círculos a mi alrededor buscando una apertura en mi defensa. Ha sido un error dejar que me hicieran recular hasta el piso inferior. Tenía ventaja sobre ellos en el pasillo. Echo un vistazo resignado a las escaleras por las que he rodado hace cinco minutos, ¿debería intentar volver al corredor?

—No te lo recomiendo. Te interceptaré antes —dice Hilda leyendo mis intenciones—. Puedo percibir la inclinación de tu cuerpo y el movimiento de tus pupilas. Snarl y yo compartimos nuestra genética y, en este estado, somos el doble de rápidos, fuertes y perceptivos. Nuestros ojos y oídos captan el espectro visual y sonoro, tanto humano como canino. —Enseña los dientes—. Somos razón humana e instinto animal en uno y nuestro pensamiento es uno también. Como ves, no durarás mucho, chico de piedra.

Vuelven a abalanzarse sobre mí. Consigo desviar el mordisco del hombre lobo con un puñetazo y el agarre de la Hilda monstruosa rodando a un lado. ¿Lo ves, Kaala?, he aprendido a no descuidar mi defensa. «Quizás porque ahora tengo un motivo para permanecer sano y salvo», me digo. Ahora solo espero que Moses también lo esté. Tengo que terminar con esto y volver a su lado.

—No vas a salir de esta, Foster Callahan. Nosotros luchamos por la humanidad y por nuestra tierra. Por las especies en peligro, por el medioambiente... Si la Contracultura impera el mundo, será un mundo mejor—dice Hilda volviendo su rostro depredador hacia mí.

—¿Y no te das cuenta de que este mundo está sufriendo de manera parecida? —le espeto yo.

—¿Acaso no he intentado cambiar las cosas?

—¿Y los kelps? Seguirán condenados a ser esclavos.

—¿Esclavos?, pueden ser colaboradores del nuevo orden. Pueden ver el beneficio de ayudar en el nuevo sistema, ¿no crees? Será mucho más benevolente y saldrán ganando —dice mientras vuelve a dar vueltas a mi alrededor. Oigo el jadeo de Snarl tras mi nuca y me agacho a tiempo para evitar su embestida. Me resitúo, no puedo continuar así mucho más.

—Esclavos con honores, ¿eh? Tus palabras no tienen coherencia —respondo jadeando.

—Si algo he aprendido a lo largo de mi vida es que uno ha de elegir sus batallas —dice Hilda agachando la cabeza—. No puedo ayudar a nuestro mundo sin caer en alguna pequeña contradicción. La realidad nos obliga a la hipocresía. Puede que sea idealista, pero no ingenua. Sé que ese es el precio a pagar.

—Y yo sé de muchas causas que se justifican en eso, causas inhumanas.

—¡No lo compares! —Entonces se lanza a mi garganta. Yo intento hacerme a un lado, pero esta vez algo me agarra por los hombros. Es Snarl, sus zarpas me tienen apresado impidiéndome esquivar el asalto.

Llueven los zarpazos sobre mi pecho de piedra creando quiebros y grietas. Las garras de Hilda son largas y afiladas y las de su mascota mutante no se quedan atrás. Siento la primera corriente de dolor. Han comenzado a atravesar la parte mineral de mi piel. Noto calor en el pecho, a medida que brota la sangre. «Mierda, me van a matar. O eso o acabaré sumido en la oscuridad». Si eso ocurre, ¿qué pasará con Moses y con los demás? ¿Y quién cuidará de mi madre?, ¿cómo podré salvarla si yo no estoy?

«No podrás», ríe Alicia, «serás carne picada». ¡Silencio!, ya tardabas en asomar. ¡Vuelve al sótano!

—¡No, no, no! —grito. ¡No le daré la razón a Alicia!, ¡no dejaré tirados a los que me importan! E intento moverme de alguna manera para zafarme de la presa. Rechazo a mi atacante con toda mi voluntad y todos los músculos de mi cuerpo. Es entonces cuando una viga surge de mi pecho y lanza a Hilda por los aires.

«¿Cómo he hecho eso?». Mi mente intenta dar lógica al acontecimiento. «Mi transformación la he generado al cortar un trozo de la fachada de este edificio con mi dial, ¿es posible que pueda generar cualquiera de sus formas arquitectónicas?».

La viga vuelve a replegarse hacia mi cuerpo. Me revuelvo antes de que Snarl me alcance la yugular. «Tengo que alejarme», pienso. Entonces siento una presión en mi espalda. Snarl gruñe de frustración. Me he zafado de él y me he elevado cinco metros ¡porque un jodido tramo de escaleras me ha brotado de la espalda! Al llegar a cierta altura, puedo ver el resto de la estancia. Es una zona amplia con cajas de cargamento apiladas aquí y allá. Antes, mientras acechaba a los rebeldes, había comprobado que estos son cargamentos de smior listos para ser transportados. También veo a los dos monstruos saltar de peldaño en peldaño en dirección a mi cuello. Intento rememorar la sensación que me produjo la viga al replegarse y me concentro en repetir la hazaña poniendo el foco de atención en mi espalda. Las escaleras se desintegran dejando a mis atacantes manoteando en el aire antes de precipitarse al suelo. Ambos caen de pie, gráciles como un guepardo. «Son ágiles y rápidos, no puedo competir con ellos», pienso. Unos ojos tristes y oscuros invaden mi mente, son los ojos de Emma. «Pues vuélvelos lentos», dice su vocecilla.

Durante mi caída se me ocurre algo. Antes de llegar al suelo genero un enorme trozo de baldosa industrial a partir de la planta de ambos pies semejante a las que conforman el piso del complejo. Al aterrizar sobre las cajas de cargamento, estas, bajo el peso de la losa, se astillan y los envases se rompen debido a la presión. El contenido de las cajas, un pringoso y resbaladizo puré de excrementos blancos, se extiende por el suelo. Desintegro la baldosa y materializo dos pequeñas losetas en cada pie para no patinar.

—No importa las acrobacias que des, ¡no tienes escapatoria! —gruñe Hilda—. Se te nota algo angustiado. Tranquilo, sabemos lo que se siente al estar atrapado. Te liberaremos enseguida de esa angustia.

—¿Qué sabrás tú de lo que se siente? —siseo.

—Créeme, sí lo sé —comenta mientras comienza se acerca sinuosa—. Sé lo que es estar atrapada en una vida que no es tuya, en un lugar donde tus supuestos deberes como mujer se anteponen tu felicidad —ruge—. Por eso hui y salí a recorrer el mundo. Y ahí fuera me encontré con todo un universo de prejuicios, discriminación e injusticia, con una nueva jaula universal. Sin embargo, me temo que tú no tendrás la opción de huir.

—Ya veremos. —Snarl se ríe ante mi comentario.

—¿Lo ves?, Snarl opina lo mismo. Y él también conoce lo que es estar atrapado, ¿sabes? Encerrado entre barrotes y solo siendo liberado para derramar la sangre de sus congéneres en peleas amañadas por humanos insensibles. —Veo la mirada que dirige a su compañero. Hay significado en esa mirada—. Pero yo le liberé, a él y al resto de aquellos pobres animales como había hecho tantas otras veces. A pesar de saber que estaban entrenados para atacar a los desconocidos, decidí correr el riesgo.

Espera un momento. Si Snarl es su dial, eso quiere decir...

—Tu compañero te mató —murmuro. Snarl gime y luego gruñe incómodo ante mi comentario.

—Sí. Su mente estaba tan nublada por su entrenamiento y el odio inculcado que, al liberarle, me atacó. Fue rápido y certero. Cuando volví a la vida, estábamos conectados. Fue un nuevo comienzo para los dos.

—Sigo sin entender cómo, después de haber vivido lo que vivisteis, seguís estando a favor de esto.

—Te digo lo mismo que antes. Hay que ver las cosas en perspectiva. Ir por el mundo combatiendo todas y cada una de las injusticias con las que te topas solo te mete en problemas y no obtienes resultados. Debes tener un plan, has de elegir tus batallas y centrarte en ellas. La inocencia no cambia el mundo. Las acciones, sí.

Me río. No puedo evitarlo.

—Al final sois todos iguales. Él estaría tan triste de oír esto. —Moses, el chico que no estaba hecho para este mundo. O para estos mundos, ya puestos. «Pero él no es débil ni ingenuo». Quizás sí hay fuerza en la inocencia, quizás sí hay sabiduría en ella—. ¿Sabes qué, Hilda? ¡es todo la misma mierda!

Hilda grita y Snarl ladra. Los dos se acercan por los flancos. Justo lo que yo quería. Idiotas. Genero dos vigas bajo mis pies y me alzo varios metros, luego las repliego. Al desaparecer su objetivo en el aire, las dos bestias resbalan en el smior como resbalaría un perro sobre una tarima pulida. Debido a la inercia, chocan entre sí para luego deslizarse sin control y empotrarse contra las cajas del fondo. Una nueva idea asoma cabeza en mi mente. Es muy buena idea y debo ejecutarla ya.

Me precipito hacia Hilda y caigo sobre ella. En el trayecto me he arrancado al grillete de mi muñeca, volviendo a ser mi yo de carne y hueso. Lo que empuño ahora es mi navaja, con la que le hago un corte en el brazo. En el proceso, sin embargo, ella me ha soltado un zarpazo preventivo y sus garras me han rasgado la camisa y herido el hombro. Mierda, sí que duele. Sin poderlo evitar he salido disparado deslizándome en el pringue hasta el fondo de la estancia alcanzando los límites de la piscina pastosa. Doy unos pasos atrás para pisar en terreno seco.

—¿Crees que ibas a poder cogerme por sorpresa? —dice mientras intenta mantener el equilibrio en el pringue. Ella y Snarl hacen los más inteligente: encaramarse a las otras cajas aún intactas y saltar de una a otra—. Veo que ahora tu piel vuelve a ser suave y delicada. ¡Qué conveniente para nosotros!

Ignoro la sangre que corre por el brazo. Otra llaga más, como las que hay en mi pecho y en mi espalda.

—Oh, he pensado cambiar de estilo, hacerme unos retoques —digo.

Y les muestro el filo de mi navaja teñido de la sangre mutada de Hilda. Secciono mi muñeca izquierda y el dial se cierra sobre ella. La sangre ajena fluye por mi cuerpo a toda velocidad, regando músculos, venas y capilares. Mi visión se torna roja y mi musculatura se tensa. Noto cómo mis uñas crecen y mis colmillos se afilan. Mis ropas daoine se rasgan parcialmente debido a mi nueva envergadura. Ahora soy una bestia, tal y como lo son ellos.

—Así que quieres ser como nosotros —gruñe parando su avance en seco—, no aceptamos más miembros en el club, lo siento. —Suelta un rugido—. ¿Crees que te servirá de algo?, seguimos siendo dos contra uno.

En tres saltos surcan el aire hasta mi posición y comienzan a asestarme zarpazos y mordiscos. Les devuelvo un par de esos mordiscos para sacármelos de encima y, con un enorme impulso, me alejo de ellos hacia las escaleras de subida al segundo piso. Ellos se dan cuenta de lo evidente y de cuál es mi verdadero plan. Las heridas que me acaban de provocar se cierran y lo mismo pasa con las suyas.

—No soy como vosotros. Soy como tú, Hilda. Todo lo igual a ti que quiera. Y como tal, poseo tus inmunidades como oyente. —Ella abre mucho los ojos tanto que parece el lobo de los dibujos de Tex Avery.

—Eres inmune a nuestros mordiscos y zarpazos —murmura.

—A los ataques animales, ¿no es así? Lo suponía. Tal como te pasa a ti y, por lo que veo, a Snarl. De eso último no estaba tan seguro, pero me viene bien porque significa que esto —sonrío—, es un empate.

Hilda entonces se pone seria. Snarl gime y le pregunta mentalmente qué deberían hacer. ¿Cómo lo sé?, porque ahora yo también le escucho y percibo sus necesidades y sus dudas. Estoy conectado a él, como lo está Hilda.

—Así que yo no te puedo hacer daño a ti ni tú a mí.

—Exacto.

—¿Y cuánto piensas prolongar esta situación?

—Bueno, podría mantener esto así a ver qué pasa o podría ordenarle a tu dial que deje de cederte sus capacidades. —Miro a Snarl, me concentro en él y doy la orden. Snarl pone su enorme rabo entre las piernas, gime y se encoge. Tanto él como Hilda comienzan a perder masa muscular.

—¡Snarl, no! —El perro se debate entre dos órdenes contradictorias.

—El caso es que puedo debilitaros, pero a mí no me afecta. Mi mutación deriva de tu yo transformado y es independiente del vínculo con el perro.

Por primera vez, Hilda me mira asustada.

—Así que...

—Mírate —le digo—. Aunque Snarl se debata entre nuestras órdenes, has perdido la mitad de tu fuerza. Además, tu perro no va atacarme porque nunca atacaría a su dueño, aunque sea postizo.

—¡No eres su dueño!

—En la práctica, ahora mismo, sí.

—¡No!, ¡ni siquiera yo soy su dueña! ¡Snarl no pertenece a nadie! ¡Somos amigos!

Snarl y Hilda comparten miradas. Y siento todo, la desesperación, el vínculo inquebrantable y también la angustia. Dos almas que son una desde hace mucho tiempo. Por desgracia, los condicionantes de ser un dial viviente son inevitables y Snarl no puede resistirse a mi influencia, no por completo. Eso es suficiente para darme ventaja.

—Puede ser —concedo—. Y, sin embargo, le has metido en una confrontación, sabiendo que, si tú mueres o pierdes, los dos desapareceréis.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —dice Hilda—. Los dos estamos dispuestos a lo que sea. Hicimos un juramento por un mundo libre. —No miente, noto la resolución compartida entre los dos.

—Eso parece, y por eso... —Anulo la orden mental que le he dado a Snarl. Ambos vuelven a recuperar su fuerza y su tamaño.

—¿Por qué? —gruñe Hilda—. No entiendo.

—Un verdadero empate. Uno insalvable. Como digo, no podemos dañarnos mutuamente.

—Eso será hasta que se agoten nuestras fuerzas. El primer vencido por el agotamiento, será el perdedor.

—No. Vosotros compartís vuestra energía —digo. Puedo sentirla. Es como una corriente a la que ahora yo empalmo mi propio circuito. Los dos gruñen en mi dirección—. A través de Snarl, yo también puedo hacerlo. Nos estamos trasvasando energías entre nosotros. Esto quiere decir que, si caemos agotados, lo haremos a la vez.

—Esto no puede ser en serio.

—Lo es —digo—. Hay una condición para que no deje que os debilitéis y quedéis hechos un alfiletero —digo mientras entrechoco mis garras—. Dame el bulbo de acceso y el cabello que posees. —Y extiendo la zarpa para que me haga entrega de los objetos.

—¡No! —aúlla ella.

Me encojo de hombros y le ordeno a Snarl que abandone la forma de combate. Snarl gime de nuevo y comienza a retirar su energía. Hilda intenta una contraorden, pero no puede evitar que el cambio se produzca en parte.

—Piensa que hay más relés por encontrar y que la Contracultura ha perdido a casi todos sus activos por el momento. ¿De qué os sirve sacrificaros por nada? ¿No es mejor vivir para luchar otro día?, ¿no había acaso que «elegir las batallas»?

—¡Está bien! —Envuelve el cabello en el bulbo carnoso y me lo lanza, yo lo atrapo al vuelo—. ¡No me puedo creer esta mierda! —Reculo un par de pasos y dejo que vuelvan a compartir el flujo de energía—. ¿Y ahora qué, Foster Callahan?

Creo oír a Alicia rechinar los dientes en el fondo de mi cráneo. Doble victoria. Sonrío y miro a la Pirámide.

—¿Ahora qué? —respondo—. Tengo ganas de ver que harán ciertos gilipollas. ¡Eh! —grito a los cielos—, ninguno puede herir al otro, nuestra energía se agotará al mismo tiempo. ¿No es esto un empate?

Para nuestra sorpresa, ocurre algo imprevisto. Toda la luz de la estancia cambia y se torna rojiza. La puerta de las escaleras se abre mostrando un espacio ingrávido tras la jamba. Con su traje impecable y su cara de culo, el locutor hace acto de presencia. La puerta se cierra tras él y camina hasta situarse ante nosotros en una actitud formal y distante.

—Hemos previsto una clara persistencia en mantener esta situación ad infinitum.

—Eso mismo —digo lamiéndome las heridas con mi nueva lengua canina. Por fortuna, el tiempo en las confrontaciones apenas fluye comparado con el tiempo real. «Perdona si tardo, Moses. No puedo permitir que otra persona desaparezca en la oscuridad, no si puede evitarse. Hilda no es un corderito, pero (¡joder, no me puedo creer que diga esto!) no merece desaparecer ni el chucho tampoco».

—El Regidor se ha percatado de que existe una laguna en nuestro ordenamiento de la que no hay precedentes —afirma el locutor.

—¿El Regidor? —pregunto.

—Es el gestor de la Estación —murmura Hilda—. El líder de los locutores, las tramoyistas y los auditores.

—Aquel que muera o presente clara desventaja o incapacidad de combatir en una confrontación debe ser descalificado —continúa el locutor—. Claramente, este no es el caso. —Trago saliva—. Sin embargo, el señor Callahan tiene la sartén por el mango, así que podría considerarse que es el ganador. Es un jaque en toda regla. —La oscuridad de los rincones comienza a expandirse en dirección a nosotros.

—Pero yo no pienso hacer uso de ello —digo con seriedad—. ¿No sería ir contra vuestras propias normas el adelantar quién quedará indispuesto para el combate cuando esa circunstancia aún no se ha dado? ¿Qué pasa si nadie pierde una confrontación? ¿Qué pasa si nadie la gana? —Las sombras se detienen—. ¿No estaríais decidiendo vosotros las confrontaciones, entonces? La Estación sigue unas normas, si no lo hiciera, ¿no iría en contra de su naturaleza? Dime, ¿y si, por un casual, la dejo ganar?

—¿Lo hará? —pregunta el hombre de blanco.

—No lo sabes, ¡nunca lo sabrás! —grito al cielo una vez más—. ¡Debéis tomar una decisión! Hagáis lo que hagáis, debéis crear una nueva regla para esta circunstancia. La diferencia está en si, al hacerlo, quebrantaréis una norma que ya existe o no. Yo creo que la respuesta es sencilla.

El locutor ha dejado sus ojos en blanco y su mandíbula cae fláccida. Mira en dirección a la Pirámide. Al cabo de un rato, recobra la expresión.

—La Estación no está contenta con este desenlace, no obstante, intuye verdad en sus palabras, señor Callahan. Una nueva norma se acaba de forjar.

»En caso improbable de empate la confrontación se declarará nula. Los participantes se considerarán incompatibles y no podrán volver a tener una confrontación.

—Pero los activos solo pueden ser agredidos por otros activos durante una confrontación... —responde Hilda.

—Eso mismo. No podrán volver a agredirse mutuamente. Esto perjudicará a ambos bandos. Esta circunstancia tendrá que ser tenida en cuenta en sus futuras estrategias. Es un salvoconducto y, a la vez, una penalización. Si ustedes se agreden fuera de una confrontación o intentan convocar una entre ustedes, serán descalificados e irán a parar a las sombras. La Estación ha hablado. —El locutor levanta el rostro una vez más y la Pirámide ruge en el cielo. No está de buen humor—. Esta confrontación se da por nula. Foster Callahan y Hilda Berger no podrán volver a enfrentarse.

La bofetada de la ola de frecuencia me tira al suelo y caigo al pie de las escaleras. Cuando el efecto pasa, volvemos a estar en el Dannan original y el locutor ha desaparecido.

Aganon y a Kimo caminan hacia la entrada del edificio con algunos de sus compañeros cojeando tras ellos, otros se apoyan en sus hombros. Al vernos, nos señalan.

—¡Han vuelto en sí! —dice Aganon.

—¡señorita Hilda!, ¡se quedaron congelados y no podíamos moverlos o tocarlos!

—Esto no me gusta, Kimo —comenta Aganon—. Déjalo, tenemos que salir de aquí, hemos fracasado. Y ya has escuchado al humman.

—Pero, Aganon...

—Déjale hacer, Kimo. —Me mira—. Hay nobleza en su mirada, no creo que nos haya mentido sobre los kelp. Eso lo cambia todo. —Yo le doy las gracias con un cabeceo.

—¡Tu abuela te espera, Kimo! —le grito al chaval—. Y tu hermano puede estar en peligro, ve a buscarle.

—Mi hermano está en el rito, ¿a qué te refieres? —Una sensación de urgencia se adueña de su expresión. Sin mediar otra palabra sigue cargando con sus compañeros en dirección a la salida, esta vez, a paso ligero. «La familia es su prioridad, eso es buena señal. Tu abuela tiene razón, eres un buen chico», pienso.

Hilda abraza a Snarl con claro alivio, ambos han recuperado su forma natural. Hilda ha ignorado toda la conversación y apenas ha respondido a los voceos de sus supuestos camaradas. Ha estado todo el rato mirándome con los ojos desencajados. Por fin reacciona:

—Es la primera vez que esto sucede en la historia de la Transmisión —murmura—. ¿Quién eres, Foster Callahan?

—Soy ídolo de redes, futuro empresario y negociador en ciernes —digo—. Así que soy un poco oportunista. —Subo los restantes escalones a toda leche y entro en la puerta de acceso al segundo piso. Hilda y Snarl espabilan y corren también hacia la puerta.

—¡No, joder! —exclama la portavoz. Snarl ladra y aúlla frustrado. Cuando alcanzan la puerta, ya he cerrado el acceso usando el bulbo en el panel.

Desde el otro lado oigo cómo vociferan y dan golpes y arañazos en la puerta. Ni aun transformados la echarían abajo antes de que yo termine de hacer lo que tengo que hacer. Abro el grillete y vuelvo a mi forma humana. Empiezo a notar el agotamiento, pero debo echarle huevos. Arranco alguno de los jirones que ahora cuelgan de mis ropas y los uso para limpiar las llagas. Por fortuna, la última mutación ha ayudado a que las heridas cierren. «Así que esos dos también tienen doble factor curativo. Son como el maldito Lobezno».

Recorro el pasillo y entro en la sala de control. Dedico unos minutos a sacar los cuerpos inconscientes de los dos guardias y del navegador al pasillo junto a la puerta de acceso. Rebusco en los ropajes del navegador y, como sospechaba, encuentro uno de los cabellos fatídicos. Me lo llevo.

Vuelvo a la sala de control y cierro la puerta transparente de la sala con el bulbo y, tras dedicarle un momento a tratar de comprender el panel de mandos, consigo abrir la puerta del pasillo. Hilda y Snarl entran corriendo y tropiezan con los cuerpos inconscientes que he dejado en el dintel. Hablo por una especie de interfono que hay junto a la puerta de la sala y mi voz se oye en el corredor.

—He cerrado la sala de control. Os quería pedir que os llevarais a esta gente fuera de aquí —digo.

—¿¡Por qué, Foster Callahan!? —pregunta Hilda.

—No tienen por qué salir malheridos. Y teniendo en cuenta lo que estoy a punto de hacer no puedo asegurar su integridad mientras sigan en el área.

—¡No digo eso! —replica ella—. Me refiero a la confrontación. ¡El locutor tenía razón, tenías la sartén por el mango! ¡Podrías habernos derrotado!, ¿por qué no lo hiciste?

Ya veo. Pulso el botón para responder.

—No me caes bien. Es hablar contigo y entrarme ganas de repartir sopapos —digo, y sonrío porque me doy cuenta de que ahora va a ser Moses el que hablará por mi boca—, pero hay poca gente que intenta cambiar las cosas. Es mejor no prescindir de ninguna.

Se hace el silencio.

—Cierto. Cambiar las cosas... Mis objetivos siguen siendo los mismos. Que tú y yo no podamos pelear no quiere decir que no seamos rivales —comenta ella.

—Aha.

—¿¡Y qué vas a hacer ahora!? —dice Hilda entre resuellos. Está cargando con los cuerpos.

—Pues lo que alguien debería haber hecho hace mucho tiempo. —Y, sin más palabras, me dirijo al fondo de la estancia, a la entrada que pone: «Núcleo de navegación» y uso el bulbo con el panel.

Acceso concedido.

La sala es totalmente esférica. Está atravesada por pasarelas blancas porque toda ella es una enorme plataforma sobre una piscina de sangre pálida. «Aquí es donde la desangran a la kelp. Luego canalizan su sangre hacia el palacio». Cuando Dagda nos habló de esto, me resultó desagradable, pero verlo en directo no le hace justicia. En mitad de la piscina hay un taladro de fuste liso que da vueltas lentamente y de forma continua, agujereando la gruesa piel de la kelp, una piel con grandes capacidades regeneradoras y que tiene que ser mortificada de forma constante para que el justo nivel de sangre llegue a la superficie.

En el centro de la plataforma, encima del mecanismo perforador, se encuentra el centro neurálgico de la sala. De una gran consola de tecnología micelial emergen cables que se clavan en la piel circundante. En un espacio transitable, justo en el centro de esa maquinaria orgánica, hay una persona que lleva un aro artificial en la cabeza. Las esporas que hay dentro parpadean en diferentes colores. El navegador acaricia un mechón de pelo impregnado en sangre que sostiene entre sus manos.

Está claro que la máquina facilita la comunicación con la kelp y también el control sobre la criatura. Casi seguro se usa para potenciar el efecto de los cabellos. Además, esta estancia, tal como dijo Dagda, es una prisión para el pensamiento. «Algo así como una jaula de Faraday de la mente», dijo Moses. Usan las antenas de la atalaya para que los kelp se comuniquen solo entre sí con el fin de que la manada se coordine durante el vuelo, pero no permiten que sus pensamientos lleguen a los habitantes. «Los kelp te hablan directamente al corazón», aseguraba Dagda, y eso no les conviene a los navegadores.

El gritito que pega el leannan es casi cómico cuando le arranco el aro y le pego un puñetazo. Le quito el mechón de las manos y lo lanzo a la piscina de sangre. El navegador sale a la superficie escupiendo hemoglobina y se aleja a gatas intentando poner espacio entra él y la amenaza sorpresiva.

—¡Un humman! ¡Por Oberón!, ¿cómo puede ser? ¿Son los rumores ciertos?

—¡Fuera de aquí! —le grito, y me acerco a él listo para propinarle otro derechazo. El leannan no parece estar muy versado en combate y prefiere correr. Para mi sorpresa, no sale por la misma puerta por la que yo he entrado, sino por una esclusa oculta en la bóveda que conduce a un túnel con escaleras a modo de salida de emergencia. Hilda se hubiera comido los nudillos si supiera que había un acceso alternativo al recinto.

La sala se queda ahora en silencio, solo oigo el gorgoteo de la sangre y el pulso de la infernal máquina. No, no es el único que escucho.

—«Ya sale, ya viene, es de los nuestros. Viene al dolor, viene a la tristeza. Mi pequeño». —No son palabras en el sentido estricto, aun así, las comprendo. Vaya si las comprendo.

Dentro de la jaula los pensamientos del kelp pueden ser oídos. La alegría del nacimiento, el dolor del parto, la tristeza infinita por traer a una cría a este mundo de esclavitud. Es como si me golpearan la cabeza con un bate. Caigo de rodillas con el corazón encogido. Las lágrimas ruedan por mis mejillas. Impotencia, resignación, desesperación, eso sienten. No se les permite ni acabar con su propia vida, sino que se les obliga a seguir adelante y alimentarse. No puedo evitar acordarme de cuando llegamos este mundo y presenciamos el Otorgamiento. La imagen de aquella maquina alrededor de sus bocas que les fuerza a absorber la sangre cobra dimensiones aún más terribles. No puedo sentir tanto ni tan profundo como lo hacen ellos. Voy a explotar. Si no grito, explotaré. Y eso lo que hago, grito y el grito se vuelve furia y la furia se vuelve acción.

Comienzo a golpear la máquina con violencia. Tiro de los cables, desenchufo las conexiones, destrozo los hongos y rompo las consolas. Esto debe caer, ¡debe caer!

—«¿Quién eres tú que lloras por nuestro sino? ¿Quién eres tú que alivias el picor de mi cabeza?».

—Un humano estúpido, como muchos otros humanos estúpidos.

—Los humanos nos condujeron esto —dice la criatura con tristeza, pero sin reproche. Después de lo que han pasado, no hay reproche. ¿Qué criatura sería capaz de no albergar rencor tras esto?

—Sí, y será un humano quien os libere —le respondo.

No hay nada más que decir y nada más que escuchar. Me asomo a la baranda del puente y veo unos escalones metálicos que descienden hasta el borde de la piscina. Abajo hay un pequeño promontorio usado para recoger muestras del plasma. Desciendo hasta allí, me agacho y saco mi navaja. Empapo el filo en la sangre y su luz adquiere el mismo color pálido.

Me doy cuenta de que haber compartido energía con Snarl y Hilda es lo único que me ha permitido no caer redondo con tanta transformación. «Pero aún queda la última, Foster. Una más».

Tomo aire y corto mi muñeca, dejo que el grillete la atenace y comienzo a retorcerme. Mis huesos se fusionan, los músculos se agrandan y mis células se multiplican. Lo que quedaba de mis ropajes se hace trizas. Soy más grande y más amplio, soy más, mi mente es más. Las palabras confusas de la matriarca que rondan mi cabeza están ahora llenas de matices y sus emociones se hacen más soportables.

—«Eres humano y eres de los nuestros, ¿qué eres?» —pregunta la kelp.

—Soy la solución —digo devolviéndole el pensamiento a la matriarca. De manera fugaz, visualizo la sonrisa de Emma. Pocas veces sonríe en mi cabeza. Esa frase le ha gustado.

Mi tamaño se ha cuadruplicado y mis movimientos involuntarios destrozan todo lo que aún queda en pie en el interior de esa bóveda. Comienzo a percibir la ingravidez dentro de mí. El aire entra a través de mi piel y, en el interior de mis músculos, se transforma en helio que luego expulso en chorro a través de los conductos de mis aletas para alzarme. Es algo natural e instintivo.

El techo se derrumba cuando lo atravieso y los restos de la máquina infernal quedan sepultados por los cascotes. La luz solar hace acto de presencia. El cielo y las nubes de diamante me dan la bienvenida. Vuelo libre por la atmósfera de Ávalon y a mis pies yace la kelp matriarca. Comparado con ella soy un colibrí. Aún, con toda mi nueva inmensidad de kelp humanoide, no mido más que una aleta suya.

—Ahora eres libre de hablar a todo Dannan —le digo a la matriarca—. Haz que escuchen tu voz, la voz que ha sido silenciada durante tanto tiempo.

Ahora ella y yo hablamos al mismo nivel, no es solo una voz en mi cabeza.

—Sigue habiendo un exiguo control sobre mí, allí a lo lejos. Intentan reclamar su dominio aún ahora. —Lo sé, yo también lo noto, quizás porque comparto su sangre. Pueden ser otros navegadores alertados por el derrumbe. Intentan controlarme a mí también, pero no lo consiguen porque soy medio humano.

—Me encargaré de eso. Primero destruiré los centros de control. Si la gente oye vuestras voces y llegan a comprender la verdad de lo que os han hecho, las cosas podrán cambiar.

Me alzo sobre las nubes. Mi objetivo es embestir las demás atalayas mientras me resisto al nimio control que pretenden ejercer sobre mi nuevo cuerpo. De repente, los anzuelos psíquicos se esfuman. La matriarca suspira también aliviada y ese suspiro se traduce en un enorme canto que resuena en la hondonada. Poco después, ese canto es sustituido por un gemido debido a las contracciones, cada vez más fuertes. El niño ya viene.

—He de romper las atalayas —me repito.

—«Me parece una excelente idea» —dice una nueva voz en mi cabeza. Estoy ya comienza a ser una mala costumbre—. «He anulado el control de los cabellos sobre la matriarca y solo he dejado activa la comunicación. Y, en breves, me propongo anular el efecto de todos los cabellos por completo. Ya casi lo tengo».

«¿Quién eres?», pienso, y ese pensamiento sale acompañado de un canto kelpiano y se pierde en la atmósfera.

—«Soy Lester, encantado, kelp humano. Soy el nuevo dueño de estos cabellos».

«¿Eres tú el que los controla?», pregunto. No puedo evitar la sorpresa. Dagda nos dijo que el dueño era un hombre sin vida.

—«Ahora sí, me he quedado con este cuerpo. Es difícil de explicar, pero has de saber que te ayudaré. Acaba con las atalayas y yo anularé el efecto de los cabellos. Aunque antes necesito un favor».

«Habla», le respondo en mi cabeza.

—«Mi amigo y yo estamos en un pequeño lío. Los oberonitas quieren hacernos sashimi. Te agradecería mucho si fueras nuestro chofer». —Noto una pequeña cuerda tirar de mi nuca y volteo mi inmensa cabeza de nuevo hacia abajo, hacia la matriarca. El tirón procede de lo alto de la Filigrana—. «¿Qué me dices?, ¿una ayudita, muchacho?».

—Terminemos con esto de una vez —bramo en alto mientras desciendo por las corrientes de aire en su busca—. Las cadenas de Oberón se rompen hoy.

—«Vaya que sí» —responde la voz.


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