EPISODIO 4, ESCENA 16: En la que se buscan otros caminos.

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La Conservadora guarda silencio, un silencio plácido que para ella es como un viejo amigo.

Hay algo que me quedó grabado de su historia: los caminantes atrapados en títeres y convertidos en siervos albinos del Regidor y la Pirámide.

«Sé lo que es sentirse fuera de tu propio cuerpo». Ese sentimiento de extrañamiento no es menor después de veinticuatro horas. Miro mis manos, que no son mías. Son bellas para no ser del todo humanas. «La verdad es que he muerto», pienso, «he muerto, pero aún sigo aquí».

El Coyote ya no está. No se deja ver, aunque sé que siempre está presente. La muchacha, Jenna, es la primera en hablar.

—¡Uau! Entonces, ¿esos son los oyentes a los que nos tenemos que enfrentar?, ¿a los intérpretes? ¿Los descendientes de aquella gente de los bosques?

—Eso parece —comenta Degataga—. Y, si no me equivoco, están vinculados al Regidor a través del Iblis.

—¿Es verdad que el Iblis es el primer oyente? —pregunta Jenna. Degataga asiente.

—Y ahora es una marioneta más —añade.

La mención a las marionetas me hace pensar en mi nuevo "poder". ¿En qué me diferencio del Regidor? No desahucio a la gente de sus cuerpos, no obstante, las manejo a mi antojo. Y no es la única similitud, ambos somos almas que han abandonado su envoltorio original y que usamos otro cuerpo en sustitución. No quiero seguir pensando en más coincidencias entre ese megalómano y yo. No me causa simpatía alguna, no importa cuán triste sea su historia de amor.

Cuando Anne se fue, yo también sufrí. Ahora me doy cuenta de que la pérdida tiene su sentido. Suena a locura, pero hoy soy capaz de enunciar una frase tan dura como esta. A veces valoramos lo que hemos tenido porque lo perdemos. Debido a que Manahen no supo despedirse, ha provocado mucho dolor a su alrededor, un dolor a gran escala.

¡Dios santo!, menudo panorama. Mi vida se ha convertido en una novela de ciencia ficción. Es lo que quería, ¿no?, ver más allá de la rutina.

Hablando de Anne, ¿qué pensaría ella de todo lo que ha ocurrido en las últimas horas? Conociéndola, lo hubiera disfrutado más que yo. Mi esposa no era de las que se arredraban. ¿Me reconocería? ¿Seguiría dándole esos abrazos a traición que tanto le gustaban a este cuerpo ajeno?

—La pregunta es: ¿cómo derrotarlos? —comenta Beaver—. ¿Los matamos? Ni ellos ni nosotros formamos parte de la Transmisión, así que no habrá confrontaciones. Podemos localizarlos, tenderles una trampa y borrarlos del mapa.

—¡Guau!, hace nada tenías tus dudas sobre todo esto —replica Jenna—. ¡Mírate ahora!, dispuesto a una masacre.

—Yo solo quería devolver mi emisora a su antigua gloria, a nuestros ideales primigenios —explica el inspector—. Me doy cuenta de que todo esto empezó mucho antes de que yo existiera y que mi emisora estaba metida en el ajo. La Coligación es, desde hace tiempo, su fin último. —Se palmea el muslo—. ¡Me siento estafado! Pensé que era cosa de nuestros actuales líderes y ¡nada más lejos de la verdad! Todo está podrido hasta la médula. —Ahora se frota la cabeza—. Como policía, siempre fui consciente del pozo de mierda que burbujea dentro del ser humano. Pensé que mi emisora cambiaría las cosas. —Alza la voz—. ¡Era todo mentira!, ¡son productos de nuestra creación que han escapado a nuestro control! ¡Quieren ser dioses y buscan el dominio! —Ahora habla a grito pelado—. ¡Y puede que la falta de ideales civilizados del Presagio no sea mi plato favorito, pero si son los únicos que se interponen en su camino, tengo claro que los ayudaré!

Degataga se acerca y le pone la mano en el hombro. Geoff parece tan agitado que creo que va a rechazar ese gesto de un manotazo, pero eso no es lo que sucede. Mira a los ojos a Degataga, guarda silencio y después agacha la cabeza y oculta el rostro. Su pecho se agita y oigo un par de sollozos mal disimulados. Degataga tiene ese efecto en la gente. Cuando te da una muestra de consuelo, no solo percibes su contacto físico, sino que su amabilidad y serenidad tocan también tu espíritu.

Jenna se acerca su primo y apoya la cabeza en su espalda. No podemos olvidar que hoy este hombre ha visto desaparecer a todos sus amigos del Círculo. Estoy seguro de que era gente con la que había compartido lazos de camaradería y confianza. A pesar de ello, Geoff no tarda mucho en recomponerse, o en simular que lo hace. Da unas palmaditas a su prima en agradecimiento, levanta la cabeza y nos mira con ojos enrojecidos y expresión decidida.

—Si no los quitamos de en medio, entonces, ¿qué hacemos? —pregunta.

—¿Y si los hacemos cambiar de opinión? —propone Mónica.

—¿No es eso muy ingenuo, muchacha? —respondo.

—Yo pude —musita—. Todos podemos cambiar de opinión si nos muestran otro camino.

Un ladrido vivaracho resuena en la cueva procedente de un sitio indefinido.

—¿Habéis oído eso? —pregunta ella.

—Parece que a nuestro avatar le ha gustado tu idea —dice Degataga.

—Usad una circunvalación. —La voz de la conservadora resuena en la bóveda cavernosa—. El Hombre Múltiple domina a los intérpretes a través de su Iblis artificial, pero en su historia vi algo más —comenta la esfinge—. Existe otra fuente de vínculo que sortearía su agarre. El espíritu residual del auténtico Iblis que aún resuena en su cuerpo orgánico.

—¡Sería como puentear un coche! Hacer que los intérpretes vuelvan a estar vinculados directamente al Iblis de carne y hueso —dice Jenna.

—Vinculándolos a lo que aún reside en su cuerpo original —susurro—, así dejarían de servir al Regidor. —Me sorprendo de que, en menos de cuarenta y ocho horas, sea capaz de seguir el hilo de estas conversaciones.

—¿Y dónde narices está el cuerpo del Iblis? —pregunta Geoff.

—Eso también lo vi en el pasado del Regidor a través de su enviado. Un cuerpo en estasis yace en las profundidades de la Pirámide. —Todos nos desinflamos como un globo pinchado. Eso está fuera de nuestro alcance—. Sin embargo, el Iblis era poderoso y Manahen tuvo que usar algunas muestras orgánicas para confeccionar su marioneta. Muestras que quizás se encuentren en vuestro mundo, donde él las dejó. —Entiendo, así que aún hay esperanza.

—Merecería la pena comprobarlo —dice Mónica—. Manahen construyó su laboratorio en el lugar en el que encontró el dial del Iblis, en el bosque de los montañeses, cerca de Cloven.

—¡Ni siquiera sabemos dónde está ese lugar hoy en día! —objeta Beaver.

—Si ese lugar realmente es tan significativo puede que sea un sínodo. Un lugar con alma propia —reflexiona Degataga—. Quizás pueda detectar su presencia y hablar con él. Eso sí, necesitaría un foco. Teniendo en cuenta la influencia que tuvo el Iblis en la historia de ese lugar, podría utilizar como foco algo que tuviera una conexión con el primer oyente.

—Para encontrar algo del Iblis, necesitamos tener algo del Iblis. ¿Nadie ve la paradoja en esto? —se queja Geoff.

—Yo estuve en contacto con el Iblis —dice la Conservadora. Todos guardamos silencio y la interrogamos con la mirada. Ella sigue escrutando el infinito—, cuando aún era una cachorrilla y él ya era un oyente que visitaba su hogar. Fue el primero en reconocer que mi vista pasada, considerada un defecto por los de mi raza, era una virtud.

—¿Tan vieja eres? —pregunta Jenna. La esfinge no responde a eso.

—¡Eso no es lo importante! ¿Has dicho hogar? —pregunto ansioso.

—El Iblis nació en este mundo —nos desvela la anciana. Todos intercambiamos miradas—. Aunque esa historia no os pertenece. No a vosotros, no todavía.

—Conservadora, necesito saberlo —dice Degataga—. ¿Era el Iblis una esfinge?

—Sí —responde sin más. Los murmullos son inevitables.

—¿Y tú le conociste? —intento aclarar.

—Pasó tiempo conmigo aprendiendo de mi pasado y del pasado de otros. Él me dio el nombre de Conservadora sin serlo. Un nombre que, aún hoy en día, creo no merecer.

—Eso puede funcionar. Tú podrías ser una conexión con él. Os conocisteis y creasteis un vínculo. Además, sois de la misma especie y cultura, lo que lo hace más fuerte aún —explica Degataga con una sonrisa.

—El chamán se ha emocionado —murmura Geoff. Jenna le chista para que se calle.

—Solo necesito algo tuyo —comenta Degataga.

Entonces suena un estallido y una luz flagrante emana de los ojos de la Conservadora en dirección a su cola. Huele a heno chamuscado. Acaba de seccionar la borla de su cola compuesta, en su mayoría, por pelo. Parpadea una sola vez y vuelve a mirar al infinito.

—¿Es esto para nosotros? —No asiente, pero sentimos el peso de su confirmación en el propio ambiente. Degataga recoge uno de los sacos vacíos que hay junto a las cajas abandonadas por el Círculo y mete los grandes mechones de pelo en él—. Puedo confeccionar un talismán con esto, una especie de rastreador. Con suerte, nos ayudará a encontrar el sínodo que buscamos. —Finaliza su recolecta y añade—: Necesitaré un lugar desde el que se vea todo Cloven y sus alrededores.

—El mirador de High Hill —respondo sin dudar—. Anne y yo íbamos allí de novios, las vistas son increíbles y se pueden hacer picnics.

—Sí, podría funcionar —comenta Geoff—. Incluso hay donde encender un fuego. Ya podemos bailar alrededor de una hoguera. Gran lugar para un ritual tribal, lo vas a disfrutar. —Sonríe a Degataga con algo de malicia.

—Disfruto con más cosas aparte de con los rituales chamánicos —dice Degataga devolviéndole una sonrisa tranquila. Geoff se sonroja visiblemente. No me esperaba eso, y menos de él. El inspector suelta una risilla embarazosa.

Degataga se carga el saco a la espalda y se sitúa frente a la Conservadora.

—¿Cómo puedo llevar a cabo la circunvalación cuando encontremos lo que buscamos?

—Usa sus diales. Tú sabrás cómo —le responde la esfinge.

—¿Yo?, ¿cómo estás tan segura? ¿Acaso hay algo que debiera saber?

—Siempre hay algo que deberíamos saber. —Su voz se oye mucho más tenue—. Ahora debo descansar... Una última historia. Una, nada más, antes del final.

Eso me causa inquietud, y aún más a los Beaver, que la conocen de hace años.

—¿A qué te refieres? —pregunta Jenna, pero la Conservadora comienza a cerrar sus ojos muy lentamente.

—Creo que es hora de irnos —susurra Mónica.

Tras un momento de incertidumbre, todos se convencen de lo mismo. Ascendemos por la cueva en dirección a la salida. Degataga y yo caminamos a la cola de la comitiva. Un susurro resuena en las paredes, uno que solo nosotros oímos.

—Cometió un error e intentó enmendarlo. —Ambos nos volvemos. Es la voz de la Conservadora, sin embargo, su boca y sus ojos siguen cerrados—. Por favor, prometedme que ayudaréis al primer oyente.

Degataga y yo nos miramos. Nuestra promesa silenciosa queda flotando en el interior de esta cueva.



—¡Madre de la chingada! —Doy un golpe en la mesa. El sonido resuena en los mármoles de la sala de juntas.

—¿Qué ocurre? —pregunta Moses, el emisario de las malas noticias.

—Más que enfado, percibo un profundo cansancio y algo de miedo —asegura Astrid. Los colores de su capa cambian.

—¡No me chingue usted también, carnala! ¡No sea argüendera! ¡No tengo miedo, no soy una achicopalada! —Tomo aire e intento calmarme. Me vuelvo a sentar.

—¡Dinos qué pasa! ¿Se trata de un oyente? ¿Por qué no podemos llegar a ese asentamiento? —pregunta Foster. Kaala se inclina sobre la mesa.

—Es ella, ¿verdad? —pregunta el principito metijón levantando una ceja. Le dirijo una mirada de sorpresa—. De vez en cuando, bajas la guardia, sobre todo tras varios tequilas. Han pasado años y aún recuerdo esa anécdota, eres muy graciosa cuando estás borracha y despechada. —Le dirijo una mirada en ebullición—. ¿Qué?, mi trabajo es no desaprovechar la información —se excusa el chingaquedito. Tiene razón, no solo soy una malacopa, sino también una bocona cuando me emborracho, aunque lo haga pocas veces.

—Mal diablo le lleve —gruño.

—Sí, es ella, no hay duda —afirma Kaala.

—¿Quién? —pregunta Foster, exasperado. En ese momento veo que la capa de Astrid se torna roja y me mira sorprendida.

—Su ex —dicen Kaala y Astrid a la vez.

—Mi ex —confirmo.

—Pensé que tu ex era Paimon —dice Moses.

—Tengo doscientos años y he conocido a media mitología en carne y hueso. ¿Acaso cree que tengo solo un ex? Aunque algunos calan más que otros —susurro, luego me doy cuenta de que se me ha escapado—. ¡Ni una palabra de esto a Paimon!

Moses suelta una pedorreta intentando contener la risa. No es el único.

—Ríanse, si quieren. —Me cruzo de brazos—. Pero tenemos un problema. —Me pongo seria—. Ella no nos lo pondrá fácil. Está claro que ha vuelto y lleva más tiempo aquí de lo que pensaba.

—¿Cómo sabes que es ella? —pregunta Astrid.

—Pocos saben hacer lo que ella hace. Hay más como ella por el mundo y cada una se encarga de un territorio. Tratándose de Cloven, está claro que es ella. Se fue durante una temporada por ciertas razones y se ve que decidió regresar.

—Una pregunta —interrumpe Foster—, ¿cuánto hace que la conoces?

—Noventa y cinco años —respondo.

—¿Tú ex tiene noventa y cinco años? —se sorprende Moses—. ¿Y se ve como tú?

—No, ella es una humana normal y corriente. —Ándale de nuevo con las risas.

—Bueno, los pañales también tienen su aquel —comenta Kaala dándole un ruidoso sorbo a su té. Golpeo la mesa una vez más.

—¡Basta de huevadas! Nuestra mayor pista para localizar el nodo está en ese asentamiento y el que ella esté allí viene a confirmar que no vamos desencaminados. Se lo advierto, es poderosa.

—Una vez más, ¿de quién hablamos? —pregunta Moses. Tiene razón, será mejor que deje de gritar y comience a explicarme.

—Se llama Viorica y es una vrăjitoare —respondo.

—¿Qué es eso?

—Un mito —responde Kaala—, o eso pensaba. Una bruja rumana con poderes mágicos.

—¿Magia?, venga ya. ¿Acaso es una oyente?, ¿o quizás una inmigrada? —Foster se encoge de hombros.

—No, es una humana que viene de una línea de brujas y que ha mamado sus artes desde pequeña.

—Entonces, no tiene dial. ¿Qué puede hacer una simple humana? —comenta Astrid.

—Lo que los humanos hacen mejor. ¿De dónde creen que han salido las emisoras y la Pirámide?, son creaciones del colectivo humano.

—Supuestamente —añade Kaala.

—Supuestamente —rectifico molesta—. Los humanos tenemos la habilidad inconsciente de generar constructos y usar símbolos para focalizar efectos. Los diales no son más que objetos que simbolizan nuestras transiciones a un plano de comprensión del universo "más elevado". —Hago comillas con las manos. ¿Más elevado?, ¡mis ovarios!

—Al grano —me ataja Kaala.

—Las vrăjitoare son entrenadas en usar esta capacidad humana de forma consciente. Pueden usar los significados colectivos de símbolos y señales para afectar a la realidad y a otras personas. No sé cómo lo hacen, pero no es ninguna tontería.

—«Cambio de sentido». «Prohibido» —murmura Moses.

—Sí, por ejemplo —respondo.

—Y las nomeolvides deshojadas... —A Foster se le enciende la bombilla.

—Afectan a la memoria —confirmo—. Supongo que solo intenta proteger esa comunidad. A pesar de que son solitarias, es la función de las vrăjitoare proteger a su pueblo y a sus aliados de las posibles amenazas. Son muy conscientes de nuestra existencia y de la existencia del algunos inmigrados. A los oyentes nos llaman șolomonari.

—¿Qué comunidad es esa de la que hablas? —pregunta Moses.

—Las vrăjitoare provienen de Rumanía. Viorica es transilvana. Existen algunas comunidades trashumantes originarias de este país en Cloven.

—La canción del transistor es rumana.

—Ahora que lo dice, suena parecido a algunas de las expresiones que usaba Viorica. Nunca me contó mucho sobre los suyos, era muy celosa de esa información, incluso conmigo. Todo lo que sé sobre ella se lo tuve que sacar a cuentagotas.

—Ya me imagino cual fue tu metodología para sonsacársela —dice Kaala dando otro molesto sorbito. Le enseño un colmillo en respuesta.

—En ese lugar hay colinas y un valle, como dice la canción. Eso podría indicar que ese asentamiento es el sitio que buscamos —argumenta Foster.

—¿Hay alguna manera de que te pongas en contacto con ella y obligarla a salir del recinto? Quizás si tú la llamas... —sugiere Moses.

—No tiene teléfono y no tengo ningún medio de comunicarme con ella. Ella tampoco querría comunicarse conmigo.

—De nuevo, miedo —le cuchichea Astrid a Kaala.

—¿Por qué no querría contactar contigo? —pregunta Foster.

—No acabamos en buenos términos —respondo a regañadientes.

—¡No! ¿Tú?, ¿acabar mal con alguien? —Esta vez, Kaala revuelve el té con su cucharilla de forma sonora y da varios golpecitos con ella en el borde de la taza—. ¡No me lo puedo creer! —A Astrid eso parece hacerle gracia y esconde una sonrisa. Esos dos ya no se llevan tan mal, al parecer.

—La gente, a veces, no sabe tomar distancia de las cosas —respondo.

—Entonces, ¿cómo entramos en el asentamiento? Si están protegidos por ese "hechizo", ¿qué podemos hacer? —Moses se recoloca sus rizos.

—¡Qué poco aprovecháis vuestros recursos! —Como una lagartija que se escurre entre las rocas, Chantra ha entrado por la rendija de la puerta de la sala de juntas con la misma ligereza que un suspiro. Jana, su asistente, es como una pulga nerviosa que le pisa los talones. La fotógrafa da vueltas alrededor de la mesa de reunión y le guiña un ojo a Foster que la saluda algo inquieto. Se sienta en la silla libre más cercana y Jana permanece de pie a su lado.

—¿Ya ha terminado su revisión? —le pregunto.

—Claro, y no creo que hagan falta medidas de seguridad extra en las propias instalaciones. La idea de Jana es crear un hipervínculo con el móvil de alguno de vosotros y haceros administradores, de ese modo podéis gestionar las solicitudes de acceso e invalidar esas solicitudes cuando queráis.

—Es decir, que podríamos invalidar el archivo de acceso de cualquier teléfono que lo tenga —confirma Astrid.

—Sí —susurra Jana—. Yo podría programarlo sin problema. Eso evitaría que volvierais a sufrir una infiltración. —Nos dedica una mirada huidiza.

—Asunto solucionado —comenta Chanta extendiendo las manos sobre la mesa con sonrisa plácida y mirada calculadora—. En cuanto a lo que comentabais...

—Que no era de su incumbencia —aclaro.

—En cuanto a lo que comentabais que no era de mi incumbencia... —Señala a su alrededor—. Mi obra maestra sería una posible solución. Usad el acceso a Refugio. En ese asentamiento del que habláis debe haber puertas.

—Para eso, alguien tendría que establecer una conexión con Refugio desde dentro y, para ello, debe poder entrar. Estamos en las mismas —explico—. Los símbolos que guardan el perímetro generarán una asociación en nuestra mente de forma inmediata—suspiro—. Es una chingada. El único consuelo es que, si el nodo está allí, a los otros oyentes les resultará tan difícil entrar como a nosotros.

—No demos nada por sentado —sentencia Kaala.

—Con respecto a los símbolos... Quizás podría intentar que en nuestra mente significasen otra cosa —responde Astrid.

—El peso del conocimiento colectivo haría que eso no durase mucho —respondo.

—Sí, lo mismo sospechaba yo —suspira ella.

—¿Y si no los vemos? —comenta Kaala—. Puedo ir dentro de uno de mis campos de fuerza y podría restringir el acceso de fotones en su interior. Aun a ciegas, podría sentir el entorno. Si voy con cuidado, no tendría por qué tropezar con nada.

—No, ya lo he visto antes. Ir a ciegas no sirve. Usted sabe que están ahí y, si no, otros lo saben. Eso le sigue dando fuerza al hechizo porque todos estamos conectados a la misma mentalidad colectiva. —Tras reflexionar un momento, elucubro—: Necesitaríamos una mente con un proceso mental que difiera del humano, totalmente relativa, poco tendente a la imaginación y que desvincule los símbolos del significado y el potencial de la apariencia.

—¿Y acaso no confraternizas con un espécimen semejante? —dice la churel—. Yo misma tuve el placer de conocerla cuando vinisteis a mi taller.

¡Rechingos!, ¡es verdad! Me levanto y voy hasta la puerta.

—¡Dusk! —La sombra se materializa en la jamba—. Hágame el favor de avisar a Hastet, que venga a la sala de reuniones. —Dusk se hunde en las sombras sin mediar palabra.

—¿La esfinge? —comenta Moses.

—¡Bingo! —ríe Chantra dando palmaditas—. Son siempre racionales y ven posibilidades múltiples, nunca dan nada por sentado y no comparten vuestra cultura. Es posible que esos símbolos tan humanos no funcionen con ella. Puede que ninguna asociación simbólica funcione con los de su especie.

—Comprendo —reflexiona Astrid—. Para ellos, un símbolo no premedita a nada porque no existen prejuicios ni expectativas. Ven lo que ocurrirá y el futuro siempre es una ramificación. Saben que un símbolo de prohibido no implica obligatoriamente que alguien se pare o que, incluso, puede provocar que alguien quiera cruzar, aunque solo sea para retar sus instrucciones. Absoluta relatividad. —Todos la miran como si no supieran ya lo que esconde esa cabecita.

—¡Qué chica tan lista! —comenta Chantra—. Eso es. Incluso si tiene dificultades, vuestra amiga solo tendría que enfocarse en una posibilidad de futuro en la que esos símbolos no os hayan impedido la entrada, lo cual le permitirá acceder al recinto confirmando esa misma visión. Paradoja circular.

Alguien entra de un topetazo. No es Hastet, sino Alabama e Ibree. Todo el mundo guarda silencio, estamos al tanto de su situación. Deede ha desaparecido y la pequeña amiga de Alabama también.

—¿Qué les ha dicho Mishima? —les pregunto.

—Que la búsqueda es muy inconcreta —musita Ibree—. Solo tenemos el nombre de esa niña: Farfalla, y no sabemos si es real.

—Si alguien puede encontrar alguna referencia sobre ella, ese es mi padre —comenta Astrid—. Hallaremos alguna pista.

—Sí, eso espero. De momento, solo nos queda esperar el mensaje de sus captores. Nos han dejado en el banquillo —dice Alabama con claro enfado.

—Estoy seguro de que encontraremos la manera —afirma Moses levantándose y poniéndole la mano a Alabama sobre el hombro. Alabama la acaricia la mano en agradecimiento.

—Estamos con vosotros. —Foster también pone su mano en el hombro de Ibree y ella le mira sorprendida. Alguien parece haber recapacitado.

—Gracias —murmura la sílfide. La expresión hacia Foster es de agradecimiento y también de alivio, aunque la preocupación no le ha abandonado—. Hasta que tengamos más información, no podemos hacer nada.

—Hemos venido porque nos dijeron que Chantra estaba aquí —aclara Alabama.

—¡¡Uuh! ¿Me buscabais, bocaditos míos? —responde ella.

—Sí —comenta Ibree. Nos muestra el objeto que trae bajo el brazo. Es cuadrangular y está cubierto por un trozo de tela. Ibree lo destapa y lo hace deslizar sobre la mesa en dirección a Chantra.

—¿Un pizarrín? —pregunta ella—. Entrañable dibujo.

—Pertenece a la oyente que ha orquestado el secuestro de mi hermano y su amiga. Creemos que esa oyente es la muchacha que los acompañaba, una niña de unos once años de edad.

—¿Una oyente de once años? —digo yo—. Eso es poco común, es extraño que nadie haya oído hablar de ella. Son muy escasos. Es difícil que alguien tan joven lleve a cabo la transición.

—Lo sabemos, y teníamos la esperanza de que la conocieras —confiesa Alabama con la cabeza gacha.

—No es el caso, y eso me causa aún más extrañeza —respondo.

—Es lo que os dijimos al llegar —dice Ibree—. Creo que lo que ha sucedido aquí en Refugio, lo que les sucedió a Astrid y Kaala en los subterráneos y el secuestro de Deede y Mneme tienen relación. Estamos convencidos de que existe alguien que no juega según las normas, pero está muy pendiente del juego e intenta influir en él.

—Opinamos lo mismo —responde Astrid.

—¿Y por qué me enseñáis esto? —interrumpe Chantra dándole la vuelta a la pizarra con un dedo.

—Esa oyente tiene la habilidad generar un espacio de bolsillo a partir de los dibujos que hace. Si los cuelga en una puerta, al traspasarla, el lugar se torna en aquello representado por el dibujo.

—Como en los subterráneos —nos recuerda Astrid. Kaala y ella intercambian miradas. El asunto comienza a ser personal—. También le vale con dibujarlo en la propia superficie de las puertas.

—Se parece mucho a cómo tu ejecutas tus obras —le dice Ibree a Chantra.

—Hummmm —murmura Chantra. Ibree y Alabama se acercan con cierta ansia—. Este no puede ser su dial, sino no lo dejaría atrás. Estoy segura de que su dial son las tizas.

—Estoy de acuerdo —coincido.

—No sé qué deciros. —Se muerde el labio—. Solo ella podría hacer funcionar esos dibujos y no podéis añadir nada a lo retratado que influya en su significado con unas tizas normales, pero nada os impide borrarlo total o parcialmente. Eso anulará o modificará el significado simbólico que le ha otorgado a ese espacio. Mi consejo: estad atentos. Si veis algún dibujo en alguna superficie cercana a un acceso, borradlo o usadlo en vuestro beneficio. Esta niña es poderosa, aunque también tiene un punto débil muy obvio.

Ibree y Alabama se miran y asienten. Quizás la preocupación no les dejó pensar en esa posibilidad, pero lo que ha dicho Chantra me ha dado una idea.

—Chantra. Usted ha dicho que le otorga un significado simbólico al espacio. —Chantra me mira con curiosidad—. Coincido con eso. Y, si no me equivoco, una vez nos dijo que hay un vínculo entre usted y las obras que hace, algo semejante a la firma de un artista.

—Por supuesto que lo hay. Es mi creación, nace de mi ingenio y es una parte de mí, aunque luego ceda su explotación a otros.

—Así que con este dibujo pasa lo mismo. —Me hago con el pizarrín antes de que decida probar su teoría borrando lo que está dibujado. Algo me dice que lo vamos a necesitar intacto.

—Claro, está vinculado a su creadora. Sin embargo, ese vínculo es solo de ella para con su obra, no sé en qué les puede ayudar a estos bocaditos —responde la churel señalando al rubiales y a la sílfide.

—Precisamente acabamos de hablar de alguien a la que se la da bien manejar los símbolos —miro a Alabama y a Ibree—. Cabe la posibilidad de que ella pueda seguir el vínculo entre la obra y su autor como si fuera un rastro. —A los dos se les ilumina el rostro.

—¿Te refieres a esa tal Viorica, tu amor de geriátrico? —comenta Kaala contemplando sus cutículas. ¡Qué huevón que es!

—Sí. —Al ver a Ibree y Alabama abalanzarse hacia mí, pongo las manos delante—. ¡No puedo asegurar nada! Hace tiempo le vi hacer algo parecido, ¡solo parecido! No quiero prometer nada que no pueda cumplir.

—Es mucho más de lo que teníamos antes —afirma el rubiales. Nunca le he visto tan serio. Hace más de diez minutos que no suelta un chiste o una impertinencia, en verdad está preocupado.

Petan a la puerta. Hastet entra con calma y ceremonia, cierra la puerta tras ella y saluda bajando un poco la cabeza. Es su forma de decir: «¿Me mandaste llamar?».

—Hastet, necesito que haga algo por nosotros. Póngase su indumentaria de calle y espérenos en el hall, le pondremos al corriente de todo allí. —Ella asiente de nuevo. Me fijo en que antes de salir, escruta a Moses. Parpadea tres veces y Hastet no suele parpadear. No tengo tiempo ahora para malos presagios, hay cosas por hacer.

—Chantra, gracias por venir. Por favor, avísenos cuando nos envíe el archivo de administración. Mientras tanto, Farshaw está redoblando la seguridad. —Chantra se levanta y se coloca el pelo en un gesto elegante. Se despide de todos con un movimiento de cabeza, le lanza un beso a Foster (para el divertimento de Moses) y, con Jenna correteando tras ella, sale de la estancia—. El resto, manos a la obra —añade la bicentenaria.

Todos se levantan y en ese momento Astrid toma la palabra.

—Moses y Foster, ambos deberíais quedaros a descansar, percibo vuestro agotamiento físico y emocional. Han sido muchas cosas en un día. Dejadnos esto a nosotros —les sugiere Astrid. Moses va a replicar—. Si sabes que lo que digo es cierto, ¿por qué replicas? ¿Quieres que te haga dormir aquí mismo?

—Cuidadito con ella —ríe Kaala.

—Está bien, nuestra amada líder —Moses se inclina con una cómica reverencia—. Nos quedaremos y descansaremos.

—Me gusta que mi consejero tenga dos dedos de frente.

—Nada que objetar a eso —añade Foster—. Mantenednos informados. —Astrid asiente.

—¿Salimos ya? —pregunta Ibree. Voy a contestarle que no me parece buena idea, pero Astrid se me adelanta.

—No, vosotros no venís. Si es cierto que en ese lugar se encuentra el nodo, quien quiera que haya secuestrado a los niños puede pensar que estáis incumpliendo vuestra promesa de no abandonar la frecuencia. ¿Queréis correr ese riesgo?

—Si esa persona puede ayudarnos a encontrar a la secuestradora... —se adelanta Alabama.

—Les digo lo mismo, confíen en nosotros —les pido—. Convenceremos a Viorica de que nos ayude, no solo con el nodo, sino también con este problema. Lo prometo. —Y es una promesa muy atrevida, lo sé.

Ibree y Alabama miran ora a Astrid, ora a mí.

—Está bien. —Ibree aún no está del todo contenta—. De todos modos, si yo no puedo ir, llevaréis una parte de mí. —De tres fuertes tirones, se arranca tres pequeñas plumas de la oreja y nos da una a cada uno—. Ya sabéis lo útiles que pueden ser. Además, así tendré una idea somera de lo que ocurre en todo momento.

Astrid coge la pluma y la acaricia y luego nos dice algo que no me esperaba:

—Esto es una maniobra de pinza. Las emisoras están compinchadas y sus oyentes y avatares van a por nosotros. Hay un tercero que no sigue las reglas y que intenta distanciarnos —mira a Kaala—, y dañar a nuestros allegados. —Ahora mira a Alabama y a Ibree—. Quiere usar nuestros secretos contra nosotros. El próximo relé no parece más fácil de conseguir que el anterior. —Su capa comienza a ondear y a brillar levemente—. Pero no tienen ni idea de lo que somos capaces ni nosotros mismos la tenemos. —Comienzo a sentirme confiada, incluso fortalecida. Nunca me he achicado ante nada, pero ahora podría comerme el mundo—. He encontrado dentro de mí un yo oculto, fuerte e inagotable y quiero que echéis un leve vistazo al yo oculto que también se esconde en vuestro interior, ¿lo sentís? —Se me ocurre mirar a mi alrededor. Todos parecen tan sorprendidos como yo. Lo único que hacen es murmurar un «sí»—. ¿Sentis la fuerza que os confiere? Aunque no siempre seáis conscientes de ese yo, siempre está ahí y puede obrar milagros.

—Y sabe no está solo —murmura Moses. Ahora es él quien nos observa. Tiene razón, casi puedo oír los latidos síncronos en nuestros pechos. Astrid sonríe. ¿Cuándo se ha vuelto la fresita tan poderosa? Sabía que los goéticos la ayudarían, pero...

Poco a poco la sensación se atenúa quedando solo un leve hormigueo al fondo del pecho.

—Espero que Deede y Mneme también sepan que no están solos —murmura Ibree.

—Y que vamos a por ellos —añade Alabama.

—Algo me dice que lo saben. Tened confianza, todo saldrá bien —les asegura Astrid—. Permaneced aquí y ayudad a mi padre, es posible que él también encuentre algo de interés.

—Yo también he de ver a Mishima antes de partir —comenta Kaala cuando sale de su estupor—. He de ponerle al corriente de lo que Urban me ha contado. Con todo lo ocurrido, no he tenido tiempo. Quizás él vea un patrón donde yo no soy capaz de verlo. Por supuesto —extiende una mano hacia el rubiales y la sílfide—, le diré que lo vuestro tiene preferencia. Si no os importa, me adelanto. Os veo en el hall. —Sin esperar respuesta se encamina a la salida al compás de su bastón.

—Se ve que, al final, tendremos que posponer la cena, lideresa —le dice a Astrid al salir.

—Hay tiempo —le tranquiliza Astrid con tono amable. ¿A qué se refieren?

Kaala cierra la puerta sin dejar de sonreír.

—Bien, pues ya sabemos que hacer —finaliza la incipiente líder—. Estad pendiente de los móviles y manteneos en contacto. —¡Miren eso!, alguien le dio un par de vueltas a nuestra conversación sobre recoger el testigo.

La sala se va vaciando entre cuchicheos y yo soy la última en abandonarla. Está bien que Astrid dé un paso al frente. La chica tiene potencial y una está ya muy vieja y cansada para asumir el mando. Aunque me agota aún más tener que confrontar otra de las meteduras de pata de mi vida. ¡Dios!, no quiero ni pensar lo que pasará en ese asentamiento. Se ve que mi confianza ya ha vuelto a su escondite.

«¿Por qué se ha empeñado el destino en que me enfrente a todos los errores del pasado?», me pregunto mientras abandono la sala. ¡Ay, Viorica! No lo digo por mal, pero ojalá tenga solo un poco de demencia senil, lo suficiente para no acordarse de lo nuestro.


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